12 lecturas que
mejoraron mi mundo
Todo lo mejor que leí (Jünger, Nietzsche, Céline, Mishima,
Ellroy, Drieu, Mounier, Cirlot, D’Ors, Ortega y Gasset, Kraus...) durante mis
estériles años de quijotismo (1976 – 1998) me permitió, a la larga, redimirme
de mis errores (esto es, de mis compromisos con la anécdota –compromisos que,
al contrario de lo que yo pensaba entonces, no reafirmaban sino que
contradecían tales lecturas) y descubrir (durante ese período de transición que
va desde mediados del 98 al 11S del 2001 –transición marcada por las
esclarecedoras charlas con el maestro zen Rafa C. y la no menos esclarecedora
consumación de casi todas mis decepciones-)
HANNIBAL
(Thomas Harris)
Y el Verbo jungeriano se hizo Carne.
Lecter redime al Anarca de indeseadas manipulaciones.
Al Anarca, impremeditado alibí de traidores y oportunistas, de trayectorias
deshonestas, de (así diría mi antiguo editor, Miguel Angel Vázquez) “nihilistas
de mierda” (especializados en borrar sus pasos, en jugar a una incorrección
controlada, a un simulacro de incorrección –antítesis del nihilismo activo,
antiescapista, que representaba el abuelo Ernst y que hoy sólo puede concebirse
como Lecter-). Al final los deshonestos con presunta vocación anarca pululan
como peleles que añadir al spam humano configurado en establishment. Pero a
medida que nos adentramos en el nuevo milenio (¿pongamos como umbral simbólico
el 11S?) su hora se acaba: pues ahora llega la hora de Lecter, Cristo/Lobo de
los tiempos que ya asoman, Monstruo ejemplar (porque, lo diré una vez más, en
una civilización donde lo monstruoso es lo establecido, sólo aquello que dicha
civilización tilda de “monstruoso” merece nuestro respeto y atención).
Lecter se transfigura, abandona sus iniciales trazas como
caricatura foucaultiana, al ser interpretado por Anthony Hopkins en la gran
pantalla. Ello obliga al autor, Thomas Harris, cuando escribe “HANNIBAL”
(directamente pensado para acabar en película), a abandonar la condescendencia
que se detectaba en las primeras obras (“EL DRAGON ROJO” y “EL SILENCIO DE LOS
CORDEROS”) para postrarse ahora ante la majestad de su personaje, ya marcado
para siempre por el carisma de Hopkins. Tras este libro, como ocurrirá pocos
años después tras el 11S, los discursos convencionales sobre el Bien y el Mal
se van diluyendo y entramos en una nueva fase.
Lecter o Lo Posthumano, crucificado
entre cerdos pero al cabo victorioso (siempre me conmoverá más la merced última
que Lecter en la cruz proporciona a Margot Verger ofreciéndole consumar
impunemente el postre de la venganza contra su hermano que todos los cromos
sobre Cristo consolando al efébico Juan y a las tres Marías). Nietzsche, el
señor patata, recupera la lucidez y la movilidad, se desprende de su miseria
para mostrarse al fin en toda su gloria épica, y asciende a los cielos de las
expectativas superadoras, esos cielos que van barriendo hoy la basura de los
derechos para imponer un nuevo (en el fondo, tan primigenio...) y singular
Derecho, esos cielos que van ahogando en el presente día a día la basura de las
libertades para establecer la única Libertad posible,
El Destino me descubrió “HANNIBAL” en
la librería 8 ½ una mañana de otoño de 1999, cuando me recuperaba de las
heridas anímicas que me causó la expulsión de “MONDO BRUTTO” (expulsión tan
iluminadora, una vez pasado el shock) y reafirmaba (después de la infructuosa
visita a Verstrynge que había hecho con Rafa C. el año anterior) mi abandono
del juego de espejos de la política de partidos y banderías y mi nuevo y
definitivo interés soreliano, objetivista, totalizador, por las realidades del
Poder. La sombra desarbolada del Zurdo/Quijote se desvanecía ante la serenidad
de Lecter, esto es, ante
Ahora, por fin, Lecter y la Nueva
Realidad me hacían tranquilo y optimista, un superviviente sin más afanes que
disfrutar plenamente del momento, de MI momento. ¿Cabe mayor ambición?
En esta web shadowliner hemos
dedicado bastante atención al buen doctor. Puedes comprobarlo aquí, aquí y
aquí.
“El doctor Lecter no necesita
avales vulgares. Su ego, como su coeficiente intelectual y su grado de
racionalidad, no pueden medirse con instrumentos convencionales.”
Comprado en
Libre de lastres confusionistas,
podía adentrarme con más objetividad en la lectura de un texto fundamental que
recobraba toda su vigencia en ese preciso momento. Los primeros cataclismos
provocados por Al Qaeda, minimizados mediáticamente por las corridas
clintonianas en boca de becaria, o las matanzas en colegios USA perpetradas por
herederos espirituales de Carrie White (cuyo recuerdo, ya en el Nuevo Milenio,
sería explotado petardesca y demagógicamente por el aardvark Michael Moore
–Thod Solondz deconstruiría tal demagogia en su cáustica “STORYTELLING”
devolviendo a la angustia adolescente su estremecedora prioridad-)
contribuyeron a reafirmar la tesis cíclica del autor alemán sobre el albor,
mediodía y ocaso de las civilizaciones.
No en vano el último tándem
ideologizado que gobernó (con pulso fuerte y plena conciencia de lo que se
traían entre manos, sin la senil irresponsabilidad ulterior del equipo
reaganiano) el Imperio Atlántico en el pasado siglo (Henry Kissinger y Richard
Nixon –ambos de un rigor quasi estaliniano en su metodología del anticomunismo,
a cuyo lado la dialéctica de combate de los ex/troskos asesores bushitas no es
sino retórica biodegradable de columnista postmoderno-) tenía a Spengler como a
uno de sus referentes máximos.
ECHAR
RAICES (Simone Weil)
“La forma contemporánea de la
auténtica grandeza es la de una civilización constituida por la espiritualidad
del trabajo (...) Pero no es posible referirse a semejante formula sin temblar.
¿Cómo alcanzarla sin mancillarla, sin hacer de ella una mentira? Nuestra época
está tan intoxicada de mentira que convierte en mentira todo lo que toca. Y
nosotros somos de esta época; no tenemos, pues, razón alguna para creernos
mejores que ella.”
Lo más cercano a una Utopía que puedo
admitir, tal vez porque su origen procede de GAIA (empapado de GAIA está el
binomio weiliano compuesto de Dios y Ciencia –esto es, observación en
profundidad de
Como ya dije en la glosa sobre SW aparecida en esta web, debo a Gianni
Donaudi (colaborador corazonesco, creador de mail/art, anticolonialista,
libertario, vinculado en sus años mozos al tercerismo thiriartiano de GIOVANE EUROPA)
el descubrimiento de su vida y obra. Concretamente, este libro fue de los
primeros que compré (al concluir la primavera del 97, en
Y, como colofón, ahora que está de
moda (con toda esta distorsionadora basura davinciana para consumo de
masas terminales con ínfulas intelectualoides) el banalizar la gnóstica y
compleja historia de Cristo y
“Amor a la verdad es una
expresión impropia. La verdad no es un objeto de amor. No es un objeto. Lo que
se ama es algo que existe, que es pensado y que por ello puede ser ocasión de
verdad o de error. Una verdad es siempre la verdad de algo. La verdad es el
esplendor de la realidad. El objeto de amor no es la verdad, sino la realidad.
Desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad. Desear un
contacto con la realidad es amarla. Sólo se desea la verdad para amar en la
verdad. Se desea conocer la verdad de lo que se ama. En vez de hablar de amor a
la verdad vale más hablar de un espíritu de verdad en el amor.”
EL
CONFLICTO DE CIVILIZACIONES (Samuel Huntington)
Este libro me lo pasó, creo recordar
que a comienzos del 2001, el ferrolano Káiser Xosé, paisano de Dildo y asiduo
por un tiempo a la tertulia que solíamos tener los viernes con Rafa C.
(tertulia en los últimos tiempos bastante guadianesca por los numerosos viajes
transcontinentales de Dildo en calidad de GQ MAN y las relaciones de
pareja del resto, incluido el maestro zen –hoy más cerca de las alegrías
mundanas del también zen Leonard Cohen que de su cartujano celibato de
antaño-).
Pero dejemos la chismología y vayamos
al asunto. Aparte de pronosticar el rol fundamental del Islam en el cambio de
rumbo que Lo Humano está viviendo (la caída de Occidente en sus últimos
avatares sodoweimarianos, la recuperación de Asia como árbitro planetario
–superando en protagonismo a los años de Vietnam y Kampuchea, de la primera
resistencia palestina, del despegue nipón o de
LES MYTHES FOUNDATEURS DE
Tanto en esta obra como en otra
anterior (“PALESTINA, TIERRA DE MENSAJES DIVINOS”), Garaudy desnuda por
completo la naturaleza de la dominación sionista sobre Occidente. Descubrimos
cuál es el auténtico crimen contra
Desde la actual mirada soreliana,
objetiva, ya no odio a los sionistas como en mis años de compromiso quijotesco:
son así (es su naturaleza –como el alacrán que picó a la rana-). No creo en sus
chantajes (lo mismo que no creo que una mantis esté rezando de verdad cuando
acecha a su presa) pero no los odio. Odio la hipocresía occidental, odio la
estupidez hitleriana que llevó a la presente situación, odio a los medios de
desinformación, odio las dialécticas lobotomizadoras que hablan de “diálogo”
y “alianza de civilizaciones”. Hitler hizo daño y lo pagó. Israel
también debe pagar: y lo hará siguiendo los pasos de Hitler, tras una guerra
cataclísmica, que envolverá a Occidente, durante la cual se arrancará todas las
máscaras victimistas, abandonará todos los chantajes, y el ansia de poder pura
y dura lo redimirá por un momento de su fariseísmo, y después (como le ha
ocurrido siempre a lo largo de su accidentada historia), su propio Destino (su
único y verdadero Dios) lo castigará de nuevo por el motivo de siempre, querer
imitar a los filisteos en su voluntad de dominación cuando la única salida
justa y lícita del judío es la integración en otros pueblos y no la imitación
(como bien execraba Simone Weil) de la bestia romana.
EL
NACIMIENTO DE
Compré este libro, en la transición
primavera/verano de 1997, en una librería bilbaína. En pleno desencuentro con
los nacionales por mi acercamiento al mundo abertzale. El libro supuso
la iluminación soreliana, la visión de lo Esencial que mueve a las gentes a
rebelarse, la noción de Mito,
ATLAS
SHRUGGED (Ayn Rand)
Aunque el libro lleva ya año y medio
en librerías y grandes superficies en su traducción al castellano, yo me lo
bajé (junto con “THE FOUNTAINHEAD”) en inglés allá por el 2003 en archivo PDF.
Con él culminó mi conocimiento de Ayn Rand, un conocimiento iniciado a finales
de 1997 con la lectura del ensayo de Chris Matthew Sciabarra “AYN RAND: THE
RUSSIAN RADICAL” sobre el sustrato filosófico del Objetivismo randiano, y
continuado pocos años después con la biografía de Barbara Branden “THE PASSION
OF AYN RAND”. AR, una de las dos grandes presencias femeninas judías (la otra
es Simone Weil, su presunta antípoda) que alimentan la lucidez zurdesca de estos
últimos tiempos, me muestra en “ATLAS SHRUGGED” una nueva vuelta de tuerca al
funcional mito del Anarca jungeriano. Martin Venator y Francisco D’Anconia
alternan en los parties como durmientes al servicio de una Realidad
Superior, Hannibal Lecter y John Galt (herederos del mutante luciferino Magneto
que conformó en la adolescencia mi visión de mí mismo en relación con una
sociedad día a día más abyecta) preparan el mundo paralelo que un día
arrebatará el mañana a los últimos hombres (nunca tuvo más sentido la
expresión nietzscheana) que hoy detentan este presente a medio derruir, en
tanto Hank Rearden y Dagny Taggart subliman sus existencias titánidas en
dirección a Lo Posthumano (hacia el Homo Superior, en palabras del
mentado Magneto) dejando jirones de la antigua piel por el camino. Ayn Rand con
este libro nos inyecta nitroglicerina directa al corazón a quienes no
comulgamos en absoluto con la decadencia vigente. Y nos invita a vivir cada uno
de nuestros días de furia no como un cul de sac de actuaciones ciegas y
desesperadas sino en la dinámica quirúrgica (Lecter again, pero también Lenin
en otros momentos de decadencia: el auténtico cirujano de hierro que
nuestros noventayochistas anhelaban y no hallaron ni por asomo) que despliega
VIGILAR
Y CASTIGAR (Michel Foucault)
“Las
disciplinas marcan el momento en que se efectúa la inversión del eje político de
la individualización. En sociedades con régimen feudal la individualización es
máxima del lado en que se ejerce la soberanía y en las regiones superiores del
poder. Cuanto mayor cantidad de poderío más marcado se
está como individuo: una individualización "ascendente".
En
cambio, en un régimen disciplinario la individualización es
"descendente": a medida que el poder se vuelve más anónimo y más
funcional, aquellos sobre los que se ejerce tienden a estar más fuertemente
individualizados; y por vigilancias más que por ceremonias, por observaciones
más que por relatos conmemorativos, por medidas comparativas que tienen la
"norma" por referencia, y no por genealogías que dan los antepasados
como punto de mira; por "desviaciones" más que por hechos señalados.
En un sistema de disciplina, el niño está más individualizado que el adulto, el
enfermo más que el hombre sano, el loco más que el normal. Es hacia los
primeros a los que se dirigen en nuestra civilización todos los mecanismos
individualizantes; y cuando se quiere individualizar al adulto sano es siempre
buscando lo que hay en él todavía de niño, la locura secreta que lo habita, el
crimen fundamental que ha querido cometer. Todas las ciencias, análisis o
prácticas con raíz "psico-" tienen su lugar en esta inversión
histórica de los procedimientos de individualización.”
Hay quien pretende ver en Foucault al
padre conceptual de las homobodas y de las leyes zerolianas cuando es
exactamente su antípoda. Las correrías sexuales del buen doctor en San
Francisco son una afirmación nihilista y salvaje de libertad, más relacionada
con la épica burroughsiana descrita en “EL LUGAR DE LOS CAMINOS MUERTOS”
(trasunto ficticio de sus propuestas de autodefensa homosexual a base de
bastonazos y armas de fuego) que con las estrategias del biopoder, con la
concepción del mundo como pabellón de reposo bajo vigilancia panóptica de las
almas (todos esos mariquitas uncidos al psicoanalista y al abogado y al
columnista rosa que ahogan su individualidad en la emulación ciega de los modelos
emasculados que se les proponen). La sexualidad foucaultiana, como su
pensamiento, es antihumanista, pesimista, crispada y agonística como la vida,
energética y amiga de tensiones como la realidad, nostálgica de poderes
soberanos (más brutales en su atención al cuerpo como objeto de castigo
ejemplar -pero mucho más tolerantes o, mejor, indiferentes, en cuanto al estado
de los espíritus-). Respeto y temor (pero sólo eso) exige el poder soberano de
antaño, sin voluntad de saber, sin control totalitario de las mentes. Foucault,
apoyando al régimen kurtziano de los Jemeres Rojos (con su vértigo quasi
prehistórico) y al estado/cuartel israelí (con sus connotaciones medievales
–aunque degradadas- de reino cristiano de las Cruzadas), deconstruye la
civilización ilustrada con sus ensueños mundofelicistas, las técnicas de
manipulación y doma, las abstracciones de un poder deseoso de convertir en
autómatas a quienes falsamente llama ciudadanos. Prefiere (como Jünger, aunque
desde una perspectiva diferente) la libertad de los súbditos, de sus vidas en
sombras llenas de rincones y recovecos donde cultivar la intimidad y el
misterio: las Luces no dan opción al secreto del gobernado, buscan su total
transparencia para satisfacer su ansia de dominio, de manipulación. El poder
soberano, poder natural, debe tomarse siempre en cuenta como algo grave que
condiciona nuestra existencia. El biopoder ilustrado, infuso en nuestras almas
por las modernas técnicas de alienación, pretende dirigirnos sin que seamos
conscientes de que nos dirige. Foucault, más activo que pasivo en su visión del
mundo y de la sexualidad, denuncia cómo la antinatural disociación de los
antiguos equilibrios de obediencia y libertad acaba por llevar a la entropía
presente de rebaños de alois mentalmente castrados apacentados por gélidos
morloks psicomengelianos, que devoran un día tras otro identidades con la misma
satisfacción bulímica con que los hórridos ogros de H.G. Wells deglutían
pedazos de carne de sus falsamente felices piaras.
Foucault nos describe, como tantos
otros antiutopistas, el auténtico horror: vivir
ESTALINISMO,
SOCIEDAD TRADICIONAL
Y
SENTIMIENTO DE REVOLUCION FRUSTRADA
(Antonio
Fernández Ortiz)
“La carencia jamás es dramática, lo fatal es la
saturación: crea al mismo tiempo una situación de tetanización y de inercia.”
Baudrillard define mi malestar en la
burbuja metastática, mi desubicación en el brave new world iniciado a
finales de los 80 con la caída del Muro berlinés (colofón felizmente idiota a
la no/catástrofe –es decir, a la auténtica catástrofe: más vale siempre un
final espantoso a un espanto sin fin; no de otra cosa trata la obra de
Baudrillard que comento- del crash bursátil del 87 y al malhadado complot
perestroiko que hundió a
Baudrillard, al hablar de Jomeini,
anticipa en sus irónicas reflexiones tanto a Bin Laden como al actual
presidente de Irán. Baudrillard encuentra la entropía en la corrección
política, el pensiero debole, la realidad acolchada, eufemizada... Baudrillard
se fija en Japón y nos muestra la raza superior, irreductiblemente identitaria,
superpragmática, de aquellos que usan lo occidental sin contaminarse
interiormente por su veneno de bondades por decreto y derechos ilusorios (el
verdadero enemigo de los Otros es aquel que pretende ayudarlos, no quien busca
su exterminio de manera frontal y directa: sobreviviendo a las sanciones
estalinianas, Chechenia es la principal espina clavada en el flanco de Rusia;
pese al napalm usaco, Vietnam es hoy un país con una enorme proyección de
futuro; pero si ZP y su Alianza de Civilizaciones fuesen la norma occidental en
las relaciones con el resto del planeta, asistiríamos al mayor etnocidio de
Por fortuna, lo que orbita empieza a
caer sobre nuestras cabezas a partir del 11S. Lo exorbitante deja de serlo.
Este libro, aunque lo tengo desde
comienzos de los 90, me cala en profundidad a partir de la primera relectura,
hecha (si no recuerdo mal) allá por el 97.
COMENTARIOS
SOBRE
“Ser conocido al margen de las relaciones
espectaculares, eso equivale ya a ser conocido como enemigo de la sociedad.”
Debord, al definir el Occidente que
le llevará a la muerte como “espectacular integrado”, define
“El ideal positivo que proponemos
es
Plenamente de acuerdo con el sentido
final de este párrafo, pero no si lo aceptamos en su literalidad talibanesca.
Como ya dije en el texto “NATUROCRACIA”, no fue el tufillo a reduccionismo
tecnofóbico lo que me atrajo del Manifiesto (soy demasiado fiel a Jünger para
desestimar la faceta técnica en la secuencia de hominización y sus superaciones
–el secreto no está en acabar con la técnica sino en dar un drástico golpe de
timón a sus actuales líneas de actuación, marcadas por la metástasis y la
dejación de toda trascendencia-), sino su atinado retrato de la claudicante Nueva
Izquierda en su devenir postmoderno (con apreciaciones –en cuanto a la
paulatina descategorización de la secuencia iniciada por la modernidad
demoliberal desde fines del XIX- que nos recuerdan tanto a Debord como a
Baudrillard como a Foucault -como, mucho antes, a Weil y Sorel-). Un retrato
donde el elitismo blanquista de un Lenin se encuentra con la altivez randiana
para tirar por los suelos (yendo a la raíz del problema) los impulsos políticamente
correctos y el buen rollito. La auténtica voluntad revolucionaria es
cosa de minorías conscientes de su superioridad y no, como denuncia el
manifiesto, de lo contrario:
“El izquierdista es antagonista al concepto de competición
porque, interiormente, se siente como un perdedor.”
Las bombas empleadas por Howard Roark
para impedir que la parodia afeitada de cuerna de su edificio se mantuviese en
pie tienen no poco que ver con el activismo de Unabomber. Tal vez el error de
éste fue no comprender cómo ahora procedía más John Galt y su huelga de
talentos, su terrorismo más por omisión que por acción, su voluntad de extender
la negempatía ante los problemas de Occidente (problemas sólo solubles si
Occidente dejaba de ser tal). La única actuación lúcida de un inconformista en
nuestro entorno, hoy por hoy, es sonreír ante el dominó de acontecimientos que
están acelerando la caída de la entropía occidental y no colaborar de ningún
modo en frenar dicha caída. Todo lo que fisure la ilusión de opulencia (agujero
de ozono, calentamiento global, cataclismos tectónicos, conflicto planetario
azuzado en última instancia por Israel en su contencioso con el mundo islámico,
crecimiento de la economía extremooriental en detrimento de la de Occidente,
rearme ruso, proliferación nuclear...) y lleve a la deconstrucción de las
falacias socialdemocráticas y neoliberales en pro de pulsiones
supervivencialistas y heroicas deberá ser considerado objetivamente nuestro
aliado. Y ello no implica pasotismo: no somos pasotas siguiendo estas pautas,
sino durmientes, a la espera de nuestro momento para actuar más
allá de la opinión y del análisis (pero actuar en detrimento del establishment,
jamás como coartada justificadora de su ilusión de pluralidad, como un sketch
más del integral show).