12 lecturas que

mejoraron mi mundo

 

Todo lo mejor que leí (Jünger, Nietzsche, Céline, Mishima, Ellroy, Drieu, Mounier, Cirlot, D’Ors, Ortega y Gasset, Kraus...) durante mis estériles años de quijotismo (1976 – 1998) me permitió, a la larga, redimirme de mis errores (esto es, de mis compromisos con la anécdota –compromisos que, al contrario de lo que yo pensaba entonces, no reafirmaban sino que contradecían tales lecturas) y descubrir (durante ese período de transición que va desde mediados del 98 al 11S del 2001 –transición marcada por las esclarecedoras charlas con el maestro zen Rafa C. y la no menos esclarecedora consumación de casi todas mis decepciones-) la Categoría. Ayudaron bastante a ello (casi tanto -o sin “casi”- como las mentadas charlas) los libros, artículos y opúsculos que a continuación detallo.

 

 

HANNIBAL (Thomas Harris)

 

Y el Verbo jungeriano se hizo Carne. Lecter redime al Anarca de indeseadas manipulaciones. Al Anarca, impremeditado alibí de traidores y oportunistas, de trayectorias deshonestas, de (así diría mi antiguo editor, Miguel Angel Vázquez) “nihilistas de mierda” (especializados en borrar sus pasos, en jugar a una incorrección controlada, a un simulacro de incorrección –antítesis del nihilismo activo, antiescapista, que representaba el abuelo Ernst y que hoy sólo puede concebirse como Lecter-). Al final los deshonestos con presunta vocación anarca pululan como peleles que añadir al spam humano configurado en establishment. Pero a medida que nos adentramos en el nuevo milenio (¿pongamos como umbral simbólico el 11S?) su hora se acaba: pues ahora llega la hora de Lecter, Cristo/Lobo de los tiempos que ya asoman, Monstruo ejemplar (porque, lo diré una vez más, en una civilización donde lo monstruoso es lo establecido, sólo aquello que dicha civilización tilda de “monstruoso” merece nuestro respeto y atención).

Lecter se transfigura, abandona sus iniciales trazas como caricatura foucaultiana, al ser interpretado por Anthony Hopkins en la gran pantalla. Ello obliga al autor, Thomas Harris, cuando escribe “HANNIBAL” (directamente pensado para acabar en película), a abandonar la condescendencia que se detectaba en las primeras obras (“EL DRAGON ROJO” y “EL SILENCIO DE LOS CORDEROS”) para postrarse ahora ante la majestad de su personaje, ya marcado para siempre por el carisma de Hopkins. Tras este libro, como ocurrirá pocos años después tras el 11S, los discursos convencionales sobre el Bien y el Mal se van diluyendo y entramos en una nueva fase.

Lecter o Lo Posthumano, crucificado entre cerdos pero al cabo victorioso (siempre me conmoverá más la merced última que Lecter en la cruz proporciona a Margot Verger ofreciéndole consumar impunemente el postre de la venganza contra su hermano que todos los cromos sobre Cristo consolando al efébico Juan y a las tres Marías). Nietzsche, el señor patata, recupera la lucidez y la movilidad, se desprende de su miseria para mostrarse al fin en toda su gloria épica, y asciende a los cielos de las expectativas superadoras, esos cielos que van barriendo hoy la basura de los derechos para imponer un nuevo (en el fondo, tan primigenio...) y singular Derecho, esos cielos que van ahogando en el presente día a día la basura de las libertades para establecer la única Libertad posible, la Libertad Responsable de quienes viven cada momento con la plena conciencia de la extrema gravedad del existir, asumiendo la Realidad (tan hermosa y, por lo tanto, tan atroz) sin escándalo ni angustia, con temple y heroísmo.   

El Destino me descubrió “HANNIBAL” en la librería 8 ½ una mañana de otoño de 1999, cuando me recuperaba de las heridas anímicas que me causó la expulsión de “MONDO BRUTTO” (expulsión tan iluminadora, una vez pasado el shock) y reafirmaba (después de la infructuosa visita a Verstrynge que había hecho con Rafa C. el año anterior) mi abandono del juego de espejos de la política de partidos y banderías y mi nuevo y definitivo interés soreliano, objetivista, totalizador, por las realidades del Poder. La sombra desarbolada del Zurdo/Quijote se desvanecía ante la serenidad de Lecter, esto es, ante la Realidad. Los contratiempos, las bofetadas, las continuas crueldades que propiciaba mi frenesí alucinado de otrora, mi entrega sin sentido a un sobrevalorado personal que ni por asomo la merecía, no me habían matado ni vuelto patata: muy al contrario, me habían hecho más sabio (más cauto -más fuerte-) y a partir del 11S plenamente sintonizado (como nunca antes) con el sentido último de los Nuevos Tiempos.

Ahora, por fin, Lecter y la Nueva Realidad me hacían tranquilo y optimista, un superviviente sin más afanes que disfrutar plenamente del momento, de MI momento. ¿Cabe mayor ambición?

En esta web shadowliner hemos dedicado bastante atención al buen doctor. Puedes comprobarlo aquí, aquí y aquí. 

“El doctor Lecter no necesita avales vulgares. Su ego, como su coeficiente intelectual y su grado de racionalidad, no pueden medirse con instrumentos convencionales.”

 

 

LA DECADENCIA DE OCCIDENTE (Oswald Spengler)

 

Comprado en la Cuesta de Moyano, junto con “EL ANTIEDIPO” de Deleuze y Guattari, en junio del 97. Ambos libros comparten una característica común en mi etopeya: no los leí cuando me lo dijeron, sino mucho tiempo después. En el caso del tocho spengleriano, se supone debería haberlo devorado cuando me hallaba en sintonía con Falange, por aquello de su influencia en José Antonio, o siguiendo los consejos de algún facha cultureta, por aquello de ser Spengler uno de los representantes más conspicuos de la Konservative Revolution alemana. Pero el Destino hizo que me topase con él cuando el mundo nacional se hallaba en plena desbandada ante mi persona y proyectos por mis coqueteos abertzales.

Libre de lastres confusionistas, podía adentrarme con más objetividad en la lectura de un texto fundamental que recobraba toda su vigencia en ese preciso momento. Los primeros cataclismos provocados por Al Qaeda, minimizados mediáticamente por las corridas clintonianas en boca de becaria, o las matanzas en colegios USA perpetradas por herederos espirituales de Carrie White (cuyo recuerdo, ya en el Nuevo Milenio, sería explotado petardesca y demagógicamente por el aardvark Michael Moore –Thod Solondz deconstruiría tal demagogia en su cáustica “STORYTELLING” devolviendo a la angustia adolescente su estremecedora prioridad-) contribuyeron a reafirmar la tesis cíclica del autor alemán sobre el albor, mediodía y ocaso de las civilizaciones.

No en vano el último tándem ideologizado que gobernó (con pulso fuerte y plena conciencia de lo que se traían entre manos, sin la senil irresponsabilidad ulterior del equipo reaganiano) el Imperio Atlántico en el pasado siglo (Henry Kissinger y Richard Nixon –ambos de un rigor quasi estaliniano en su metodología del anticomunismo, a cuyo lado la dialéctica de combate de los ex/troskos asesores bushitas no es sino retórica biodegradable de columnista postmoderno-) tenía a Spengler como a uno de sus referentes máximos.

 

 

 

ECHAR RAICES (Simone Weil)

 

“La forma contemporánea de la auténtica grandeza es la de una civilización constituida por la espiritualidad del trabajo (...) Pero no es posible referirse a semejante formula sin temblar. ¿Cómo alcanzarla sin mancillarla, sin hacer de ella una mentira? Nuestra época está tan intoxicada de mentira que convierte en mentira todo lo que toca. Y nosotros somos de esta época; no tenemos, pues, razón alguna para creernos mejores que ella.”  

Lo más cercano a una Utopía que puedo admitir, tal vez porque su origen procede de GAIA (empapado de GAIA está el binomio weiliano compuesto de Dios y Ciencia –esto es, observación en profundidad de la Naturaleza, de la Realidad Inmanente-, de pureza cátara –paradoja goticista y helenizante, maniquea y panteísta- y virtud republicana –la república artesana y campesina, rousseauniana, defensora de la frugalité-) y, por ello, trasciende la mera noción (tan limitada y prostituida) de “utopía”. Inviable, por supuesto, hasta que GAIA, con sus catástrofes, haga tabula rasa de la degeneración vigente, del desorden establecido. Pero después, a la hora de construir, cuando la santísima Necesidad ocupe lo que hoy detenta el satánico Capricho, el Mundo según Weil podrá comenzar a levantarse conjugándose con otros matices comunitarios en apariencia antagónicos (¿el Mundo según Rand?). Por supuesto, en algunos lugares (sobre todo, en Extremo Oriente) resultará más fácil (de hecho ya hay cimientos subyacentes bajo la epidermis impostadamente occidental). Simone Weil murió de hambre y tisis contra un mundo que no la necesitaba. Pero su obra cada día tiene más que decir, precisamente como revulsivo total contra el ambiente (farisaicas ONGs –chacales neocolonialistas cubiertos con crísticas pieles de cordero-, profesionales del buen rollito –americanos impasibles hoy remodelados y mil veces más nocivos que cuando Graham Greene escribió su novela, pues ahora se escudan en las coartadas que les aporta una progresía policíaca renegada de todo, salvo de su obscena venalidad, de su vacío tapizado de dogmas-) que ha querido hacerla suya cuando, precisamente, su esencia (su contencioso antisionista, raíz última de todo anticolonialismo) deja bien a las claras su lugar en las antípodas de la seducción terminal que Baudrillard denuncia en sus reflexiones sobre el Otro y Occidente. Simone Weil es una santa y, como toda auténtica santa, arde gloriosamente en lo que llaman “INFIERNO” quienes hoy se pavonean en el último y antiutópico avatar de la sociedad del espectáculo. Ese lugar donde seguramente está Cristo, el Cristo plagado de incorrecciones que hizo suya a Simone en un pueblecito italiano y que, de hecho, ya había vuelto a la vida terrena (por enésima vez) forjando la carne mestiza y caribeña de... Frantz Fanon. El que quiera entender, que entienda.

Como ya dije en la glosa sobre SW aparecida en esta web, debo a Gianni Donaudi (colaborador corazonesco, creador de mail/art, anticolonialista, libertario, vinculado en sus años mozos al tercerismo thiriartiano de GIOVANE EUROPA) el descubrimiento de su vida y obra. Concretamente, este libro fue de los primeros que compré (al concluir la primavera del 97, en LA CASA DEL LIBRO) junto con otros de la misma autora (“LA GRAVEDAD Y LA GRACIA”, “REFLEXIONES SOBRE LAS CAUSAS DE LA LIBERTAD Y DE LA OPRESION SOCIAL”, “A LA ESPERA DE DIOS”). 

Y, como colofón, ahora que está de moda (con toda esta distorsionadora basura davinciana para consumo de masas terminales con ínfulas intelectualoides) el banalizar la gnóstica y compleja historia de Cristo y la Magdalena, por aquello de afeminar (algo muy distinto a feminizar) al Mesías (¿quizás por darles un toque sacro a homobodas transtotales y simposios neofeministas paritarios, con o sin foto en el “VOGUE” o en “ZERO”?), quiero señalar que yo, de natural pagano y panteísta, me acerco anímicamente por primera vez al Misterio de Cristo a través de la peripecia existencial y las reflexiones de Simone Weil. Claro que SW se encuentra (como refleja estupendamente el presente libro) en las antípodas del submundo anticrístico que hoy pretende convertir a Cristo y la Magdalena en caligulesca carne de salsa rosa.  Lo que podría decir esta criatura (tan dulce pero tan fiera cuando era menester) sobre las homobodas y “EL CODIGO DA VINCI”...

“Amor a la verdad es una expresión impropia. La verdad no es un objeto de amor. No es un objeto. Lo que se ama es algo que existe, que es pensado y que por ello puede ser ocasión de verdad o de error. Una verdad es siempre la verdad de algo. La verdad es el esplendor de la realidad. El objeto de amor no es la verdad, sino la realidad. Desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad. Desear un contacto con la realidad es amarla. Sólo se desea la verdad para amar en la verdad. Se desea conocer la verdad de lo que se ama. En vez de hablar de amor a la verdad vale más hablar de un espíritu de verdad en el amor.”

 

 

 

EL CONFLICTO DE CIVILIZACIONES (Samuel Huntington)

 

Este libro me lo pasó, creo recordar que a comienzos del 2001, el ferrolano Káiser Xosé, paisano de Dildo y asiduo por un tiempo a la tertulia que solíamos tener los viernes con Rafa C. (tertulia en los últimos tiempos bastante guadianesca por los numerosos viajes transcontinentales de Dildo en calidad de GQ MAN y las relaciones de pareja del resto, incluido el maestro zen –hoy más cerca de las alegrías mundanas del también zen Leonard Cohen que de su cartujano celibato de antaño-).

Pero dejemos la chismología y vayamos al asunto. Aparte de pronosticar el rol fundamental del Islam en el cambio de rumbo que Lo Humano está viviendo (la caída de Occidente en sus últimos avatares sodoweimarianos, la recuperación de Asia como árbitro planetario –superando en protagonismo a los años de Vietnam y Kampuchea, de la primera resistencia palestina, del despegue nipón o de la Revolución Cultural-), el libro de Huntington me resulta especialmente de interés al señalar el cambio del centro de decisiones, del Atlántico al Pacífico. El Atlántico (esto es, el mundo latino tanto aquende como allende los mares, Africa Occidental, Gran Bretaña y la East Coast de USA) se extinguirá y el testigo pasará a todo lo que gravite en torno al otro gran océano (Africa Oriental y Oriente Medio, India, Siberia, Extremo Oriente y comunidad anglosajona del Pacífico –West Coast de USA y Canadá, Australia y Nueva Zelanda- más las zonas de Sudamérica que –bien recuperando su raíz primigenia indoasiática, caso de Perú, bien impulsándose en su herencia angloirlandesa para integrarse en la comunidad anglosajona, caso de Chile- rompan con lo latino y asuman plenamente su pacificidad, a lo que añadir la reconquista de la Antártida como liebensraum en base al progresivo deshielo de los polos –la Antártida y Siberia: las nuevas tierras de promisión para las generaciones venideras de lo posthumano-). Porque ese será el secreto del porvenir: frente al decadente e hipócrita pacifismo de la corrupción onusina y las neocolonialistas ONGs, la recuperación del espíritu pionero (en la comunidad anglosajona) y anticolonialista y soberanista (en el resto) que habrá de implicar la PACIFICIDAD, la vocación polemológica y geoestratégica barriendo el fariseísmo humanitario, la vuelta a relaciones internacionales basadas en el respeto inherente al temor y no en el prepotente paternalismo surgido del desprecio. El Otro volverá a ser (ya se está en ello, desde el 11S) un riesgo formidable con el que contar para largo y no un animal doméstico o una alimaña a la que anular (en cuerpo o en espíritu) a la primera de cambio. El Pensamiento Unico de los años que van desde la caída de la URSS al desplome de las Torres Gemelas dejará su lugar a una realidad multipolar en la que, tal vez, el primer referente macroeconómico sea China y no USA, y donde toda la basura lineal heredada de la Ilustración se pierda por el sumidero de la Historia (una Historia recuperada, en estrecha conexión con los ritmos espirales, cíclicos a la par que evolutivos, de la Naturaleza).

 

 

LES MYTHES FOUNDATEURS DE LA POLITIQUE ISRAELIENNE (Roger Garaudy)

 

Tanto en esta obra como en otra anterior (“PALESTINA, TIERRA DE MENSAJES DIVINOS”), Garaudy desnuda por completo la naturaleza de la dominación sionista sobre Occidente. Descubrimos cuál es el auténtico crimen contra la Humanidad de Hitler (aparte del de impedir, con la invasión de la URSS, la perpetuación de un bloque germanoeslavo –que habría supuesto la salvación para Eurasia y no la caótica situación actual, con una Alemania pseudounificada sin rumbo en su cada vez más mermada opulencia, y un Este europeo, unos Balcanes y una Rusia en un caos agonístico del cual sólo pueden intentar escapar con actuaciones bélicas, más o menos fratricidas, o preparándose para reconstruir sus líneas de defensa de cuando la Guerra Fría-): la complicidad en la construcción de la entidad sionista de Israel y la persecución de los judíos con vocación de ciudadanos alemanes (persecución que mutiló a Alemania de grandes talentos, en todos los campos –desde el premonitorio magnicidio de Rathenau a la Bauhaus, toda una saga de judíos con clara voluntad de construcción de una superpotencia germana vinculada al hermano soviético, que habría impedido, entre otras cosas, los autodestructivos despropósitos pardos y el posterior desarrollo del cáncer euroatlantista-). Tras leer a Garaudy, uno se asombra ante la astucia sionista, digna de hombres/insecto, de mantis humanas, que construyen un Estado que ha acabado por tener la última palabra en la toma de decisiones occidentales, un Estado erigido sobre la sangre de los judíos refractarios a la idea de irse a vivir a un desierto cuando tenían un mejor proyecto (Alemania, URSS) en donde integrarse. El chantaje israelí dominará durante décadas la voluntad de los judíos de la diáspora, impidiendo en buena medida su integración como ciudadanos norteamericanos, franceses, británicos, italianos o latinoamericanos, y convirtiéndolos en agentes al servicio de su retorcido neocolonialismo (caricatura contrarrevolucionaria del sucursalismo estaliniano y que hoy parece querer imitar el Islam en varias modalidades –las franquicias vinculadas a la multinacional Al Qaeda y las guerrillas en Próximo Oriente ligadas al radicalismo iraní-). El despojo de los árabes residentes en Palestina será legitimado bajo el recuerdo entontecedor del “HOLOCAUSTO” (silenciando, claro, la complicidad sionista en tal dinámica) y, hasta hoy mismo, con las canallescas sanciones económicas de la UE contra los palestinos por la victoria electoral de Hamas o (en Francia) con la persecución judicial de Garaudy por la mera publicación de este libro.

Desde la actual mirada soreliana, objetiva, ya no odio a los sionistas como en mis años de compromiso quijotesco: son así (es su naturaleza –como el alacrán que picó a la rana-). No creo en sus chantajes (lo mismo que no creo que una mantis esté rezando de verdad cuando acecha a su presa) pero no los odio. Odio la hipocresía occidental, odio la estupidez hitleriana que llevó a la presente situación, odio a los medios de desinformación, odio las dialécticas lobotomizadoras que hablan de “diálogo” y “alianza de civilizaciones”. Hitler hizo daño y lo pagó. Israel también debe pagar: y lo hará siguiendo los pasos de Hitler, tras una guerra cataclísmica, que envolverá a Occidente, durante la cual se arrancará todas las máscaras victimistas, abandonará todos los chantajes, y el ansia de poder pura y dura lo redimirá por un momento de su fariseísmo, y después (como le ha ocurrido siempre a lo largo de su accidentada historia), su propio Destino (su único y verdadero Dios) lo castigará de nuevo por el motivo de siempre, querer imitar a los filisteos en su voluntad de dominación cuando la única salida justa y lícita del judío es la integración en otros pueblos y no la imitación (como bien execraba Simone Weil) de la bestia romana.   

 

 

EL NACIMIENTO DE LA IDEOLOGIA FASCISTA (Zeev Sternhell)

 

Compré este libro, en la transición primavera/verano de 1997, en una librería bilbaína. En pleno desencuentro con los nacionales por mi acercamiento al mundo abertzale. El libro supuso la iluminación soreliana, la visión de lo Esencial que mueve a las gentes a rebelarse, la noción de Mito, la Intuición frente a los monstruos provocados por la entropía racionalista/ilustrada. Sorel (sus ideas, su mirada) movió a los jóvenes en el Occidente de los últimos 60 y primeros 70 (como bien señalaba el politólogo kennedyano Horowitz) a atisbar por un momento la dignidad reflejándose en su visión del Otro no desde la compasión sino desde la admiración (el Otro era –recreando la frase más afortunada de Ernesto Guevara- un dominó planetario de combatientes vietnamitas, de jóvenes guardias rojos conciliando a un tiempo la construcción estaliniana de un dios/motor de impulsos colectivos y la divinización randiana de su propia juventud). Sorel también empapaba con su visión del mundo la lucha de liberación nacional vasca que hoy se halla al borde de consumar su objetivo primero, la autodeterminación (luego habrá de venir la construcción nacional como entidad soberana y no –el peligro de degradación siempre acecha- como entidad filibustera libre de impuestos –a lo Sealand y/o Montenegro-). Sorel me ayudó (con su particular valoración de obreros y patronos en tanto elementos en perpetuo conflicto) a abandonar las anteojeras políticas que siempre enturbiaron mi instinto transversal y a conjugar en perspectiva estereoscópica los bandos enfrentados, siempre y cuando dichos bandos implicasen energía frente a entropía, voluntad frontal de combate frente a juego sucio (chantaje -parasitarias componendas-). Así he podido ver en los últimos años con igual atención y respeto a FLN y OAS, a radicales palestinos y colonos judíos, a irlandeses republicanos y paramilitares protestantes, a defensores de Azania y a irredentistas afrikaners, así pude profundizar en aquella dinámica nacional/comunista que llevó (desde el respeto por un enemigo capaz de inspirar tal sentimiento) a muchos Freikorps a simpatizar con la URSS, a Ramiro Ledesma a identificarse más con el proyecto de Joaquín Maurín que con los impulsos e intenciones de la Falange joseantoniana, o a Curzio Malaparte a morir en olor de maoísmo. Y, por eso mismo, en la realidad vasca solamente pude seguir con atención y respeto a un solo bando, porque el otro, traicionando su compromiso con la Energía, buscando el juego sucio, se escudaba en su camuflaje ghandiano para ocultar su alma pied-noir, exhibía su cobardía disfrazada hipócritamente de modos constitucionales y democráticos, a la espera de que alguien (utilizando alguna variante de guerra sucia o apoyándose, caso de Aznar, en una coyuntura de estrategia antiterrorista global) les sacase las castañas del fuego mientras ellos se limitaban a remedar espúreamente a las Madres de Plaza de Mayo (sus antípodas ideológicas). Sorel habría escrito palabras muy duras contra ellos. Sorel, por último, también late en las expectativas sociales propuestas por Simone Weil y Ayn Rand en sus modelos de comunidad: aristocracias del trabajo (meritocracias) rebeldes a toda alienación, a toda anécdota, adversarias irreductibles del ocio y la molicie, sólo obedientes a sus voces divinas (el sincretismo crístico de Weil, el egoteísmo vikingo de AR).

 

 

ATLAS SHRUGGED (Ayn Rand)

 

Aunque el libro lleva ya año y medio en librerías y grandes superficies en su traducción al castellano, yo me lo bajé (junto con “THE FOUNTAINHEAD”) en inglés allá por el 2003 en archivo PDF. Con él culminó mi conocimiento de Ayn Rand, un conocimiento iniciado a finales de 1997 con la lectura del ensayo de Chris Matthew Sciabarra “AYN RAND: THE RUSSIAN RADICAL” sobre el sustrato filosófico del Objetivismo randiano, y continuado pocos años después con la biografía de Barbara Branden “THE PASSION OF AYN RAND”. AR, una de las dos grandes presencias femeninas judías (la otra es Simone Weil, su presunta antípoda) que alimentan la lucidez zurdesca de estos últimos tiempos, me muestra en “ATLAS SHRUGGED” una nueva vuelta de tuerca al funcional mito del Anarca jungeriano. Martin Venator y Francisco D’Anconia alternan en los parties como durmientes al servicio de una Realidad Superior, Hannibal Lecter y John Galt (herederos del mutante luciferino Magneto que conformó en la adolescencia mi visión de mí mismo en relación con una sociedad día a día más abyecta) preparan el mundo paralelo que un día arrebatará el mañana a los últimos hombres (nunca tuvo más sentido la expresión nietzscheana) que hoy detentan este presente a medio derruir, en tanto Hank Rearden y Dagny Taggart subliman sus existencias titánidas en dirección a Lo Posthumano (hacia el Homo Superior, en palabras del mentado Magneto) dejando jirones de la antigua piel por el camino. Ayn Rand con este libro nos inyecta nitroglicerina directa al corazón a quienes no comulgamos en absoluto con la decadencia vigente. Y nos invita a vivir cada uno de nuestros días de furia no como un cul de sac de actuaciones ciegas y desesperadas sino en la dinámica quirúrgica (Lecter again, pero también Lenin en otros momentos de decadencia: el auténtico cirujano de hierro que nuestros noventayochistas anhelaban y no hallaron ni por asomo) que despliega la NEGEMPATIA ante las ficciones que nos rodean y nos redime desde el desapego a caer en las trampas espectaculares de un Sistema que sólo será anulado cuando, sin molestarnos siquiera en polemizar con él, todos le demos la espalda (Lenin contemplando la I Guerra Mundial con su maquiavélica sonrisa, consciente de que de dicha guerra surgirá la Revolución para su entorno, ajeno tanto a las soflamas socialpatrióticas como a los plañidos socialpacifistas, es profundamente galtiano y lecteriano). Antes que Debord, que Baudrillard, esta obra nos indica ya el secreto de cómo combatir a las terminales sociedades del espectáculo. Y como con Lecter, también en esta web shadowliner hemos dedicado bastante atención a La Palabra Randiana (ver aquí y aquí).  

 

 

VIGILAR Y CASTIGAR (Michel Foucault)

 

“Las disciplinas marcan el momento en que se efectúa la inversión del eje político de la individualización. En sociedades con régimen feudal la individualización es máxima del lado en que se ejerce la soberanía y en las regiones superiores del poder. Cuanto mayor cantidad de poderío más marcado se está como individuo: una individualización "ascendente".

En cambio, en un régimen disciplinario la individualización es "descendente": a medida que el poder se vuelve más anónimo y más funcional, aquellos sobre los que se ejerce tienden a estar más fuertemente individualizados; y por vigilancias más que por ceremonias, por observaciones más que por relatos conmemorativos, por medidas comparativas que tienen la "norma" por referencia, y no por genealogías que dan los antepasados como punto de mira; por "desviaciones" más que por hechos señalados. En un sistema de disciplina, el niño está más individualizado que el adulto, el enfermo más que el hombre sano, el loco más que el normal. Es hacia los primeros a los que se dirigen en nuestra civilización todos los mecanismos individualizantes; y cuando se quiere individualizar al adulto sano es siempre buscando lo que hay en él todavía de niño, la locura secreta que lo habita, el crimen fundamental que ha querido cometer. Todas las ciencias, análisis o prácticas con raíz "psico-" tienen su lugar en esta inversión histórica de los procedimientos de individualización.”

Hay quien pretende ver en Foucault al padre conceptual de las homobodas y de las leyes zerolianas cuando es exactamente su antípoda. Las correrías sexuales del buen doctor en San Francisco son una afirmación nihilista y salvaje de libertad, más relacionada con la épica burroughsiana descrita en “EL LUGAR DE LOS CAMINOS MUERTOS” (trasunto ficticio de sus propuestas de autodefensa homosexual a base de bastonazos y armas de fuego) que con las estrategias del biopoder, con la concepción del mundo como pabellón de reposo bajo vigilancia panóptica de las almas (todos esos mariquitas uncidos al psicoanalista y al abogado y al columnista rosa que ahogan su individualidad en la emulación ciega de los modelos emasculados que se les proponen). La sexualidad foucaultiana, como su pensamiento, es antihumanista, pesimista, crispada y agonística como la vida, energética y amiga de tensiones como la realidad, nostálgica de poderes soberanos (más brutales en su atención al cuerpo como objeto de castigo ejemplar -pero mucho más tolerantes o, mejor, indiferentes, en cuanto al estado de los espíritus-). Respeto y temor (pero sólo eso) exige el poder soberano de antaño, sin voluntad de saber, sin control totalitario de las mentes. Foucault, apoyando al régimen kurtziano de los Jemeres Rojos (con su vértigo quasi prehistórico) y al estado/cuartel israelí (con sus connotaciones medievales –aunque degradadas- de reino cristiano de las Cruzadas), deconstruye la civilización ilustrada con sus ensueños mundofelicistas, las técnicas de manipulación y doma, las abstracciones de un poder deseoso de convertir en autómatas a quienes falsamente llama ciudadanos. Prefiere (como Jünger, aunque desde una perspectiva diferente) la libertad de los súbditos, de sus vidas en sombras llenas de rincones y recovecos donde cultivar la intimidad y el misterio: las Luces no dan opción al secreto del gobernado, buscan su total transparencia para satisfacer su ansia de dominio, de manipulación. El poder soberano, poder natural, debe tomarse siempre en cuenta como algo grave que condiciona nuestra existencia. El biopoder ilustrado, infuso en nuestras almas por las modernas técnicas de alienación, pretende dirigirnos sin que seamos conscientes de que nos dirige. Foucault, más activo que pasivo en su visión del mundo y de la sexualidad, denuncia cómo la antinatural disociación de los antiguos equilibrios de obediencia y libertad acaba por llevar a la entropía presente de rebaños de alois mentalmente castrados apacentados por gélidos morloks psicomengelianos, que devoran un día tras otro identidades con la misma satisfacción bulímica con que los hórridos ogros de H.G. Wells deglutían pedazos de carne de sus falsamente felices piaras.

Foucault nos describe, como tantos otros antiutopistas, el auténtico horror: vivir la Antiutopía creyendo estar en el Paraíso, respirar la ponzoña sutil sin que nuestras defensas reaccionen, asumiéndola como ambrosía. Mercedes Milá presentando “GRAN HERMANO” es mucho más merecedora de juicio por “crímenes contra la Humanidad que todos los reos hasta la fecha por tales delitos. El hecho de que esta afirmación escandalice y no induzca a la reflexión salvo a una ínfima minoría es la mejor muestra de su validez.  

 

 

 

ESTALINISMO, SOCIEDAD TRADICIONAL

Y SENTIMIENTO DE REVOLUCION FRUSTRADA

(Antonio Fernández Ortiz)

 

Este largo artículo aparecido en 1996 en la revista “UTOPIAS” (vinculada a la Fundación de Investigaciones Marxistas) y que hoy podéis leer en el dossier shadowliner “STALIN PARK”, me fue proporcionado por Rafa C., al poco de empezar nuestro trato (cuando se pasaba las tardes en la biblioteca de la FIM leyendo las OOCC de Lenin). Tras los descubrimientos previos de Dugin, de Ziuganov, de Limonov, de los encuentros de Thiriart con comunistas (en los 60, con chinos, yugoslavos y albaneses; en sus últimos años, ya a medio caer la URSS, con los elementos soviéticos contrarios a la Perestroika), acabé finalmente, como Drieu poco antes de hacer mutis, con la revelación última, el tuétano de todo, si de comunismo nacional hablamos: Stalin. Y es a partir de los textos de Fernández Ortiz (incluida la no menos fascinante entrevista a Alexander Zinoviev publicada en “EL VIEJO TOPO” a fines del 2000 o las capitales “33 TESIS SOBRE EL PROYECTO SOVIETICO”) que me han ido facilitando el amigo Elderly y el propio Rafa, como he podido bucear en la esencia más profunda de lo estaliniano, esto es, la auténtica Revolución Conservadora en versión rusa (no en vano Jünger, el más egregio representante de la Konservative Revolution alemana, desarrolla en todos sus arquetipos rasgos que no habrían desagradado al Padrecito georgiano –el stajanovismo del Arbeiter, la licantrópica resistencia del Emboscado, o la sociopatía del Anarca, tan adecuada en épocas de Guerra Fría y quasi gemela de la actitud del randiano Atlas en huelga-). El astuto Putin, lector de Ayn Rand en privado y recuperador en público de Stalin como intrahistoria (Stalin como intrahistoria rusa: algo ya señalado por el irregular pero ocasionalmente atinadísimo Dugin en su “METAFISICA DEL NACIONALBOLCHEVISMO”), tan sólo por esto pasará a la Historia y se redimirá de ese aura de rata mediocre con que llegó al Poder. Antes de la reseña sobre mí elaborada por Dildo para la WIKYPEDIA, una de las alegrías mayores (en cuanto a reconocimiento público) que he sentido en los últimos tiempos fue el aparecer en la citada WIKYPEDIA como uno de los dos españoles (el otro era, precisamente, Fernández Ortiz) que mejor representan el Nacional/Bolchevismo. Quienes escribieron esta reseña (latinoamericanos en su mayoría, procomunistas, a quienes no he visto en mi vida) han atinado mucho mejor conmigo en cuanto a perfil ideológico al situarme en esa reseña que tantos nacionales a los que traté a lo largo de décadas y que nunca llegaron a comprender (seguramente –a qué engañarse-, en el fondo les importaba un carajo) de qué iba yo y mi tan cacareada transversalidad.

 

 

LA TRANSPARENCIA DEL MAL (Jean Baudrillard)

 

“La carencia jamás es dramática, lo fatal es la saturación: crea al mismo tiempo una situación de tetanización y de inercia.”

Baudrillard define mi malestar en la burbuja metastática, mi desubicación en el brave new world iniciado a finales de los 80 con la caída del Muro berlinés (colofón felizmente idiota a la no/catástrofe –es decir, a la auténtica catástrofe: más vale siempre un final espantoso a un espanto sin fin; no de otra cosa trata la obra de Baudrillard que comento- del crash bursátil del 87 y al malhadado complot perestroiko que hundió a la URSS y sus áreas de influencia) y que culmina a la par que muere (como todas las mariconadas y obesidades) a partir del 11S de 2001 (cuando la Historia vuelve a comenzar dando un papirotazo en la jeta al antiutópico Fukuyama), entre grotescas parodias de nostalgia, con las sombras que flanquean, a medio disolverse amagando zarpazos de afirmación terminal, al binomio Zapaterolo (Almodóvar entrecano y emasculado -¿todavía más?- de su verruga primordial, Polanko/Chernienko congelado en sus liftings y aspirando a la clonación o –como el papá del 500 veces visionado Bambi- a la criogenia, la hórrida tarasca de Maruja Torres camuflada en la atractiva y gentil gafosa con perrito de su viñeta en EPS –como un Dorian Gray a la inversa, o como aquellos mutantes de la segunda entrega de “EL PLANETA DE LOS SIMIOS” que ocultaban su podredumbre bajo impolutas máscaras de estolidez-, el cuerpo abotargado y quasi cetáceo del hijoputesco Haro Tecglen –lo de “hijoputesco” lo tomo de Blanca Uría, que sabía muy bien lo que se decía- repartiéndose cual piñata entre sus mandarinescos fans -jóvenes envejecidos prematuramente siempre prestos a ignorar, por incómodo, al hijo homónimo y su existencia como ontológica incorrección: y optarán, con el mal gusto de los cobardes, por la farisaica y siempre virtual república de pedantes ateneístas, de pícaros lerrouxistas y de... Alvaro de Retana, frente a la luciferina y siempre auténtica Revolución-...).

Baudrillard, al hablar de Jomeini, anticipa en sus irónicas reflexiones tanto a Bin Laden como al actual presidente de Irán. Baudrillard encuentra la entropía en la corrección política, el pensiero debole, la realidad acolchada, eufemizada... Baudrillard se fija en Japón y nos muestra la raza superior, irreductiblemente identitaria, superpragmática, de aquellos que usan lo occidental sin contaminarse interiormente por su veneno de bondades por decreto y derechos ilusorios (el verdadero enemigo de los Otros es aquel que pretende ayudarlos, no quien busca su exterminio de manera frontal y directa: sobreviviendo a las sanciones estalinianas, Chechenia es la principal espina clavada en el flanco de Rusia; pese al napalm usaco, Vietnam es hoy un país con una enorme proyección de futuro; pero si ZP y su Alianza de Civilizaciones fuesen la norma occidental en las relaciones con el resto del planeta, asistiríamos al mayor etnocidio de la Historia, a un mundo desprovisto de toda sustancia, poblado por clones de los siniestros payasos que, pretendiendo la empatía, sólo ofrecen entropía, sobornos para comprar las almas a precio de saldo, bantustanes dirigidos por la ONU y las multinacionales de la caridad, y parques temáticos donde la identidad se degrade en obsceno espectáculo para turistas).

Por fortuna, lo que orbita empieza a caer sobre nuestras cabezas a partir del 11S. Lo exorbitante deja de serlo. La Realidad traerá penuria material y, con ello, nos regalará una mayor voluntad de valorar. Sólo el miedo será global, y también los escombros, y de éstos resurgirá la Estética, la Economía, la Sexualidad, genuinas, identificables, sin transgenia ni ilusión holográfica, golpeando nuestros días por venir con su bendita integridad. La pureza acabará con la abyección.   

Este libro, aunque lo tengo desde comienzos de los 90, me cala en profundidad a partir de la primera relectura, hecha (si no recuerdo mal) allá por el 97.

 

 

COMENTARIOS SOBRE LA SOCIEDAD DEL ESPECTACULO (Guy Debord)

 

“Ser conocido al margen de las relaciones espectaculares, eso equivale ya a ser conocido como enemigo de la sociedad.”

Debord, al definir el Occidente que le llevará a la muerte como “espectacular integrado”, define la Antiutopía. El juego de espejos, más juego de espejos que nunca. Lo que nos hace humanos (la capacidad de mentir) se ha exacerbado hasta llegar al súmmum y nunca ha tenido más sentido (un sentido siniestro, de pesadilla) la imprecación nietzscheana humano, demasiado humano y, por tanto, la terapia del antihumanismo. La venalidad, los deseos de control, lo que yo llamé en alguna ocasión “psicomengelismo” (el trato, por parte del Poder, de los presuntos ciudadanos –en realidad, súbditos- como ratas de laboratorio de un gabinete manicomial –Mengele hurgaba en la carne: sus herederos de las democracias espectaculares integradas prefieren las mentes como objeto de su atención-), la insurgencia como performance histriónica de contraste de pareceres (como espejismo premeditado de oposición), la progresiva degradación de los gobernados para mayor comodidad de unos gobernantes día a día más ineptos (se aspira por parte de los sanedrines más degenerados de Occidente –la entidad virtual llamada “España” es una de las avanzadillas de ello- a una sociedad de clochards, de freaks, de mariconas, de perturbados no demasiado violentos, de anoréxicos, de bulímicos, de erotómanos uncidos a las fantasías de un sexo inalcanzable salvo en hologramas, de mendigos, de sobornados, de sofistas especializados en hacer inútil toda discusión al despojarla de su trascendencia, de castrados -de lobotomizados, en una palabra-). Afortunadamente, toda entropía acaba por autodevorarse en su propia secuencia de aniquilación. Las voluntades de construcción (que Debord no supo ver –yo también estuve en un tris de quitarme de en medio por la época en que él lo hizo pero opté por esperar, a ver si iba a perderme lo mejor, la caída de lo que a comienzos de los 90 parecía atado y bien atado: el error recurrente de los fabricantes de entropía es creer que ésta será eterna, que devendrá en aporía y que tal sofisma puede llegar a ser real-) van resquebrajando lo humano y recuperando lo prehumano (base paradójica del avatar redentor, lo posthumano). La opulencia deja de serlo, el espectáculo se desintegra, la tumoración civilizadora deja paso a nuevas oportunidades de Kultura (surgidas, como siempre ha ocurrido, de las catástrofes) y GAIA, de nuevo, renace cara a un nuevo ciclo.  

 

 

 

 

MANIFIESTO DE UNABOMBER

 

“El ideal positivo que proponemos es la Naturaleza. ¡Esto es, naturaleza SALVAJE! Aquellos aspectos del funcionamiento de la Tierra y sus cosas vivientes que son independientes de la administración humana y libres de su interferencia y control. Y con la naturaleza salvaje incluimos la naturaleza humana, con lo que queremos decir aquellos aspectos del funcionamiento de la persona que no están sujetos a regulaciones por la organización social sino que son productos del azar, o del libre albedrío, o dios (dependiendo de las opiniones religiosas o filosóficas).”

Plenamente de acuerdo con el sentido final de este párrafo, pero no si lo aceptamos en su literalidad talibanesca. Como ya dije en el texto “NATUROCRACIA”, no fue el tufillo a reduccionismo tecnofóbico lo que me atrajo del Manifiesto (soy demasiado fiel a Jünger para desestimar la faceta técnica en la secuencia de hominización y sus superaciones –el secreto no está en acabar con la técnica sino en dar un drástico golpe de timón a sus actuales líneas de actuación, marcadas por la metástasis y la dejación de toda trascendencia-), sino su atinado retrato de la claudicante Nueva Izquierda en su devenir postmoderno (con apreciaciones –en cuanto a la paulatina descategorización de la secuencia iniciada por la modernidad demoliberal desde fines del XIX- que nos recuerdan tanto a Debord como a Baudrillard como a Foucault -como, mucho antes, a Weil y Sorel-). Un retrato donde el elitismo blanquista de un Lenin se encuentra con la altivez randiana para tirar por los suelos (yendo a la raíz del problema) los impulsos políticamente correctos y el buen rollito. La auténtica voluntad revolucionaria es cosa de minorías conscientes de su superioridad y no, como denuncia el manifiesto, de lo contrario:

“El izquierdista es antagonista al concepto de competición porque, interiormente, se siente como un perdedor.”

Las bombas empleadas por Howard Roark para impedir que la parodia afeitada de cuerna de su edificio se mantuviese en pie tienen no poco que ver con el activismo de Unabomber. Tal vez el error de éste fue no comprender cómo ahora procedía más John Galt y su huelga de talentos, su terrorismo más por omisión que por acción, su voluntad de extender la negempatía ante los problemas de Occidente (problemas sólo solubles si Occidente dejaba de ser tal). La única actuación lúcida de un inconformista en nuestro entorno, hoy por hoy, es sonreír ante el dominó de acontecimientos que están acelerando la caída de la entropía occidental y no colaborar de ningún modo en frenar dicha caída. Todo lo que fisure la ilusión de opulencia (agujero de ozono, calentamiento global, cataclismos tectónicos, conflicto planetario azuzado en última instancia por Israel en su contencioso con el mundo islámico, crecimiento de la economía extremooriental en detrimento de la de Occidente, rearme ruso, proliferación nuclear...) y lleve a la deconstrucción de las falacias socialdemocráticas y neoliberales en pro de pulsiones supervivencialistas y heroicas deberá ser considerado objetivamente nuestro aliado. Y ello no implica pasotismo: no somos pasotas siguiendo estas pautas, sino durmientes, a la espera de nuestro momento para actuar más allá de la opinión y del análisis (pero actuar en detrimento del establishment, jamás como coartada justificadora de su ilusión de pluralidad, como un sketch más del integral show).