sumario:

 

DE CRIMENES Y CASTIGOS

 

ESTALINISMO, SOCIEDAD TRADICIONAL Y SENTIMIENTO DE REVOLUCION FRUSTRADA

 

VISION DE ALEXANDER ZINOVIEV

 

CODA ORTEGUIANA


 

DE CRIMENES Y CASTIGOS


(texto de Fernando Márquez leído en la Universidad Autónoma de Madrid el 25 de marzo del 99 -primeros bombardeos atlantistas sobre Yugoslavia-)

Un viejo debate con ecos de guerra fría se ha vuelto a despertar en Francia, a raíz de la publicación en el 97 (80 aniversario de la Revolución de Octubre) de un «Libro negro del comunismo» elaborado por marxistas conversos al neoliberalismo. En dicho libro se recuerda lo mucho que mataron los regímenes vinculados, en mayor o menor medida, al incendio que en otoño del 17 prendió la llama bolchevique. En la polémica organizada, algunos han llegado a pedir un Tribunal de Nuremberg para el comunismo y a comparar a éste con el hitlerismo. Ahora este debate llega a nuestro país con la publicación en castellano del citado «Libro Negro...» y me parecen oportunas unas consideraciones al respecto.

No estoy de acuerdo con los Nuremberg de ninguna clase por un sencillo problema de falta de autoridad moral: no la hay (ni ahora ni, por supuesto, cuando el primer Nuremberg) para condenar a nadie por «crímenes contra la Humanidad» (o, mejor, si alguien tiene atisbos de esa autoridad son precisamente quienes carecen del Poder para llevar a cabo tales juicios). Este tipo de eventos no tienen nada que ver con la justicia: son sólo un ejercicio de fuerza de unos vencedores sobre unos vencidos. No se celebran porque se deba hacerlo (según criterios de moral universal asumidos libremente a escala universal) sino porque algunos pueden permitirse el lujo de hacerlo. Una prueba evidente de la arbitrariedad de tales fastos se halla en el indulto de 1990 a los militares argentinos sólo un lustro después de unas condenas bastante benignas (si las comparamos con las de Nuremberg dan hasta risa) y no por ello se ha medido a Menem por parte de la tan mentada «comunidad internacional» con el mismo rasero con que se mide a Sadam o a los serbios, con embargos, injerencias investigadoras y bombardeos varios; muy al contrario, Argentina es con Puerto Rico el país latinoamericano más ligado económicamente a la tierra de Madeleine Albright. Y, por cierto, para quienes se emocionan tanto con la astracanada jurídico-virtual contra Pinochet (lo de «contra» entre comillas) y pretenden llevar a Garzón a los altares, dudo mucho que al «senador vitalicio» le espere un frío y húmedo Spandau de por vida, por poca que le quede, o la horca, como a los jerarcas pardos que fueron seleccionados de chivos expiatorios y no enrolados para los servicios secretos o el complejo militar/industrial del llamado «Mundo Libre». Otra arbitrariedad gorda son los psicodramas que se andan montando por Sudáfrica donde los verdugos del apartheid les dicen a sus víctimas no occisas y a los familiares de éstas que «lo sienten mucho», todos lloran y se van a casa tan ricamente (las víctimas y sus familiares quizás no tanto -salvo que el efecto lobotomizador del psicodrama haya sido total-): y a quien pretenda compararme estos psicodramas con la reeducación del último emperador por las autoridades maoístas (que todo quisque conoce por la película de Bertolucci) le contestaré que no hay color entre una situación y otra; China actuó contra el ex-emperador como le pareció más conveniente y sin hacer caso a posibles presiones foráneas (y lo hizo con generosidad -si pensamos en el precedente ruso de Ekaterinburgo-) mientras que la Sudáfrica de Mandela tiene tan poca autonomía para juzgar en toda regla a los responsables del antiguo régimen como el Chile de hoy para hacerlo contra Pinochet. No hay poder social suficiente en estos países ni influencia internacional a favor de su causa que les permita hacer justicia sin condicionamientos.

Pero, volvamos al principio, al tema del comunismo (concretamente, el de Lenin y Stalin -por aquello de la contemporaneidad con la creación, desarrollo y toma del poder del hitlerismo-) y a su posible equiparación conceptual con el III Reich. Es cierto (de una certeza perogrullesca a estas alturas) que el comunismo ruso, tanto en su conquista del Poder como en la consolidación de éste, mató mucho. Naturalmente, más que Hitler: por una parte, demografía obliga, había más población susceptible de caer en la refriega (también suele morir más población por catástrofes naturales en China o en la India que en la cuenca del Rin o en el Medio Oeste norteamericano -y toda revolución, al menos hasta la fecha, tiene mucho de catástrofe en cuanto a sus efectos traumáticos sobre la ciudadanía-); por otra parte, las ocasiones de conflicto social paroxístico (con peligro, por tanto, de pérdida de vidas) que vivió la URSS en sus años de consolidación fueron más numerosas y prolongadas que las vividas por el régimen hitleriano. Este llegó al poder por la vía parlamentaria y con el beneplácito (entre fatalista y cómplice) de la oligarquía y no tras una ferocísima guerra civil contra ésta; la purga de los cuchillos largos en junio del 34 se resolvió en una jornada mientras que las luchas por el poder en la cúpula del Partido Comunista que afianzaron a Stalin duraron años. Si bien es cierto que los métodos represivos empleados por Hitler contra los ciudadanos objeto de sus fobias fueron muchas veces copiados de los ya empleados previamente por el bolchevismo (que llevaba desde finales de los años 10 dando caña en materia de coerción y, obviamente, ya había desarrollado toda una metodología) también es cierto que, en una lógica totalitaria (bastante similar, en su fundamento, a la de los montañeses en el período del Gran Terror de la Revolución Francesa -y lógica heredada, a su vez, de las guerras de religión en las que el Papado y la monarquía absoluta mataron, proporcionalmente y salvando las diferencias tecnológicas, tanto como en este siglo-), lógica de conflicto (guerra civil y con otras potencias) y lógica de movilización total (planes quinquenales -hay que decir que motivados por la obsesión de Stalin de imitar el ritmo de trabajo fabril de los USA en los años 20, el llamado «taylorismo», y también por el sustrato ferozmente anticampesino dejado en el bolchevismo gobernante por Trotsky-), las víctimas de los primeros veinte años del régimen soviético resultan menos arbitrarias que las víctimas provocadas por Hitler (sin minimizar los componentes objetivos que conforman la lógica hitleriana -su fondo colonialista de expandir Alemania por el resto de Europa en vez de buscar nuevos espacios en la periferia, espacios ya ocupados por otras potencias; o su impronta biologicista, mamada en buena parte del higienismo racial tan en boga a principios de siglo en democracias tan ejemplares como la norteamericana y las escandinavas-, encuentro dicha lógica -en responsabilidad de pérdida de vidas- más arbitrariamente subjetiva y ligada a venadas psicológicas -incluso a ciertas dinámicas sectarias de las que tanto abundan en este fin de siglo-, que ceñida a un sistema puramente político de relaciones con la realidad).

Hecha esta puntualización, en ambos casos nadie que no vaya de druggo (pardo o rojo, me da igual) considerará tal avalancha de muertes como ejemplar o digna de emulación sino, desde luego, como algo a no repetir en futuras tentativas insurgentes y rupturistas (eso sí, a no repetir desde el rigor de quienes tratamos de ponernos en el lugar y en el momento de los hechos -con su ineludible cuota de «el horror, el horror», que diría Kurtz- y no desde la escandalera farisea de quienes gustan de reconstruir la Historia a posteriori como un juego de ordenador sin tener en cuenta las condiciones de cada latitud en cada época). Pero lo que no se puede hacer, desde una perspectiva que vaya más allá de la propaganda, es cargar a ningún régimen determinado con el sambenito de «mal absoluto» y objetivo ritual de los antiutópicos «dos minutos de odio». Los Estados Unidos, en muchos momentos de conflicto, han dejado claro cómo las gastan (guerra de Secesión -recordemos que el concepto de «guerra total» con su consiguiente cuota de exterminio de población civil se instaura en el código militar por el general nordista Sherman contra la Confederación sureña-, genocidio de los pieles rojas, «liberación» (entre comillas) de Filipinas tras la guerra contra España, bombardeos atómicos y no atómicos sobre Japón, guerra de Vietnam -con sus terribles flecos en Laos y Camboya-, guerra del Golfo o su reciente y aún más impresentable secuela por el «efecto Lewinsky»). Y otros países democráticos y «antitotalitarios» como Francia o Gran Bretaña tampoco se han parado en barras (guerras coloniales -incluidas las sucesivas represiones británicas en Irlanda-, guerra angloboer, bombardeos indiscriminados sobre ciudades alemanas en la II guerra mundial, doctrina «contrasubversiva» de los militares franceses a partir de sus experiencias en Indochina y Argelia -que hoy se considera como una de las principales fuentes de las que han bebido los más sangrientos pretorianismos latinoamericanos, sobre todo la ya mentada dictadura argentina del 76/83-...). 

No puede, por tanto, hablarse de que Hitler, Lenin y Stalin eran más malos que nadie y silenciar los pecados de los dirigentes llamados «democráticos». Resulta grotesco (y sumamente aleccionador sobre los peligros de mezclar historia y propaganda) el hecho de que Mussolini (cuyo régimen, el fascismo, ha dado pie semántico al mayor de los demonios en materia política) tenga menos sangre de la que responder que Kissinger, sujeto al que nadie juzgará nunca por «crímenes contra la Humanidad» (muy al contrario, en su momento le dieron... ¡el Nobel de la Paz!).

Por tanto, carece absolutamente de peso moral pretender una crítica del comunismo desde la aceptación como «mejor de los mundos posibles» de la democracia formal basada en los presupuestos (y en los muertos) emanados de Bretton Woods y del atlantismo (herederos, a su vez, del capitalismo salvaje y del colonialismo con que la modernidad occidental se desarrolló en el siglo XIX y primera mitad del XX, cuya impronta socioeconómica marcará precisamente, como se ha visto, los aspectos más oscuros de los regímenes soviético y hitleriano -nexo que ha podido confirmarse en las últimas décadas por los observadores más críticos analizando los perfiles represivos de regímenes capitalistas en permanente estado de excepción como el israelí, la Sudáfrica del apartheid o las dictaduras militares latinoamericanas-). La democracia formal solamente puede entenderse, por alguien que pretenda superar moralmente al comunismo, como un tránsito, un apeadero lo más breve posible, nunca como el destino final. Sólo disidentes honestos como los comunistas que buscaron una alternativa al bolchevismo (una Rosa Luxemburgo, un Joaquín Maurín, un Boris Souvarine) o como los defensores de una Tercera Posición espiritualista (una Simone Weil, un Emmanuel Mounier, un Alexandre Marc) o como los luchadores anticolonialistas (un Frantz Fanon, un John William Cooke, un Thomas Sankara), nombres hoy no muy populares (o, lo más, recuperados de manera sesgada) tienen licencia moral para pedir cuentas. Sólo desde la voluntad irreductible de disidencia se puede polemizar con Lenin y con Stalin. No desde la demagogia, desde la propaganda, desde la parcialidad conformista en defensa de la corrupción y la decadencia demoliberales (corrupción y decadencia que, a fin de cuentas, en un siniestro círculo vicioso -el círculo de la modernidad burguesa-, anticiparon, absorbieron y después continuaron lo peor de todos ellos).


 

ESTALINISMO, 
SOCIEDAD TRADICIONAL 
Y SENTIMIENTO DE REVOLUCION FRUSTRADA
(texto de Antonio Fernández Ortiz publicado en el 96 en la revista «Utopías» -vinculada a la Fundación de Investigaciones Marxistas-; sin duda, el artículo más atípico aparecido en una publicación de izquierdas en nuestra península durante la década de los 90)

I

Un aspecto muy importante de la interrelación entre intelligentsia y perestroika es la actitud de irritación y resentimiento con que ésta aborda la crítica de la sociedad soviética. La negación total del pasado es la característica principal de todos aquéllos que se unen en la idea de la perestroika. Stalin y el estalinismo son los términos que definen para la intelligentsia todo el pasado inmediatamente anterior a la llegada al poder de Gorbachov. La figura de Stalin emerge durante el tiempo de perestroika corno la gran culpable de los desastres de toda una época, que además y aun a pesar de los intentos de reformas, se prolongó como una sombra siniestra hasta la década de los ochenta en un estalinismo sin Stalin. La obra se continuaba a pesar de la ausencia del autor. 
«A pesar de los denodados esfuerzos de varias generaciones, a pesar del ingente número de víctimas, en nuestro país no se ha logrado el socialismo concebido por Lenin en los [años veinte. Precisamente por ello hemos llegado a la conclusión de que esta sociedad debe ser transformada de modo sustancial hasta sus cimientos. No en vano hablamos del carácter revolucionario de la perestroika (...) Lo que se presentaba en ocasiones como auténtico socialismo, cuando en realidad se trataba de un socialismo deformado (...) Tenemos que reconocer que, de momento, vivimos en un socialisnio de corte estaliniano, que nos queda por delante la tarea de transformar las estructuras económicas, sociales y espirituales (...)  Se nos plantea la tarea de librarnos, de¡ modo más completo y decidido, de todo lo que lleve el sello del estalinismo»
[nota:  AFANASIEV, Y. «Los aires de la perestroika: retórica y realidad de la nueva situación política», en «El País», Madrid, 7 de enero de 1988.]  Según estas declaraciones de Afanasiev, publicadas en el diario «El País» en fechas tan tempranas como enero de 1988, la influencia del estalinismo era tal que se planteaba como imprescindible un cambio radical en la sociedad soviética que implicaba incluso la transforrnación de sus estructuras espirituales. ¿Cómo pudo influir de tal manera el estalinismo en la sociedad soviética?, pero, en realidad, ¿qué entiende la intelligentsia soviética por estalinismo?

La intelligentsia [nota: La intelligentsia es un fenómeno específico de Rusia y de la URSS. En los debates por la modernización se fue perfilando en la historia contemporánea rusa una actitud ante ésta que durante la segunda mitad del siglo pasado vino a concretarse en lo que conocemos por intelligentsia. No es una clase social, no es un grupo político. El concepto de intelligentsia podría ser definido como una actitud ante la modernización. Actitud que no se corresponde con un claro perfil ideológico. Se puede ser parte de la intelligentsia tanto desde las posiciones del marxismo más ortodoxo como desde las del capitalismo monetarista más radical. Lo que define a la intelligentsia es la defensa a ultranza del concepto de modernización, pero desde una premisa fundamental: la de la imitación de los presupuestos modernizadores representados por la experiencia histórica de Europa occidental. La intelligentsia es occidentalista. Pero además tiene otra característica específica: la negación de la cultura rusa, a la que considera un lastre, cargada de un supuestamente nocivo asiatismo, de la cual la sociedad rusa debe desprenderse para entrar en el curso de la «civilización universal». Para un acercamiento al fenómeno de la intelligentsia ver, entre otros: BERDIAEV, N. / BULGAKOV, S. N. / FRANK, S. L.  et al. «Veji» en «Intelligentsia y Rossii», Molodai Guardia, Moscú, 1994; ASKOLDOV, S. A. / BERDIAEV, N. et al. «Iz glubini», Novosti, Moscú, 1991; BLOK, A. «Rossia y intelligentsia (1907-1918)», Alkonost, San Petersburgo, 1919; DOSTOIEVSKY, F. M. «Besy». ], en los albores de la perestroika, no renegó de la Unión Soviética por la supuesta falta de libertades o por la existencia de un Estado totalitario. Tampoco renegó del estalinismo por su carácter dictatorial o por el empleo de la violencia. La intelligentsia es revolucionaria y su  ideal de revolución no está exento de víolencia (como cualquier revolución). Ellos mismos estaban dispuestos al uso de la violencia y cuando llegó el momento de la revolución en 1917 la emplearon en la misrna medida que sus adversarios. Las víctimas de las represiones de Stalin, miembros de la vieja guardia bolchevique, fueron todas ellas activos revolucionarios, para los cuales el empleo de la violencia era un recurso habitual. La misma concepción de una Rusia útil en tanto que «material y como medios para la revolución mundial» expresada por Bujarin, sus fríos comentarios sobre la muerte y las ejecuciones expresadas en este mismo documento [nota: BUJARIN, N. «¡Ivo ia bol’shevik!  Ili neizvestnoc pis’mo N. Bujarina», en «Nas Sovremenik», nº 8, Moscú, 1990.] o las declaraciones de Zinoviev: «Debemos atraer hacia nosotros a 90 millones de 100  (...), con el resto no es necesario hablar, sólo es necesarlo externinarlos»  [nota: Un artículo interesante sobre la actitud ante la violencia de la élite del partido bolchevique, véase KOZHINOV, V. «Rossia i partaparat», en «Literaturnaia Rossiia», Moscú, 30 de octubre de 1992.] son un buen ejemplo de su actitud ante la violencia, la cual no dudaron en emplear a la hora de realizar masivas represiones durante los años veinte que Ilevaban implícitas acciones de fuerza y violencia tales que ellos mismos estimaban en más de veinte millones de personas las que deberían desaparecer como consecuencia de la aplicación de sus proyectos transformadores [nota:KOZHINOV, V. Op. cit.]   La propia intelligentsia durante la perestroika no escatimó la justificación y el empleo de la violencia para desmantelar el viejo imperio del mal, corno ellos lo llamaban. En 1988, en primera plana del semanario «Literaturnaia Gazeta», junto a un enorme retrato de Lenin, fue publicado, bajo el título «Más transparencia, más dernocracia, más socialismo», un corto pero enérgico manifiesto de apoyo a la perestroika, en el cual a la pregunta «¿Con quién estáis vosotros, maestros de la cultura?» sigue la siguiente respuesta: «Nosotros respondemos de una sola manera: ¡Nosotros estamos con la Revolución y con sus sagrados idealesl» [nota: AAVV «Bol’she glasnosti, bol’she demokrati, bol’she sotsializma», en «Literaturnaia Gazeta», Moscú, 20 de abril de 1988.]. Pero esta revolución significaba ya en 1991, para los agresivos tecnócratas que dirigen actualmente el país, la desaparición de las viejas generaciones «intoxicadas con el veneno de la ideología bolchevique». No importa que estas generaciones supongan más de treinta millones de personas, a las que se considera inadaptadas a Ias nuevas condiciones de la democracia [nota: BIUKOV, V. «Stolitsa», nº 36, Moscú, 1991.], o que puedan llegar a necesitar el empleo de la técriica militar,.de la artillería y de la aviación para  apaciguar a aquella parte de estos treinta millones de inadaptados que puedan decidirse por manifestar su disconformidad, como declaró en su día en conferencia de prensa el anterior alcalde de Moscú G. Popoy, hombre de apariencia pacífica, antiguo decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Moscú y auténtico prototipo de intelligentsía [nota:G. Popov fue elegido alcalde de Moscú en 1991. Pertenecía a la terna de líderes democráticos formada por A. Sobchak y B. Yeltsin. Antiguo decano de la Facultad de Economía de la Universidad Estatal de Moscú, participó en la fundación de diferentes frentes políticos de apoyo a las reformas y a Yeltsin. En verano de 1992 dimitió como alcalde de Moscú. Después de su paso por la alcaldía se convirtió en una de las mayores fortunas de Rusia. En la actualidad desempeña su actividad política al frente del Movimiento Ruso para las Reformas Democráticas.]. De las declaraciones se pasó a la acción directa y en octubre de 1993 se empleó contra las masas desarmadas la más sofisticada técnica militar, que provocó una verdadera masacre entre los partidarios y defensores del Soviet Supremo de Rusia [nota: Durante los acontecimientos de octubre de 1993 en Moscú la intelligentsia rusa acudió a los llamamientos que los demócratas radicales realizaron por televisión durante la tarde y la noche del 3 al 4 y se concentró frente al edificio del soviet municipal de Moscú. En las diversas alocuciones políticas, en las conversaciones entre los grupos reformistas, el interrogante en aquellos momentos era la ausencia del ejército. ¿Por qué no nos defiende el ejército? A la mañana siguiente, cuando ya era un hecho su presencia frente al Soviet Supremo, la intelligentsia decidió formar grupos de ciudadanos que dieran la bienvenida a los soldados y les explicaran la necesidad de tomar parte por ellos y asaltar el Parlamento. Las primeras acciones militares, ya por la mañana, fueron dirigidas contra las personas que allí se encontraban con la esperanza de poder detener con su presencia las acciones violentas. Fueron masacrados sin ningún tipo de opción. De los que consiguieron escapar a los primeros momentos, muchos encontraron la muerte en el pequeño estadio que se encuentra frente al Parlamento. Allí, durante mucho tiempo, pudieron observarse los orificios de las balas en las paredes y en muchos de ellos se apreciaba el plomo machacado por el impacto. Por la tarde, cuando el Soviet Supremo se rendía, por la avenida Kalinin (o Nuevo Arbar) circulaba una columna de tanques en dirección al Parlamento. Alrededor de la columna la intelligentsia moscovita y los «nuevos rusos» se desenvolvían con soltura regalando a los soldados hamburguesas, tabaco y refrescos al tiempo que los alentaban a defender la democracia. Doscientos metros adelante, esta misma columna hacía todo un despliegue de fuego con balas trazadoras disparadas en todas direcciones, respondiendo a una supuesta provocación realizada desde uno de los modernos edificios de paredes de cristal de la avenida.]

No es el empleo de la violencia o la ausencia de libertades lo que motiva la negación del estalinismo y de la sociedad que a él se asocia. Es el desarrollo de un sentimiento de revolución frustrada, consecuencia de la paulatina percepción de que la marcha de la revolución no conducía al desarrollo de esa sociedad moderna occidental que fue el referente histórico de la intelligentsia durante tantas décadas. La revolución, junto con su componente modernizador, no sólo permitió la pervivencia de la sociedad tradicional, sino que se apoyó en ella para la consecución de sus objetivos de crecimiento y desarrollo. El cambio iniciado con el proceso de modernización de la sociedad soviética en los años treinta posibilitó la perpetuación de las estructuras de la Rusia tradicional y su adaptación en el seno de una sociedad urbana e industrial. Es este proceso, estrechamente vinculado con el fenómeno del bolchevismo, del que la propia intelligentsia fue uno de sus componentes fundamentales, el que le da en el tiempo de, la perestroika esa característica violencia a las manifestaciones y declaraciones contra la URSS por parte de la intelligentsia. 

II

Un primer acercamiento a la Unión Soviética pone de manifiesto su carácter industrial. Su crecimiento económico desde los años treinta articulado en torno a los planes quinquenales de industrialización no era puesto en duda por nadie. Sin embargo, la siguiente percepción es la de su diferenciado carácter con respecto al modelo de sociedad industrial que de la misma representa Occidente. Las interpretaciones y valoraciones de estas diferencias son variadas, pero todas giraron, y giran, en Occidente en torno a unas cuantas ideas básicas: condena del comunismo ruso y, por extensión, del marxismo como teoría. Identificación del proyecto soviético, del estalinismo y del marxismo como un solo fenómeno. Condena de la sociedad soviética como una sociedad deformada, donde el empleo de la violencia, la ausencia de libertades individuales, de derechos humanos, de libertades políticas, son sólo los rasgos más sobresalientes de esta deformación. Este tipo de valoraciones en Occidente servían para reforzar el punto de vista según el cual la democracia occidental es el mejor sistema político conocido hasta la actualidad, de lo cual la historia nos demuestra su inevitabilidad [nota: «Hemos oído muy poco de su utilidad práctica y más especialmente teniendo en cuenta la circunstancia de su inevitabilidad histórica (...) La democracia no es, como tantas veces decimos, algo frágil: a falta de cualquier otra alternativa que funcione es inevitable» (GALBRAITH, J. K. «La prosperidad hace inevitable la democracia», en «El País», Madrid, 2 de septiembre de 1987) (Estas concepciones sobre el capitalismo pueden encontrarse mejor desarrolladas a través de la diversa obra de este autor. Ver, por ejemplo, «La cultura de la satisfacción») ], opinión que ha sido ampliamente asurnida,tanto por los intelectuales como por los formadores y transmisores de los valores ideológicos de la cultura occidental tanto en Occidente [nota: Un caso interesante de apropiación y transmisión de la ideología del capitalismo lo encontramos en las manifestaciones del director del diario «El País» con motivo de la visita oficial de Gorbachov a España. En el editorial de la víspera se recuerda al presidente de la URSS el carácter inevitable y natural del capitalismo. «El mercado es una categoría de vida indiscutible, no ideológica, como hay paisaje o existen catedrales en el mundo» y del ineludible curso que ha de tomar la perestroika en relación con este carácter del capitalismo.] como por las últimas generaciones de la intelligentsia soviética [nota: «La democracia es imprescindible desde el gobierno hasta la empresa (...) es útil limitar los procedimientos democráticos del Oeste». AMOSOV, N. «Real’nosti, idealy y modeli», en «Literaturnaia Gazeta», Moscú, 5 de octubre de 1988.]  
La sociedad industrial occidental se situó a sí misma en la cúspide de una representación de la historia en la cual la idea principal que mueve al mundo es la idea de progreso. Así, el capitalismo es históricamente el resultado de una serie de etapas previas de desarrollo de la humanidad que tuvieron como resultado el mundo liberal anglo sajón. Este modelo social no sólo es el más perfecto desde una perspectiva  histórica, sino que además se erige en el más perfecto de los modelos sociales y económicos que le son contemporáneos. El planteamiento simplificado del proceso histórico sitúa al mundo no capitalista en un nivel inferior. Así, los países árabes, África, Latinoamérica, Asia e incluso los antiguos países socialistas son considerados como territorios que todavía no han alcanzado el nivel de desarrollo político y económico que les espera al. final de un proceso político unilineal. El capitalismo niega la posibilidad de modelos de desarrollo alternativos y contemporáneos a él. Opiniones como la de la inevitabilidad de la democracia y la del fin de la historia son un exponente menor de toda una filosofía de justificación del orden social del liberalismo europeo.

El marxismo, en su estudio del capitalismo, elaboró la teoría de los estadios históricos que se suceden unos a otros en procesos más o menos complejos, donde el desarrollo de las contradicciones en el seno de cada uno de los estadios genera a su vez la posibilidad de de- sarrollo de¡ siguiente. Estos estadios son definidos principalmente por la naturaleza de las relaciones que los hombres que participan en el proceso productivo establecen entre sí. Este modelo explicativo mayoritarlamente aceptado, incluso por aquellos que no se reconocen en el marxismo, se ajusta con bastante precisión alanálisis de la historia europea. Sin embargo, presenta dificultades  para el estudio de ámbitos histórico-geográficos diferentes. En el caso concreto de Rusia, la aplicación de estas etapas de desarrollo para el estudio de su historia, en especial la contemporánea, ha resultado conflictiva [nota: Las interpretaciones más ortodoxas del marxismo trataron de ocultar la evolución del pensamiento de Marx en los últimos diez años de su vida en relación con la concepción de un modelo histórico lineal aplicable a toda la humanidad. El contacto con la realidad rusa y con el movimiento revolucionario ruso de la segunda mitad del siglo pasado supuso para Marx una reflexión sobre las peculiaridades históricas del capitalismo europeo y su imposibilidad de generalización. Ver SHANIN, T. «El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo», Ed. Revolución, Madrid, 1990.]

Siguiendo el materialismo histórico nos encontramos con que en Rusia, durante la última mitad del siglo pasado y el primer tercio del presente, se produce una aceleración tal de su historia que etapas enteras de evolución, así como procesos de transición que en Europe occidental ocuparon siglos de conflictividad, se resolvieron aquí en plazos asombrosamente cortos. El capitalismo pasa corno una sombra por la historia rusa cuando en algunos países de Europa todavía era un atisbo y en los países pioneros no había alcanzado algunas de sus formas más maduras. Esta fugacidad se convirtió en una de las diferencias que marcaron el carácter irreconciliable de las relaciones entre mencheviques y bolcheviques, y posteriormente también fue parte del trasfondo teórico del gran debate de los años veinte sobre la construcción del socialismo en un solo país. La existencia de elementos del capitalismo en la Rusia de finales de siglo es un hecho evidente que fue recogido por Lenin en su trabajo sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia [nota: El análisis leninista sobre las condiciones del capitalismo en la Rusia del cambio de siglo conjuga la realidad de un capitalismo incipiente con la necesidad ideológica de un capitalismo desarrollado capaz de generar en su seno las premisas revolucionarias necesarias para la connstrucción del socialismo. Esta necesidad coyuntural fue después asumida como una verdad incuestionable por una parte importante de la historiografía soviética. El trabajo central de Lenin sobre el que se sustentan todas estad apreciaciones es el libro sobre el desarrollo del capitalismo en Rusia. LENIN, V. I. «El desarrollo del capitalismo en Rusia, 1896-1898», Tomo III, Progreso, Moscú, 1981 (edición del Instituto de Marxismo-Leninismo adjunto al Comité Central del PCUS).] Pero la existencia. de elementos del capitalismo no significa la plena implantación del mismo.

El socialismo oficial soviético trató durante mucho tiempo de presentarse corno la fase superior de evolución histórica que el marxismo había previsto. De las contradicciones internas del capitalismo surgiría un nuevo est.adio histórico: el socialismo. Los teóricos del marxismo soviético se ernpeñaron en demostrar la autenticidad de esta teoría. Para ellos el socialismo en la URSS era un estadio de desarrollo histórico superior que, en virtud de condiciones históricas adversas, comenzó su trayectoria en inferioridad, de condiciones debido a su pobre desarrollo industrial, pero que, como modelo teórico superior, en un proceso breve de tiempo demostraría su superioridad sobre el modelo del capitalismo.

Los problemas comenzaron a plantearse cuando la realidad histórica de la URSS comenzó a distanciarse del modelo teórico del marxismo clásico así como del modelo socialdemócrata europeo, Un primer intento de reconducir el socialismo soviético hacia el modelo de sociedad de la Europa occidental lo supusieron los intentos de reformas de la época de Kruschov. El soporte principal de estas reformas fue la crítica a Stalin. Sin embargo, el estalinismo no era sólo una categoría de poder, era además una actitud social fuertemente arraigada entre la poblacióri y que de una u otra manera pervive hasta la actualidad. Por eso la condena al estalinismo devino pronto en la condena de todo el modelo social, confundiéndose la pervivencia de las estructuras de la vida tradicional con las consecuencias del ejercicio desmesurado del poder. Las ideas de reforma de aquellos años conducían, de una u otra manera, a una situación similar a la producida en los años de la perestroíka. No son sólo determinados aspectos de un modelo de desarrollo lo que se quiere cambiar o modificar, es casi todo el rnodelo histórico. 

Aquí nos encontramos con una de las principales características de la URSS. El.proceso inciado con la Revolución no es el del paso de un estadio histórico, capitalismo, a otro superior, socialismo. Las consecuencias de la Revolución de octubre son el inicio de un modelo de industrializacián y de desarrollo social contemporáneo y diferente al modelo del capitalismo. No es la consecuencia histórica del capitalismo. Es un modelo de industrialización diferente al modelo liberal iniciado en los años de la modernidad europea. Este proceso no sólo es consecuencia de la Revolución de Octubre, sino que hunde sus raíces en la historia y está especialmente vinculado a la búsqueda de un camino hacia la industrialización que desde el siglo anterior buscaba la sociedad rusa. La característica fundamental de este modelo es la síntesis unificadora que de la sociedad tradicional y del industrialismo se producen en su seno, además este industrialismo es percibido y desarrollado a través del prisma del marxismo, que a su vez también le aporta matices diferentes con respecto al modelo que del mismo supone el occidental. 


 

III

E. J. Hobsbawn califica la dicotomía entre sociedad tradicional y sociedad moderna como tosca y ahistórica [nota: HOBSBAWN, E. J. y ALAVI, H. «Los campesinos y la política. Las clases campesinas y las lealtades primordiales», Anagrama, Barcelona, 1976.] El principal inconveniente de este autor al empleo del término «sociedad tradicional» en contraposición al de «sociedad moderna» reside en que tal calificación presupone, por parte de quienes emplean esté concepto, la consideración de la misma como un todo uniforme y estático a la vez que inmutable. El empleo del concepto «sociedad tradicional», en el sentido con el que aquí es utilizado, no irnplica ninguna.de estas consideraciones.

La utilización de este concepto es por principio conflictiva y exige un mínimo de concreción. Veamos qué entendemos por «tradición» y por «sociedad tradicional» en general, y posteriormente porqué lo aplicamos a la Unión Soviética. Podemos considerar como tradición todos aquellos elementos del le gado sociocultural (costumbres, ideas, valores morales y espirituales, normas de conducta usos sociales, formas de trabajo, etc) históricamente formados en el seno de una formación social determinada, que se mantienen durante largo tiempo en el seno de la misma. Este legado se caracteriza por su lento proceso de formación. El tiempo y la experiencia determinan la incorporación y la supervivencia de sus elementos. La tradición se transmite de generación en generación y es siempre el punto de referencia que legitima y da validez tanto al presente corno al futuro. 

Por sociedad tradicional, en general, podemos con considerar aquella formación social en la cual la tradición se convierte en el elemento fundamental que determina su funcionamiento. Una sociedad tradicional no es estática e inmutable, sólo que la transformación y evolución de sus diversos elementos que componen su legado tradicional evolucionan lentamente (o quizá sería mucho más oportuno decir que el ritmo de evolución es diferente al que, como miembros de las sociedades rnodernas, éstas nos tienen acostumbrados), ya que los elementos de innovación, para ser admitidos en el corpus general de la tradición, deben ser lo menos contradictorios con el pasado. No obstante, los cambios radicales y la incorporación de nuevos e incluso contradictorios valores ocurren de tiempo en tiempo. Las sociedades tradicionales tienen formas específicas de percibir la historia, el tiempo, la relación del hombre con la naturaleza y Ias relaciones de los hombres entre sí. La historia es mítica. Todo acontecimiento histórico se reconoce en un acto primordial que lo legitima y del cual es repetición. En este sentido, el papel del héroe es fundamental a la hora de formar la memoria histórica de las sociedades tradicionales. La acción del héroe contemporáneo es reconocida en su arquetipo y este reconocimiento, esta repetición del arquetipo, es lo que le da validez y legitimación: «Para las sociedades tradicionales, todos los actos importantes de la vida corriente han sido revelados ab origine por dios o héroes. Los hombres no hacen sino repetir infinitamente esos gestos ejemplares y paradigmáticos» [nota: ELIADE, M. «El mito del eterno retorno», Alianza, Madrid, 1989, p. 38.]

También es peculiar de las sociedades tradicionales una concepción cíclica del tiempo que permite una regeneración continua del hombre y de su sociedad con el reinicio de cada ciclo. Así los hitos que marcan el comienzo y el fin de los ciclos adquieren una categoría religiosa. En general estos hitos, en cuanto asociados a las actividades básicas del hombre, matrimonio, cosechas, conflictos, etc., dan a los mismos un carácter religioso. En tanto que estas actividades están relacionadas con la naturaleza y los ciclos naturales, la relación del hombre con la naturaleza adquiere una relación especial. El hombre es parte de la naturaleza en tanto en cuanto su vida, y no sólo la material, sino también la espiritual, está estrechamente relacionada con ella. Su actitud es de adaptación y colaboración frente a la de dominación y explotación del hombre moderno. Por último, señalemos el carácter dependiente de los hombres de las sociedades tradicionales. No son libres en el sentido que en Occidente se emplea el concepto «libertad». Ellos establecen relaciones de dependencia personal que los vinculan entre sí a diversos niveles: familia, clan, tribu, etnia, comunidad religiosa. En ellos el individuo está superdicado al colectivo, al grupo, que al tiempo que lo protege se protege a sí mismo, tanto de la naturaleza hostil como de otros grupos hurnanos.

IV

La ideología del capitalismo se articula, fundamentalmente, alrededor de la crítica del pasado y de la tradición. La lucha contra la tradición es una de las principales responsabilidades que tomó sobre sí la nueva ciencia desde los albores de la modernidad europea. En la URSS de la industrialización, la elaboración de. sus soportes ideológicos tiene un carácter dualista en cuanto a la crítica y la negación del pasado se refiere. La experiencia del socialismo, en cuanto propició la incorporación de Rusia a la civilización industrial, ha hecho presuponer, haciendo una asimilación a la experiencia occidental poco afortunada, la destrucción más o menos efectiva de los vestigios de la sociedad tradicional. Esta consideración parte del principio según el cual industrialización y sociedad tradicional son incompatibles. El referente ideal de esta supuesta incompatibilidad es la experiencia europea. Pero esta experiencia es un caso concreto de industrialización. En el caso soviético el proceso es diferente y la sociedad tradicional, punto de partida de la industrialización, no sólo se convirtió en un obstáculo, sino que fue su sostén más importante. Esto el mismo tiempo no significa una complementación ideal, exenta de contradicciones y conflictos, y una transposición de esta sociedad tradicional a la Unión Soviética industrializada sin sufrir ningún tipo de alteraciones y adaptaciones. 

Existe un viejo debate en la historiografía occidental en torno al concepto de estalinismo. A través de este debate se trató de determinar el grado de desviación que de las pretensiones revolucionarias iniciales supuso la práctica del «socialismo real» en la URSS durante los treinta años que coincidieron del estalinismo como una continuación del bolchevismo y de la revolución, o como una deformación de éstos. El resultado estaba en relación directa con la actitud política de los autores o de las escuelas y corrientes de investigación a las que pertenecieran. Así, la sovietología norteamericana, salvo excepciones,  en su ansia por la crítica al comunismo y al marxismo, identifica como un solo proceso bolchevismo y estalinismo. De la crítica y condena del estalinismo se deduce automáticamente la crítica de la Revolución de Octubre, de la idea del comunismo, etc., con lo que esto tenía de significativo para la condena del movimiento obrero internacional y de los movimientos de liberación nacional actuantes en el Tercer Mundo. 
En el otro extremo de la balanza se situaron aquellos que tenían un especial interés en salvar de esta crítica la idea de la revolución, el marxismo cómo teoría, etc. En esta actitud tenemos el ejemplo del movimiento comunista europeo y occidental, vinculado fundacionairnente a través de la III Internacional con la Revólución de Octubre. Así, las críticas de algunos partidos comunistas europeos y los intentos de elabóración de un «eurocomunismo» fueron en esta dirección. En el caso de los eurocomunistas encontrarnos todas las formulaciones de una nueva política nacional e internacional distanciada de la URSS (en la mayoría de los casos evolucionó hasta una verdadera y visceral actitud antisoviética) basada en la crítica de la política estalinistá y de la intervención soviética en Europa central (Checoslovaquia, Hungría, etc) y una recuperación de los valores de la democracia occidental, incorporada a la política de partido, realizada por los comunistas italianos, a los que se les unieron españoles y franceses en el lema «socialismo en libertad»
[nota: Sobre la formulación de la política del eurocomunismo y su distanciamiento del socialismo soviético, véase NAPOLITANO, G. «La alternativa eurocomunista», Blume, Barcelona, 1977.] En el caso de los historiadores, son numerosos los que tratan de salvar la idea de revolución y de socialismo de toda posible vinculación con el estalinismo. Tomemos por ejemplo la declaración de principio reaIizada por el historiador Michal Reiman en el primer capítulo de su libro sobre el origen del estalinismo: «No comparto la opinión de que el origen del estalinismo pueda atribuirse al conjunto de las ideas socialistas que acompañaron a la Revolución de Octubre y que la historia de la URSS pueda interpretarse desde el primer momento como un proceso de evolución rectilínea en dirección a la meta del estalinismo. Ciertamente, en las teorías de los bolcheviques había algo que favoreció la degeneración de la forma de Estado y sociedad en la URSS. Pero no creo, en cualquier caso, que ese algo debe identificarse con la teoría e ideología socialista como tal» [nota: REIMAN, M. «El nacimiento del estalinismo», Crítica, Barcelona, 1982. ] 

Durante la perestroika, la propia concepción de ésta como una revolución y su identificación con el pasado revolucionario ejemplificado en la Revolución dé Octubre y, al mismo tiempo, la necesidad de una negación de la experiencia del socialismo real como causante de toda una serie de desastres que condujeron a la situación de estancamiento obligó en un principio, mientras fue necesario a los intereses de los arquitectos de la perestroika, a trazar una línea divisoria entre estalinismo y bolchevismo. El leninismo, la NEP y sus defensores, corno el caso de Bujarin, se convirtieron en los referentes revolucionarios de la perestroika mientras a ésta le fueron útiles.
En este sentido, en las páginas de las principales revistas de la Unión Soviética tuvieron acogida durante la perestroika numerosos artículos en los cuales se analizaban las relaciones entre bolchevísmo y estalinismo y diferentes aspectos relacionados con la forrnación y evolución de este último. Además de los especialistas soviéticos, participó en estos debates algún que otro historiador extranjero. En uno de estos artículos, el historiador S. Cohen traza también una línea divisoria entre bolchevismo y estalinismo, pero introduce otro factor interesante. A la hora de explicar estas diferencias, Cohen apunta hacia la necesidad de tomar en consideración el peso del pasado más reciente de la historia rusa en los aspectos relacionados con la movilización de las masas, el culto a la personalidad o el carácter del Estado ruso, etc. Es decir, la pervivencia de elementos del carácter tradicional de la sociedad rusa, que da como resultado el carácter dualista (modernización/tradición) del estalinismo: «Cierto, naturalmente, que la polí(ica estalinista fue fue dada sobre rasgos esenciales de la que viene en llamarse modernidad, Incluyendo la industrialización, el progreso técnico y la alfabetización masiva. Al mismo lempo, también es cierto que el estalinismo engendró otros fenómenos importantes en la vida económica, social y política, los cuales pueden ser considerados no modernos y progresivos, sino conservadores e incluso regresivos (...) Estas características (...) tienen mayor relación hacia el pasado de Rusia que hacia el modelo occidental de modernización (...) En este contexto se presenta como erróneo interpretar toda la cultura social y política del período estalinista sólo corno producto de la censura estatal y de la represión. En un significativo nivel, Ia cultura estalinista (...) tenía, por lo visto, profundas raíces sociales»
[nota: COHEN, S. «Bol’shevism i stalinism» en «Voprosi Filosofii», nº 7, Moscú, 1989, pp. 46-72. ] 

Probablemente sería más oportuno no trazar una línea divisoria que pueda resultar artificial y presentar más tarde problemas para la explicación de fenómenos en los que se ponen en estrecha relación estalinismo y bolchevismo. En nuestra opinión, el debate entre continuidad o deformación encierra en  sí otro conflicto más profundo, el de la ruptura o continuidad.de las estructuras tradicionales de la sociedad soviética en su proceso de industrialización. 

El bolchevismo no fue un movimiento homogéneo. En su seno tuvieron cabida diferentes concepciones sobre la modernización de la sociedad rusa y sobre el camino que a ella conducía. Existía en la Rusia del cambio de siglo un fuerte debate en torno a este terna. Eslavófilos y occidentalistas mantenían enfrentamientos interminables en defensa de sus presupuestos teóricos. El gran problema para la opción nacional o eslavófila devenía de la dificultad de asimilar la industrialización en tanto en cuanto ésta, a través del único modelo hasta ese momento conocido, el del capitalismo, representaba una agresión definitiva que destruiría el mundo tradicional que ellos se empeñaban en salvaguardar. En un proceso complejo, puede considerarse que el bolchevismo realizó una función de síntesis. Negando en un principio el factor nacional que representaba el campesinado, promoviendo la lucha d e clases en el campo para acabar con los. restos de lo que Lenin Ilamaba feudalismo, desarrollando una fuerte lucha política contra los grupos populistas, el bolchevismo miró hacia el movimiento obrero, hacia la industrialización, hacia la lucha de clases como motor político, hacia el cambio. El bolchevismo no sólo no aceptaba la industrialización, sino que la exigía. El primer paso estaba dado. La incorporación del campesinado al bolchevismo tras la Revolución de Octubre y durante la guerra civil [nota: El grado de adscripción del campesinado a la Revolución es un tema todavía no resuelto. SHANIN, T. («La clase incómoda», Alianza, Madrid, 1983) habla de las resistencias del campesinado a participar tanto en los nuevos órganos de poder local como en las organizaciones partidarias, las cuales a través de informes y comunicados a instancias superiores del partido muestran la precariedad de medios humanos con que cuentan, así como la poca receptividad de los campesinos a la política del partido. Este es un aspecto del problema visto desde una óptica cuantitativa, pero en este caso nos interesan más los aspectos cualitativos de la participación campesina. Si la participación política del campesinado tuviésemos que medirla en proporción al número de sujetos que inervienen en ella en relación con el porcentaje total de población que representan los resultados, entonces éstos serían desalentadores, ya que el 90 por 100 de la población rusa de la época eran campesinos. La incorporación política del campesinado debemos medirla por la participación activa en la vida política y cultural del país de un número cada vez más elevado, y al tiempo influyente, de nuevos cuadros que provenían del ambiente rural. Los vehículos para esta incorporación fueron diversos: el partido, el Konsomol, el ejército, etc. La presencia de todos estos nuevos cuadros que traían desde sus lugares de procedencia una fuerte presencia de su concepción del mundo campesina fue haciéndose cada vez más importante, en especial cuando después de los enfrentamientos políticos entre las facciones del partido se alejó de los órganos de dirección a la mayoría de los viejos cuadros formados en la tradición socialdemócrata.] unificó en su seno lo que se manifestaba en el resto de movimientos sociales y de partidos políticos. El estalinismo es una continuación deI bolchevismo en la medida que el bolchevismo, como movimiento, como cultura, desarrolló en su seno varias opciones y tendencias de desarrollo. El estalinismo no es sólo el poder de Stalin, es la evolución de una de esas opciones internas del bolchevismo que consiguió unir las necesidades y deseos de la industrialización con la pervivencia de las estructuras tradicionales del mundo campesino.

La percepción de los rasgos tradicionales o nacionales del bolchevismo es común a diversos autores. A. Rosemberg, en su historia del bolchevismo, en la búsqueda de argumentos en su negación del carácter socialista de la Unión Soviética, señala que Lenin, con la formulación de la idea de las cooperativas agrarias inicia el camino de vuelta a las teorías narodniki: «Lenin, en 1923, abría con las cooperativas agrarias un camino hacia el socialismo. Así podía ligarse a esas concepciones de Marx, pero a la vez volvía a las teorías de los narodniki. Hay algo de trágico en el hecho: Lenin, luego de haber combatido sin cuartel al movimiento político populista durante treinta años, al final de su propia vida tuvo que acercarse a las concepciones que atacaba. Las necesidades del desarrollo social son más fuertes que la voluntad de las organizaciones de partido (...) Lenin se habría visto obligado a seguir un camino intermedio que, a través del capitalismo de Estado y de los consorcios rurales, condujera a un «socialismo» nacional rusó, de tinte narodniki. Lenin, cuando viejo, estaba preparado para ese camino y Stalin lo siguió» [nota: ROSEMBERG, A. «Historia del bolchevismo», Siglo XXI, México, 1977, p. 161.]

También Ortega y Gasset, en su obra «La rebelión de las masas», señala el carácter nacional del bolchevismo y su lejanía, aun a pesar de todas las pretensiones teóricas, del marxismo como fenómeno, este último específico de Europa: «así en Moscú hay una película de ideas europeas -el marxismo- pensadas en Europa en vista de realidades y problemas  europeos.  Debajo de ella hay un pueblo, no sólo distinto como materia étnica del europeo, sino -lo que importa mucho más- de una edad diferente que la nuestra. Un pueblo aún en fermento, es decir, juvenil (...) Yo espero un libro en el que el marxismo de Stalin aparezca traducido a la historia de Rusia. Porque esto lo que tiene de ruso es lo que tiene de fuerte y no lo que tiene de comunista» [nota: ORTEGA Y GASSET, J. «La rebelión de las masas», Revista de Occidente, Madrid, 1968, p. 204.]  

Pero no sólo autores extranjeros percibieron o perciben en la actualidad la existencia de un carácter tradicional en  la sociedad rusa. Berdiaev, en su obra sobre los orígenes del comunismo ruso [nota: BERDIAEV, N. «Istoki i smyal russkogo kommunizma», Nauka, Moscú, 1990.], identifica perfectamente las fuentes nacionales de las que se nutre el comunismo ruso. El carácter religioso en la concepción de¡ Estado, la fuerte presencia del ascetismo religioso ortodoxo, el carácter dualista que marca  a la intectualidad rusa del siglo XIX en sus debates entre occidentalistas y eslavófilos son para Berdiaev algunos de los componentes básicos del comunismo ruso. Elementos que tienen su origen en el carácter tradicional de la sociedad rusa y que además, al convertirse el bolchevismo en  el movimiento que dirigirá el proceso de modernización de la Rusia del siglo XX , este se realizará bajo la influencia de ese tradicionalismo del que se nutre.

V

Lejos de nuestra intención pretender presentar la evolución de la Revolución de Octubre durante el período que ha venido en denominarse estalinismo como una opción premeditada hacia la síntesis. Sería más oportuno indicar el carácter evolutivo y contradictorio de este proceso, que además está en estrecha relación con la solución de determinados problemas concretos que se presentan en el curso de estos años. Veamos a través de algunos ejemplos representativos cómo se manifiesta este carácter tradicional y cómo se recurre a éI para la solución de cuestiones de gran envergadura que pusieron la supervivencia no sólo del Proceso revolucionario, sino también de la propia URSS como país, en trance de desaparecer.

a) La decisión de la colectivización del campo en la Unión Soviética, aun a pesar de ser un tema largamente debatido, se realizó finalmente en condiciones de urgencia. Las necesidades de un control rígido de la producción agrícola para cubrir las necesidades del plan de industrialización aceleraron la decisión de ¡a colectivización. El plan tomado para su realización era una formulación idealizada de cómo debería ser una comuna. Estas comunas estaban diseñadas según la idea del kibutz hebreo, la cual presuponía la ruralización de personas formadas en una cultura urbana. El movimiento de colectivización fue recibido por los propios campesinos, en un principio, con el entusiasmo que caracterizó a todos los movimientos de masas durante el estalinismo. Sin embargo, inmediatamente el choque entre ese modelo ideal de comuna y las sólidas estructuras tradicionales del campesinado produjo una oleada de desencanto hacia el movimiento de colectivización que supuso la negativa radical de los campesinos a entrar en este tipo de koljós y corno respuesta la utilización de la violencia por parte del poder soviético como medio de persuasión. 

En estas condiciones, Stalin modificó la concepción del modelo de colectivización en el sentido de establecer corno modelo de comuna la fórmula tradicional del artel ruso, expresándolo públicamente en un importante artículo aparecido en el diario «Pravda» de Moscú con el título de «El vértigo de los éxitos». En él Stalin señala: «Una de las grandes cualidades de la estrategia política de nuestro partido con- siste en que sabe elegir en cada momento el eslabón básico del movimiento. (...) ¿En qué consiste este eslabón fundamental? ¿Puede ser en el cultivo común de la tierra? No, no en esto. El cultivo en común de la tierra, donde los medios de producción todavía no están generalizados, representa ya una etapa superada del movimiento koijosiano. ¿Puede ser en la comuna agrícola? No, no en la comuna. Las comunas representan por ahora un fenómeno singular en el movimiento koljosiano. Para las comunas agrícolas, como forma predominante donde está generalizada no sólo la producción, sino también la lfdistribución, las condiciones todavía no están maduras. El eslabón fundamental del movimiento koljosiano, su forma predominante en el momento dado, a la cual ahora es necesario agarrarse, está representada ahora por el artel agrícola» [nota: STALIN, I. V. «Golovokuznenie ot uspejov», en «Sochinenie I. V. Stalina», Institut Marksa-Engel’sa-Lenina pri TSK VKP(b), tomo 12, Moscú, 1949, pp. 191-199. ]

La importancia de este cambio es tal, que quizá pueda afirmarse que de él dependió en gran medida la diferencia que va de la destrucción a la supervivencia de la vieja obshina campesina rusa. Por un lado podemos observar la resistencia de unas estructuras campesinas a su transformación aun cuando sobre ellas recae todo el peso de la poderosa maquinaria estatal que el poder bolchevique estaba formando en estos aiios. Por otro, la habilidad política o el conocimiento de la realidad social sobre la que operaban que en estas decisiones mostraron los bolcheviques y en especial Stalin. La imposición por la fuerza del modelo inicial de colectivización hubiese ocasionado una destrucción del mundo campesino y de sus estructuras económicas incomparablemente mayor que las consecuencias del primer año de colectivización aún con la secuela del hambre que sacudió a Rusia en estos años.

b) En relación con la guerra, podemos ver otro ejemplo de la afloración/recuperación de la sociedad tradicional. En esta ocasión el problema se plantea en relación con el carácter étnico de la población soviética. En la zona sur de la URSS, en los territorios aledaños al Volga, en Krimea y en el Cáucaso, algunos de los grupos étnicos que allí están establecidos prestaron colaboración a los ejércitos de ocupación alemanes. Después de expulsados los alemanes, estos pueblos tuvieron que enfrentarse con una dura realidad. En tiempos de guerra habían colaborado con el ejército invasor, incluso tomando las armas contra el ejército soviético. Liberados estos territorios de la presencia alemana se planteó el problema de las responsabilidades. La colaboración con el enemigo en tiempo de guerra es rigurosamente castigada en todos los países del mundo. La condena a muerte es el castigo habitual. Pero la aplicación de tal castigo a todos los que tomaron las armas contra el ejército soviético suponía un castigo de tal envergadura que incluso las bases para la posterior pervivencia de estos pueblos como grupos étnicos se vería amenazada. Además, el propio carácter de la decisión que llevó a la colaboración implicaba un planteamiento específico del castigo. La decisión de actuar contra el poder soviético no fue una decisión individual tomada voluntariamente por cada uno de los miembros de estas etnias. La decisión fue colectiva, prácticamente toda la etnia, a través de los lazos de dependencia personal articulados por los elanes familiares, participó contra el poder soviético. Pero decisión colectiva no significa decisión democrática. Fueron los jefes naturales de los clanes los que decidieron y sus decisiones vinculaban a todos. El poder soviético decidió hacer responsables no a los individuos aisladamente (aunque los mayores responsables fueron ajusticiados), sino a toda la etnia. El castigo fue el traslado desde sus territorios de asentamiento a otras zonas de la Unión Soviética situadas al sur de Siberia y Kazajastán. Este castigo afectaba :iicluso a soldados y oficiales fieles a la URSS que se encontraban en los frentes y que en numerosos casos fueron desmovilizados y trasladados junto con el resto de los miembros de su etnia al interior de la URSS. El castigo tomaba una dimensión mítica, casi de castigo divino. El máximo pecado que pudieron cometer fue entregar la patria al enemigo. Por ello se les negó el derecho a defenderla, se les obligaba a abandonarla e incluso los nombres de las repúblicas y los límites territoriales fueron modificados. 

«En relación con que durante el período de ocupación por los invasores alemanes-fascistas del territorio de la RSSA de Kabardino-Balkaria muchos balkares cambiaron de patria, ingresaron en destacamentos alemanes armados y actuaron de diversas formas contra parte del Ejército Rojo, prestaron a los ocupantes fascistas ayuda en calidad de guías en los pasos de montaña y después de la expulsión delCáucaso de los ejércitos del enemigo ingresaron en bandas alemanas organizadas para el trabajo contra el poder soviético: el Presídium del Soviet Supremo de la URSS decreta (...) 3. Cambiar el nombre de la RSSA de Kabardino-Balkaria por el de RSSA de Kabardina (...)» [nota: Decreto del Presidium del Soviet Supremo de la URSS sobre el traslado de los balkares de la RSSA de Kabardino-Balkaria y sobre el cambio de nombre de dicha república. Citado en ALIEVA, S. (ed.) «Tak eto bylo», Insan, Moscú, 1993 ] 

Al carácter tradicional del delito le fue aplicado una forma de castigo que tenía que ver rnás con las prácticas de oganización estatal de Gengis-Kan que con las formas del Estado de derecho que se le presuponían a la URSS de esta época en tanto en cuanto la industrialización le habría supuesto la entrada de lleno en los conceptos de sociedad moderna comunes a la Europa occidental. El caso de estos traslados masivos de población despierta hoy día en la URSS fuertes controversias. La aplicación de estas medidas en tiempo de guerra tuvieron repercusiones trágicas para estos pueblos. El número de víctimas ocasionados por los traslados y por la falta de abastecimientos fue elevado, pero estas secuelas obedecieron más a las dificultades de la guerra que a una actuación premeditada por parte del poder hacia un exterminio étnico. El tipo de castigo aplicado, a pesar de su dureza, posibilitó la pervivencia de la etnia. La aplicación de un tipo de castigo más acorde con la sociedad de derecho que conocernos en Occidente y que en la actualidad los defensores de la democratización de Rusia exigen hubiese supuesto una actuación mucho más dura y desconsiderada hacia las viejas estructuras étnicas. En cambio, la asunción de la culpa y del castigo de manera colectiva posibilitó la permanencia de la etnia, aun a pesar de que algunas de ellas fueron divididas en dos o más grupos que fueron establecidos en lugares separados.

La extensión del Estado de derecho hizo desaparecer de la faz de Europa occidental a las etnias y a todas sus estructuras solidarias de carácter tradicional, que fueron suplantadas por la ficción del Estado nacional. El proceso no fue en absoluto pacífico ni incruento, e incluso hoy día podemos observar las grandes contradicciones que se producen en diversas regiones del planeta, donde sobre realidades sociales de carácter tradicional se quieren aplicar las formas sociales del racionalísmo europeo y del Estado de derecho. No obstante, la referencia a estos sucesos en estas páginas no pretende entrar en un debate sobre sus consecuencias violentas. Recurrimos a ellos en tanto en cuanto son un ejemplo del carácter específico de la sociedad soviética del mornento y de lo peculiar de determinadas reacciones, tan lejanas del mundo liberal occidental.

c) En los años treinta se inicia la industrialización acelerada de la economía soviética. En estas condiciones se hace necesaria la búsqueda de una ética específica del trabajo socialista, hasta ese momento inexistente. Por un lado tratan de imponerse los parámetros de organización industrial de Occidente. El trabajo de grandes masas de trabajadores en centros industriales requiere una forma específica de organización del trabajo en la cadena de producción. En Occidente, la ética del trabajo gira en torno al concepto de profesión y de profesionalidad, que encontró su mejor formulación en los preceptos religiosos de la Reforma protestante y fue adaptándose progresivarnente a las necesidades del capitalismo, en la medida en que los posteriores movimientos religiosos surgidos de su seno fueron concretando el significado de este concepto en relación con la fe.

«Profesión es aquello que el hombre ha de aceptar, porque la providencia se lo envía (...) y esta idea determina la consideración del trabajo profesional como misión, como la misión impuesta por Dios al hombre» [nota: WEBER, M. «La ética protestante y el espíritu del capitalismo», Orbis, Barcelona, 1985, p. 101.] 

El técnico, el profesional debe esmerarse en hacer cada vez mejor su trabajo. Pero la esencia de este trabajo está en su regularidad y en su continuidad: «La valoración ética del trabajo incesante, continuado y sistemático en la profesión, como medio ascético superior y como comprobación absolutamente segura y visible de regeneración y de autenticidad de la fe, tenía que constituir la más poderosa palanca de expansión de la concepción de la vida que hemos llamado "espíritu del capitalismo”» [nota: WEBER, M. Op. cit., p. 204. ]

De esta manera, si es necesario aumentar la producción, se recurre al aumento de la jornada laboral o a una perfección de los instrumentos de trabajo y de la maquinaria. El recurso a la variación del ritmo y de la regularidad en el trabajo es raramente empleado en el sentido de exigir del obrero una intensificación continuada del esfuerzo para conseguir un aumento de la producción. 

La ética del trabajo socialista formulada en estos añios de impulso industrial se basa en el concepto de emulación. Para que haya emulación debe haber un referente a quien emular y un fin en la emulación. Difícilmente un obrero textil de Manchester u otro de Barcelona pudieron encontrar en el enriquecimiento de sus respectivos empresarios un ftn para la intensificación del trabajo. Es conocida la figura de Stajanov. Minero, se convirtió en estos años en el referente ideal de la emulación. Stajanov fue el prototipo de una figura que después alcanzó carácter oficial en la Unión Soviética: el Héroe Socialista del Trabajo. La búsqueda de una ética del trabajo socialista se buscó y se encontró a traves del entorno a la idea del héroe. 

«La memoria popular retiene difícilmente acontecimientos "individuales” y figuras “auténticas".

Funciona por medio de estructuras diferentes; categorías en lugar de acontecimientos, arquetijpos en vez de personajes históricos. El personaje histórico es asimilado a su modelo mítico (héroe, etc.), mientras que el acontecimiento se incluye en la categoría de las acciones míticas» [nota: WEBER, M. Op. cit., p. 204. ]La permanencia de la figura, del arquetipo, del héroe es algo que observamos todavía en la espiritualidad del hornbre soviético como uno de los rasgos más evidentes de su vinculación con el mundo tradicional del que procede y en el que toclavía se encuentra. Consciente o inconscientemente, la figura de Stajanov, en la medida que se asimilaba a la figura del héroe, se convirtió en un ejemplo a imitar. Stajanov y su brigada consiguieron elevar la productividad de su trabajo cuatrocientas veces por encima de la tasa normal. Al mismo tiempo, los resultados de su trabajo no guardaban relación con el gasto de energía física que supuestamente debería llevar parejo. En su caso existía una especial relación con el trabajo, de tal manera que hombre y trabajo eran un todo único e indisoluble, de él tenía Stajanov una percepción cuasi espiritual. 

En Rusia, en relación con los grandes maestros artesanos, se empleaba un término específico: «ojo mágico». Con él se designaba a aquellas personas dotadas de una capacidad especial para la realización de objetos de precisión, juguetes mecánicos, miniaturas, joyas, etc. De Stajanov se decía que tenía ojo mágico. El trabajo de picador en la mina consiste en ir separando capas de mineral de la veta principal. Stajanov tenía la virtud de percibir, de ver, en el interior de la galería los pgntos de tensión de la veta de carbón y, allí, en estos puntos, él aplicaba su martillo, desprendiéndose una amplia sección de la veta y aumentando de esta manera la productividad del trabajo hasta cotas inimaginables. Su caso no era único. Se repetía en multitud de anónimos stajanovs que se repartían por la geografía de la Unión Soviética durante estos años y que fueron los protagonistas de un fenórneno hasta entonces desconocido. Ya en los años del primer plan quinquenal, Ortega y Gasset escribía desde la plácida Europa lo que de gesta moral tenía «el plan de cinco aiios» del gobierno soviético y, corno el entusiasmo y la disciplina que había despertado en la Unión Soviética, podía convertirse en una amenaza para la floja Europa que vegetaba sin dar un sentido específico a la vida que cubriera el vacío existencial del europeo [nota: ORTEGA Y GASSET, J. Op. cit. pp.253-255] ¿Qué era lo que motivaba esta entrega espiritual al trabajo? ¿Dónde encontraba el hombre soviético los fines que justificaban este ímpetu, esta aspiración? La propaganda oficial siempre trató de explicar esto a través de la entrega de las masas a la tarea de construcción del socialismo. Pero esto sólo era cierto en la medida que las masas populares percibieron la causa del socialismo a través de su identificación con los valores nacionales más sagrados para ellos. Para el pueblo ruso, su tierra siempre fue sagrada. Esta idea es bastante antigua y en ella se encontró un fuerte argumento para la construcción del Estado. Tras la caída de Constantinopla, los ideólogos del naciente Estado ruso encontraron en la identificación de Moscú como la Tercera Roma un irnportante soporte ideológico. En defensa de esta sacralidad era necesario, si el momento lo reclamaba, morir en la guerra. Existe también un concepto en lengua rusa cuya traducción directa al español sería el de «potencia», pero que en lengua rusa tiene un significado próximo al de «grandeza», con un fuerte contenido espiritual que es imposible percibir fuera de Rusia. En este tipo de valores nacionales, que el hombre ruso siempre percibió con un fuerte carácter espiritual, recuperados a través de la idea del socialismo, encontraron las masas trabajadoras una motivación para la entrega entusiasta al trabajo. 

En los años treinta defender la tierra rusa era industrializarla o trabajar en el avance de la colectivización. No en vano, la industria, el campo o la minería se convirtieron en «frentes». El frente agrario, el frente de la industrialización, etc., y a través de estas concepciones se realizó toda una profunda campaña ideológica. Durante la Guerra Patriótica, la defensa de Rusia pasaba por la línea del frente de batalla, pero también por el de la producción industrial, agrícola o científica. Y ninguna motivación que no fuera espiritual permitía a los hombres hacer funcionar las fábricas reinstaladas a la intemperie al este de los Urales a cincuenta grados bajo cero o a las mujeres tirar de los arados día y noche ante la ausencia de maquinaria y animales de labor, destruidos por los alemanes en los territorios ocupados. A partir de los años treinta, defender la sagrada tierra rusa era industrializaria, y en este empeño, como en el frente de batalla, se podía, y quizá debía, morir [nota: En la aldea rusa, en tiempos de guerra, las madres se debatían entre una terrible dualidad. Por un lado el deseo de que ninguno de sus seres queridos muriera en la guerra. Pero al mismo tiempo era considerado como una ofensa a la comunidad que de una determinada familia volviesen todos sanos y salvos del frente de batalla. Se consideraba entonces que esta familia no había contribuido a defender con su sangre la sagrada tierra rusa. Lo que parecía una figura olvidada en la historia rusa, se vuelve actualidad en momentos de crisis. En los días de los violentos enfrentamientos de octubre de 1993 en Moscú, a las puertas del Soviet Supremo, las mujeres, normales amas de casa, azuzaban a los hombres (en especial y primeramente a sus hombres) a incorporarse a las columnas de voluntarios que debían ocupar las instalaciones de televisión.] En aquella guerra, como en los años del ataque alemán, las únicas opciones eran la victoria o la muerte. 

Sin embargo, esta actitud ante el trabajo, al corresponderse más con la explosión de los sentimientos que con un planteamiento racional, requiere tal entrega y tal desgaste emocional que su prolongación por mucho tiempo es prácticamente imposible. Lo sorprendente vuelve a ser que en Rusia esta explosión se prolongó de manera continuada por más de treinta años, quedando de ella, como institución permanente, la figura del Héroe Socialista del Trabajo. 

d) En relación con la figura del héroe, también es importante cómo éste sirve en la memoria colectiva para la apropiación del presente más inmediato. Así, la figura del líder revolucionario es asumida por la mentalidad tradicional del campesino a través de su identificación con el panteón popular de los héroes nacionales. Un ejemplo interesante lo vemos reflejado en la novela de Sholojov «El don apacible», en un pasaje de la cual muestra cómo un grupo de cosacos, pertenecientes a las filas del poder soviético durante la guerra civil, asumen la figura de un líder político a través de la asimilación de éste a sus héroes nacionales, S. Razin y Pugachov. El campesino cosaco, que no entiende de formulaciones filosóficas y de estrategias políticas, sólo percibe el mensaje bolchevique en la medida que puede asociarlo a sus viejos mitos nacionales sobre la lucha contra los podersos en defensa del pueblo pobre y desamparado.

«-Ilya Mirrich, ¿de donde procede Lenin? ¿Donde nació y se crió?

»-¿Lenin? Es ruso.

»,-¿De veras? 

»-Sí, es ruso. 

»-¡No hermano! Se ve que sabes poco de él -siguió Chikamasov, con un deje que entonaba superioridad-. ¿Sabes de qué sangre es? De la nuestra. Es un cosaco del Don, nació en el distrito de Salks, en la stanitsa Veiikoniazheskaia, ¿comprendes? Según dicen sirvió en artillería. Su cara misma lo dice, es clavada como la de los cosacos del bajo Don: los pómulos salientes, los ojos (...)

»--¿Dóiide lo has oído?

»--Los cosacos lo comentaban entre sí.

»--No, Chikamasov. Es ruso, nació en la provincia de Simbirks.

»--No, no lo creo. Sencillamente, no lo creo. ¿No era Pugachov cosaco? ¿Y Stepan Razin? ¿Y Errnak Timofcievich? ¡Claro que sí! Todos se levantaron contra los zares en defensa de los pobres, todos fieros cosacos. Y tú dices que de la provincia de Sirnbirks (...). Hasta sabe mal escuchar esas cosas (...)» [nota: SHOLOJOV, M. «El Don apacible», tomo II, Progreso, Moscú, 1975, pp. 162-163.] 

No sólo la figura de Lenin fue incluida en el panteón de los héroes nacionales, sino que, en diferente medida, la asimilación de diferentes personajes a la categoría de héroes continúa hasta hoy día. Stalin fue rápidamente asimilado a los grandes mitos que con su actividad crearon y consolidaron el Estado ruso, en especial con aquellos que conjugaron en su persona el poder autoritario y la actividad reformadora, son los casos de Iván el Terrible y Pedro el Grande. La mentalidad tradicional rusa está tan arraigada y es tan propensa a la formación de mitos y del héroe, que el Mariscal Zhukov o Gagarin ocupan ya el lugar que les corresponde entre los grandes héroes de su memoria histórica. Aún hoy día, la figura del héroe está firmemente presente en la memoria popular.

e) Otro ejemplo ilustrativo es el carácter cíclico del trabajo en la industria soviética. Era común en los años de la perestroika, en la crítica al Plan como organizador de la economía soviética, el culpar a éste de la supuesta baja productividad en las empresas estatales. Se atgumentaba que como las brigadas o secciones de trabajo tenían una cuota de producción asignada, ésta se realizaba en los últimos días del plazo, mientras el resto del tiempo los trabajadores, en el mejor de los casos, haraganeaban. Todavía hoy es difícil determinar si el Plan impedía el trabajo efectivo o, por el contrario, se convirtió en una forma específica de organizar el trabajo que no por estar lejos de los modelos de organización de la producción en Occidente era por ello menos válida. 

Los obreros industriales soviéticos eran, antes de la Revolución, un 10 por 100 de la población de la Rusia imperial. La industria comenzó a desarrollarse masivamente sólo a partir de los años treinta. Las grandes cantidades de nuevos obreros provenían todos de las aldeas situadas en los más diversos puntos de la geografía rusa. Gentes sin cultura urbana, sin cultura del trabajo industrial, se trasladaron a un medio extraño para ellos. Las condiciones del cambio, aun a pesar de todos los intentos porque no fuesen duras, no tenían por menos que ser difíciles. En esta situación, los trabajadores debieron hacer un gran esfuerzo para adaptarse a las nuevas condiciones. Estos nuevos obreros aportaron a sus nuevos centros de trabajo y, en general, a su nueva vida en las ciudades sus formas tradicionales de vida, de las cuales, incluso en el caso de desearlo intensamente, no podían desprenderse en tan corto espacio de tiempo. Ellos trajeron de sus aldeas sus costumbres campesinas. 

La actitud cíclica ante el trabajo, sin tener en cuenta aquí otras consideraciones de carácter ideológico, tiene en Rusia un carácter imperativo. Las estaciones están muy bien delimitadas por el riguroso clima ruso. El invierno es demasiado largo y la figura del muzhik («campesino») acostado sobre el horno o tejiendo laptis en el interior de la casa mientras fuera se desarrolla la tormenta, es demasiado habitual en la literatura rusa como para no tenerla en cuenta. Esta actitud cíclica, las últimas generaciones de obreros industriales no sólo no la han perdido, sino que la han asumido como parte indispensable de su forma de trabajo.

f) Otro rasgo fundamental que caracteriza a la sociedad tradicional rusa es la existencia de la Comunidad Campesina. Su origen es remoto. La estructura feudal se superpuso a ella, pero no la destruyó, bien al contrario, por determinadas causas su vigencia e influencia en el mundo campesino se acrecentó y cuando, en 1861, se produjo la liberación de los siervos, la Ley de la Reforma obligaba a éstos a incorporarse al ámbito de la comunidad. A partir de estas fechas la comunidad prosiguió un período de reforzamiento interno, al tiempo que comienza a sufrir la presión disgregadora que las nuevas relaciones de producción, características del desarrollo de los elementos del capitalismo, producen sobre ella. No obstante, su resistencia se acrecienta de tal manera que, en los debates sobre las reformas económicas que se preparaban por los gobiernos liberales, la existencia de la comunidad es considerada como un obstáculo para el desarrollo económico, por lo que se plantea su disolución. 

«La comuna servil es el gran mal de la actual vida rusa; la comuna es la primera causa de nuestra rutina, de nuestro lento movimiento, de nuestra pobreza y oscuridad, no nos hizo ella a nosotros tales como somos, sino nosotros nos hicimos así aun a pesar de la existencia de la comuna, por otras muchas cosas y sólo gracias a la infinita vitalidad del hombre ruso. Y si la comuna nos fue necesaria en el pasado, y esto no es del todo seguro, ahora ella no sólo no es necesaria, sino que nos es totalmente perjudicial» [nota: TOLSTOI, L. I. «Protiv obshchiny», Moscú, 1900, p. 42.]

Las reformas de Stolipin a principios de siglo están directamente encaminadas a tal disolución. Sin embargo estas reformas dirigidas a transformar las relaciones de propiedad en el campo y a crear un tipo de agricultor, al estilo occidental, base de una futura clase media en el campo ruso, apenas si hicieron mella en la milenaria comunidad [nota: Para la resistencia de la comunidad campesina a las presiones modernizadoras, ver SHANIN, T.  Op. cit.] La capacidad de resistencia de la comunidad fue tal que en los años de la Revolución su vigencia en el campo era indiscutible. De hecho, el código de la tierra proclamado por el Poder Soviético en 1922 supuso una legalización de los principios básicos del derecho consuetudinario campesino según había existido durante el siglo XIX [nota: BOLSHAKOV, A. M. y ROZHKOV, N. A. «Istoriia joziaistva Rossii y materialaj y dokumentaj», Leningrado, Madrid, 1926.] El destino de la comunidad campesina parece volatilizarse en el aire después de la colectivización del campo iniciada en los años treinta. La opinión más generalizada presupone su disolución y la transformación en otras estructuras totalmente diferentes y ajenas a la tradición campesina rusa. Sin embargo, en esta dirección creemos que sería más apropiado plantearse la adaptación, no sin traumas y conflictos, de la comuna en las estructuras comunitarias de koljós. De hecho, en la actitud de los nuevos reformadores, ya desde los inicios de la perestroika, había un reconocimiento implícito de la pervivencia de la comunidad y hablaban de koljós como de la comuna bolchevique [nota: YAKOVLEV, A. «Predislovie, obval, posleslovie», Novosti, Moscú, 1992, p. 186.] 

Para el campesino ruso, incluso para el siervo, la tierra no tiene dueño, es sagrada. Sólo pertenece a Dios. En la comunidad, la redistribución periódica de las tierras, la cohesión comunal, el igualitarismo básico encaminado a satisfacer las necesidades esenciales de la familia, las específicas percepciones de la justicia y toda una serie de pautas tradicionales de conducta contribuyeron a crear un tipo específico.de pensamiento campesino, en el cual el ideal de sociedad justa se identificaba con una comunidad universal, sin límites, que incluía en su seno a todo el pueblo ruso; la realidad de un sistema comunal específico y las percepciones ideológicas que de él tenía el campesino contribuyeron a crear una estructura socioeconómica que, aunque no evitaba las diferencias sociales, sí al menos las matizaba y ponía como factor básico de supervivencia la cooperación. Este sistema generó pautas de conducta y actitudes de carácter solidario y colectivista que posteriormente aflorarían en momentos de crisis y se convertirían en uno de los soportes principales de las formas tradicionales de la vida rusa en su adaptación a las nuevas estructuras de la URSS industrializada. 

VI

Ejemplos concretos sobre el carácter tradicional de la sociedad soviética contemporánea podrían citarse sin fin. Éstos deben ser comprendidos dentro del contexto general de una sociedad en la cual sus soportes culturales se han formado en estrecha relación con la naturaleza y con una idea del territorio, en el cual el individuo se enfrenta con unos límites terrenales imprecisos, un mundo inabarcable y difícil de someter a la voluntad del hombre, limitado sólo por el universo circundante. En este espacio de límites indefinidos, las etnias que conforman el conglomerado de pueblos de la Unión Soviética se articulan entre sí y con el medio natural por la experiencia acumulada en siglos de convivencia en común, en la cual la relación conflicto/cooperación dio como resultado final la formación de un todo orgánico, capaz de desarrollarse autónoma e independientemente de la voluntad de sus componentes. Uno de los elementos fundamentales que dan cohesión a todos estos elementos es la concepción del Estado. De él se tiene una idea cuasi religiosa, sacralizada y, al mismo tiempo, paternalista, a través de la cual el Estado es percibido no como un instrumento de dominación o explotación, sino como un gran tutor que vela por la cohesión en el seno de su amplia familia. El proceso histórico de creación y consolidación del Estado ruso, así como su expansión a través de los amplios territorios que le eran limítrofes, se realiza en no pocas ocasiones a lo largo de su historia como un acto de sometimiento a la tutoría paternal y sagrada del Estado por parte de diversas etnias y nacionalidades. Etnia, naturaleza, comunidad, territorio, Estado configuran un cosmos único, en el cual la supervivencia del mismo deviene de la unidad de sus partes. Las concepciones que de estas nociones se desprendían contribuyeron a crear un arquetipo cultural, donde la idea de la solidaridad se hizo extensible a estructuras sociales más arnplias. Son éstos, en rasgos generales, los componentes de la sociedad tradicional rusa. A ellos hay que acercarse no sólo en su dimensión material, sino también en su componente espiritual, ya que serán determinantes en la concreción de un tipo de pensamiento que impregnará todos los aspectos de la sociedad soviética, incluso a aquellos grupos que apasionadamente lucharan contra ella. 

La fuerza y resistencia de esta Rusia tradicional es la que recondujo todo el proceso revolucionario tras los conflictos políticos de los años veinte. Cuando los bolcheviques incorporaron al carnpesinado a su movimiento, no sólo incorporaron un elemento estratégico necesario para movilizar a grandes masas de población (independientemente de que una parte de la élite revolucionaria así lo pensara en un principio), incorporaron un potencial nacional que paulatinarnente comenzó a manifestarse políticamente. La Rusia tradicional encontró en el bolchevismo el vehículo idóneo para expresarse. Fue éste un Proceso complejo, donde los resultados no se manifestaron como respuestas lineales que obedecían a la suma de elementos casuales, sino que la fuerza y el tamaño de la respuesta histórica de la URSS de los años treinta (colectivización e industrialización) se debió a la simbiosis de elementos tan diversos como industrialización, marxismo y sociedad tradicional, donde además la presencia de muchos factores no racionales produjeron efectos no previstos. Tradición y modernización iniciaron juntas, con toda su carga de contradicciones e incompatibilidades, una andadura histórica que dio como resultado el concepto de sociedad que conocemos como URSS y que los hombres del fin de siglo han puesto en cuestión. 

A modo de conclusiones, trataremos de poner un poco en orden las ideas principales de todo lo que hasta aquí hemos escrito. La consideración de la Unión Soviética como una sociedad tradicional industrializada permite, desde nuestro punto de vista, una mejor comprensión de su historia contemporánea. Lo que fue considerado como culto a la personalidad, la entrega y el entusiasmo de las grandes masas, el carácter sacralizado y paternalista del Estado, etc., encuentran una mejor explicación si en ellos identificamos la existencia de la sociedad tradicional. Hasta ahora, la consideración de la URSS sola y exclusivamente como una sociedad moderna industrializada que, aunque socialista, se ajustaría a los modelos de Europa occidental, ha conducido a la elaboración de no pocos tópicos y esquemas fijos de interpretación de su historia más reciente. Todo aquello que la metodología occidental no acertaba a explicar se incluía en el saco de las deformaciones o, en el mejor de los casos, en él de los enigmas. En este sentido creernos que el conocimiento de la sociedad tradicional soviética es fundamental, en tanto en cuanto que nos ayuda a comprender las contradicciones de la sociedad del socialismo real. 
Hasta ahora en Occidente el acercamiento a la URSS se hacía desde una crítica ideologizada de su historia y desde la negación absoluta de la supuesta experiencia deforrnada del socialismo. La izquierda europea negó el carácter socialista de la URSS en tanto en cuanto no comprendió el dualismo del proceso que se estaba llevando a cabo. No comprendió en un principio el auténtico significado del bolchevismo cuando se identificó con él. No comprendió más tarde el fenómeno del estalinismo y, en general, el fenómeno de la URSS y renegó de él con la misma virulencia que lo hicieron los conversos españoles del siglo XVI. Más tarde, la izquierda europea aceptó la idea de la perestroika como fenómeno corrector de la deformación, no comprendiendo los riesgos que comporta actuar de una manera mecanicista en un mundo complejo, que no atravesó por las mismas fases de evolución que el Occidente europeo. 

En la actualidad, desaparecida la capa formal del socialismo, queda en la Unión Soviética la realidad de su sociedad tradicional. Su mundo interétnico, con sus difíciles equilibrios y sus relaciones de dependencia personal. Su específico carácter multicultural y policonfesional. Su especial sentimiento por la tierra, que impide una concepción de la misma como propiedad privada y como mercancía, y donde todavía nurnerosas etnias, como, en el caso de los buriatos, no han conocido en su milenaria historia la propiedad privada de la tierra. Pero desaparecido el estrato oficial, alejado el comunismo del poder, la negación de las estructuras sociales, de la cultura, de las concepciones del mundo inoperantes en estas extensas tierras continúa, apareciendo entonces el verdadero sentido de la negación, la cual no obedecía tanto a la existencia del socialismo como a su carácter de sociedad tradicional. No en vano, el eurocentrismo radical arrastra una obsesión patológica contra el mundo tradicional que, en los albores de la modernidad europea, fue el mayor obstáculo para la formación del capitalismo y contra el que desarrolló una intensa lucha que implicó la utilización de medios que iban desde las guerras de exterminio hasta la transformación del espíritu de los hombres. 

La puesta de manifiesto de la existencia de la sociedad tradicional no implica una defensa de la misma y una torna de partido específica por ella. Los movimientos románticos de recuperación de una sociedad tradicional bucólica e idílica están fuera de lugar. Europa occidental quemó las naves hace bastante tiempo como para poder plantearse este tipo de cosas. Pero, al mismo tiempo, el hombre europeo debería tener conciencia de su propia exclusividad como hombre de la modernidad en un mundo que, aun a pesar de todas las manipulaciones ideológicas que desde Occidente se realizan, está en su mayoría habitado por hombres que de una u otra manera viven en el seno de sociedades tradicionales. Tratar de alterar este mundo, tratar de prolongar la batalla contra las tinieblas iniciada en la modernidad europea puede suponer, como consecuencia de la alteración de sociedades especialmente complejas, respuestas de tal envergadura que pongan en peligro la existencia del hombre, y de la vida en general, sobre la Tierra. 

Una última consideración sobre el carácter y la relación entre la URSS y la intelligentsia. Al principio de estas páginas aparecía una cuestión: ¿Qué entiende la intelligentsia por estalinismo? Después de todas las consideraciones aquí expuestas podríamos decir que estalinismo es el culto a la personalidad, y son las violentas represiones, y es la victoria en la Guerra Patriótica, y es la colectivización del campo. Pero, para la intelligentsia, estalinismo es la frustración de su ideal de revolución. Es por ello que el término «deformación» alcanzó tan alto éxito. En un artículo de D. Volkogonov, publicado en «Literaturnaia Gazeta» en 1987, este autor comenta cómo Trotski se preparaba para ser el futuro dictador de Rusia (incluso había preparado la edición de sus obras completas en 28 tomos en tono de líder y gran teórico de la revolución mundial) y cómo la frustración de esta pretensión a consecuencia de su enfrentamiento con Stalin generó en él un odio mortal hacia su oponente: «Después de su expulsión del país, en Trotski quedó una perpetua, maniática obsesión: el odio hacia Stalin. Hasta el fin de su vida, nadie en el mundo escribió tanto corrosivo, malo, ofensivo, caricaturesco y humillante sobre Stalin como Trotski» [nota: VOLKOGONOV, D. «Fenomen Stalina», en «Lieraturnaia Gazeta», nº 50, Moscú, 9 de diciembre de 1987.] (36). 

La intelligentsia nació como fenómeno específico de la cultura rusa que buscaba su occidentalización y que hizo de la negación de su sociedad tradicional el soporte principal de sus planteamientos ideológicos. Toda su actividad revolucionaria durante años consistió precisamente en esto. La intelligentsia intuyó que el bolchevismo no era su revolución. No obstante, algunos de los líderes bolcheviques más significativos (como es el caso de Bujarin o Lunacharski) procedían de los ambientes de la intelligentsia, la cual sólo después de la guerra civil se vinculó a la causa de la Revolución en la medida que creyó identificarse con los postulados modernizadoles que el bolchevismo portaba. Sin embargo, la evolución de los acontecimientos, en el sentido de la formación de lo que luego vino en denominarse estalinismo, supuso la frustración de las aspiraciones de la intelligentsia. Es posible, que esta frustración, al igual que en Trotski, formara en ella un odio patológico hacia esa sociedad y hacia ese Estado que frustraron sus deseos y su modelo de revolución justo cuando éstos parecían más cercanos. Puede que en esto radique la dureza de los ataques que la Unión Soviética y todas sus estructuras sociales e ideológicas sufrieron en el tiempo de la perestroika por parte de la intelligentsia.

 

Como complemento a este artículo es interesante echar un vistazo a los siguientes trabajos sobre Stalin, donde se echan abajo mixtificaciones y se aportan datos ocultados o minimizados por la propaganda antistaliniana:

 

http://alternativos.dyndns.org/mrc/materiales/libros/otravision/otravision.htm

 

http://www.leninismo.org/stalin_y_yezhov.htm

 

 

VISION DE ALEXANDER ZINOVIEV

«Desde la infancia fui antiestalinista, fui miembro de un grupo terrorista dispuesto a matar a Stalin, fui arrestado, etc., etc. Hasta la muerte de Stalin fui antiestalinista e hice propaganda antiestalinista clandestina. Pero después, con los años, en especial después de la muerte de Stalin, estudié esta época y llegué a la conclusión de que Stalin es, según mi punto de vista, el político más importante del siglo XX, y puede que uno de los más importantes de todo el milenio. Todo lo que fue hecho por él, en mi opinión, demuestra que como político fue más importante que Lenin. Es necesario tener en cuenta las condiciones históricas en las que vivía Rusia: guerras interminables, pobreza, desórdenes, difíciles condiciones climáticas, el material humano (nadie quiere tener en cuenta el material humano). Todo lo que en Rusia se ha construido, lo ha sido con un material humano muy malo. Por ejemplo, los rusos, el pueblo fundamental de la URSS, es un pueblo con un bajo nivel de autoorganización, sin el palo es imposible organizarlo, ni antes ni ahora. Es un pueblo inclinado al servilismo, a la traición, envidioso, que se inclina ante todo lo extranjero, etc. Esto es un hecho. Con este material humano, fundar un Estado tan fuerte, la segunda superpotencia en el planeta, es un caso único en la historia. Hitler también llevó adelante un gran asunto, también fue un político colosal, pero fue un criminal. Ser un genio no significa ser al mismo tiempo una buena persona. Napoleón también fue un genio, pero también un criminal.

Stalin, como hombre político, se encuentra por encima de ellos y a mucha distancia. La historia soviética, aún siendo muy corta, ha jugado un papel fundamental en la historia de la humanidad. Gracias a la URSS fue derrotado el fascismo, el nacional-socialismo alemán, el militarismo japonés. Sin la URSS esto hubiese sido imposible. Si no hubiese existido la URSS, los alemanes, de manera natural, podrían haberse convertido en los dueños de la situación en el planeta para largo tiempo, lo cual hubiese sido muchas veces peor que el estalinismo. En este sentido, el protagonismo histórico de Stalin y del estalinismo es enorme. El mundo occidental ha llegado a ser líder en el planeta, en gran medida gracias a Stalin y al estalinismo. Stalin limpió el camino, dando lugar a la aparición de fenómenos que el mundo occidental después ha asumido: la planificación económica, la organización totalitaria de grandes sistemas, los medios de influencia sobre las masas, y muchas otras cosas; incluso en su forma negativa, creando una superpotencia estimuló la consolidación de Occidente.

No se puede infravalorar ahora el protagonismo de Stalin. En la propaganda contemporánea occidental se dedican a menospreciar la figura de Stalin. Lo resumen todo en las represiones. Pero, en primer lugar, las represiones, en lo fundamental, estuvieron justificadas, tenían sus causas; segundo, aquello fue un fenómeno secundario en la historia soviética real. Yo viví todo este periodo, y para nosotros eso se encontraba en la periferia de nuestra vida, era secundario, no era eso lo que determinaba nuestra vida, sino la creación positiva que abarcó a un gran pueblo, y prácticamente a todo el planeta.»

 

 

 

Me importaba mucho poner al descubierto esas potencias demoníacas, casi puramente zoológicas, que proporcionan la energía necesaria para el movimiento de tan enorme máquina como es uno de esos hombres creadores de historia. En ninguna otra figura humana, tanto como en el gran político, aparecen acusadas las facciones de Titán. Y el Titán es, a la vez, más que un hombre y menos que un hombre. Se hunde más hondamente que nuestra especie normal en los senos cósmicos, en lo infrahumano, donde sus raíces absorben ígneas substancias de que se nutre la vida toda antes de ser vida, es decir, organización, regla, orden, norma. Y esta profundidad de sus cimientos le da fuerzas para sobrepasar la línea humana y llegar más allá, acercarse a las estrellas (...)

Ahora bien, no hay creación en ningún orden sin cierta dosis de titanismo -que es, en verdad, la ausencia de dosis, el absoluto lujo de vitalidad.

Me importaba, digo, subrayar esto, porque no creo posible la salvación de Europa si no se decide la humanidad de Occidente, perforando todos los prejuicios y remilgos de una vieja civilización, a buscar el contacto inmediato con la más nuda realidad de la vida, es decir, a aceptar ésta íntegramente en todas sus condiciones, sin aspavientos de un artificioso pudor. Durante siglos se ha obstinado Europa en evitar ese sincero reconocimiento. Una hipocresía radical nos ha llevado a no querer ver de la vida lo que las sucesivas morales declaraban indeseable, como si esto bastase para poder prescindir de ello. No se trata de pensar que todo lo que es, sin más debe ser, ni, viceversa, lo que no debe ser, sin más no es. Ningún otro continente se ha mostrado tan ligero, tan frívolo, tan pueril como el europeo en dar por no existente lo fatal.

 

(JOSE ORTEGA Y GASSET -párrafos escritos en 1927-)