«Hay que ser capaz de ir al bosque incluso sin bosque.»

 

«¿Qué significa la fascinación por la inteligencia inherente a la naturaleza, por el genio de la materia, el orden del universo, que se asemeja a un reloj sin relojero? En ese asombro se produce una nueva concepción del principio. Quien crea en ello puede ser ateo, pero no incrédulo.»

 

(dos citas de ERNST JÜNGER)

 

¿Ecologismo hoy?: corrección política, socialización (Unabomber dio lo mejor de su manifiesto -bienintencionado pero elemental y erróneo en su raíz, como luego comentaré- en los certeros ataques a la socialización de la izquierda), antroposofistica (como toda sofística, detritus decadente que precede a los grandes cataclismos regeneradores), derechohumanismo (los derechos son siempre ficción o argucia dialéctica: la realidad implica obligaciones y privilegios, y cuando la realidad decae, virtualizándose y corrompiéndose, asoman las trampas y los sobornos bajo la falaz noción de «derecho»), pepitogrillismo (dar consejos a quien no los va a seguir, a sabiendas de que no los va a seguir, como farisaica parodia de voluntad crítica: el gran fraude de las izquierdas a partir de la desmovilización postmoderna), utopismo (diseño artificioso de la realidad, esto es de la naturaleza –porque la realidad es naturaleza, y la sociedad, ficción: de ahí que, en un mundo hipersocializado, feliz, como el presente, pesadillesca realización de todas las utopías, las gentes pierdan su realidad para convertirse en hologramas y sólo resulten cuerpos sólidos los elementos calificados de «antisociales»-), uso continuo del chantaje moral (el recurso de los inferiores irredentos para arrastrar a los superiores a su ras), lobotomización/castración de la naturaleza (siempre con el propósito de que el león yazca con el cordero: y no sólo eso, sino que éste acabe siendo el patético dominante, que la naturaleza exista pero performada a la carta, afeitada de cuerna, sin aristas ni riesgos ni posibilidad de conflicto, como un parque temático, lo agreste sólo concebido como simulacro sometido al capricho del Ultimo Hombre, como aquellos horrendos juegos bucólicos de la aristocracia francesa previa a la muy saludable y purificadora guillotina –porque toda revolución auténtica, esto es, destructora de molicie y generadora de frugalidades, subversiva de un establishment disoluto por mor de un perenne impulso de construcción, supone una reacción de la naturaleza contra un exceso tumoral de civilización, la lucha de la energía, del movimiento perpetuo, de la espiral que conjuga avances y regresos, contra la entropía adicta al ocio enemigo de la vocación actuante, contra quienes repugnan las categorías forjadoras de iniciativas y sólo aspiran a la anécdota, a la irrelevancia, al vacío que niega todo compromiso, a una realidad que sólo se admite hecha recuerdo, cromo kistch, icono bobalicón de pop/art, gesto inane de maricona-); en resumen, ¿ecologismo hoy?: policías buenos de la naturaleza pero para nada sus aliados.

 

Frente al ecologismo, sólo existe una postura realmente vinculada a la naturaleza, la que podríamos expresar con el apelativo de NATUROCRACIA, aquella que no acepta otro dominio sino el de la Madre Tierra que nos contiene, la que rechaza toda interferencia humana en tanto en cuanto se considere lo humano como un absoluto otro respecto de su entorno. Naturocracia es reconocer palmariamente el gobierno soberano de la propia naturaleza como un complejo y espontáneo sistema de acciones y reacciones, de equilibrio de poderes, de perpetuo conflicto como única forma de lograr una perpetua armonía. Naturocracia es ver a lo humano como parte de esa naturaleza, procurando la extinción de nuestros rasgos más opuestos a la misma (ya descritos en el párrafo anterior y relacionados con el impulso castrador, lobotomizador, aniquilador de conflictos y generador de entropía) y la mutación a una condición posthumana (retorno en parte, como todo retorno en espiral, a nuestra condición prehumana, lúcidamente bárbara, ajena a la soberbia ilustrada, al despotismo de la inteligentsia, pero una prehumanidad enriquecida con el recuerdo de los errores cometidos durante la posterior singladura humana –siempre el Zaius postnuclear como ejemplo magistral-) completamente liberada de tales rasgos y sin la menor ambición ecotuteladora, sin esa distorsión paternalista (tan propia de los ecomembrillos) de Gaia como ser enfermo que necesita nuestra ayuda (cuando Gaia se halla en pleno proceso de autorregeneración –toda catástrofe, sea provocada por las marionetas humanas bajo el influjo geohistórico, como las actuaciones de la multinacional Al Qaeda, o como respuesta natural a la intervención humana, caso del dominó de acontecimientos relacionados con el calentamiento global, es síntoma de la excelente salud de Gaia, de la revolución del planeta contra los enanos putrefactos que pretenden domarlo, y, como en toda revolución, quienes se aferren al decadente ancien regime, incluidos los ecologistas, serán barridos y quienes se adapten a las nuevas condiciones sobrevivirán: no hay más tu tía-). El error neoluddita, tecnófobo, de Unabomber demuestra una grave falta de comprensión de la esencia del animal humano y cae en los mismos errores que aquellos a quienes critica, pues bebe de la misma cloaca dialéctica (es paradójico: pero el tecnófobo Unabomber y el naturófobo Michel Houillebecq son modelados por el mismo troquel New Age y antroposofístico –el romanticismo como nihilismo disolvente, autonegador, y no como afirmación constructora, como instinto básico de superación, como intuición pareja a la de otros animales que inciden en su entorno a menor escala, pero de similar manera, ese romanticismo positivo, realista, expansionista, contrapesado y equilibrado por otros poderes no menos expansionistas, el romanticismo de los fundadores y desarrolladores de sistemas comunistas, la defensa soreliana del conflicto como fuente de energía, el nihilismo activo del revolucionario conservador Jünger en su continuum de arquetipos Trabajador-Emboscado-Anarca, el realismo romántico de esa criatura tan sanamente primitiva en su defensa del progreso capitalista que conocemos por Ayn Rand, antípodas todos ellos de lo social y encarnaciones puras del animal humano, individualista y colectivista-). 

  

Pero aviso a navegantes. NATUROCRACIA no es una bandera que se alza, no es una etiqueta nueva que se brinda a los necios para que jueguen con ella, no es (a diferencia del ecologismo) una parodia del despotismo ilustrado aplicada a Gaia (el gobierno de la naturaleza pero sin la naturaleza, a través de los autoarrogados y mendaces administradores de ésta). NATUROCRACIA es (en nombre de nuestros impulsos naturales, básicos -impulsos a un tiempo individualistas y colectivistas-) no colaboración, negempatía, desobediencia, huelga de voluntades y talentos, inacción directa, combate por omisión contra lo social (contra los piojos humanos que ambicionan castrar al planeta, negar la muerte -sin la cual no hay vida- y evitar los conflictos -sin los cuales no hay armonía-, acolchar la realidad, convertirla en un parque temático donde los gestos valgan como hechos). NATUROCRACIA es no reprimir nuestros sentimientos espontáneos de admirar a Vietnam (como país rehecho a sí mismo –usando astutamente la ayuda de otros-) y despreciar a Argentina (como país deshecho a sí mismo –e inepto para asumir sus errores y afrontar la realidad-). NATUROCRACIA es saber valorar sorelianamente la grandeza de las dos partes en el conflicto de Oriente Próximo, despegándose de todo victimismo (victimismo siempre contrario, por cierto, a los intereses palestinos –los presuntos propalestinos derechohumanistas nunca han defendido la soberanía palestina sino el acatamiento de los palestinos a los diseños consensuales que desde foros occidentales se les impongan, la legalización de bantustans con marchamo de la ONU-). NATUROCRACIA es saludar al oficioso tándem Bush/Laden en su condición de agentes aceleradores del final de Occidente como pesadilla con aspiraciones globales, en su calidad de resucitadores de la voluntad de resistencia (es decir, de naturaleza) en Palestina, en Irak, en Afganistán, en nuestros propios pagos (y no hablo, desde luego, en este último caso, de los payasos antiglobalización, sino de los mutantes antisociales como yo y como quienes se identifiquen con estas líneas, de los anarcas y emboscados, de los posiblemente calificados de «sociópatas» por los panópticos policías del pensamiento, de quienes están de vuelta de toda oposición formal y plantean el desapego absoluto propio del apocalíptico, del que ansía un Año Cero como única manera de salir de una vez del presente bucle de mierda en que nos tiene enredados el Sistema).

   

NATUROCRACIA es atender a quienes amamos/admiramos/odiamos/tememos e ignorar a quienes despreciamos. NATUROCRACIA es confiar en lo No Humano como única vía para resolver el actual cul de sac que supone la condición humana y su presencia sobre la sufrida y curtida piel de Gaia.

 

 

 

 

textos relacionados:

 

la escuela de los hechos (publicado en el nº 7 de EL EFECTO OREGANO)

 

amokalypso