LO RECONOZCO...



Soy un pésimo publicista.



No soy partisano ni mercadotécnico ni mucho menos hooligan. Inasequible a la facciosidad… Completamente inepto como PROpagandista (o sea, como profesional del asunto).



No soy capaz de "vender" porque cada día veo más inútil la tarea de persuadir (sólo los hechos consumados podrán hacerlo, y aun así… -habida cuenta de la extrema alienación del personal-).



Si fío en algo o en alguien, procuro apelar más a las neuronas que a las hormonas, al juego de paradojas incentivador de sinapsis que al conductismo estupefaciente.



Procuro atender más al tuétano que al pellejo de los asuntos, cosa que resulta de lo más intempestiva en tiempos cuando los spots y el spam han acabado por ocupar el lugar de los editoriales periodísticos y ya no digamos de los sermones de otrora.



Si abogo por algún diablo, lo hago desde la honestidad de contemplarlo en sus reales dimensiones, sin pretender travestirlo en el abuelito de Heidi pero tampoco (eso jamás) desde la distancia cobarde de los guantes y la mascarilla.



Que cada palo aguante su masacre me parece un buen lema, puesto que nadie está libre de culpa en estos tiempos en que la guerra es más democrática y masificada que nunca (antípoda de los torneos de antaño -la masificación y la democracia es lo que tienen: cuando el historiador Mosse enlaza las dinámicas de la I Guerra Mundial con las del Holocausto unas décadas después está poniendo un atinado dedo en la llaga más estridente del pasado siglo-), aunque haya quienes procuran redimirse desde su voluntad de construcción frente a otros (leones herbívoros no son sino corderos licántropos, llámense Perón o Zelensky) que procuran hundirse aún más desde su condición falaz, falacias que ellos mismos acaban por creerse: el eterno combate entre el mago de Oz y Pero Grullo…



Si me acerco a textos de Historia, me siento bien haciéndolo desde un enfoque “empático” (que no supone complicidad sino aproximarse al tuétano de lo estudiado sin atrincherarse en apriorismos: cada día me irritan más los apriorismos) y, en caso de complicidad por parte del historiador, que ésta sea lo bastante inteligente como para seducirme, sin avasallamientos, sin confundirme con una oca a cebar con didactismos pedestres.



Soy bastante hermenéutico y así en no pocas ocasiones mis defensas pueden hacer torcer el morro a quienes suelen ser más papistas que el propio defendido (o incluso al propio defendido si las leyese).



Pero esa hermenéutica me ha permitido, con un mayor juego de cintura mental, hacer autocrítica (oh, cielos, esa palabra tan estaliniana...) al mirar atrás con decisión y sin reticencias (sin pretender atarme a etiquetas que el viento de los tiempos siempre acaba por trascender -sólo hay dos que no se me caen desde que las asumí, REALPOLITIK y KONSERVATIVE REVOLUTION-) y así descubrir nuevas síntesis y paradigmas con la ilusión del primer día pero consciente de que mis expectativas de hoy son mucho más sólidas, en cuanto a comprensión de lo que me rodea, que los espejismos de antaño. Porque lealtades con anteojeras, cuantas menos, mejor...



En el plano material, me iba mejor cuando deliraba quijotesco y se me daba carrete (prueba impepinable de lo inocuo de mis delirios -sólo cuando esos delirios, de manera algo más consciente, tocaron el cable pelado de la realidad, fuese en el 86 o en el 97, el establishment me dio con la palmeta, en ambos casos en relación con el GAL-): ahora, que pongo más atinadamente el dedo en las llagas, o directamente no me leen o, si lo hacen (salvo la nanominoría de rigor), suelen ponerse de perfil. Bueno, ya lo dijo Solzhenitsin cuando pasó su cuarto de hora de fama en Occidente (ahora es recuperado en la Rusia que también recuperó al artífice de los gulag y a la dinastía masacrada en Ekaterinburgo en esa inefable síntesis hegeliana que el Putin Amo cristalizó por mor de supervivencia imperial contra un destino declinante): si en la URSS no le permitían expresarse, en Occidente sí pero haciendo oídos sordos a lo que planteaba (prematuramente rusófilo, nada que ver con los disidentes más digeribles tipo Sakharov, mucho más adecuados para quienes deseaban la liquidación definitiva de Eurasia).



Resumiendo, la satisfacción mayor es sentir que las intuiciones de uno van con el viento de los tiempos. Sólo si esas intuiciones se consuman en el ámbito geográfico en que resido tal vez también repercutan favorablemente en el plano material. No soy muy optimista en ese sentido pero dejo la puerta entornada a tal perspectiva, aunque el presente, insisto, sea más bien escuálido y los años por vivir... ya ni te cuento.





A modo de addenda, no me parece que estén de más, en relación con todo lo aquí expuesto, los comentarios que incluí en esta entrada del blog del amigo Tena.