LECTURAS BOOMERANG DE VISIONES CRITICAS
SOBRE DIVERSOS ASUNTOS Y PERSONAJES
De vez en cuando, me topo con una película, una serie o un libro donde aquello que se critica está mostrado de tal manera que me acaba por resultar fascinante y esa fascinación se impone sobre su condición de "incorrecto" o "vituperable".
Así, una de las razones que me llevó a interesarme por Nixon (hoy uno de mis presidentes usacos más fascinantes junto con Trump y el primer Roosevelt -el glosado por Milius en EL VIENTO Y EL LEON-) fue el enfoque shakespeariano (tributario, en no poca medida, de la semblanza compleja y ambivalente dejada por Kissinger en las memorias de su gestión con el defenestrado mandatario) que el formalmente hostil Oliver Stone le deparó en su biopic reencarnándolo en la carismática presencia de Anthony Hopkins (esa caracterización tan soviética, muy adecuada a un sujeto que debió haberse sentido más cómodo en un remoto despacho del Kremlin o en el modesto escondite de Mao en la Ciudad Prohibida que en una Casa Blanca cuyo mero nombre contrastaba kennedyanamente con sus tinieblas interiores; un sujeto que como aquel personaje de LOS LAGOLIEROS se crecía en la presión pero no sabía cómo lidiar con los momentos de calma; un sujeto cuyo atribulado karma, en pleno desbarajuste del Watergate, pasaría a cierta joven feúcha y gafosa del banquillo de los acusadores, claro que el poderoso empaque trágico de su revanchismo conservador devendría en ladymacbethiano resentimiento progre pero siempre a costa de nuevos ecos cada vez más epigonales de Kennedy -ahora, su rijoso marido Bill, tan bien retratado por su ex/seguidora Camille Paglia en afiladas pinceladas de acibarada ironía, y, para más inri, ese mestizo judeokenyata tan loado en sus homilías demagógicas por el mesías culinario Arguiñano y tan denostado por el negrazo purasangre Mugabe, como tardío eco del choque civilizatorio entre los “afroamericanos” libertos creadores de Liberia con sus antiguos parientes residentes en esa zona, a quienes, ya marcados por el chip imperialista de sus ex/amos, veían como bárbaros a someter y/o erradicar, un conflicto inacabable desde sus inicios y que queda explícitamente reflejado en la bandera de ese país-).
Y siguiendo con Hopkins, mi percepción de Hannibal Lecter no como supervillano sino como sujeto digno de atención respetuosa (como "Cristo de nuestro tiempo crucificado entre cerdos") se debe a la impronta del film EL SILENCIO DE LOS CORDEROS. Está claro que hay un antes y un después en la imagen de Lecter con la irrupción de Anthony Hopkins como su encarnación cinematográfica. El Lecter de antes (el de EL DRAGON ROJO y el del libro que daría pie a la película de Jonathan Demme) es más un hombrecillo perverso y desagradable, un psicoanalista/titiritero al que yo imagino con rasgos woodyallenianos (una vez más me viene a la mente, al mentar al neuroticómico Koenigsberg, el cuento de Stephen King SE LO QUE NECESITAS), nada que ver con el empaque magnético del actor británico. Thomas Harris toma buena nota de ello cuando se le encarga un nuevo libro de Lecter destinado a ser película y, consciente de que será nuevamente interpretado por Hopkins, alumbra el para mí mejor hito de la saga, HANNIBAL, la biblia lecteriana, donde el supervillano se transfigura en Alguien decididamente MAS ALLA DEL BIEN Y DEL MAL (cuyo único precedente que se me ocurre es el Kurtz de Milius, Brando y Coppola -bueno, reflejo menor pero notable sería el Roy Batty de BLADE RUNNER en que Rutger Hauer tiene la Ultima Palabra tanto sobre Ridley Scott como sobre Philip K. Dick: y es que cuando el Verbo y la Carne se aúnan, las moralinas se arrugan y enanecen ante la majestad de Lo Trascendente-), no superado por la película (por faltarle momentos importantes del libro, caso del personaje de Margot Verger, a mi juicio fundamental para entender mejor la moebiana sobrehumanidad de HL). Harris, en su último trabajo lecteriano (la precuela sobre las mocedades del buen doctor), ya ha asumido plenamente la ambivalencia del personaje (que no mucho después tendrá su contrapartida -frente a la distancia sobrehumana de Lecter, la existencialista condición demasiado humana de un ser como alumbrado por un Zola entreverado de Nietzsche- en el Negan de la serie THE WALKING DEAD y su tortuosísima trayectoria, continuación mucho más refinada y profunda de su matriz -El Comediante de la adaptación cinematográfica de los WATCHMEN, encarnado por el mismo actor que haría de Negan-). Y, como presagio de la palpitante actualidad, la serie HANNIBAL encarnada por un actor con rasgos putinianos, parece anticipar la presente histeria fóbica contra el Putin Amo y es más retrato de las miserias propagandísticas de un Occidente terminal que del definitivo Lecter bajo la égida performada por Hopkins.
Y, ya que he sacado a Putin a colación, hay libros sobre él intrínsecamente ambiguos (desde el agónico balanceo de atracción y reproches que plantea Dugin en su PUTIN VS PUTIN a la objetividad realpolítika -muy cercana al prisma kissingeriano- del colectivo RUSSIA AND THE WORLD IN THE PUTIN ERA) que, precisamente por esa trascendencia de la unidimensionalidad reduccionista, engrandecen aún más la figura del premier de todas las Rusias.
Hay un historiador israelí, Zeev Sternhell, que parece estar especializado, por la minuciosidad con que analiza aquello que considera "incorrecto", en provocar efectos boomerang en quien lo lea desde una perspectiva mínimamente heterodoxa y REALPOLITIKA. Así, su trabajo sobre los orígenes del estado de Israel, quasi homónimo del libro de Roger Garaudy, es al tiempo más demoledor en su crítica por hacerlo "desde dentro" y sin el ánimo partisanamente antisionista del comunista convertido al Islam pero también vende magistralmente lo criticado a ojos como los míos, desencantados de los nexos de una saga palestina decadente rehén de Soros, de la corrección política tardoprogre y del fundamentalismo islamo/atlantista (no hablamos precisamente de Hitzbollah o de Teherán ni del panarabismo sirio -única opción de soberanía dentro de un corredor gransirio que englobase Gaza como ente autónomo en contraste con su otra alternativa más allá del ghetto en perenne hostilidad y bombardeable a perpetuidad, esto es, el bantustan tutelado por la ONU que quedó definitivamente decretado como única salida "democrática" en los tiempos de Yehud Barak-), y atentos a esas interactuaciones de Netanyahu con Putin y Trump, a su erradicación de la subversión sorosiana (que no mucho después Orban emularía en Hungría) y a su deseo de cambiar la capitalidad del Estado desde la profana Tel Aviv (a tiro de piedra -nunca mejor dicho- de la Sodoma bíblica) al vórtex espiritual de Jerusalén. En otras obras, los sabrosos datos que aporta Sternhell sobre, por ejemplo, Mounier, De Man o Hulme (en este último caso, su capítulo/apéndice sobre el agitador oficiosamente detonante del imagismo y el vorticismo daría pie, cuando tuve oportunidad, a mi inmersión total en su vida y obra) me llevan a parafrasear aquello de "DAME PAN Y DIME TONTO" por "DAME DATOS Y TRATAME DE INCORRECTO".
A modo de postdata sobre las moralinas de Sternhell // Konrad Lorenz decía que "LA NATURALEZA ES DE DERECHAS", sentencia que me inspiró la paráfrasis "LA REALIDAD ES POLITICAMENTE INCORRECTA". Da la impresión de que el historiador polemiza una y otra vez contra la Realidad en sí (contra la CIRCUNSTANCIA orteguiana) y de un modo, fundamentalista en su utopía racional, que desautoriza las lides con que los proyectos han de casar sí o sí con LO REAL: así, respecto al sionismo, parece condenar el hecho de que Israel no se plantease de manera "políticamente correcta", pretendiendo una tortilla sionista sin ruptura de huevos (que supongo habría durado -mecachis en la realidad...- lo que la URSS bujariana y/o perestroika o lo que nuestra I República pimargalliana: algo bienintencionado pero disfuncional en su liquidacionismo latente y destinado a la fugacidad -tan sólo perenne en el santoral de algunos porque, ya se sabe, las buenas intenciones suelen acabar en empedrado infernal-) cuando habría sido más cabal desde el prisma de la corrección política la única actitud posible, el asimilacionismo (promovido, por cierto, por su detestado Bismarck -el aumento de rango de no pocos judíos durante su mandato sería precisamente lo que el hitlerismo trató de anular con una quirúrgica criminal unas décadas después: porque los judíos más odiados por el nazismo no eran los que deseaban "realizarse" en Palestina sino los que, siguiendo la senda de Lassalle y Rathenau, se sentían tan alemanes como el que más-, o por la Gran Bretaña victoriana -una de sus figuras clave fue el carismático Disraeli o los neopatricios judíos que a su vez inspirarían en no poca medida las diatribas del recién llegado Marx- o por el no menos detestable y "enjudiado" Drieu La Rochelle -que incluso llegó a casarse con una judía y cuya trayectoria política es mucho más compleja de como Sternhell la desea ver cuando lo mete en el mismo saco que la recua unidimensional de JE SUIS PARTOUT-) o, de pretender mantenerse en Palestina (en plan el Canadá tópicamente edénico de Michael Moore y de los toons simpsonianos o la Islandia fetichizada por l@s "indignad@s" -por jugar con mitos "correctos" que luego, estudiados en detalle, no lo son tanto-), adaptarse a la incierta tolerancia de una autoridad árabe (panarabista o neocalifal y mucho más asentada ahí que los proyectos sionistas diseñados en la "diáspora") que les "permitiese" existir sin afirmaciones soberanistas ni venidas arriba bíblicas (pero para ese viaje sobraban las alforjas de pretender conciliar corrección política y la creación de un "hogar nacional judío"); en cuanto a su última obra, dedicada a criticar la metapolítica antiilustrada desde el siglo de las ¿Luces? hasta los subidones fukuyámicos, sólo recordaré que uno de los mentados en ese cajón de sastre, Ernst Jünger, fue el inspirador intelectual del único intento puntual y directo de acabar con Hitler (la movida walkyria) sin las letales carambolas de machacar a miles y miles de civiles (parafraseando a Foxá, qué patada le dieron los aliados al Fuhrer en el culo de Dresde y Colonia...).