LEIDO EN LA CANICULA

LIVING HISTORY: MEMOIRS (Hillary Rodham Clinton)

 

Hillary johnsoniana. Welfare para el interior (planes de educación y sanidad a tutti plen, pulsiones dignas de una populista fábula de Capra pro New Deal, pero expresadas sin sectarismos, señalando al infame Nixon -a cuya caída ella colaboró: como letrada novel participó en la investigación del Watergate- como uno de los pocos republicanos, en una saga mayormente demócrata, que trató de extender la cobertura sanitaria -aquí, en esta puntualización repetida varias veces a lo largo del libro, vemos a la Hillary transversal de padre férreamente republicano, iniciada en la política como porrista del ultraconservador Goldwater, y que, sin renegar de sus orígenes, trata de conjugarlos con sus nuevas inquietudes antibelicistas y pro/derechos civiles de los últimos 60 hasta llegar en la década siguiente, a la vera de Bill, el templado, a sedimentar sus impulsos y concebirse de manera más pragmática como centrista dinámica lista para recuperar una continuidad demócrata saboteada por inepcias utopistas, en disposición de encarar el Poder Imperial definiendo en buena medida una derecha demócrata plena de valores provincianos, puño de Johnson oculto bajo sonrisas kennedyanas-) y jingoísmo (amable pero firme, con gesto de madre norteamericana arquetípica) de cara al resto del planeta (el apoyo incondicional a Yeltsin -incluidas las masacres de octubre '93- o los bombardeos sobre Serbia en el 99 hacen pensar en las alianzas de LBJ en los 60 tanto en Asia como en Latinoamérica, aunque la atención obsesiva a los microcréditos como versión renovada y postmoderna de la Alianza para el Progreso nos muestra el lado más amable, de applepie humeante y penetración sutil a través de ONGs -muy esclarecedor este libro para comprender el verdadero sentido de las ONGs en relación con la geoestrategia occidental hacia el Tercer Mundo de los años 90-). ¿Microcréditos como panacea neojacobina? (aquel ensueño de Robespierre el centrista -guillotina por aquí, guillotina por allá- de hacer de cada francés un pequeño propietario agrícola frente a la anárquica furia hebertista), como economía femenina con la que (usando a las mujeres de quinta columna) mutar poco a poco a todos los países del globo en nuevos estados de la Unión (en libre asociación, a lo Puerto Rico), en la fantasía expansionista de una Commonwealth armónicamente barriestrellada capaz de suceder a la dualidad de superpoderes existente cuando aún había URSS (fantasía que los Clinton, tal vez pecando de optimismo ante el eventual desfondamiento ruso y sin tomar en cuenta la amenaza multipolar que iba conformándose desde la nebulosa jihadista, creyeron posible bajo su mandato). Sueño provinciano de madre usaca sonriente y terrible a la vez (como pasada por el tamiz de Stephen King), iluminada siempre por algún dios fuerte, judeo/ario (los genes de la autora), un dios hecho de Realidad Social, de Espíritu de la Historia, ese bocado tan difícil de tragar para los paladares terminales. El libro acaba con su elección a senadora pero, como se ha podido ver por las semblanzas acibaradas de sus detractores, los impulsos más oscuros e incorrectos se enardecen con la conjunción del trauma del 11S y sus crecientes ambiciones a la presidencia. Hillary johnsoniana pero también más nixoniana que nunca, asumiendo consecuentemente la herencia predadora del caso Whitewater, curtida en el escándalo. A cada nueva andanada de sus críticos de izquierda, Hillary se me hace más deseable desde un prisma soreliano. Una Hillary presidenta contrapesada por Putin, recuperándose el equilibrio de bloques (ese odio/amor de Nixon y Breznev), qué armonía planetaria más perfecta para lidiar con los problemas y disfunciones de una humanosfera globalmente enferma de burguesía (de burguesitis, la saga de una clase social vuelta metástasis, inflamación, edema listo para estallar y difuminarse en la inmensidad de los tiempos por venir, tiempos posthumanistas, antihumanistas, benditos sean). Por desgracia para el Occidente postmoderno y políticamente correcto, sólo Putin mantiene el tipo con la ayuda de su miniyo. Recordando a Hitler en su derrota, el hombre del Este está maduro para imponernos sus condiciones. Hillary la feroz, la reencarnación femenina de Nixon, explosiva e imprevisible, demócrata con vocación imperial, ha sido abatida en su propio corral por una mayoría de estómago débil, con resabios utopistas y weimarianos, más amigos de apariencias que de esencias ¿envidiosos, deseosos quizás de nuestro ZP maquillado de jazz singer?

Hillary gafotas (de espaldas a su físico hasta que las exigencias del cargo la obligaron a asumir un look glamouroso diseñado por otros -aquí también nos viene al recuerdo la imagen desastrada de un Nixon cargado de ideas frente a un peripuesto pero vacío Kennedy-), compulsiva, vehemente, peligrosa en cada una de sus latencias (sujeto ideal para toda clase de elucubraciones psicológicas), complemento (como Robert de su hermano John, como Eleanor de su marido FDR) del hermoso, tranquilo, ponderado Bill. Tras las mil caricaturas provocadas por la anécdota lewinskiana (sólo contestadas -¡pero ya demasiado tarde!- por la aureolada imagen de Martin Sheen en THE WEST WING), las memorias de su esposa nos permiten acercarnos más objetivamente a Clinton y entender mejor lo que vio en él (y lo que muchos otros vieron también cuando lo encumbraron a la Casa Blanca): más que la insultante chulería kennedyana, deberíamos pensar en una reconfortante mediocridad, a la sombra de la cual los compulsivos podemos descansar y reponernos de los estragos cometidos por nuestra propia llama interior (Frank O'Connor como reposo de la guerrera Ayn Rand, Joel Mc Crea como presencia sucedánea del estólido astro Gary Cooper, Robert Redford retomando en oro superestelar el plomo del citado Mc Crea, Rock Hudson como jardinero devoto de Thoreau o como comisario siempre azuzado por su nerviosa mujer, William Katt como surfero en EL GRAN MIERCOLES o como Gran Héroe Americano...: ese aura de bonhomía capaz de seducir a hembras tan independientes como Germaine Greer -"Everybody loves Bill. Bill is adorable and Bill is always flattering me and inviting me to stuff in Britain and we're buddy-buddy, and I like him"- y que todavía hoy puede apreciarse en detalles como éste). Clinton árbol, a la sombra de cuyo ponderado poder (primero en Arkansas y más tarde en Washington) la impaciente Hillary alcanzará la seguridad bastante para actuar como su complemento, como la otra parte del equipo (pareja y equipo -ese binomio soñado de gozosos vértigos que tan pocas veces se cumple: compartir visiones del mundo, ambiciones, expectativas, truhanerías, crímenes...-, dúo dinámico, dúo celestial, dúo infernal, resplandeciente y oscuro, más allá del bien y del mal, dúo sobrehumano, demasiado sobrehumano -casi nunca sublime y casi siempre ridículo cuando nos apeamos del ensueño fugaz, por no estar todavía listos para lo sobrehumano-). Y, tras el descrédito y caída del árbol Bill, Hillary como su aspirante a sucesora en el cargo (apetencia que la convierte en una ave rara dentro de los presupuestos habituales de la democracia formal: sus charlas oníricas con Eleanor Roosevelt, su trato estrecho con la última Jackie Bouvier y su encuentro en diversas misiones diplomáticas con mujeres que parecían heredar el testigo político de sus maridos -en Filipinas, en Nicaragua, en India, en Pakistán...- parecen mostrarle todas las rutas de la encrucijada que supondría su futuro tras el crack del escándalo Lewinsky; ella optará por la más difícil e incorrecta, la más autodestructiva (y, por tanto, la más heroica en su apuesta arriesgada -¿o es que considera al tomar tal decisión que no tiene ya nada que perder?-), aquella que la hermana con la monstruosa Evita de la opera/rock, con la viuda de Mao, con la esposa -hoy también viuda- de Milosevic, con tantos juguetes rotos de la ambición política femenina rehén de las convenciones patriarcales, la ambición de ser otra Reina Virgen, otra Catalina la Grande).

Incompleta, imperfecta, ajena a sublimidades (justo como Nixon, cuya sombra -confundiéndose con la suya propia- la perseguirá para siempre por el escándalo Whitewater -es interesante, emocionante incluso, la cordialidad que el ex/presidente mostró con los Clinton en su desgracia más allá de banderías, como si los entendiese como nadie desde la atalaya que da la experiencia del Poder, ese bosque al que muchas veces no dejan ver bien los árboles de la política-) pero tal vez mejor que otras opciones las cuales, disfrazadas de excelencia y beatitud, sólo plantean estulticia, miopía ante el futuro, huida constante de lo real, un puñado devaluado de abyectas mentiras expresadas con gesto bobo, inane, irresoluto, torpemente faltón en ocasiones (entrópica cobardía histriónica, anticrísticamente identificada con la bondad -el mayor insulto que se le puede hacer a este concepto-). Tal vez mejor que esto, sí. Porque Hillary, en sus ambiciones y en su rabia, en su intensidad, en su carisma cargado de peligro, en sus posibles patologías, aún es una presencia tangible, historia viva. No un holograma antiutópico para consumo de escapistas abúlicos, de pasotas decadentes, de adoradores de Forrest Gump (ese mesías ominoso que en la pasada década algunos identificamos injustamente con Clinton cuando en realidad su encarnación terrenal estaba por llegar -no precisamente en USA- a la palestra del desgobierno un triste día de marzo del 2004).

Otros vendrán, Hillary, que buena te harán (otra injusticia: hoy me arrepiento con creces de haber creado el adjetivo "hillaryante" -que empleé tan profusamente en mi etapa corazonesca- para calificar a femibobas que hoy estarían todas de cheerleaders de Ceja Pe -¡peasso miembras!- pero, desde luego, no con la tigresa Rodham)

 

 

FINALE BOOMERANG // El rechazo de los demócratas a Hillary como candidata a presidenta (incluso a vicepresidenta) ha supuesto la nominación de Sarah Palin como candidata a vicepresidenta republicana (si yo fuese Palin, de llegar a recibir el cargo, aparte de a Dios Padre y a la familia, expresaría toda mi gratitud a los fans de Obama -de no ser por ellos aún seguiría en Alaska...-). Más de una y de uno irreductibles de la ilustrada tigresa Rodham (¿animados incluso por la propia tigresa?) acabará votando por despecho a la rústica pitbullette Palin (habrá que ver hasta qué punto el empeño de los demócratas de Hollywood y de la inteligentsia republicana -la misma, por cierto, responsable con su dogmatismo plutólatra de esta crisis planetaria en que nos arrastramos- por presentarla como una ultramontana cabeza de chorlito, como un Dan Quayle con tetas, hace mella realmente en su capacidad de atracción para el electorado de a pie).

Pero no anticipemos: ya se verá el próximo enero si los USA se mantienen todavía en el hegeliano tren de la Historia o deciden emularnos descarriladamente hacia el sofista País de la Piruleta (Oz, para los lacónicos) con el holograma Obama, con el que parecen identificarse por igual nuestros hologramas patrios Zapatero y Rajoy (si Obama fuese realmente la revancha póstuma de Malcolm X, el caballo de Troya subversivo que denuncia con demagógica insidia McCain, yo lo vería con innegable simpatía pero me da que su encanto es el de un títere de Imperio Romano en decadencia, el encanto biodegradable y patético de la debilidad teñida de exotismo, ese buen rollito terminal, coartada de inepcias, que siempre preludia las épocas de mayor rigor y austeridad -la Roma usaca dará paso en no demasiado tiempo a Rávena y Bizancio, gérmenes medievales: el Dios de Palin, agreste y rotundo, interrogante hierática con olor a wéndigo, surgido de la barbarie ilimitada y del tuétano natural, se impondrá al final sobre el peplum amigo de vórtex virtuales, sobre la irrealidad libertina, caprichosa, incitadora de abulias, de mórbidas mansedumbres, desde la profanación glotona de todo lo Relevante, profanación que cierra el paso a toda noción transgresora, porque si no hay Dios no hay Lucifer y tan sólo quedan emasculadas marionetas chapoteando perezosas en la antiutopía, confundiendo la vida con un tongado juego de rol, un reality show o una gracieta de comicastros de madrugada-).

En tanto, hay más días que longanizas: tal vez la visionaria tozudez de Hillary la lleve a postularse para el 2012, contrariando a sus infaustos hados nixonianos.