«Yo era débil,
profundamente débil. Hijo de pequeños burgueses atemorizados, pusilánimes. En
mi infancia soñaba con una vida sosegada, confinada. He tenido siempre miedo de
todo».
Sí, amigo, todos estamos hechos de la
misma mierda. La diferencia entre unos zurullos y otros estriba en la voluntad.
La voluntad de algunos para ser algo más que zurullos, aun a riesgo de marrar
en el intento. Quien no arriesga, nunca se equivoca, es cierto. Pero quien
nunca se equivoca (por no arriesgarse), no vive. Pujanza y decadencia. Energía
y entropía. Ahí está todo. Hasta en las mierdas. Bienaventurado tú,
bienaventurada ella, bienaventurado yo, que elegimos el amago (con expectativas
de consumación) de la diagonal ascendente...
Pierre Drieu
Drieu, recién salido de la primera guerra tecnológica (descrita
con maestría desde perspectivas simétricamente diversas por Céline
-«Viaje al fin de la noche», «Casse Pipe»-
y por Jünger -«Tempestades de acero»-), tuvo
unos escarceos con la extrema derecha maurrasiana de Action Francaise («Alrededor
del genio seductor [Charles Maurras] se
encontraban hombres educados, instruidos, valientes y muy unidos. Aquella
ligera preferencia, que no sólo no se manifestó en adhesión a conjunto alguno,
sino tampoco en amistades duraderas [mucho después, durante la ocupación
alemana, se llevaría a matar con los redactores del periódico servilmente
colaboracionista «Je suis partout», la mayoría procedentes de AF], no significaba
preferencia ideológica»), escarceos alternados con su presencia menor en el
grupo surrealista, en su calidad de partícipe en la primera performance
de los acólitos de Breton, el «proceso a Maurice Barrés acusado de crimen
contra la seguridad del espíritu» (Barrés era un
escritor ya veterano, por entonces, afecto a posturas ultranacionalistas;
veamos un fragmento de la intervención de Drieu como
testigo respondiendo al juez Breton:
«-¿Considera vd que Barrés fue un benefactor
público o lo contrario?
-Soy demasiado optimista
para responder que es un benefactor.
-¿Considera vd que sea beneficioso atentar contra la seguridad del
espíritu?
-Le dejo a Dadá la carga de probarlo.
-¿En
su opinión, ¿cómo puede escandalizar un anciano?
-Muriéndose demasiado
tarde»)
o como amigo de Louis Aragon
(con quien mantendría una muy estrecha relación hasta su ruptura en 1925,
ruptura compleja en la que se mezclan divergencias políticas, y, según parece,
celos homosexuales latentes por parte de Aragon ante
las conquistas femeninas de quien acababa de publicar la novela «El hombre
cubierto de mujeres» y que provocaron la alarma en alguien como Drieu, fuertemente aquejado desde siempre por el pánico
homosexual), de Jean Cocteau y del joven heroinómano
y suicida Jacques Rigaut, retratados todos ellos más
adelante en obras como «Gilles» y «El fuego
fatuo» (de Rigaut, por ejemplo, queda esta
impactante semblanza en otro texto también dedicado a él, «Adiós a Gonzague»: «Y luego llegó la noche. Entonces te
drogabas, te pinchabas, te reías, reías. Tenías dientes para una burla
inolvidable: fuertes y apretados y sólidos en una poderosa mandíbula, en un
rostro largo de cuero. Te reías, bromeabas: y entonces te caías muerto. Pero en
aquel tiempo renacías todas las mañanas. Como un fuego fatuo o un duende de los
pantanos, renacías de una bola de aire mefítico. Tenías el cuerpo de un tritón
y el alma de un duende»).
Abandonándose en el húmedo
regazo de los postmodernos años 20 simulaba vivir, amar, detestar (es su
período judío -esposa, amantes, amigos judíos de la alta y media burguesía- tan
bien descrito por el crítico Bernard Frank: «Drieu forma parte de
esa familia espiritual que podríamos llamar "enjudiados".
Tienen relaciones bastante especiales con los judíos, casi carnales. Drieu tuvo una mujer judía y un montón de amigos judíos.
Probablemente se sentía bien con ellos. Y viceversa. Tenían en común ese gusto
por charlas metafísicas y de dinero» -de ahí que su antijudaísmo
ulterior resulte tan inquietante, pues rompe de plano el tópico de que «el antijudío odia lo que no conoce»-). En este su período más
mundano publicó la ya citada novela «El hombre cubierto de mujeres» (donde,
con su habitual implacabilidad para consigo mismo, hace referencia a algo que
empañó su frenética vida sentimental, la impotencia -«Empecé muy joven a ser
intermitentemente impotente. Una naturaleza introvertida, invertida, pero con
las mujeres. Viril por oleadas, Narciso a menudo, soñaba con poseerlo todo al
tiempo que era poseído»- y también anuncia un rasgo que se desarrollaría de
manera categórica en el último tramo de su vida, las inquietudes espirituales
-«Hay temporadas para las almas y hay temporadas para Dios. Siento en mí una
salvaje dificultad en satisfacerme y una paciencia infinita en cansar la
naturaleza. Estoy haciendo mi aprendizaje: Dios ha querido que el hombre no
encuentre su alma más que por gradaciones sensibles según la sucesión del
tiempo. Otra vez un misterio de su religión»-) y un ensayo primerizo, «Medida
de Francia», que, pese a un no pequeño poso de nihilismo postmoderno
(anticipador en más de medio siglo de Baudrillard o
de Lyotard), ya marcaba algunas de sus constantes en
materia de opinión («Europa se federará, o se devorará o será devorada»;
«Acaso no hay comunistas en Occidente»; «Ya no hay más que categorías
económicas, sin distinciones espirituales, sin diferencias en las costumbres...
Ya no hay más que modernos, gentes en los negocios, gentes con beneficio o con
salario, que sólo piensan en eso y que no discuten más que de eso. Todos carecen
de pasiones, son presa de los vicios correspondientes»; «...se pasean
satisfechos por el universo de baratija en que se ha convertido el mundo
moderno, donde muy pronto no penetrará ningún brillo espiritual»).
Al acercarse el cambio de década, comenzó
a tomar conciencia de su lugar en el mundo buscando una alternativa al desorden
establecido. Reformista primero (fiel a sus circunstancias de entonces),
moviéndose en círculos de centroizquierda aunque sin demasiada convicción si
nos atenemos a algunas de sus reflexiones (de esta época son sus ensayos «El
joven europeo» -1927: «El cuerpo humano y la construcción viviente de la
historia caen en la masa de la materia y participan de su eterna caducidad...
Ya no se trata del cuerpo de los hombres, sino del cuerpo mismo del Hombre que
es polvo.
Pero repugnaría su sed de trascendencia
la corrupta política francesa de entreguerras (el detonante de su ruptura con
el reformismo fueron las manifestaciones del 6 de febrero del 34, en las que
las ligas patrióticas y el Partido Comunista salieron a la calle en protesta
contra los escándalos gubernamentales -como el famoso affair
Stavisky-: «Comunistas, patriotas, no es lo
mismo... Y, sin embargo, estaban muy cerca los unos de los otros. En
determinado momento, a eso de las diez del martes, en la rue
Royale, la multitud que se precipitaba hacia la plaza
de
con Breton
Drieu acabó por dar el salto hacia adelante, asumiendo una
dinámica totalmente rupturista, abandonando lastres
mundanos en pulsión ascética. Abrazado a la ilusión de una izquierda arraigada,
ecológica, con tierra, con sangre, con memoria, creyó encontrar esa izquierda
hipotética en el fascismo («Hay que ser fascista, porque el fascismo es la
única forma de comunismo que pueden asimilar las nacioncitas envejecidas de
Occidente» -frase no exenta de miga si pensamos en cómo nunca ha triunfado
en Europa Occidental un régimen comunista, en contraste con
Hasta su antijudaísmo es heterodoxo respecto al de otros fascistas:
porque, como ya se dijo, no surge de impulsos xenófobos de hostilidad contra «el
Otro» sino como rebeldía, ruptura, desapego ante
algo que interioriza (su condición burguesa que, por su propia biografía -ya
mencionamos la alta proporción de judíos entre su medio social-, convierte en
sinónimo de «condición judía» -de nuevo volvemos a Bernard
Frank: «Esa descomposición la veía él, sobre todo,
en los medios judíos, que son los más accesibles y más traidores de la
burguesía. Los medios judíos le daban una imagen de aquel mundo en technicolor.
Eso constituye la base, el terreno original... Drieu
se sentía enormemente débil y soñaba con ser vikingo»; lo que corrobora el
propio Drieu: «Lo que menos me gusta de los judíos
es que son burgueses y transforman en burgués todo aquello que tocan»-) y
que hace, del Drieu visto a sí mismo (con disgusto)
como judío honorario, émulo anímico de tantos judíos auténticos que, hoy como
ayer, critican y han criticado frontalmente su estereotipo social (Ferdinand Lassalle, Otto Weininger, Karl Kraus -«...creo que puedo decir de mí mismo que sigo al
judaísmo en su desarrollo hasta el Exodo pero lo
abandono justo en el momento en que se pone a danzar alrededor del becerro de
oro»-, Alexandre Marc
-uno de los creadores, a comienzos de los 30, del grupo tercerista francés L’Ordre Nouveau, en estrecho
contacto con los strasseristas alemanes-, Simone Weil, Rosa Luxemburgo -en
sus feroces polémicas con el Bund, partido socialista
polaco «sólo para judíos»-, Rudy Dustchke y Bernt Rahbel -líderes econacionalistas
del mayo berlinés que reivindicaban la identidad alemana frente a la ocupación
USA/URSS-, Leonard Cohen -estudioso de
Drieu, colaborador y resistente a la vez durante la ocupación
alemana (testimonio de esta condición ambivalente queda en su tarea como
director de la «Nouvelle Revue
Francaise» -actuando como paraguas protector de
escritores desafectos y de origen judío: «Los amigos judíos que he ocultado
están en la cárcel o han huido. Me ocupo de ellos y les hago algún que otro
favor. No creo contradicción alguna en ello. Acaso la contradicción de los
sentimientos individuales y de las ideas generales es el principio mismo de
toda humanidad. Se es humano en la medida en que le hacemos trampas a nuestros
dogmas»-, sus artículos cada vez más críticos contra el Reich
-que le harán objeto de amenazas de muerte por parte de las autoridades
alemanas: «Ha escrito usted un artículo a sabiendas de que no iba a salir.
No es la primera vez. Quizá pretende usted que le fusilemos. Si continúa
enviando artículos de este tipo, no sólo le fusilaremos a usted, sino a toda la
redacción del periódico»-, su stalinismo de los
últimos tiempos -«Lenin y Stalin se parecen más a la crudeza de Nietzsche
que Hitler (...) Hoy en día, monarquía, aristocracia,
religión, están en Moscú, en ninguna otra parte»-, amén de sus escritos
finales como los últimos fragmentos de su diario -«Lo que me molesta de la
posición del dandy y me ha alejado de ella es el
puritanismo disfrazado. Noli me tangere:
es abstraerse de la vida, de las manchas, de los borrones. Después de todo,
prefiero haberme revolcado en el barro con los demás»-, el texto «Exordio»
pensado para ser leído ante un tribunal que lo juzgase -«Sí, soy un traidor.
Sí, he estado en inteligencia con el enemigo. Yo aporté al enemigo la
inteligencia francesa. Si ese enemigo no fue inteligente, no es culpa mía. Sí,
yo no soy un patriota corriente, un nacionalista cerrado: soy un
internacionalista. No sólo soy un francés, soy un europeo. Vosotros también lo
sois, lo sepáis o no. Pero hemos jugado y he perdido yo. Reclamo la muerte»-
y sus novelas terminales «Perros de paja» -sátira desencantada sobre la
ocupación alemana y el colaboracionismo- y la inacabada «Memorias de Dirk Raspe» -inspirada en otro suicida, el pintor Van Gogh-), vivió hasta el final su condición de «agente doble»
autoinmolado a una voluntad de transversalizar
contradicciones («Siempre me ha gustado juntar y mezclar los problemas
contradictorios: nación y Europa, socialismo y aristocracia, libertad y
autoridad, misticismo y anticlericalismo») que el tiempo ha acabado casando
en muy posteriores avatares políticos (anticolonialismo fanoniano,
Nueva Izquierda, nacional/comunismo ruso, islamismo revolucionario...) pero que
a Drieu le obligaría («Me gustaría formar parte de
la cofradía de los suicidas. Finalmente, es una noble cofradía.») a partir
un día de marzo del 45 tras una buena ingesta de gas de la cocina y tres tubos
de barbitúricos (unos meses antes, en agosto del 44, se había intentado matar
dos veces: la primera con luminal y la segunda, ya en
el hospital, abriéndose las venas -tras este conato escribiría los fragmentos
finales de su diario, repletos de consideraciones religiosas, y las no menos
místicas «Memorias de Dirk Raspe», despreocupándose
por completo de la política: «La política me interesa poco porque creo que
el destino ya está trazado» o «Nunca volveré a encontrarme en el estado
maravilloso en que viví los últimos meses antes del suicidio. Yo, que estaba
tan poco versado en cuestiones de mística, encontré un método bastante bueno
para un ascetismo brutal»).
Hoy, amigo, tu obra (narrativa, poesía,
teatro, ensayo...), tan llena de precisiones psicológicas y de introspección,
nos enseña, desnuda y lista para compartirla en comunión no conformista, el
alma de un burgués en rebeldía contra sí mismo. Ejemplar no en la perfección de
tu trayectoria (pues no hay tal: tú no fuiste sino un antihéroe con ínfulas de
titán que se agitaba marcado por un destino trágico) pero sí en tu voluntad de
superación y en tu profunda lucidez y sensibilidad sobre muchas de las
situaciones y gentes que influyeron en tu vida. No diste respuestas pero las
interrogaciones que planteaste a los dilemas establecidos («Interrogaciones»
era el título de tu primera obra, aquel poemario del 17 con olor a trinchera -«Reparto
de la humanidad por la guerra / los combatientes y los no combatientes / los
que son heridos o muertos, aquellos a cuyo alrededor / el aire está tranquilo /
los que tienen un cálido lecho y duermen su hartazgo / los que tienen fríos insomnios
/ los que aman de cerca, los que aman de lejos / a sus amados / es tan sólo
este reparto cercenado»-) y los desafíos que aceptaste son tan válidos en
tu tiempo como en el nuestro. Lo que no debemos es mimetizar tus errores. Tú
serías el primero en desaconsejárnoslo.
menciones a DRIEU en «EL CORAZON DEL BOSQUE»: «Tercerismo europeo en
Francia» (nº 2-3) // reseña de «Gilles»
(nº 10) // «Perfiles geopolíticos del nacional/comunismo ruso» (nº
11-12) // «Fascismo y pesimismo»,
«La vía zurda», «Contra el antifascismo» (cuadernillo «El
Corazón de