Priones de Emmalee: The Left Hand


"La teoría de los impulsos es, por decirlo así, nuestra mitología propia. Los impulsos son seres míticos, grandiosos en su indeterminación”

(cita de Freud usada por Baudrillard contra sí mismo -o sea, contra Freud-)



Bradipus Rex, el Hombre Más Lento, registrador de la impropiedad (lo dice en la popa de sus shorts), con su gloriosamente deplorable aspecto de joven nonagenario, barre a la francesa (esto es, con un rictus indolente -entre Camus y Montand- ornado por cigarrillo de chocolate a la taza sin taza que le cuelga de la comisura gocha) las hojas muertas que flanquean el bungalow. Recuerda escenas estivales de otrora, como aquella sobremesa tras volver del museo:


-Ouh, mamy blue, haz la venus. Así, así... Ponte la mano ahí, medomina, ponte la mano ahí... Como la venus. Y sonríe leonardesca y caprina. Y, ahora, extiende esa mano y déjame aspirar sus efluvios de algas y mermaidladies (de naranja dulce, que va mejor con los frutti di mare). Ouh, esa blancura mate y matadora, muda y mutante, esa gravidez pocha inasequible a las turgencias del artificio. Ese cuerpo ajeno al tedio, por ajeno al quirófano, mejor hierófano, psicofanta (oh, perdón, quise decir orange crush).





Bradipus se mesa las barbas cubiertas de musgo y detiene un instante su tarea barredora. Casi todas las hojas están ya fuera, en la acera de la recoleta calle con nombre de arteria fluvial secundaria, afluente hermano de aquel otro en el que la rolliza Megan descubrió su paisaje interior al atravesar con gafas de buceo el espejo del agua (ella, a quien nadie nunca jamás regaló narcisos, tenía por fuerza que ir más allá del espejo para sentir un principio fundamental de autoestima).


-Estamos en plena extradicción...

-Será extradición.

-Pues no...





Bradipus recoge las hojas para alimentar a Cocoliso, el acanalado y rutilante garbage can que reposa en la acera junto al castaño de Indias, en cuya copa extiende sus enormes e inútiles alas la ventruda condorniz, ave quimérica de contradictorias hechuras e impulsos, escapada de algún laboratorio andino de Moonsanto y refugiada en esta arteria umbría dejada de la mano del dios ido del carbono catorce. Bradipus tuvo una aventura con ella al poco de llegar (aventura ardua, por la manía de encaramarse de la pajarraca que contrastaba con el vértigo de nuestro hombre -al final, ni pa ti ni pa mí, se amaron locamenti en una de las ramas bajas al modo hamaca, usando la condorniz su plumosa envergadura para acunar a la pareja y hacerle olvidar por unos momentos la paúra del abismo-). Mientras vierte en el cubo de basura las doradas chips que depara el otoño, Bradipus saluda al ave frunciendo los labios en mohín besucón y, sin pretenderlo, perpetra una de las múltiples muecas con que Donald Jota Trump aderezaba sus perogrulladas ante la prensa canallesca en los viejos buenos tiempos.


-Si vivo lo suficiente, creo que mis últimos años serán tan felices como lo fueron los primeros. Porque los problemas me llegaron en medio, en tanto me pretendían acercar a lo "adulto".





La rubia dromedaria preadolescente que Bradipus rescató de una mala caída en patinete hoy se encarga de las tareas culinarias relegando al amo de la casa a la subrutina de pinche malinche (más que cocina, es gastrurgia lo suyo, por aquello de aunar el más compulsivo rigor con la más desenfrenada arbitrariedad en la elaboración de sus ¿platos? -herencia tal vez de sus tiempos como chef prodigio en aquel concurso televisivo de su California natal, antes de que la falla de San Andrés, estresada y espástica, se cuartease del todo forzando a un Calexit tectónico e irreversible y al exilio de mucho personal angelino obsesionado con el hundimiento de la Atlántida, tierno tópico a la sazón-). Justo en estos momentos, en tanto su anfitrión acaba de adecentar el jardincito de la entrada, trocea unas brackwurst para el relleno del megatherium a la sal, y lo hace con la guillotina de bolsillo (cortapuros devenido utensilio de cocina) amagando una expresión artera, alucinada y alucinante (la puntita de la lengua asomando un ápice entre el belfo traslúcido de orquídea), como de decapitadora de penes.


-"SI AL PENE DE MUERTA": dislexia conceptual del aprendiz de verdugo…





Los murcielaguitos con mueca de Dyan Cannon revolotean en su derredor y posan sobre sus hombros y cuelgan de su entrepierna, en grotesca parodia franciscana. Se otea el crepúsculo ¿de todo? (un poco).