Ultimamente, suele visitar mis sueños la señora de TUC,

con su increíble capacidad de dilatación...

 

 

LA CASA DE MIS SUEÑOS ES CASA SIN FRONTERAS

 

(escrito en plena lectura de LOS PERROS LADRAN de Truman Capote y a medio digerir varios títulos de Patricia Highsmith)

 

Casa grande de agorafóbica de película USA (una aclaración: los espacios ilimitados no me incomodan, si están vacíos o punteados eventualmente por algún taconeo transeúnte o abarrotados pero sólo por japoneses -que, al detestar el contacto físico con extraños, por muchos que sean, nunca agobian-).

 

Casa grande como (fl)eco de la infancia (cuando las casas eran más grandes, más incógnitas, más llenas de pasillos interminables y de puertas que me cerraban el paso a habitaciones prohibidas).

 

Casa grande que trasciende el tiempo (sea apartamento volcado a bahía californiana y luminosamente congelado en una mixtura pseudocampera muy fifties, sea mansión neogótica envuelta en bosques empapados por la bruma de Atlantis) y también el espacio (pues esos pasillos nunca, nunca, nunca se acaban, salvo para bifurcarse, y las puertas se abren indefectiblemente a otras dimensiones, a miradores de tren transcontinental en perenne movimiento, a ascensores que atraviesan los techos y se pierden en la negrura de la ingravidez, a escaleras de caracol que descienden a todos los centros de todas las Tierras).

 

Casa grande como esos cuerpos femeninos hechos de palabras y de los consiguientes silencios preñados de palabras también (los únicos cuerpos que ocupan mi deseo: el matiz entre ambarino y nacarado de las palabras iluminando la piel –da igual que sea ésta de color tabaco, índigo, tapenade... siempre acaba resolviéndose en ocaso de ámbar, en aurora de nácar-, el útero frondoso en que se enredan las palabras como frutti di mare entre las algas -impregnando de yodo las conversaciones más íntimas, recuperando desde el solitario secano la gracia del mar-), cuerpos que sueño unas veces con forma de mujer y otros como acogedora biblioteca iluminada por una crepitante chimenea (en este último caso, la mujer propiamente dicha espera entre las páginas más inesperadas o como vaho ondulante que regalan las llamas o como sombra corvina agazapada tras el respaldo).

 

 

MONDO HIGHSMITH

 

(Brindo por todos los demonios, por las lujurias, pasiones, avaricias, envidias, amores, odios, extraños deseos, enemigos reales e irreales, por el ejército de recuerdos contra el que lucho: que nunca me den descanso.”  PH)

 

Abocados al tobogán del gozoso desastre.

Por imperativo de supervivencia, asumir la cruda realidad, la vecindad de la muerte y la extrema modestia de nuestras fuerzas.

Y ver a todo aquello que amamos como horizonte (y conformarnos con el distante calor que tenga a bien darnos).

Y disfrutar los momentos en torno a una taza humeante sin forzar la situación.

Y soñar.

Y escribir.

Y cantar lo que se sueña y se escribe.

Y besar en los mundos paralelos a quienes nunca nos besarán en éste.

 

Y morir cuando nos toque.

 

 

POLVO DE CARACOLES

 

(suelo sentir envidia cuando en algunas películas extremas –como SWEET MOVIE o el REBORN de Bigas Luna- me topo con escenas de enganche coital: me parece muy hermoso ese lazo con que los cuerpos en ocasiones se niegan a separarse y desafían lo efímero del encuentro carnal)

 

Siameses unidos por la aporía del amor.

Latido y caricia, más que espasmo y sacudida. 

Visos de eternidad en el abrazo frente a la desmemoria del día siguiente.

Un túnel del amor del que nunca se sale.