LA IMPRONTA DE MOUNIER

 

 

imágenes: CARMEN HIERRO

ilustraciones: MARCEL GROMAIRE

 

En este umbral de años/décadas he acabado retomando lecturas que hacía tiempo no atendía, como la HISTOIRE POLITIQUE DE LA REVUE ESPRIT, la INTRODUCCION A LOS EXISTENCIALISMOS, el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO o la semblanza MOUNIER SEGUN MOUNIER. Y así he caído en la cuenta de que el discreto Emmanuel Mounier fue, con el apabullante Nietzsche, el troquel/poción mágica en que se conformó mi cosmovisión, para bien y para mal. Aparente bicefalia llena de furia y ternura, de soledades y empatías, que hoy me lleva a seguir reivindicando el Personalismo Comunitario a la vez que me intereso por otros nombres y corrientes presuntamente incompatibles.

 

En la primavera del 80, a poco de iniciar mis tertulias de los jueves con Manolo Velasco (alto cargo de la Falange Española Auténtica) en su despacho de la castiza calle León, me topé con la edición de Taurus del MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO, uno de los basamentos ideológicos de los sectores más avanzados del llamado hedillismo. Años después, en octubre del 87, otro Manuel (Alonso –secretario nacional de Juventudes CDS-) me recibiría en otro despacho (calle Jorge Juan) con un carnet y un cargo expresamente creado para mí (Secretario de Cultura de Juventudes) y una pila de ejemplares de ACONTECIMIENTO, el boletín del Instituto Emmanuel Mounier, sabedor de que mi principal motivo de atracción hacia el partido de Suárez era su referencia al personalismo en el programa del 82. Un par de años antes, en el 85, cuando movíamos la distribución de mi libro FE JONES, mi editor azul Miguel Angel Vázquez y yo recalamos en la librería Fragua (vinculada con Adolfo Muñoz Alonso, autor del ensayo sobre José Antonio UN PENSADOR PARA UN PUEBLO) y allí me encontré con la ya mentada historia de ESPRIT. Esta presencia intermitente de Mounier en mi trayectoria política aparecería también con la última experiencia, mi breve relación en el 97 con el Partido Carlista (al que llegué a través del ex/falangista Javier Onrubia, secretario de Rafael Gª Serrano en los 80 y elemento muy atraído a partir de los 90 por la izquierda norteña –por sus lazos con los carlistas y también por su relación con el montonero devenido en abertzale Carlos Aznárez-), aunque en esta ocasión no fue tan explícita sino más conceptual al comprobar cómo el PC, en su quijotismo y escasa adecuación a las malicias de la política al uso, se acercaba muchísimo a la Tercera Fuerza que Mounier intentó cristalizar en diversas ocasiones sin demasiado éxito. Ese mismo 97, a punto de abandonar definitivamente mi relación con la política partidista y de dedicarme sin anteojeras a la observación y reflexión sobre el Poder, descubriría a dos mujeres, las dos judías no practicantes y las dos extremas en sus respectivos compromisos, que renovarían, corregida y aumentada, mi bicefalia Nietzsche/Mounier de soledades y empatías, distancias y acostamientos, pesimismo heroico y optimismo trágico...: me estoy refiriendo a Ayn Rand y Simone Weil (esta última tan lejos y tan cerca de Mounier aunque la posteridad los ha hermanado en una misma intuición de cristianismo entendido como revolución dentro de la revolución).

 

«El buen sentido manda, no detener los ríos, sino encauzarlos. Está en curso una vasta revolución, gobernada, fuera de nuestros formularios, de nuestras voluntades e incluso de nuestras buenas voluntades, por un oscuro movimiento de la historia. A nosotros nos corresponde humanizarla en toda su masa, no aplicándole desde fuera un rostro de hombre demasiado conocido y ya congelado, sino extrayendo de su tumulto, por delante del hombre conocido, un rostro renovado del hombre eterno.»

 

 «Yo creo que en el mundo moderno, que es un fin del mundo, el fin de la época burguesa, individualista, que ha marcado los tres últimos siglos, lo espiritual encarnado está en gran parte muerto, incluso en aquellos que lo profesan. No se trata de salvar esas fórmulas muertas, sino de redescubrir un nuevo rostro de lo espiritual.»

 

«El objetivo final de la inteligencia es la comunión.»

 

«No hemos dejado de pensar que yendo al centro de los problemas servimos a la unidad futura mejor que los ardides turbios, y ello sin desarmar, como hemos demostrado, las alianzas tácticas que los acontecimientos puedan hacer necesarias. Pero cuando, en un universo de sonámbulos, se nos propone sembrar un poco más de inconsciencia, nosotros decimos ¡NO! Nuestra tarea de intelectuales es el servicio a la lucidez.»

 

Mounier se muestra profundamente desconfiado hacia el comunismo en los años 30 y primeros 40 y su mayor cercanía a una iniciativa política de progreso con vocación de gobierno y no sólo testimonial (a una izquierda posible) es al Frente Popular por la figura de Leon Blum (justo por el tiempo en que Georges Izard,  otro de los iniciadores del personalismo comunitario y de ESPRIT, se une a la SFIO –el partido socialista francés-). En esos años todavía cree en terceras vías que le llevan a vincularse con otros colectivos y experiencias cuya frontera con el fascismo es menos nítida (L’ORDRE NOUVEAU, participación en cierto congreso en Roma en 1935 organizado por los sectores más izquierdistas del régimen, incluso su entrismo en los inicios de Vichy –medio fiado en algunos parámetros petainistas formalmente antiburgueses medio subversivo de la desnaturalización reaccionaria que enseguida detecta en el vichismo y que le llevará a aprovechar algunas estructuras juveniles del Etat Francais para contribuir a la educación de cuadros que darán pie a elementos resistentes de raíz cristiana- o su gran afinidad con el socialismo psicologista del líder belga Henri de Man –futuro colaboracionista con el ocupante-). Es a partir del conocimiento directo de comunistas por su participación en la Resistencia cuando cambia de actitud hacia el PCF y mantiene hasta su muerte una relación de empatía crítica hacia el comunismo que recuerda a la de Sartre aunque desde otros parámetros filosóficos (en su INTRODUCCION A LOS EXISTENCIALISMOS deja claras las diferencias). 

 

Mi acercamiento al falangismo se produce no por una atracción hacia la extrema derecha sino por los grupos que, a semejanza de otros latinoamericanos (Montoneros, revolución peruana de Velasco Alvarado...), parecían ofrecer una Tercera Fuerza anticapitalista, antiburguesa, con algunos signos medievalistas (incluido el troquel cristiano y proudhoniano) refractarios a la satelización marxista y racionalista. Tras alejarme de la FEA a fines del 80 por desencuentros al rechazar Miguel Hedilla varias partes de mi escrito FALANGE AUTENTICA COMO PARTIDO RADICAL por excesivamente libertario y tras una bronca discusión con el ya citado Manolo Velasco a propósito de Gibraltar y las Falkland (donde yo me pronuncié inequívocamente a favor de la pérfida Albión) a mediados del 81 me siento atraído hacia AP no por lo que pueda tener este partido de derechista o de neofranquista sino por la conexión de su figura más atípica, Jorge Verstrynge, con la llamada nouvelle droite (corriente que consideré, desde un entorno europeo, por su antiamericanismo, su crítica tanto al capitalismo salvaje como a la progresía, su anticolonialismo... como relativamente pareja al tercerismo que me había llevado a la Auténtica, aparte de ser el momento en que descubro en ese entorno a un nombre definitivo para mí, Ernst Jünger, así como el concepto no menos importante de Konservative Revolution). Pero, al tiempo, mi visceralidad anglófila respecto al conflicto de las Falkland y mi trato a la sazón con elementos en plena conversión desde la izquierda al liberalismo conservador (Juan Manuel Bonet, Federico Jiménez Losantos...) me hace abrirme más a ese espectro, manteniendo sin ser consciente de ello la misma posición ambivalente que mantenía el propio Verstrynge en AP y los ND franceses con el centroderecha giscardiano. A partir del 85, con el cambio de jefatura en FE/JONS y la expectativa de un alejamiento de la ultraderecha del principal partido azul que podía suponer la unidad falangista en clave tercerista, trato de sintetizar mis pulsiones terceristas y liberales incidiendo desde ABC y en mi novela FE JONES en los perfiles más centristas de Falange. La herencia orteguiana (cuyas OOCC me leo de un tirón entre el 84 y el 85), la anglofilia (¡tan andaluza! –pienso en unos cuantos de mis ancestros marbellíes-) de José Antonio y sus dudas como líder fascistizante (que se le reprocharían desde prismas opuestos tanto por Ramiro Ledesma como por Juan Antonio Ansaldo), el elitismo (más propio de mi carácter y que, aparte de por Ortega, hallo encarnado en el tardofalangista D’Ors, a quien también descubro en ese momento) frente al populismo (que nunca he acabado de asumir sin sentirme incómodo ante su carga lumpen y demagógica –no es casual que de todas las experiencias revolucionarias latinoamericanas sólo la velasquista, por su fidelidad bismarckiana a la jerarquía, sea la única que todavía me merece un respeto-). A partir del 86 y en mi pesquisa de elementos representativos de un centrismo falangista acabo por toparme con la figura de Dionisio Ridruejo y con la lectura tardía del ya mentado primer programa del CDS: ello coincide con mi doble decepción tanto de FE/JONS (por su postura pro/GAL en las elecciones vascas de octubre ’86 –recomendaban el voto útil a Damborenea-) como de AP (a partir de la crisis que supondrá la expulsión de Verstrynge). De alguna manera, si mis lazos con la Tercera Vía que creí hallar tanto en el hedillismo como en la ND equivaldrían a la expectativa mounieriana por una Tercera Fuerza que le mantienen en contacto con grupos como L’ORDRE NOUVEAU o JEUNE DROITE o con sectores izquierdistas del fascismo italiano, mi descubrimiento del binomio Ridruejo/Suárez y mi paso (por primera y única vez) a la militancia con el CDS guardarían relación con el deslumbramiento que Leon Blum tiene para Mounier como revulsivo ante la corrupción establecida en la política parlamentaria (de hecho, mis utópicos intentos –animados por mi superior Manuel Alonso y por algunos otros secretarios juveniles pero laminados por los jóvenes del partido más cercanos a posiciones neoliberales y por la entrada en la Internacional Liberal tras fallar el intento de Suárez de crear una Internacional Progresista de centroizquierda con vocación no atlantista- de potenciar una estrategia frentista a la izquierda del PSOE con el CDS, EE, sectores de IU –alguno acabaría no mucho más tarde en el CDS, caso de la Federación Progresista de Tamames-... creo que iban en ese mismo impulso regenerador, en este caso, contra la corrupción y terrorismo de estado del PSOE). En esta actualización vecina explico con detalle mi desencanto del centrismo a fines de los 80: lo que para Mounier supone el contacto en la Resistencia y primera postguerra con los comunistas para mí viene de mi introducción al mundo abertzale de la mano de la clandestina luchadora Alicia Luxemburgo, del futuro mártir de los sin techo Javier Iglesias, de Javier Onrubia y Carlos Aznárez. Si Mounier muere sin abdicar de su empatía crítica por el PCF incluso cuando éste lo ataca cada vez más ferozmente por no plegarse a sus dogmas, yo, pese a ser plenamente consciente de la profunda degeneración del mundo abertzale (cada vez más abocado al cinismo propio de la razón de Estado –hay para mí un antes y un después del agujero negro del 11M en la percepción del independentismo vasco-), creo que, trascendiendo corsés solipsistas, lo vasco (madre de lo castellano, que diría Celaya) está entre lo menos impresentable de la actual piel de vaca loca y ojalá alguna vez los vascos, englobados en un proyecto común, vuelvan a ser vanguardia de unas Españas (así, en plural) en comunión y no clave de discordia y de odios irredentos, de humillaciones y ofensas, de sobornos y juego sucio vomitados desde el PSOE y las cloacas de Interior.

 

Cuando entre el 96 y el 97 (años de pinzas PP/IU por estos lares –cuyo precedente lo da Grecia a comienzos de la década con el gobierno de coalición de la derechista Nueva Democracia y la coalición comunista Synaspismos y por idénticos motivos: acabar con la corrupción socialista; sin olvidar el clima no muy disímil en México entre el PRD de Cuahutemoc Cárdenas y el derechista PAN para apear al PRI- y de convergencias nacional/comunistas en Rusia para combatir el caos despótico provocado por Yeltsin –recordemos la gira por Europa Occidental en el 94 del nacionalista Duguin y el comunista Ziuganov que EL CORAZON DEL BOSQUE recogió con una extensa entrevista en exclusiva al primero y durante la cual el secretario del PCFR estaba más interesado en entrevistarse con miembros de la nouvelle droite que con sus ¿homólogos? del PCF-) traté de acercar a falangistas y abertzales en un Frente Antisistema mi intención era la busca de una comunión que rescatase a los abertzales de su creciente solipsismo filibustero (de sentirse cada vez más cercanos como meta a un enclave caribeño/kosovar libre de impuestos que a la liberación nacional fanoniana) y purgase a los falangistas de su sórdido karma como ratas al servicio de Interior y de sus guerras sucias. En las publicaciones corazonescas dejé bastantes testimonios de esta intención (de la que, en tanto que intención, no me arrepiento en absoluto). Aquí algunas muestras:

 

«Vamos a plantear descarnadamente las cosas. ¿Qué soluciones existen para terminar con el llamado «problema vasco», cuya manifestación más detonante para muchos es la violencia de los independentistas revolucionarios?

La solución constitucional se ha visto que resulta inviable. La creación del GAL demuestra cómo los propios padres de la Constitución se la saltan a la torera para tratar de acabar con la insurgencia independentista por todos los medios sucios (terrorismo estatal, amagos de negociaciones fomentando las reinserciones y arrepentimientos -esto es, la desmovilización y la integración en el Sistema-...). Actualmente, la única salida que tienen los demócratas es continuar con el goteo de arrepentidos y preparar un superGAL de consenso multipartidista y ciudadano (un poco, como ocurrió en Alemania con el aniquilamiento del grupo Baader/Meinhoff) bajo el cual nadie (al menos, nadie vinculado al espectro parlamentario, judicial y mediático) joda la marrana por razones de lucha partidista, despecho personal o sensacionalismo informativo. La manifestación antiterrorista del 19-F supuso un sondeo de opinión a la búsqueda de ese consenso (todo ello, naturalmente, disfrazado de lacitos y manos blancas -a veces sí ofenden, cuando ocultan intenciones poco claras-, de verborrea democrática y de pacifismo virtual -en resumen, un ejercicio supremo de hipocresía-). Un grupo tercerista de ruptura que está en lucha contra el Sistema no puede hacer bueno a este Sistema temporalmente para “acabar con el terrorismo” (sea apoyando nuevas guerras sucias o no menos sucias políticas de reinserción) so pena de perder su crédito como grupo de ruptura y de acabar convirtiéndose en lo que en su momento fueron no pocos nazifachas (tanto en el último Franquismo como después): confidentes del Estado con ínfulas NR.

La solución de conflicto frontal hoy sólo es defendida por un minoritario espectro de ultraderecha. Desde luego, es más eficaz que la anterior si tomamos como ejemplo el caso argentino (país todavía marcado, en su falta de movilización social, por la dictadura militar antisubversiva impuesta del 76 al 83  -no se explica de otro modo que Menem siga siendo presidente tras siete años de corrupción, neoliberalismo salvaje y burlas continuas a las víctimas de la represión militar, caso del perdón a los máximos responsables de dicha represión-). Para sacar adelante esta solución, habría que masacrar, humillar y quebrar completamente el ánimo nacionalista del País Vasco: algo que solamente podría intentarse desde una dictadura militar o desde un poder civil manejado entre bastidores por militares (el caso uruguayo con Bordaberry; o, más sutil y complejo, el caso peruano con Fujimori); y algo que (ha de recordarse) ya hizo la pasada Dictadura franquista en los 40 y 50 dando como resultado precisamente... el nacimiento de ETA. Eticamente, una solución así repele a todo verdadero espíritu de ruptura y, además, tácticamente, es inviable incluso en su mero intento, dada la actual situación del Ejército español, a años-luz del cuerpo de oficiales que pudo generar carismas férreos como Mola, Franco, Yagüe, etc. La diferencia abismal entre la gravedad del 18-J del 36 y el esperpento del 23-F del 81 (y eso que, entonces, nuestras FFAA estaban bastante menos integradas que ahora en el consenso democrático formal) pienso que lo dice todo al respecto.

La única solución, a mi entender, estriba en el encauzamiento de las energías desbocadas del independentismo. ¿Ello supone pérdida de patriotismo, de sentimiento sincero de apego a la unidad de España?: creo que todo lo contrario.

En cierta manera, puede tomarse como precedente conceptual de esta solución la Revolución Peruana del 68/75: la primera motivación de la Junta Militar dirigida por Juan Velasco Alvarado bajo pautas de autogestión y antiimperialismo es acabar con la actuación guerrillera de los 60 en su país, no aniquilando la subversión sino integrando sus reivindicaciones en un proceso político más racional y que implicase a la mayoría en un proyecto común. En el caso español, solamente desde un proyecto seriamente revolucionario, irreductiblemente contestatario a las imposiciones mundialistas (económicas, culturales, militares, políticas) y defensor de una unidad libre y responsable de los pueblos de España recuperando nuestra memoria histórica más plural (esto es, la anterior al centralismo ilustrado borbónico/jacobino), se puede reconducir el cul de sac del independentismo insurgente, cuyas energías y actuaciones (a pesar de los excesos) deben contemplarse desde un prisma rupturista recuperador de la soberanía, como mucho más cercanas al concepto de «patriotismo revolucionario» que el españolismo vociferante y ritualista de los residuos ultras (ajeno por completo a la comprensión de la entidad compleja y riquísima que supone España, a la que reduce al cliché centralista y reductor del nacionalismo burgués más unitario) o que la unidad eufemística del Estado de las Autonomías (chapuza de la Transición mantenida a ultranza por una clase política ajena a todo patriotismo que permite repartirse el pastel del Poder entre los diversos partidos de consenso -sean de ámbito estatal o nacionalistas- bajo las directrices últimas del FMI, el Banco Mundial, Maastricht y la OTAN -de la que, por ahora, la UEO no es sino un pequeño reflejo pseudoeuropeísta-).

FE/JONS, en concreto, como vector mayoritario del tercerismo español, debe clarificar muy bien su juego: no puede estar a la vez en posiciones contradictorias, no puede continuar pareciéndose (en lo peor) al peronismo con la pretensión de albergar en su seno a muy distintas visiones del mundo que acaben estallando o disociándose periódicamente. No puede, como ocurre con algunos falangistas vascos, admirar a Gadafi y odiar profundamente a ETA (obviando que ETA se entrenó en Libia y que posee seguramente unos lazos y un aprecio para Gadafi que, desde luego, nunca ha tenido -ni creo que, a plazo medio, tenga- Falange): el snobismo ideológico y la esquizofrenia son muy negativos para la acción política; si se toma en serio la vía de lucha inexorable, ajena a toda comprensión de los orígenes del fenómeno, contra el independentismo, se deben abandonar las veleidades revolucionarias, calzarse bien calzado el tricornio antiterrorista en lo más profundo del alma y ponerse a las órdenes de los Ynestrillas de turno o de los fabricantes de nuevos GALes que se vayan cocinando.

La Tercera Posición (incluida FE/JONS) tiene su sentido para, en primer lugar, acabar con las dependencias foráneas sobre suelo español y contra toda actividad desmovilizadora de la protesta popular. Todo aquel que luche contra esas dependencias y contra esa desmovilización (lo haga en euskera o en swahili, en nombre de Alá o por una hipotética patria vasca) debe ser considerado un aliado objetivo. No estamos aquí para caer bien a una ciudadanía confusa, embrutecida y falta de principios que, si se manifiesta contra el terrorismo etarra, es por motivos de orden público (en su acepción más conformista): si tuviese algo más de sentimiento de españolidad, las entradas en la OTAN y en Maastricht (a través de un partido ostentóreamente antiatlantista hasta la víspera del referéndum del 86 y que hoy todavía, corrupto y neoliberal hasta las cejas, se reclama como “la única izquierda posible”) habrían provocado muy serios desórdenes en la calle e incluso una nueva convocatoria de referéndum para salirnos de ambas historias. La única relación del Tercerismo con esa masa es (debe ser) la pedagogía de choque que supone toda dinámica revolucionaria, el enfrentamiento dialéctico, asumir el rol ibseniano de “enemigos del pueblo”, ser “la cofradía de aguafiestas” (como decía, en una de sus mejores expresiones, la difunta asociación Sin Tregua)... La Tercera Posición debe estar (como la contestación islámica contra gobiernos occidentalizados o como los comunistas rusos contra el despotismo yeltsiniano) a la vanguardia de la guerra social, no hundirse en el lodazal populista, no caer en la aporía gradualista de “puestecito a puestecito, concesión a concesión, lograremos el Poder” (la aporía gradualista que devoró al PSOE, más tarde al CDS y que hoy puede igualmente destruir al PCE -salvo que éste reaccione de una puta vez contra el invento estupefaciente de IU-; y una aporía que, pretender aplicarla a FE/JONS, la bestia azul para el consenso democrático formal -una de cuyas señas de identidad democrática consiste precisamente en atacar de manera perenne a Falange-, es simplemente de bobos).»

 

«Un partido que habla de revolución y de amor a España en todas sus partes, contra separatistas y separadores, tiene todavía pendiente una muy profunda autocrítica sobre su papel en las dos comunidades (Euskalherría y Navarra) donde hoy existe en un porcentaje no desdeñable de la población el rechazo a lo que hoy entendemos por España. Porque Falange, rehén de un españolismo obcecado (prácticamente idéntico al de cualquier otro grupo de los llamados nacionales -la inmensa mayoría, pura y simple ultraderecha-) y con una conciencia unionista, de ocupación (comprensible en los descendientes de colonos británicos en el Ulster pero no en quienes, en muchos casos, son tan vascos genealógicamente hablando como el que más pero no han sabido actuar en su tierra como tales, desde la rivalidad revolucionaria, planteando una alternativa propia en la que señalar sus diferencias con el independentismo), ante un movimiento social, el nacionalismo vasco, derivado del carlismo y exacerbado en su voluntad centrífuga por las presiones centralistas, no ha sabido integrarse de manera crítica, intentando encauzar posibles excesos: no, ha actuado como una fuerza extraña a ese fenómeno desde el principio. Solamente ha ofrecido hostilidad, desconfianza, tics tuteladores y un apoyo incondicional, de somatén, a las fuerzas militares y policiales destinadas por el gobierno central (fuerzas representativas de regímenes -el franquismo, la actual monarquía postfranquista- a los que Falange, paradójicamente, ataca).»

 

«¿Un lema noventayochista? Amar a España. ¿Pero qué clase de amor y, sobre todo, dirigido a qué España?

Amar a España. A pesar de sí misma, de sus representantes oficiales, de sus monopolizadores, de sus celadores y policías, de su nombre (un nombre que hoy representa muy precariamente la España realmente inquieta, plural en sus reivindicaciones y angustias, en sus rupturas con el doblepensar de quienes la vendieron hace tanto al mejor postor).

Amar a España a nuestra manera. Aunque haya quien nos llame “tontos útiles al servicio del separatismo”. Y bien: ¿qué es el separatismo? Sólo concebimos una forma de separatismo: como gemelo antagónico del españolismo, esto es, un eufemismo de independencia uncida a los intereses del mundialismo capitalista y a la ritualización de los propios impulsos egoístas. No es separatismo el aspirar a una autodeterminación desde posturas socialmente revolucionarias (si de veras se cree en esas posturas, ojo). A quienes amamos a España como proyecto en constante devenir (a la manera orteguiana -y no como lecho de Procusto, a la manera españolista-) no debe inquietarnos el independentismo de ruptura porque sólo será viable (más allá de provocaciones verbales) sacrificando todo solipsismo por solidaria y fluida interrelación con el resto de los pueblos (esto es, de las comunidades movilizadas en proyectos afines -única definición revolucionaria de “pueblo”: lo demás es racismo-). Puede existir una comunidad autodeterminada en régimen revolucionario dentro de un entorno transnacional capaz de garantizarle un futuro geopolítico, económico y de autodefensa: jamás de otra manera (salvo, por supuesto, que se tire la revolución a la basura y se padanice o eslovenice o guggenheinice la cuestión -ni más ni menos, señores fetichistas de la lengua como fin escapista y no como medio concienciador, porque cuando las lenguas periféricas sirven ante todo para asumir y consumir las mismas imposiciones del Big Brother que hoy asume y consume la castellana, ninguna de ellas es fundamento per se de ningún proyecto de vida en común, sólo coartada para disfrazar y aggiornar la vieja corrupción capitalista en presuntos nuevos avatares territorialmente más pequeños-).

Por todo ello, frente a las obsesiones centralistas de quienes conjugan la palabra “España” en clave de somatén, y también frente a los irreales onanismos separatistas (que, como acabamos de explicar, nunca llegarán a realizarse salvo como eufemismo lacayuno del Big Brother), el amar a España como realidad abierta y no como férreo troquel, el amar a España a pesar de su decadente e involucionada realidad actual, el amar a España a pesar (si es preciso) del sacrificio de su nombre en aras de realizar unas expectativas hondamente regeneradoras, el amar a España en su concepto antiguo (esa Ley Vieja que reclamaban Pí y Margall y los carlistas y que el POUM hizo nueva bajo la expresión “Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas” -y que desde esta tribuna corazonesca, en su momento, proyectamos continentalmente como “República Comunitaria de los Pueblos de Europa”, en un cabal deseo de llevar la voluntad dinámica de nación como proyecto en constante devenir a su más noble destino, la unidad eurasiática-) de plural y compleja convivencia, de interrelación brillante y polimorfa, de irremisible descentralización (para lograr una no menos irremisible ligazón -voluntaria y no forzada: dispuesta a ser defendida por todos y no tutelada por una minoría de perros guardianes del cipayismo-: “desunir para volver a unir”, que dijo Joaquín Maurín -enemigo visceral tanto del corsé centralista como de la balcanización desvertebradora-), es la única vía de actuación honorable y cabal para quienes disentimos frontalmente de la realidad impuesta en este nuevo 98.»

 

 

 

«En vez de soñar con unas relaciones entre los hombres bajo el aspecto de un sueño bienaventurado y de una dulzura de indiferencia, yo reconoceré en un aspecto esencial de la paz cristiana una transfiguración de la fuerza.»

 

«Hoy no se puede ser totalmente cristiano, ni siquiera siéndolo mal, sin ser un rebelde.»

 

«En el supuesto de que leamos alguna vez nuestro secreto, yo creo que he sido hecho para ser, en el mundo de los equilibrados, uno de éstos que están para hacer, con andadores, amistad con los no equilibrados, y en el mundo de los hombres de la fe (por temperamento, no por virtud) con los del mundo de la noche. Esta es mi gracia.»

 

«Yo no puedo pensar en el movimiento de conjunto. La experiencia siembra las víctimas.»

 

Periodismo y mercadotecnia. Ni filosofía ni fe. El polvo postmoderno hoy nos envuelve en su cínico cieno (hasta un filósofo heraldo de la postmodernidad como Deleuze acabará escandalizado en uno de sus últimos textos y gritará su NO ES ESTO, NO ES ESTO –grito agónico, estertor parejo al del último Debord en sus ACOTACIONES A LA SOCIEDAD DEL ESPECTACULO-).

 

Periodismo y mercadotecnia. Todas las premisas de Mounier de ayuda a los otros se degradan, con la metástasis postmoderna de ONGs y voluntariados (becarios de la solidaridad), en un modo de ubicación occidental de sus elementos más inútiles (los que no son aceptados en el entorno más competitivo de finanzas y empresas), equivalente en material humano de esos medicamentos caducados y víveres de dudosa salubridad que se envían tantas veces como ayuda al Tercer Mundo. Las ONGs como bicoca y sinecura para ineptos (a veces como juego de rol aventurero, como pudo verse no hace mucho con los pijiprogres catalanes secuestrados en Mauritania). El riesgo real y tangible de la Resistencia y del compromiso anticolonialista que tras Mounier se continuaría (corregido y aumentado) en su discípulo Fanon hoy es deporte de riesgo, pretexto para engordar burocracias y turistear caridades X el mundo (no es casual la profusión de espacios televisivos azuzando a engrosar ese turismo con maquillaje beatífico para quienes son incapaces de salir adelante en sus países salvo como liberados sindicales o quintas ruedas del carro funcionarial), colonialismo mundofelicista que suple al antiguo agente de la CIA con rayban y pistolón por nerdos autocanonizados en parodia de misioneros (Marco Ferreri se eleva a profeta de todo este sinsentido con su film del 87 LOS NEGROS TAMBIEN COMEN). Es difícil encajar a Mounier, tan riguroso con la realidad del compromiso, en este submundo de hologramas fariseos, obscenamente obesos de buena conciencia tanto como de cinismo, donde las buenas intenciones y voluntad de autocrítica suelen quedar en ornamento más que en fundamento. 

 

Periodismo y mercadotecnia. Muertos blandidos al sesgo por los mismos que también sesgadamente escamotean otros. Hoy se juega macabramente para captar audiencia o votos con los fantasmas de humillados y ofendidos, sean represaliados por el franquismo o víctimas de la violencia etarra, familiares de muertos en Paracuellos o de desaparecidos en el Cono Sur, manipulaciones que vuelven rehenes emocionales a gentes cuyas ansias de justicia nunca serán ¿satisfechas? más que por el soborno tapabocas (las víctimas del terrorismo complacientes con las estrategias negociadoras del PSOE, el sector de las madres de Plaza de Mayo que aceptaron en los 90 los enjuagues menemistas) o por la demagogia cainita presuntamente maquillada de justicia que acaba degradando a las propias víctimas en meros peones al servicio de corruptas cortinas de humo (la esperpéntica Ley de Memoria Histórica, los oportunistas juicios de los Kirchner contra responsables de la junta militar enmendando la plana de su correligionario Menem pero de un modo tan chapucero y sucio –con algo, pero en más cobarde en cuanto a no ir, ya puestos, a las últimas consecuencias, de la ejecución sumaria de los Ceaucescu- como la vena reconciliadora de aquél). Ante todo esto, la actitud rigurosa de Mounier para con las víctimas y su postura molesta para cualquier facción ante regímenes y hechos cataclísmicos (su visión objetiva del fascismo y del nazismo en el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO, su atención a los disidentes soviéticos y su incómoda negativa a que tal atención fuese usada por el anticomunismo de la incipiente guerra fría, su postura nunca simplista respecto a Vichy, su apoyo crítico al bando republicano en nuestra guerra civil...) brilla como rareza ética, locura de honestidad, buscando justicia y no medro.

 

 

 

 

«No hay ya sobre el altar de esa triste iglesia más que un dios sonriente y simpático: el Burgués. El hombre que ha perdido el sentido del Ser, que no se mueve más que entre cosas, cosas utilizables, despojadas de su misterio. El hombre que ha perdido el amor: cristiano sin inquietud, incrédulo sin pasión, hace tambalear el universo de las virtudes, en su loca carrera hacia el infinito, alrededor de un pequeño sistema de tranquilidad, psicológica y social: dicha, salud, sentido común, equilibrio, placer de vivir, confort. El confort es, en el mundo burgués, lo que el heroísmo era en el Renacimiento y la santidad en la Cristiandad medieval: el valor último, móvil de la acción.»

 

«Si se juzga el nivel espiritual de un pueblo sólo por la exaltación que mueve a cada hombre a rendir más allá de sus fuerzas y le impulsa violentamente por encima de la mediocridad, si se mide únicamente por los valores del heroísmo, es cierto que los fascismos pueden reivindicar el mérito de un despertar espiritual, tanto más auténtico, sin duda, en cuanto se aleja de las violencias y de las intrigas del organismo central para alcanzar las capas profundas de un país que ha vuelto a tener confianza en sí mismo. Más de una de sus reacciones –contra las desviaciones del racionalismo, del liberalismo, del individualismo- son sanas en su origen. De los valores propios que han vuelto a poner en vigor hay incluso varios de ellos que al comienzo ofrecen una indicación justa, aunque su realización sea deplorable. Despojemos la mística del jefe de la idolatría que la corrompe, y encontraremos en ella la doble necesidad de la autoridad basada en el mérito y la dedicación personal; quitemos a la disciplina su coacción y sin dificultades encontraremos, aquí y allá, un alma personalista cautiva por realizaciones opresivas.»

 

«Precisemos: lo que el comunismo tiene de temible es este entrecruzamiento de errores radicales con puntos de vista parcialmente exactos e indudablemente generosos, esta anexión por el error de unas causas dolorosas cuya urgencia nos oprime. No se destruye el error mediante la violencia o la mala fe, sino con la verdad. Y la verdad más apta para dislocar un error dado es precisamente esa parte de verdad que está prisionera de él. Por ella vive el error, se propaga, se capta las voluntades. Está como revestida de una misión especial. Desolidarizando ese alma de verdad del error que hasta ahora la monopoliza, dándole una continuación histórica, quitaremos al error su poder de proselitismo.»

 

«Las masas son desperdicios, y no comienzos. Despersonalizada en cada uno de sus miembros, y, en consecuencia, despersonalizada como totalidad, la masa se caracteriza por una mezcla singular de anarquía y de tiranía , por la tiranía de lo anónimo, la más vejatoria de todas en cuanto que oculta todas las fuerzas, auténticamente denominables, que se recubren de su impersonalidad. Hacia la masa tiende el mundo de los proletarios, perdido en la triste servidumbre de las grandes ciudades, de los bloques-cuarteles, de los conformismos políticos, de la máquina económica. Hacia la masa tiende la desolación pequeño burguesa. Hacia la masa se desliza una democracia liberal y parlamentaria olvidadiza de que la democracia era primitivamente una reivindicación de la persona. Las “sociedades” pueden multiplicarse; las “comunidades”, “acercar” a sus miembros, pero ninguna comunidad es posible en un mundo donde no hay ya prójimo, donde no quedan más que “semejantes” que no se miran. Cada uno vive en sí mismo, en una soledad que se ignora incluso como soledad e ignora la presencia de otra: a lo más, llama sus “amigos” a algunos dobles de sí mismos, con los que puede satisfacerse y tranquilizarse.»

 

«El personalismo debe imprimir a las instituciones una doble orientación:

1º Un condicionamiento negativo: no hacer nunca de alguna persona una víctima de su pesadumbre o un instrumento de su tiranía; no usurpar la parte propiamente personal del dominio privado y, en el dominio público, la vida de los particulares; proteger esta parte sagrada contra las opresiones posibles de otros individuos o de otras instituciones; limitar las violencias necesarias a las exigencias de las necesidades naturales y a las de un orden público dotado de un régimen flexible de control, de revisión y de progreso.

2º Una orientación positiva: dar a un número cada vez mayor de personas, y en definitiva dar a cada uno, los instrumentos apropiados a las libertades eficaces que le permitirán realizarse como personas; revisar a fondo unas estructuras y una vida colectiva que desde hace un siglo se han desarrollado con una rapidez prodigiosa al margen de la preocupación por las personas , y, por tanto, contra ellas; imbuir en todos los engranajes de la ciudad las virtudes de la persona, desarrollando al máximo, en cualquier nivel y en todo lugar, la iniciativa, la responsabilidad, la descentralización.»  

 

Receta para empezar a funcionar (para hacerlo, claro, más allá del parche perogrullesco vendido como solución genial o del amago de ocasión para seguir tirando). Receta que, por supuesto, no será aceptada sino como muestra pintoresca de las excentricidades zurdas (la insania zurda, que diría Federico Jiménez Losantos) y que expreso en el contexto de este artículo, como ya he hecho en otras ocasiones, sin esperanza alguna de que nadie se plantee desarrollarla fuera de la rala capilaridad de algún que otro exilio interior no menos insano que yo): interactuar/revisar una Constitución planteada desde la buena fe y la voluntad de no exclusión (por ejemplo, la nuestra –procurando hacer hincapié más en el fondo que en la letra, en la intención de 1978 que en la mala fe con que hoy se la malinterpreta desde las distintas y envenenadas banderías-) con dos tablas de la ley de signo aún más constituyente y regenerador, el MANIFIESTO AL SERVICIO DEL PERSONALISMO y el ECHAR RAICES de Simone Weil. Tal interrelación seguida a fondo, sin trampantojos, supondría encaminarse a una deconstrucción completa del zeitgeist postmoderno, de esa vía de entrada a la antiutopía, con sus componentes narcisistas, cínicos, atomizadores, libertinos y superficiales, hooligans, en una palabra. Un punto de apoyo en esa dirección sería la reivindicación profunda de investigaciones sobre los agujeros negros y agendas ocultas que desde el 23F del 81 hasta el pasado 3D de 2010 (incluyendo el más grave y negro, el 11M de 2004) han ido desnaturalizando la tendencia democratizadora de la Transición en secuestro partitocrático y cantonalista/mafioso, con la complicidad de medios de comunicación y pesebres socioculturales, lobbies económicos (incluidos los grandes sindicatos en determinados momentos –caso de los últimos años-) y tramas policiales (las militares fueron progresivamente desarticuladas, so pretexto del golpismo en el que también habían participado los futuros desarticuladores, para mayor comodidad de la cleptocracia civil –viendo los recientes acontecimientos del norte de Africa y la diversa consideración de la policía y del ejército en relación con la responsabilidad en las arbitrariedades de los regímenes en trance de derribo, no sería baladí esta distinción tan cara a Jünger, que la vivió de primera mano en los primeros 40, entre lo policíaco como soporte del desorden establecido y lo castrense como palanca regeneracionista con la que contar dentro de una dinámica constituyente-).

 

Sabedor de que, hoy por hoy, no hay reforma posible que nos saque del agujero en que ZP nos metió desde el 14M de 2004 (como colofón de algo que, iniciado tal vez en lo más discutible del sesentayochismo –el parisino: el berlinés es otro cantar-, adquiere carta plena de naturaleza a partir de finales de los 70, con la llegada del cocoonismo neoliberal y de la degradación de las energías insurgentes en sofismas políticamente correctos) y de que tampoco hay voluntad mínimamente articulada de ruptura capaz de plantear una nueva Transición mucho más en profundidad que la iniciada en junio del 76 con la llegada de Adolfo Suárez a la presidencia del gobierno (porque significaría una Transición que nos saque de la antiutopía y nos vuelva a encarrilar en la Historia –y para ello la población debería tomar conciencia de la profunda gravedad de la situación, más allá de debates económicos o políticos, entrando en terrenos metafísicos y antropológicos, que nos hagan ver plenamente la desnudez del rey, esos mil rasgos antinaturales que hoy se aceptan como algo normal y hasta positivo y ejemplarizante-) mi impronta mounieriana me lleva a no confiar de manera sustancial en ninguna entidad representativa del momento, sólo en clave instrumental/circunstancial (como el seguimiento que hago desde hace meses a LD/ESRADIO como ventana de análisis de la actualidad –las verdades del porquero, que diría Aquilino Duque refiriéndose a quienes, sin ser precisamente de nuestra cuerda, atinan eventualmente en sus diagnósticos- frente a las fantasmagorías debordianamente espectaculares que suponen el resto de cadenas). Mi confianza está en los factores externos, de signo si se quiere apocalíptico, que fuercen a una catarsis lo bastante profunda para desbaratar por completo todos los espejismos y aberraciones mezcla de lumpen y opulencia que constituyen la postmodernidad, algo que sólo será posible con el absoluto derrumbamiento del Occidente burgués. Factores como el asentamiento de China como primera potencia planetaria, la recuperación de Rusia y de su poder de atracción sobre el mundo eslavo, la desafección de Alemania respecto a Europa Occidental y su creciente atención a dinámicas eurasiáticas (el que Angela Merkel viniese del Este tiene para mí un simbolismo harto sugerente), el grado máximo de incandescencia al que se dirige el conflicto entre Israel y el mundo islámico, la creciente convergencia pionera de los anglosajones en torno al Pacífico, el retorno de influencias rusas y chinas en el continente africano (que siempre harán menos daño que la predación francesa y usaca), todo ello implicando una pérdida de la dictadura estupefaciente de la corrección política y del mundialismo onusino de regla y compás para volver a valores auténticos más propios de la Persona (como ser complejo y comunitario cargado de Historia, de memoria y de creencias) frente a los delirios racionalistas enemigos de la realidad y la Naturaleza.   

    

 

 

«El acontecimiento será nuestro maestro interior.»

 

«Lo privado es el tejido mismo del universo, donde los actos públicos no constituyen más que emergencias.»

 

«En tales experiencias, la presencia del otro, en lugar de fijarme, aparece, todo lo contrario, como un manantial bienhechor y sin duda necesario de renovación y creación.»

 

«El tú es aquel en que nosotros nos descubrimos y por quien nosotros nos elevamos: surge en el corazón de la inmanencia como en el de la trascendencia. No rompe la intimidad, sino que la descubre y la eleva.»

 

«Contra el mundo sin profundidad de los racionalismos, la Persona es la protesta del misterio. Pero cuidado con entenderlo mal. El misterio no es lo misterioso, ese decorado de cartón donde se complace cierta vulgaridad vanidosa compuesta de impotencia intelectual, de necesidad fácil de singularidad y de un horror sensual a la firmeza. No es la complicación de las cosas mecánicas. No es lo raro y lo confidencial, o la ignorancia provisionalmente consagrada. Es la presencia misma de lo real, tan trivial, tan universal como la Poesía, a la que con más gusto se abandona. Es en mí donde yo le conozco, más puramente que en otro sitio, en la cifra indescifrable de mi singularidad, porque ahí se revela como un centro positivo de actividad y reflexión, no sólo como un núcleo de negaciones y de ocultamientos. Reconocemos a los nuestros en que tienen sentido del misterio, esto es, de lo que hay por debajo de las cosas, de los hombres y del lenguaje que les acerca.»

 

¿Cómo justo ahora retomo a quien no releía desde el 96 (lo hice entonces al hilo de la traumática muerte de Javier Iglesias tiroteado por la policía menemista, apenas tres meses después de presentármelo Javier Onrubia –dentro de la colección corazonesca dedicamos un cuadernillo biográfico en su memoria, VOLVERE Y SERE MILLONES-), a alguien que quedaría no mucho después eclipsado por el impacto tremendo (tremendo hasta el enamoramiento, hasta el deseo carnal de sus carnes finitas –en el doble sentido de poquedad y acabamiento-) que me produjo la crística y crucífaga (la única apetencia capaz de subvertir sus tendencias anoréxicas) Simone Weil? Creo que mi subconsciente me ha llevado a ello, de manera totalmente subjetiva, en estas últimas semanas por dos figuras: una ficticia, el Carlos Deza de LOS GOZOS Y LAS SOMBRAS (serie que he reencontrado en TVE2 y personaje que no puedo dejar de asociar con la cosmovisión mounieriana –ignoro si con algún fundamento en cuanto a las intenciones del autor-), y otra real, la imaginera Carmen Hierro, cuyo trato creciente en estos meses (esa mezcla tan suya de ilusiones y angustias, esa llama viva –pequeñita como vela de cumpleaños- que ilumina y caldea rescatándonos de este oscuro y frío zeitgeist con su gozosa atemporalidad –categórica antimateria de las irritantes anécdotas de lo modelno-, esa mirada infantil -no la mirada vacua e inconstante del bebé despóticamente satisfecho sino esa otra mirada cargada de preguntas que nos espetaba Ana Torrent en EL ESPIRITU DE LA COLMENA, siempre satelizada hacia el misterio y la gravedad espontánea de la existencia, mirada, por tanto, más plástica que verbal porque, como dijo ese Magritte tan caro a Carmen, «uno no puede hablar acerca del misterio, uno debe ser cautivado por él»-) me hace verla como heroína de la novela que Mounier jamás escribió, heroína más de pasión que de acción, pero una pasión discreta, sin ese arrojo patoso de la Weil (Juana manca de Gilles –Bataille pudo asumir ese rol pero fue demasiado alicortamente burgués para aceptar el desafío-) sino más bien tímida y amiga de los rincones donde tejer sus visiones, dulcemente alerta cual hembra de surikato.