LECTURAS ¿DESECHABLES?: LOS TROPICOS DE MILLER
De Henry
Miller sólo conocía hasta estas navidades la pedantesca película de Philip
Kauffman HENRY Y JUNE. Tal sucesión de fotogramas cursis (que, de seguro,
habrían indignado al propio Miller) me hizo cogerles una tirria tremenda a los
tres protagonistas. Tuvo que ser Tarantino, con PULP FICTION, quien me curase
de esta aversión y me iniciase en la querencia por la Medeiros y la Thurman. Y,
en cuanto al buenazo de Fred Ward, recuperé mi respeto por él en las revisiones
de aquel delirio patriótico con Milius de por medio (productor o guionista, si
mal no recuerdo), sobre rescate de prisioneros en Vietnam, MAS ALLA DEL VALOR;
o en aquel disparate entre vandamesco y chicknorriano pero con un puntito mayor
de profundidad, REMO (DESARMADO Y PELIGROSO); o en su magistral encarnación de
detective alicaído y tumefacto (¿un posible Henry Miller en una dimensión
paralela? –al menos, la interpretación de Ward aquí resulta más milleriana en
algunos aspectos que la ofrecida con histriónica estolidez en HENRY Y JUNE-) en
MIAMI BLUES con una quasi bebita Jennifer Jason Leigh y un primerizo Alec
Baldwin en plan psycho (la escena predadora rompededos con los hari hari en el
aeropuerto siempre, al evocarla, me alegra el día –Baldwin sólo me llena
cuando se le va la pinza: ahí también esa otra persiguiendo a Demi Moore y
apuntillando a Anne Heche a base de folleteo y pastillas-).
Con este precedente tan poco afortunado, tenía el pálpito de que mi relación con Miller no iba a ser muy empática pero, no sé, hay que probar de todo, sobre todo si tenía a mano los dos volúmenes en la colección Club de Bruguera (rondaban por la casa de la madre de la osita aunque ya nadie se acuerda quién los compró). Si había disfrutado con Céline, con Ellroy, con Jim Thompson, lo mismo sacaba algo enjundioso de HM. Y, vale, entre aquella tupida, inacabable y tediosa sucesión de coños (me gustan –¡jamás como absoluto!- los coños como flores, tan lésbicos, que enardecen la inspiración de ciertas pintoras, pero la coñofilia machorra e hirsuta del sátiro o del putero con su aura de autocomplacencia raceadora siempre me ha tirado para atrás –acabo siempre relacionándola con sexos profan[ad]os, desacralizados, retahílas de hazañas priápicas vomitadas en sórdidos baretos, foros o blogs por gente que, en su pavoneo erotómano, me repele y, repito, me obliga al bostezo: y que no se me venga con que Miller y D.H. Lawrence son clónicos simplemente por los comunes problemas aduaneros de su obra en los USA durante la primera mitad del pasado siglo, porque no lo son en absoluto, y no concibo obras como KANGAROO o LA SERPIENTE EMPLUMADA o HIJOS Y AMANTES, mis favoritas del tísico de Gales, escritas por el brooklinés enhiesto y testosterónico-), terminé por hallar algunos puntos de identificación:
una
frase en TROPICO DE CAPRICORNIO sobre la cabeza de una mujer como universo y
obsesión que me sonó muy mía, pues siempre
el Centro y la Categoría de la Mujer, a mi sentir, es la cabeza y de ella
cuelgan, como tentáculos de carabela portuguesa o como panza oculta de iceberg,
las anécdotas de sus atributos sexuales (pechos, pubis, nalgas, vientre), que
nunca he podido concebir como imagen placentera sin la referencia del rostro,
del cuello o de la nuca (la trinidad de deseo para mí junto con las manos
–único rasgo femenino que puedo disfrutar sin el referente capital, por hallar
en ellas y en su mundo de sugerencias táctiles y visuales una concentración de
vibraciones si no pareja, al menos similar a la del referente supremo-);
y
también en TROPICO DE CAPRICORNIO pude pisar tierra menos ajena al adentrarme
en sus recuerdos de infancia y primera juventud, en sus menciones a la rutina
familiar y a los intentos de sus padres de encarrilar su talento por senderos
filisteamente convencionales, en sus retratos de la hermana débil mental como
agorero negativo de sí mismo, o de la esposa de acre talante que no parecía
entenderlo en absoluto, o de la debacle organizada de la agencia de telegramas
(algo en su manera de narrar esta experiencia me hizo pensar en las andanzas en
el taller de blue-jeans de esa espléndida antimateria de Miller, el aquináceo y
revolucionario conservador Ignatius J. Reilly,
de quien me siento tan prójimo –salvo, claro está, por las hechuras-), o en su
conjuro de la angustia infinita del creador (todo creador lo es, en algún
momento, de una nueva moral –nueva para su tiempo, aunque rezume deja vu-)
cuando sufre la nada infrecuente paradoja de que las personas más cercanas en
lo cotidiano sean, sin embargo, las más impermeables a las tormentas de su
espíritu, pero, a la larga, un Miller que, en vez de llevar esa angustia hasta
sus últimas consecuencias (bien desde el genio, bien desde la locura o bien
desde ambas –esta última conjunción suele llamarse “Filosofía” con
mayúsculas, sin alibis acomodaticios/academicistas ni límites de expresión en
cuanto a la forma y al género literario-), acaba pecando de salud y de cordura
y hocica interminable entre coños (¿por ser tal vez ésta una transgresión más
llevadera que las seguidas por otros sujetos dudosamente aceptados por el
establishment -el ya mentado Lawrence, o Burroughs, o Ellroy, o Céline, o
Artaud...-?) y que, en todo caso, será considerado un follador impenitente
amigo de dejar sobre el papel sus andanzas de zángano: no es de recibo que los
freaks y pasotas (desde la degeneración contracultural de los últimos 70 que
liquidó el espíritu de contestación inmediatamente anterior hasta los blogs
salidorros de hoy en día) lo tengan como uno de sus santos patronos de
eyaculador conformismo (volveré un poco más tarde sobre lo inconveniente de
abordar el sexo humano con salud y cordura desde la perspectiva
de un genuino creador -salvo que éste, en algún momento, haya decidido no ir
hasta el final en su viaje y prefiera la más cómoda opción de nadar y
guardar la ropa-).
prión daliniano: THE LEFT HAND
En TROPICO DE CANCER leí semblanzas costumbristas de personajes conocidos en París que me resultaron vagamente entretenidas pero ¿qué quieren? a años-luz de la impresión indeleble que otras semblanzas formalmente (¡sólo formalmente!) consonantes me habían dejado al recorrer las páginas febriles de VIAJE AL FIN DE LA NOCHE, MUERTE A CREDITO o NORTE.
En
cuanto a los delirios de Miller arando priápicamente en torno a su coñolatría
(delirios presentes sobre todo en TROPICO DE CAPRICORNIO), a caballo entre la
diarrea/colocón surrealista más biodegradable y los trances celinianos, me
quedo (¡de aquí a Lima!) con éstos en DE UN CASTILLO A OTRO y, como delirio
surreal provocado por pruritos eróticos, con tantos momentos narrados por
Salvador Dalí en su VIDA INTIMA, mucho más excitantes y morbosos. Está claro
que soy de la estirpe paranoica crítica y que las esquiziteces deleuzianas que
parece ejemplificar Miller me dejan tal cual, como todo lo superficial y lo sexualmente
sano (si estamos hablando de esa enfermedad con patas llamada homo sapiens,
¿qué diantres es eso de lo sexualmente sano?: la sexualidad humana es
patológica o no es y no puede haber nada más aberrante que hombres jugando a
garañones y pretendiendo encima darle al asunto un fuste existencial –lo
que buscaba el bueno de Lawrence era otra cosa, aunque pareciese lo mismo:
porque Lawrence, como el solitario de Sils Maria, estaba pocho, muy pocho, y,
por ello, daba lo mejor de su destino humano en trasunto hacia un escalón
superior, como todos los pochos con llama interior incorporada-). Me quedo con
esta frase de Artaud (según parece, admirado por Miller aunque no hay dos
sujetos más antípodas en su vida y obra) en HELIOGABALO: “Ella mezcla el
sexo y el espíritu, y nunca el espíritu sin el sexo, pero tampoco el sexo
carente de espíritu”.
Si
Miller hubiese escrito de manera más auténticamente erótica, sin esa explícita
y recurrente y monótona coñofilia, habría escrito novela negra como Jim
Thompson (tan parecido a él en frustraciones y despidos y filias y fobias y
tozudez buscavidas) o como James Ellroy o se habría empleado como detective
privado (lo mismo en esta actividad habría llegado a lo sublime, más que como
escritor –lo que parecía guiñarnos Fred Ward en su papel ya mentado junto a
Baldwin y JJL-). Ni una sola página de los TROPICOS (salvo aquel breve pasaje
de la cabeza femenina como absoluto) me ha producido la menor cosquilla
lúbrica. Sin embargo, James Ellroy, en su docudrama (recogido en la compilación
DESTINO: LA MORGUE) sobre las peripecias de la actriz Dana Delany y un policía
que la asesoraba para una serie, mezclando sutil química sexual y violencia, me
lleva a altos grados de temperatura en cuanto a la libido se refiere.
Miller,
al parecer, sentía apego por Walt Whitman, y quizás aspiró a ser un WW hetero,
un follador cósmico de hembras innumerables. Siempre me ha dado bastante
asquito esta ansia cuantitativa de abordar la sexualidad (de ahí mi rechazo
visceral por todo exhibicionismo masivo, por toda procacidad enemiga de
intimidades, salvo que esté bendecida por los dioses, esto es, por el filoso
borde entre el genio y la locura –no es lo mismo la imaginería vomitivamente saludable
de Whitman o de Miller que las orgías a vida y/o muerte del Heliogábalo
artaudiano o, señalando un ejemplo presuntamente cercano a Miller en cuanto a
una apariencia de salud y lozanía, las andanzas de Ken Kesey y sus Alegres
Pillastres narradas por Tom Wolfe en su mejor obra-).