ESPEJO DE EXPAÑA: LA RESTAURACION Y SUS CONSECUENCIAS
Entiendo por RESTAURACION el período que va del 23F del 81 hasta nuestros días
y que divido en subperíodos. Interinato de Leopoldo Calvo Sotelo (destrucción
-previamente consensuada entre bastidores: aquello de "presentarse a unas
elecciones para perderlas"- del proyecto suarista de centro avanzado y
política internacional neutralista para dejar vía libre a la homologación
atlantista y al bipartidismo descompensado de PSOE y AP, bipartidismo matizado
por los nacionalismos del PNV y CiU). Felipismo (intento de
praxis de partido único a nivel de gobierno central inspirándose en dos modelos
delincuenciales latinoamericanos, el PRI mexicano y la Venezuela de Carlos
Andrés Pérez: avalado por la Corona,
que, tras sus crecientes desencuentros con Suárez, hallará en el PSOE y su
concepción picaresca/arribista de la política su partner ideal). Etapa
de Aznar (retorno a tics franquistas/desarrollistas aupado en la
burbuja del ladrillo pero ya condicionado previamente por pactos con el
pujolismo -un pujolismo radicalizado en sus perspectivas desde el subidón
olímpico del 92, algo que Aznar debería de haber sabido perfectamente-, por la
ausencia de un rodillo mediático y de una voluntad de kulturkampf -salvo las
movilizaciones llevadas a cabo con la muerte de Miguel Angel Blanco y la
ofensiva contra ETA-, y por la no desarticulación de tramas sumergidas en
Interior desde los tiempos del felipismo, lo que acabaría estallándole al
gobierno en plena cara a partir de 2003 y muy especialmente con el 11M de 2004). Zapaterismo (demagogia más
planteada como estridente juego de rol que como acción decididamente pragmática
y funcional como sí lo fue el felipismo, y que recupera en clave de tebeo un
cierto revanchismo largocaballerista logrando en la praxis sólo dos
cosas: una el refrendo irreversible del gobierno central a las dinámicas
secesionistas vasca y catalana, la vasca –más honesta, aunque en algún momento,
paradójicamente, acabe yendo a la zaga de Cataluña en cuanto a legorrea separatista- desde una agenda
cuya pauta la marcan los abertzales y la catalana –imitando los amagos
chantajistas de la Liga Nord
en sus interactuaciones con Berlusconi- como nueva vuelta de tuerca de los
pactos de Aznar con Pujol pero aumentada de revoluciones y cambiando a CiU por
el tripartito PSC/ERC/ICV; y la otra la utilización de ¿incontrolados? antifascistas en un rol mamporrero no muy diferente
al que habían tenido los nacionales
tanto con Felipe como en el tardofranquismo
-más sofisticado, si se quiere, al variar la pura fuerza bruta y la sordidez mostrenca por la
violencia psicológica, el chantaje moral y la masiva presión mediática: el chip
primariamente panóptico del madero/carcelero evoluciona al plenamente antiutópico del creativo publicitario,
hacker domesticado y guionista de realities, quizás más dañinos en tanto que
ahondan en la lobotomización social y la introyección, vía corrección política, del rol vigilantista/policial en cada
españolito de a pie-, ¿incontrolados? que, en ambos casos, recuerdan al lumpen
bonapartista descrito por Marx en su ensayo sobre los orígenes del II
Imperio, ese lumpen que supone el agujero negro en donde se encuentran el
heredero encanallado y el descamisado ávido de atajos hacia la ¿cumbre? -la
traducción mediática de esto sería el intento zapateril de desbancar al grupo
PRISA, en crisis desde la muerte de su boss Jesús de Polanco y representante del
felipismo y la vieja guardia del PSOE, con la promoción de Jaume
Roures a partir del canal La
Sexta, el diario PUBLICO y la quasi privatización de RTVE con
el desembarco de producciones de Mediapro y la marginación del personal
contratado de la tv pública, dinámica que, con la pérdida de influencia de ZP y
el breve momento de auge de Rubalcaba, se frustra, viéndose obligado Roures a
sostenerse, para evitar el crack, en sus tejemanejes futboleros, su liason con
Antena 3 y sus tratos con la dictadura qatarí y la cadena Al Jazeera,
¿paradójicamente? el grupo mediático más próximo a los responsables del 11M
según la historia oficial-).
Se acaba cerrando el círculo con un nuevo interinato mucho más siniestro que el de Calvo
Sotelo, entre otras cosas por lo que tiene de viaje
a ninguna parte (el actual período de Rajoy -en
alguna medida ya apuntado con el low
profile del último año de ZP
diluyéndose en Rubalcaba-, cuando se gobierna de espaldas a los votantes del
partido que está en el poder con mayoría absoluta atendiendo prioritariamente,
en un equilibrio más que difícil imposible, a los protocolos establecidos con
el PSOE desde mayo de 2008 -de nuevo los bastidores: a la sombra, esta vez, no
del 23F
sino del 11M y que se han hecho bastante evidentes para los madrileños con el
proceso de devolución al PSOE de
capital y comunidad facilitando la remonta de voto a estas siglas con el
apartamiento de dos figuras electoralmente carismáticas, por opuestas razones,
como Gallardón y Aguirre-, a los nacionalistas, a los banqueros locales y, por
encima de todo, a las exigencias de la terminal europea tanto burocrática como
de intereses financieros –la metáfora mediática de este tongomongo
partitocrático es la consumación del conglomerado Antena3/La Sexta, evidente para los
espectadores a cada minuto con el intercambio de publicidad corporativa de los
canales de Roures y los de Lara: nunca ha quedado más claro cómo el presunto
clima de guerracivilismo que se nos vendió con ZP no ha sido más que un debate
basura, un espejismo falsimediático para hooligans, donde todo estaba atado y
bien atado en las alturas del Poder: tanta histeria cainita para encontrarnos
finalmente al Gran Wyoming y a Alfonso Ussía mamando obedientemente de la misma
teta-).
La Restauración estaría precedida por
lo que considero la auténtica Transición,
que iría desde el día de julio del 76 en que es nombrado presidente Adolfo Suárez hasta el ya mentado 23F. La
Transición, el período con voluntad constituyente (a
semejanza de su principal motor, el propio Suárez, el hombre en perpetua
situación constituyente, preocupado, inseguro, ciclotímico, deseoso de superarse
y de mejorar su percepción de las realidades, un perfil ambicioso y seductor
pero exigente, antimateria de la ufanía autocomplaciente de quienes vendrán
después, inevitable antesala de la corrupción), de reforma/ruptura desde
posiciones de conciliación y diálogo (porque Suárez carece de dogmas y se
alimenta de funcionalidades –herencia si se quiere de la mentalidad tecnocrática
de algunos de sus mentores pero que, en su caso, desbordará con creces y,
alimentado por la mala conciencia de los excesos represores y excluyentes del
régimen en que se fue desarrollando, concebirá la marcha hacia la democracia
participativa como una aventura sin límites y no como un cálculo castrador y
leviatanesco, estupefaciente, mundofelicista: hay un político brasileño también
hijo de una dictadura, Joao
Goulart, con el cual le he hallado siempre una fuerte relación en su temperamento
y tristes destinos-), de profundización en las ideas de soberanía y democracia
chocando cada vez más con los borboneos caprichosos de la Zarzuela. Su mejor
metáfora mediática, el programa LA CLAVE. Una
buena muestra de que durante esta etapa hubo, sí, más muertes violentas por
motivos políticos (por cierto, sería interesante ver el índice de muertes
violentas en ámbito privado -disputas familiares, suicidios, violencia contra
menores- comparando aquellos años con la actualidad) pero también más VIDA
comunitaria y más contraste real de pareceres (no escenificaciones mercenarias
en la telebasura: entonces dos sujetos de signo tan opuesto como Fernando
Sagaseta y Blas Piñar entrechocando sus respectivos
maximalismos, compartían grupo mixto y no el plató de LA NORIA, y cuando se iba al
programa de Balbín la ocasión era para un político casi tan solemne como hablar
desde el hemiciclo) ahora podemos comprobarlo en el resultado de la composición
parlamentaria tras los comicios del 77 y 79 y del
amplísimo abanico de partidos extraparlamentarios que tuvieron ocasión de
presentarse y de recibir apoyo y atención de los votantes y compararlo con 1982 (las primeras elecciones de la Restauración, de la
manipulación, del embudo bipartidista, del cocoonismo y del miedo) y ya no
digamos de 2011 (comparando las mayorías absolutas del PSOE y del
PP, al menos ha de reconocerse que Felipe usó magistralmente de la suya para
sus intereses de clan quedando con ello aún más en evidencia el tongomongo
partitocrático en que se halla envuelto Rajoy -también resulta interesante
analizar la naturaleza de los partidos pequeños que se presentaban en la Transición y los
de los últimos años para comprobar cómo entonces habría dogmatismos, fanatismos
e intransigencias pero también más voluntad de servicio y mucho menos cinismo,
picaresca, mentalidad
de proxeneta, de usar la política al servicio de lo mío-).
La
etapa inmediatamente anterior sería el tardofranquismo,
subdividido en dos fases: con Franco aún vivo (desde la muerte de Carrero hasta
el 20N del 75) y con Arias Navarro como presidente del gobierno y un monarca
recién instalado y fuertemente condicionado por el aparato del régimen. El
tardofranquismo, con y sin Franco, es un tiempo de gran crispación por parte de
los sectores más inmovilistas y contrasta con el período desarrollista previo (más distendido, abocado a la
expansión económica y al turismo y a una apertura cultural notable si la
comparamos con los años de la autarquía -recuperando algo del espíritu bismarckiano del primorriverismo, tanto en el tema
de Obras Públicas, de modernización de costumbres y corrientes culturales, como
en el paralelismo entre la UGT colaboracionista de los años 20 y el rol sumergido pero fundamental de CCOO en las
negociaciones laborales del régimen-, distensión a mi entender debida a un
relajamiento psicológico de Franco ante la vecina Francia gobernada por De
Gaulle -singular mixtura de autoritarismo y democracia formal-, relajamiento
que se torcerá con la caída del General -cuyo recordatorio por Rafael Calvo
Serer, director del diario MADRID, en clave de parábola/consejo dirigido a
Franco provocaría tal crispación en éste que acabaría por llevar al cierre del
periódico y a la voladura física de su sede- y las agitaciones del 68
mimetizadas aquí en ámbitos universitarios y de movilización nacionalista
-manteniéndose el chip filogaullista con la notable promoción de Carrero como
la versión local y más bravía del delfín Pompidou y la creación de un proyecto
político a semejanza de la RPF
que sería primero la asociación Unión del Pueblo Español, traducción literal
tanto en nombre como en concepto del modelo gaullista, y más tarde la coalición
UCD bajo el sesgo suarista, artífice de la Transición; incluso la
desastrosa política de dejación de responsabilidades en las provincias
africanas, la creo muy influida por la política francesa tanto en Indochina
como en Argelia, de la cual las actuaciones franquistas serían un remedo mucho
más torpe y cobarde-).
Hoy, salvo excepciones mayormente vinculadas
al victorioso campo abertzale y, de manera más minoritaria, a
franjas libertarias (especialmente destacables los diagnósticos de figuras
independientes cercanas a ese talante como Prado Esteban y Félix
Rodrigo Mora, el psiquiatra Guillermo Rendueles o
el filósofo Ignacio Castro) y a sectores comunistas (disconformes con
la vulgata conformista de IU tras la pérdida de influencia de Anguita), lo que
se suele considerar indignación y ecos del 15M en buena medida son los
incontrolados ¿de izquierda? que ya mencioné y sus acciones motivadas
mayormente por una nostalgia del demagógico caos zapateril (la Ceja, el emporio mediático de
Roures y sus diversos flecos disidentes
–en realidad, más que disidencia, puro y simple cabreo de
cesante, algo que también ha empezado a afectar a EL PAIS con ese
remedo entre quevedesco y azconiano de la desestalinización
con un Cebrián padrecito al que le
crecen los enanos ante su último plan de reconversión despótico/ilustrada-, la
política entendida como club de la
comedia y sumidero debordiano para colocar a ineptos y no como subversiva y
autoexigente tarea de cambio real del statu quo: la goliardocracia, en una
palabra, por usar un término de mi invención en alusión a las lúcidas críticas
leninistas de la revolución entendida como mero simulacro y coreografía
–incluso su ocasional violencia tiene más que ver con una barbarie neolerrouxista vacía completamente de contenido subversivo
que con la kale borroka abertzale, violencia ésta movida por muy concretos
objetivos políticos-). A su vez, la sensación de orfandad y desesperanza de
buena parte del electorado del PP sólo servirá para dejarse engañar
por los diversos poujadismos
oportunistas que ya
otean la carroña (lo único alejado de la demagogia picaresca y con una
cierta vocación doctrinaria que se postula como alternativa al PP sería el randiano
P-LIB,
antisistema velis nolis –por no decir autista- en un país tan tendente al
pesebre como éste) y para dar de comer, en su calidad de audiencia cautiva, a grupos
mediáticos no
muy boyantes, sin acabar nunca de salir por la tangente, de romper con los falsos
dilemas y de recuperar (no, por supuesto, desde la mímesis ciega –los errores
de buena fe que se cometieron entonces hoy, multiplicados por todas las
torticeras y felonas manipulaciones posteriores, resultan aún más funestos que
en su origen- sino desde la cabal y rigurosa revisión crítica que da la
experiencia) el espíritu constituyente de conciliación nacional del suarismo,
transversalizando con elementos de la trinchera opuesta (como ocurrió en parte
aquí -y en Grecia, en México y en Rusia- entre finales de los 80 y la primera
mitad de los 90) en un común afán de demoler el establishment corrupto, sin
sectarismos ni anteojeras, tomando como modelo pertinente y actualísimo la
reacción ciudadana islandesa. Pero me da que, antes, el personal (tanto alla destra como alla
sinistra) se ha de hartar de muchos cantos
de sirena y atajos fáciles de autotraición y manipulaciones (como doctorado
en ingenuidades,
no hablo por hablar): lo mismo, después, el residuo que quede de EXpaña
(ya, asumámoslo de una vez, sin País Vasco ni Cataluña), más
islandés que nunca en cuanto a exigüidades, podría dar por cerrada la pesadilla
iniciada un 23 de febrero de hace algo más de treinta años que ahogó el
auténtico espíritu de la
Transición y levantar cabeza (para entonces -yo no lo veré,
ni mucho menos-, pudiera ser que a alguna gente se le ocurran intuiciones
similares a las que
yo planteé aquí y, ENTRE
TODOS, se decidan a llevarlas a la práctica). Quizás entonces la imagen que nos
devuelva el espejo resulta más decente y menos grotesca.