CONTRA LA
PAZ REDUX
(esto, en una primera redacción, se publicó en
primavera del 91, en plena resaca de la primera guerra del Golfo; más tarde lo
recuperé para «EL CORAZON DEL BOSQUE» a finales del 96, con un ojo puesto en el
Cáucaso y otro en los Balcanes; ahora, libre de
contingencias partidistas y yendo mucho más al tuétano de las cosas, me doy cuenta
que el texto, en buena parte, continúa vigente y que mis intuiciones, desnudas
de la anécdota facciosa que pudo lastrarlas en su momento, no han perdido su
mordiente, mostrando así mi condición última, no de agitador, sino de
visionario –es decir, quien dice lo que no gusta ser oído pero acaba
imponiéndose-; tal vez os suenen de no hace mucho los párrafos finales, por
haberlos usado profusamente algunos amigos –Dildo a
la cabeza- para responder a las interminables cadenas de emilios
por la pazzz, amén de haberse incluido como mensaje
en el foro Spanish Pop)
Joan Baez dijo en una de sus visitas a Madrid refiriéndose a
estos conciertos multitudinarios que se celebran a beneficio de tales o cuales animalicos del Tercer Mundo: «Se supone que cuando uno participa
en cualquiera de estos actos hace algo mínimamente
arriesgado, pero lo que ocurre hoy es precisamente lo contrario; si no aceptas
una de estas actuaciones es cuando tu carrera puede verse perjudicada».
Una declaración interesante. ¿No
resulta sospechosa la coexistencia de dos realidades como el vergonzante
refrendo de la ONU
a las barrabasadas imperiales en las tierras tercermundistas de los animalicos en cuestión y el auge de las caridades
destinadas a tales animalicos para encauzarlos por la
senda de la libertad, la paz y los derechos humanos tan mentados en los
escenarios opulentos durante la postmodernidad? ¿Qué poderes están detrás de tanta
beneficencia, que no justicia, y de tanto deseo de encarrilamiento
de los animalicos negros, árabes o amarillos hacia
las pautas marcadas por el Pentágono, el FMI y las multinacionales? ¿Bush es el palo y los caritativos la zanahoria? ¿Tienen
estos conciertos algo que ver con la auténtica solidaridad hacia los otros
pueblos basada en la justicia social y en el respeto a la diferencia? ¿Hay
deseos de asumir, como se hizo en los 60, la rabia fanoniana
de los pueblos sureños en su lucha por la liberación, o se trata de
presentarles la vieja alternativa de los colonizadores, esto es, o conversión a
la fe verdadera o exterminio? ¿Hay la menor intención de empatizar
con las ansias profundas de búsqueda de un destino propio de tantas gentes del
sur y este del planeta o se trata de acabar con tales ansias a través de
amenazas y regalos? ¿En el corazón de Sting y Bono y
tal y tal caben, aparte, por supuesto, de las propias superestrellas y de los
cromos de Ghandi y el Mandela
viejecito, los pueblos que están hartos de Occidente, de sus injerencias y
controles, o estas gentes no son dignas de conciertos en tanto en cuanto luchan
exigiendo respeto y no limosnas? ¿Si Mandela le
hubiese salido rana a Occidente, como ya ocurrió con Lumumba,
y la CIA le
hubiese dado el matarile, continuaría conmemorándose su figura en los
conciertos benéficos o se habría pasado a otra historia?
Yo no creo en la
paz, ni en la libertad, ni en la igualdad, ni en la fraternidad: todo eso me
parece una sarta de abstracciones y eufemismos para aquilatar el doble lenguaje
del big brother de turno.
La igualdad predicada por los norteamericanos en su declaración de
Independencia, obviamente, se refiere a los blancos y no a los esclavos que
poseían: así podemos encontrarnos a los Padres de la Democracia a partir un
piñón con Jean Marie Le Pen, con la diferencia de que
éste, al menos, no es tan fariseo. La libertad predicada por los federales en
la guerra de Secesión es la misma que hoy se ofrece a los inmigrantes en los
países desarrollados: libertad de buscarse la vida, en el más ominoso y
miserable sentido de la expresión. En cuanto a la fraternidad que hoy venden al
alimón Amnistía Internacional y la
Coca Cola, pasa indefectiblemente por la entrega previa de
las raíces propias a cambio de un relativo confort material, siempre bajo la
férula de Occidente, creador de esa entelequia llamada Derechos Humanos.
Yo creo en cosas
más concretas, menos susceptibles de ser digeridas por el Desorden Establecido.
Creo, frente a la libertad, en la responsabilidad. Creo, frente a la igualdad,
en la justicia. Creo, frente a la fraternidad, en el respeto. Creo y me
congratulo en la diferencia de mis prójimos. No soy etnocida
ni racista ni eurocéntrico ni busco la clonación de
mis semejantes ni el fin de la
Historia ni la ausencia de conflictos en aras de una lobotomización colectiva.
Tal vez haya
quien me acuse de regodearme en regímenes arbitrarios y violentos frente a las
maneras más civilizadas, más racionales, de Occidente: y ahí está el
quid, que son sólo maneras. La diferencia entre los muertos de los que un Kissinger o un Bush son
responsables, comparados con los sistemas condenados por Estados Unidos,
estriba en que la sangre no salpica nunca a los americanos. Es la diferencia
entre el supercapo mafioso que ordena matar pero no
se mancha las manos y el asesino rural que aparece en los sucesos emborrizado
de sangre.
No hay autoridad
moral por parte de Occidente para juzgar y condenar. La gente que vive bien en
la feliz burbuja del desarrollo democrático formal es prima hermana de la gente
que vivía bien en el III Reich, en la URSS de Breznev
o en las urbes sudafricanas cuando el apartheid. Solamente se puede atacar a
los enemigos de Occidente en nombre del egoísmo y de la insolidaridad, pero no
con farisaicas demonizaciones del contrario. Los
únicos que tienen derecho a demonizar son quienes, como los islámicos
radicales, dicen que Occidente es Satán: porque lo es, porque su dinámica se
basa en la tentación, con la seducción material en contraste con las coacciones
por el miedo de sociedades menos sofisticadas. Satán y Occidente tientan,
procuran crear adicción, y así van matando progresivamente el alma, la
conciencia, la identidad hasta convertirnos en títeres deshumanizados, en almas
obesas chorreando colesterol, en títeres neumáticos dignos de un Huxley o de un Baudrillard. En
ganado idiota listo para ser devorado periódicamente por los morloks.
Volviendo a lo de
la Paz, pienso
que, cuanta menos violencia y coacción haya en las relaciones humanas, cuantos
menos hijos de puta haya por los que optar, mejor marchará todo, desde luego,
pero también pienso que ello no será posible mientras el desarme no sea
multilateral: paz no es la ausencia de conflictos sin más, con asepsia de
necrópolis, paz es la armonía entre las diversas realidades que configuran el
mundo. La paz de unos sobre otros que hoy se vende desde Occidente, bien sea
por el garrote del Pentágono o por la zanahoria de las caridades, no me vale.
Me cago en esa paz.
Me cago en la paz
de tant@ ghandian@ de pacotilla que maquilla de altruismo sus
intereses personales y/o corporativos (caso de determinados sectores del gremio
cinematográfico que montan el pollo contra el PP con la excusa de lo de Irak
porque lo que añoran es la más halagüeña –a sus ojos- política subvencionadora del PSOE). Si tanto odian al eje imperial
responsable del belicismo contra Irak (esto es, Israel, USA y Reino Unido) ¿por
qué sólo cacarean contra Bush y Aznar?
¿Por qué Zapatero, si está tan hipersensibilizado con estas cosas, no ha pedido
ya la expulsión de la Internacional Socialista de sus homólogos
laboristas israelí y británico por «crímenes contra la Humanidad» o algo
por el estilo? (recuerdo que, al poco de entrar yo en el CDS, en otoño del 87,
cuando éste se incorporaba a la Internacional Liberal,
dicho organismo expulsó fulminantemente al partido austríaco
por la llegada de Haider a su directiva -y, hasta el
momento, Haider, que sepamos, tiene bastantes menos
muertos de los que responder que Tony Blair o que los laboristas israelíes coaligados con Sharon hasta hace no mucho tiempo-)? Y, ya que he mentado a
Israel, es sintomático de cómo todo este pacifismo carpetovetónico no pasa de
una patochada lo siguiente: a fines de enero, pocos días antes del pollo de los
actores en el Círculo de Bellas Artes contra la guerra, se hizo en este mismo
Círculo un acto de afirmación sionista (la presentación de un libro de César
Vidal) donde éste y Gabriel Albiac, dos de los más ostentóreos publicistas de Sharon
en nuestro ámbito, dejaron claro quién corta el bacalao en el panorama
mediático/cultural más allá de cortinas de humo antibelicistas donde se
escamotean responsables y se venden motos averiadas al personal desinformado.
Membrillos travestidos de inconformistas que nos inundan con pliegos de firmas
y emilios colectivos en cadena sin más fundamento, en
el fondo, que fortalecer el establishment que hizo
posible a Bush, Sharon y Blair.
Yo, ante los presentes acontecimientos, como Lenin ante la
I Guerra Mundial, no me siento pacifista sino derrotista
revolucionario: no deseo la paz ilusoria sino la derrota real, impepinable, del
mundo en que vivo porque solamente así podrá surgir un Año Cero que limpie la
presente gangrena hoy conocida como Occidente (y, hoy por hoy, con sus
desmesuras, el principal enemigo de Occidente son sus propios poderes –como el Hitler turulato que decidió invadir la URSS a la vez que luchaba
contra los británicos, firmaba con tal decisión la cuenta atrás para su
régimen-). Occidente es un tren desbocado y la única esperanza para todo el
planeta es que se estrelle cuanto antes (nunca la frase baaderiana
de «cuanto peor mejor» ha tenido más sentido que en estos momentos). Y
eso (está claro) no lo quieren en absoluto toda la caterva de pringaos que
juegan a la oposición con ademanes virtuosos de cristianos frente a los leones
(por cierto, tan preocupados que están por los presos de Guantánamo y por «la
suerte del pueblo irakí», no dijeron ni mú ante los 1500 muertos provocados por Yeltsin
en octubre del 93 –en secuencia idéntica al bombardeo del chileno Palacio de la Moneda, momento éste que sí
les encanta recordar-). Pringaos incapaces de construirse una nueva moral, de
concebir una mutación en profundidad (¡justo cuando nos hallamos no ya en plena
crisis de civilización sino de especie!) de esta experiencia fallida llamada (jor, jor, jor)
«Humanidad».
EL FRAUDE DE LAS PALOMAS: ¿paz o
mierda?
«Hoy todo el mundo se preocupa por los demás según las
normas que se acordaron...»
La paloma, durante mucho tiempo símbolo de paz, ha
sido desmitificada en los últimos años por algunas mentes más críticas y amigas
de lo real como un bicho sucio y degradador del entorno (la llamada «rata
con alas»). Yo añadiría dos rasgos más: su perfil parapolicial
(el importante rol de la paloma mensajera en determinadas situaciones de
conflicto del pasado, que la convierten en una especie de patrona de los media
al servicio de la máquina estatal) y su perfil mixtificador (es el animal
preferido de los ilusionistas).
Desde que se inició el año, bajo la consigna «NO A
LA GUERRA»,
nuestro país inexistente arde en ostentóreas
pirotecnias de antibelicismo (hasta se dice que
España es la zona donde más se han practicado estos happenings).
Curiosamente, el único sector que, hoy por hoy, interioriza en el desapego al establishment y sus
valores (los abertzales), es el único que no
participa de este jolgorio, centrándose más en cuestiones reales (acoso legal a
todo un espectro de opinión, resacas del Prestige...)
que le atañen de manera directa y en las que sí pueden plantear algún tipo de
resistencia más allá de lo coreográfico, y situando la cuestión internacional
en su justo punto, sin hipertrofias escapistas y ocultadoras de intereses espúreos, dando cabal testimonio de gravedad (la presencia
de vascos en Irak –como unos meses antes en Galicia- nunca es gratuita ni,
mucho menos, un camuflaje membrillesco –como el show ecoatlantista de Mendiluce en los
Balcanes o como esos voluntarios enviados a la Costa da Morte
por los servicios gubernamentales para contrarrestar una posible batasunización en la zona tradicionalmente mansa del
noroeste-).
Claro, se me dirá, los abertzales
no son palomas. No quieren la paz. Y aquí es donde
entramos en harina: ¿qué son las palomas, en su metáfora sociopolítica? ¿y cuál esa paz de la que tanto se habla?
El sistema occidental (globalizando -como ya dije
en mi texto «ETOLOGÍA
DEL SIONISMO»- la situación marcada por Israel) se divide en dos flancos
que lo sustentan: los policías malos o halcones, partidarios de métodos más
expeditivos, dispuestos a pechar con un coste de muerte (tanto infligida como
asumida), y con una visión más motivada de su dominación imperial, basada en la
lógica de la fuerza y del respeto/temor inspirado a los inferiores; luego están
los policías buenos o palomas, más sinuosos, que huyen en lo posible del
conflicto frontal y prefieren la mixtificación del picapleitos (ya saben, «la
parte contratante de la parte contratante...»), la estabulación (las
técnicas de pastoreo, que diría Foucault), lobotomización (reeducación) y soborno (reinserción) del
contrario, al que no desean machacar físicamente pero sí destruirlo
culturalmente hasta cambiar por completo el color de su alma. En Israel, los actuales halcones buscan el
exterminio de la población palestina, en tanto que la
pasada etapa paloma (Barak) pretendía solventar el
problema con la ficción bantustan de Gaza y Cisjordania, reconocidos por la ONU como espacios de soberania (lo que no se hizo con los bantustans
sudafricanos). Lo paradójico es que, por lo general, el halcón resulta más
positivo para el resistente (en tanto resistente) que la paloma: de haber
continuado en la línea de Barak, tal vez hoy el
espinazo de la autodeterminación palestina se hallase
reblandecido y tan corrupto como para acabar aceptando la estabulación con su
banderita en la ONU
(dejándose extinguir entre limosnas de la pseudofilantropía
occidental y conformación del porvenir como paraíso fiscal en plan islita independiente
de la Commonwealth,
o emirato diminuto del Golfo Pérsico); es Sharon
quien recupera el pulso de la contestación palestina,
la cual, a cada momento que pasa, recuerda más y más a la madre conceptual de
todas las contestaciones, la resistencia pielroja.
La paloma no empatiza
con el oprimido, pues como buena heredera del despotismo ilustrado sólo desea
encajarlo en el lecho de Procusto de su realidad
prefabricada a golpe de compás utópico. No concibe la autodeterminación del
Otro, solamente su adiestramiento como perrito de circo, la ingestión de su
alma, su manipulación como muñequito a lo Ken y Barbie. El halcón, al menos, reconoce la realidad del Otro
(por eso, en su lógica dominadora, debe destruirlo). El bando paloma la niega
y, si finalmente acepta la imposibilidad de corromper al Otro, entonces, deja
de ser paloma y también busca su exterminio (aduciendo algún argumento excepcionalista de indudable tirón emocional): esto lo
hemos visto, en relación con el conflicto balcánico, cuando determinados
elementos tópicos del pacifismo (radicales italianos, sectores del ecologismo
alemán, santos laicos carpetovetónicos a lo Mendiluce
o Savater...) apoyaban sin escrúpulos una
intervención armada en Serbia asumiendo el fuerte coste de bajas civiles
(siempre recomiendo a este respecto el libro «DE LOS DERECHOS HUMANOS» -Ed. Trotta, 1998-, donde se
resumen unas jornadas organizadas por Amnistía Internacional en el 93 y donde
queda completamente al descubierto el lado más despótico de las palomas y su
odio a la diferencia). También es muy gráfico el paso de pacifistas israelíes
(de movimientos como PAZ AHORA –prácticamente homólogos en su momento de
quienes hoy cacarean tanto contra Aznar-) a apoyar el
terror laborista contra los palestinos dentro del gabinete de coalición
presidido por Sharon. Aquí lo vemos cada día con
estos ghandianos de pacotilla que alternan sus
aspavientos victimistas con sutiles llamamientos a la
mano dura en Euskalherria (en comparación, encuentro
mucho más honrada la actitud del paramilitar protestante en el Norte de Irlanda
o del colono judío fundamentalista, pues al menos tienen los arrestos de
defender sin subterfugios su discutible derecho a estar donde están).
El halcón vive en la realidad del poder, de la
dominación, del conflicto, de la expectativa de victoria y del riesgo a una
posible derrota. El paloma, habituado a engañar al Otro con su verborrea
virtuosa, también acaba por autoengañarse en la
ficción del Derecho. No existe el Derecho como realidad igual que no existe la ONU como realidad garante de
Derecho: cuando la ONU
pintaba algo y la reaganiana embajadora Kirkpatrick
se mostraba apopléticamente impotente de imponer las razones imperiales USA
era, no por el derecho, sino por la realidad de entonces, de un todavía vivo
equilibrio de poderes, que permitía el juego de la URSS y de un Tercer Mundo que
daba sus últimas boqueadas insurgentes; hoy la ONU es tan virtual como lo fue la Sociedad de Naciones en
los años 30 (precisamente, sobre esto de la ONU, hoy la garantía de que el planeta no sea aún
globalmente antiutópico estriba no en los amañados y parciales tratados de no
proliferación nuclear perpetrados por el Pentágono y sus acólitos, sino en que
haya países –China, Corea del Norte...- que posean armamento nuclear sin
someterse a la férula imperialista, en que exista un mínimo de equilibrio de
poderes a nivel planetario: hoy las razones a favor de la disuasión nuclear que
daba Raymond Aron en los 60/70 son tan válidas como
otrora, pero esta vez planteadas desde el bando insumiso a las razones del
Imperio –de hecho, mucho mejor que participar en carnavaladas pacifistas o
saturar los servidores de nuestros amigos y conocidos con inoperantes cadenas
de emilios incitando a una nueva performance
inocua sería dedicar el tiempo a una lectura políticamente incorrecta, perversa,
lo que podríamos llamar un «aronismo invertido»,
de textos como «Los últimos años del siglo», «Pensar la guerra. Clausewitz» o «Paz y guerra entre las naciones»-): existe
la realidad del Privilegio Adquirido. El auténtico impulsor de esta escalada
bélica defendida formalmente por el descerebrado Bush
(la imagen del enano oculto dirigiendo los movimientos del luchador mongoloide
en «Mad Max y la cúpula del
trueno»), esto es, Israel y su tupida ausland de lobbies, ha adquirido el privilegio fáctico de estar donde
está mientras otro poder (o sus propios errores megalomaníacos)
no hagan que pierda tal privilegio. Los palestinos (como sus antecesores
conceptuales los pielrojas) poseen el privilegio
moral de la resistencia irreductible, de negarse a la
doma. Frente a estos dos poderes, nuestros corifeos por la paz (palomas) y
nuestros lacayos del eje imperial (halcones –o mejor, alimoches, caricaturas vulturinas de halcones-) no son sino hologramas incapaces
de incidir en los acontecimientos. Podemos ver a través de sus dobles
lenguajes, de sus palabras vanas, de sus intereses particulares maquillados de
interés general (el tan miserablemente nuestro síndrome Casasviejas
-«váyase, señor Azaña»- de la CEDA continuado por el PP con
el tema del GAL -«váyase, señor González»- o, ahora, por el PSOE con la
leche ésta de la guerra -«váyase, señor Aznar»-:
tan grotesco como suponer que a Gil Robles y sus huestes les importaba la
suerte de los campesinos masacrados en aquel rincón andaluz –ellos masacrarían
no mucho después en Asturias-, o como suponer que a Aznar
y sus mariachis les escandalizaba la guerra sucia –ellos ahora, con la cosa de
emular a Bush en su estado de excepción apenas
encubierto, están perpetrando otra guerra sucia legal, capitaneada por el juez
que denunció la anterior del GAL, para mayor recochineo-, es suponer que a
quienes más chillan y cacarean NO A LA GUERRA les importa un comino la suerte del pueblo
irakí y no sus especulaciones carroñeras en torno a
la caída del PP y el regreso del PSOE –subvenciones, patrocinios, enchufismos, etc, dentro de la subrutina picaresca del «quítate tú pa ponerme yo» tan propio de este Monipodio mierdibarroco llamado Spain por
quienes de veras tienen la última palabra sobre nuestro destino-).
No niego que, frente a las mendaces
palomas, siempre han existido auténticas voluntades pacifistas (como forofo incombustible de Simone Weil no puedo sino admitirlo del mejor
grado) pero son éstas precisamente, en su honestidad, desprendimiento y visión
crítica de lo establecido, quienes siempre siguen un devenir incómodo que les
lleva a ser mal vistas por el Sistema: la citada Weil,
Emmanuel Mounier, Frantz Fanon, Carlos Múgica, Ignacio Ellacuría
o, ahora mismo, gentes de Euskalherría (en Esker Batua –la controvertida
Izquierda Unida del País Vasco- o en el mismo entorno abertzale) que, aspirando
al fin de la violencia, no se pliegan a transigir con la apetencia goethiana de
preferir la injusticia al desorden.
Pero, claro, de esta gente no se habla en el mainstream mediático (o incluso pueden ser acusados por la
judicatura de colaboradores del terrorismo): resulta mucho más pertinente el
balbuceo abúlico de Nacho Canut volviendo ad uterum con sus advocaciones a Dios y al Papa, las
pegatinas en el coño de Alaska, las cuchufletas del divino Boris o la demagogia
policial de Mendiluce.
Afortunadamente, la realidad no tiene que ver con
ninguno de ellos y, en no demasiado tiempo, dentro del eterno sube y baja de Sodoma y Esparta (esto es, de los mundos pochos, virtuales, que se disuelven en su climaterio
interminable para dejar paso a nuevos mundos -reales, en agraz, pidiendo ser
construidos desde su inocencia primigenia-), los hechos, una vez más, barrerán
del todo a los gestos.
SER O NO SER: el dilema que siempre acaba pasando
factura. Se acabó el cabaret, la belle epoque postmoderna. Las palomas del mago de Oz, mejor, en escabeche.