Víctimas de profesión



Andrea Byblos



Poco antes de comenzar la pandemia escribía yo para Línea de Sombra sobre Greta Thunberg y las consecuencias económicas que habría si le hiciéramos caso.



Vino el virus y todo se paralizó. Los aviones dejaron de contaminar los cielos. La vida se congeló. Mucha gente perdió su empleo y está a verlas venir. Pero el sueño de Greta se cumplió porque no estamos contaminando.



Ahora, con el desconfinamiento, seguirá habiendo presiones ideológicas para que actuemos de la forma que les conviene a unos y a otros. Quizás no lo que nos conviene a nosotros como individuos. A los individuos nos interesa sobrevivir y vivir. Es ahora cuando no hay que dejarse llevar por la marea de promesas, protestas y palabras. Es un sálvese quien pueda y quien se crea los eslóganes es carne de cañón.



De toda esta situación, lo poco que he podido ver claro entre todo el barullo, es que no se podía confiar en nada, ni en la prensa, ni en el gobierno, ni en la OMS ni en los portavoces. Sólo podías confiar en tener cuidado de no contagiarte y la suerte de, que si caías enfermo e ibas al hospital, hubiera respirador para ti.



Las teorías de la conspiración han florecido más que nunca. Dirán que la gente es muy imbécil, pero aunque lo sea (que también), no han florecido por esa razón, sino por la cantidad de información contradictoria, por el ocultamiento de los fallecidos y por pasar de ser un virus de pacotilla a un virus letal en cuanto las manifestantas se hubieron marchado ya a su casa después de gritar “mata más el machismo que el coronavirus” y otras gloriosas frases para recordar. Es imposible confiar, imposible. Y eso hace que nos volvamos más individuos que nunca. ¿Cómo se puede confiar en una comunidad de personas dirigidas por líderes cuando estos mienten, se escaquean, atienden sus intereses de puñaladitas traperas de partido y dejan que una pandemia entre en un país sin controlar los focos para luego marear la perdiz con máscaras sí máscaras no con tal de no decir ni una verdad?



Acusan a China de haber mentido, pero aquí han mentido de una forma espectacular. La mentira de China es mala, la nuestra buena porque somos democráticos y cool. Pero resulta que la mentira mala pudo controlar los focos de infección, pero la mentira buena no pudo porque parece que con la superioridad moral sólo no basta.



Ahora, la nueva individualidad está bien disfrazada hipócritamente con frases que nadie se cree. Nietzsche venía a decir en “Sobre verdad y mentira en sentido extramoral” que la civilización se basa en la mentira, en mentirnos, en mentir. Y ahora estamos en un mundo muy civilizado, donde hasta los conatos de violencia son excusas, y no son ya para conseguir esa justicia ideal revolucionaria (mito que nunca existió, porque las revoluciones siempre llevaron aparejadas terrores, guerras y miseria), sino para el pillaje de zapatillas de marca y cuatro trapos de alta costura con los que pavonearse como gallitos en las calles de los barrios marginales.



Todo se acelera en estos meses en una especie de tornado de victimismo rampante en el que hay que ser víctima de algo que esté entre lo considerado como víctima aceptable para ponerse a gritar y romper cosas. Pero si uno es víctima de lo no aceptado como víctima victimable da igual que te mueras de la forma más cruel, que nadie robará zapatillas ni tumbará estatuas por ti.



Por un médico muerto por Covid-19 por no tener equipo de protección y pasarse días en la UCI atendiendo pacientes nadie roba zapatillas ni derriba estatuas. No vale como victimable. No todo el mundo vale porque la idea varía según los tiempos y ahora prevalece la tontería de estos tiempos, como tres siglos atrás prevalecían otras tonterías. De la tontería no podremos escapar nunca, a veces se disfraza de curas y beatas y otras de activistas de la superioridad moral. Pero básicamente es lo mismo.



La muerte de Floyd, aparte de espantosa y cruel, debe ser condenada por la ley. Hay actuaciones policiales que se pasan de fuerza y deben ser investigadas y condenadas si hay abuso. Pero esta forma de protestar de la nueva civilización no creo que acabe con el racismo, más bien al contrario. Porque la forma de acabar con él pasa por la formación, porque ocupen su tiempo estudiando, porque dominen la tecnología como han hecho sabiamente los indios y los asiáticos, cuyos profesionales son buscados y altamente valorados por su valía y nadie mira el color que tienen.



Es la tecnología lo que hace que unas civilizaciones dominen a otras, gana el que mejor tecnología tiene. Y así fue también en la época del colonialismo. Los negros fueron esclavizados porque no sabían cómo defenderse, su tecnología era muy rústica en comparación a la de los europeos, que tenían la ventaja de llevar siglos peleándose a muerte entre ellos y con los asiáticos, y habían afinado el conocimiento de las armas y de muchas industrias en unas sociedades mucho más complejas. Su lucha, para que llegue a buen puerto, no pasa por revueltas en las que se grita mucho pero se hace poco, sino por las universidades y los oficios.



Ciertamente, las universidades son originarias de la cultura europea, esos colonialistas. Pero aunque hubo lo malo del colonialismo también hubo lo bueno y es que todas las razas y culturas pueden acceder a tener conocimientos, en principio con origen en Europa y Asia, que les ayuden a mejorar su situación económica y de prestigio social.



Sin embargo a la izquierda, que en la URSS puso empeño en el conocimiento, la tecnología y las universidades con buenos resultados, parece que ahora le interesan más cuatro gritos y ruptura de escaparates como forma de progreso.



Y mientras se pierden y nos perdemos en victimismos victimables y los virus se expanden sin que la superioridad moral los pare, Asia sigue con la tecnología… Es decir, la economía, el control, el poder.



Aunque supongo que nosotros no necesitaremos más tecnología, porque le haremos caso a Greta y nos iremos al campo a plantar patatas y berzas. En el campo seremos todos muy felices cultivando berzas en igualdad de géneros y de razas y fumándonos las hojas de la planta de la patata. De profesión seremos víctimas, nada de estudiar algo no sea que el conocimiento nos desvictimice.