GRETA, MARIONETA


un retrato al petróleo de ANDREA BYBLOS


Hace unos días, en una clínica de por aquí, estábamos un grupo de personas esperando un ascensor cuando un niño de unos dos o tres años comenzó a golpear las puertas metálicas con energía. El padre y la madre (de un origen que no es políticamente correcto criticar) lo dejaron hacer y no dijeron nada. En la fila hubo un silencio y nadie dijo nada. El niño siguió y siguió cada vez más fuerte, probablemente ya abollando las puertas del ascensor, los demás en silencio. Al final, el padre, quizás porque le molestaba a él, le dijo que parase, y el niño paró enseguida. No es que fuera un niño difícil, es que le dejaban hacer.


Ese ascensor tenía una particularidad. Era de una clínica, no el particular de nadie. Por eso nadie estaba dispuesto a partirse la cara con el brutángano del padre (si criticas a su hijo o lo criticas a él sabes lo que te espera) por defender al ascensor.


En el caso de Greta, muchos hacen como en la fila del ascensor. Se callan y fingen que todo es normal, algunos alaban la valentía de la “niña” al igual que habrá gente que defienda el derecho del niño del ascensor a expresar su libertad dando mamporros a las puertas. Greta, que ya no es una niña (legalmente tiene la mayoría de edad penal e incluso en algunos países puede conducir o beber alcohol), pero a la que se califica de niña porque conviene, dice con gran convencimiento y arrogancia unas cosas que no pueden sostenerse, pero pasan por verdades absolutas. Esto es, en realidad, porque, por el momento, el movimiento Greta no ha tocado nuestras lentejas y las lentejas de millones de personas que repiten sus consignas.


Hay algo que me llama la atención en cómo la izquierda adoradora de Greta está llevando este asunto: hablan de puestos de trabajo, de que no se quiten fábricas, incluso de que necesitamos más inmigrantes para que vengan a trabajar por lo de las pensiones… Pues lo que contamina son las fábricas, es la industria la que contamina.


Si los suecos le hicieran caso a Greta en masa y este verano dejaran de volar a tierras playeras y cálidas las líneas aéreas de Suecia se declararían en quiebra. Eso significaría pérdidas de miles de puestos de trabajo: ingenieros, mecánicos, personal del aeropuerto, azafatas, pilotos… Sí, pero también camareros de bares del aeropuerto, personal de seguridad, limpieza, personal de caterings, personal de transporte y hasta taxistas. Y que no se nos olviden los obreros. Los obreros, ese estandarte de la victimización eterna que sirve para todo también sería víctima esta vez cuando Airbus y Boeing tuvieran que reducir personal en sus fábricas.


¿Qué haría la izquierda entonces? Convocaría manifestaciones de obreros indignados para que no se perdieran puestos de trabajo que romperían mobiliario urbano –contaminante en su fabricación- para que otros obreros tuvieran que fabricar más y luego colocarlo llevándolo en furgonetas que funcionan con diesel.


Entonces ¿no estarían contentos estos obreros librándose por fin del yugo del capitalismo y yéndose a vivir a casas en el campo sueco sin calefacción eléctrica o de combustible fósil, moviéndose andando o en bicicleta y alimentándose veganamente de lo que cultivan en sus huertos biológicos?


Algunos sí, lo que les dure el momento sublime de ascensión a los cielos de la superioridad moral. Pero cuando pasen un par de meses a régimen sostenible de puré de patatas y ensalada de tomates y berzas ya se vería.


El ejemplo de Greta, es uno de esos gestos mesiánicos que son sólo eso, gestos. Queda bonito, y mola hacerse la foto con ella, pero a la hora de las lentejas cada uno tira para su casa, su dinero y sus necesidades de pasar el invierno calentito.




Greta, como personaje, responde a las modas anglosajonas del momento snowflake que vivimos. Es Asperger (en USA e Inglaterra desde hace unos años, estas madres superconcienciadas compiten por tener niños “aspies”, como los llaman, porque creen que son genios – y que van a ser superfamosos y millonarios y volar en jets privados como Bill Gates-), por lo cual es, supuestamente, un genio frágil –lo cual convierte a cualquier crítico en susceptible de ser enviado a la hoguera por atacar a una niña genio de gran fragilidad-, es una “niña” –y los niños son sagrados digan lo que digan, tanto si recitan en arameo la teoría de la relatividad como si dicen que quieren ser una maceta y se sienten como una maceta-, es del género femenino ( aunque por ser tan “niña” aún no se sabe bien si es cis, bi, fluída o fluído y ochenta posibilidades más), por lo que pone en marcha a las feministas, es vegana –ya sabemos que esto puede dar para muchos capítulos-, y tiene diversos trastornos que requieren tratamiento psiquiátrico como mutismo selectivo, un TOC –Trastorno Obsesivo Compulsivo-, y anorexia nerviosa, que ha provocado que no haya crecido lo suficiente.


Un currículum imbatible a la hora de crear una heroína a la que no se puede criticar so pena de ser considerado un ser malvado y despreciable.


Greta está feliz porque es su momento. De estar confinada en el silencio de ser una adolescente Asperger con múltiples problemas de relación a convertirse en una heroína mesiánica adolescente adorada y admirada en el mundo entero y con capacidad de hacerle muecas a Trump y ver a presidentes y estrellas de Hollywood deseando tener una foto con ella. Un sueño de película. Muchos adolescentes querrían ser ella y recibir todo ese caso.


Pero creo que a ella y su flamante movimiento del puritanismo climático se le han olvidado las lentejas. Las lentejas no son arrogantes, las lentejas no son gritonas ni hacen muecas, ni son correctas, ni son guays, ni tienen gestos de cara a la galería. Pero son brutales, son el ser humano en su esencia, son la frase: “Es la economía, imbécil” que hizo ganar a Bill Clinton las elecciones cuando supo ver con astucia las verdaderas razones por las que el ser humano se preocupa y vota.


El tiempo dirá si Greta pasa al olvido de esos héroes de moda que duran dos primaveras mientras el sol sale por Levante, la luna en el mar riela, en la loma gime el viento y la industria sigue a lo suyo, o cae en la marmita de las lentejas y la gente se solivianta y se levanta pasando de ser la heroína a la condenada al ostracismo. Pase lo que pase, es una marioneta en manos de muchos otros intereses, mucho más oscuros que el suyo propio -comprensible- de ser una adolescente estrella y visible. Greta, marioneta.