En los últimos meses he estado releyendo a Jorge Verstrynge. Creo tener toda su obra publicada hasta (inclusive) sus memorias (pasado el 99 ha sacado dos o tres libros más, de los que sólo conozco reseñas). Pero sólo su primer volumen, «UNA SOCIEDAD PARA LA GUERRA», me satisface plenamente como trabajo sincero, entusiasta, sin concesiones, sin pretender justificarse ante gentes que, en el fondo, desprecia.

Verstrynge y yo compartimos, a saber: una sincronicidad casi perfecta en nuestras respectivas rise and fall (1978-1986), unas cuantas devociones en pensamiento (nacional/bolchevismo, geopolítica, Jünger, Pareto, el apego por la llamada Nouvelle Droite, las novelas de Céline, las canciones de Sardou...), una irreductible vocación transversal (que algunos pretenden confundir con la conversión y/o el transfuguismo), incluso las infancias anómalas (con frecuentes cambios de colegio y de hogar) y traumáticas (él, más cerca del Extranjero de Camus, y yo, de Norman Bates). También compartimos otra condición (esta, desde luego, más anecdótica e irrelevante): la de ser objetos de atención constante, a lo largo de los años, de Federico Jiménez Losantos (desde la hostilidad irreductible hacia Verstrynge –por verlo como un converso de signo opuesto al suyo cuando, si FJL es un converso, Verstrynge es otra cosa más compleja e interesante, apuntada, en buena medida, en sus memorias- y, en mi caso, desde una cierta admiración por mi trayectoria musical y una completa incomodidad –disfrazada de sarcástica conmiseración- por mis devaneos políticos).    

A comienzos de los 80 tuve algo de trato con Jorge. Era el nexo que me mantuvo durante la primera mitad de esa década revoloteando en torno a AP. Me ofreció el cargo de Secretario de Cultura de NNGG en el verano del 82, que no acepté por asumir que había más cosas (muchas más) en aquel partido que no eran Verstrynge. Más tarde, colaboré en una iniciativa emanada de su seno, la revista «PUNTO Y COMA», de signo ND, fulminantemente abortada tras el primer número por Ricardo de la Cierva y que reaparecería años después, ya sin su aliento, continuándose tras su definitiva desaparición formal en otras sagas como «HESPERIDES» y «PROXIMO MILENIO» (de esta última sería colaborador fijo publicando algunos de los textos de los que me sigo encontrando más satisfecho –los recopilaría en el 98 en un cuadernillo, «EL CORAZON DE LA REVUELTA: POR UNA PEDAGOGIA DE LA INSURRECCION»-).

Tras leer sus libros «LOS NUEVOS BARBAROS» y «EL SUEÑO EUROSIBERIANO» y verlo despotricar contra la política establecida en el programa de Dragó, a fines del 98 Rafa C. y yo concitamos algunas esperanzas políticas en torno a su persona y le hicimos una visita en su casita con jardín cerca del Pirulí. Allí, tras saludar a su nueva mujer (ignoro si hoy continuará siéndolo: Verstrynge siempre ha tenido una agitada y fluctuante vida sentimental –en esto sí que no nos parecemos: incluso Marañón nos colocaría en los extremos opuestos de su arco estereotípico; ya saben, Don Juan, Amiel...-), a sus niños y a sus perros, nos encerramos en el sótano y le explicamos nuestras pretensiones (yo, recién clausurando la etapa corazonesca tras la desbandada nacional y el fin del breve idilio del mundo abertzale para conmigo; y Rafa, como único lector de las OOCC de Lenin y de la revista «UTOPIAS» en la biblioteca de la Fundación de Investigaciones Marxistas, con un pie bien metido en el zen y en su sempiterno troquel jungeriano y el otro casi fuera de las ilusiones políticas, salvo por el calentón proabertzale que siempre le da cuando visita a sus familiares de Hondarribia y por los artículos stalinianos de nuestro mutuamente admirado Antonio Fernández Ortiz). Verstrynge nos habló de las suyas, más o menos lo que se trasluce en su librito «ELOGIOS» y en el tramo final de sus «MEMORIAS DE UN MALDITO»: un querer nadar y guardar la ropa, un cabreo antiestablishment atemperado por su perruna fidelidad guerrista, por sus coqueteos con una IU de blandi blub (aún más tras la caída de Anguita) y por su pragmatismo buscavidas (no muy diferente al del mentado Anguita cuando le comentó a alguien, al reprochársele el no hacer frente común con la izquierda abertzale y dejarse de paños calientes –siguiendo la ruta de un Sastre o un Bergamín o, en parte, de un Alvarez Solís-, que no podía dar un paso tan arriesgado porque «tenía que mantener a dos familias»), que le llevaban a blandir sus fijaciones ND y nacional/bolcheviques envueltas en buen rollito derechohumanista y oenegero (muy «LE MONDE DIPLOMATIQUE», publicación de la que tanto Rafa como yo ya estábamos hasta el moño por su galopante pérdida de mordiente y agresividad).

Aquel encuentro con Verstrynge y la consiguiente decepción supuso para Rafa y para mí el abandono definitivo de toda actividad política (esto es, de apoyar a tal o cual bandería o partido). Cada uno cerramos las respectivas sagas con sendos broches: Rafa, con su presencia casual en el entierro de la etarra Olaia Castresana (que le produjo una impresión indeleble como acto sartriano de vindicación y cohesión grupal ya he hablado de ello en otra parte de esta web-); en cuanto a mí, con mi adhesión a un manifiesto movido por Internet en protesta por el juicio a Milosevic en La Haya (no por sentir una especial simpatía por este sujeto y su política sino por negar toda autoridad moral a quienes se arrogaban la potestad de juzgarlo –si ya el juicio de Nuremberg, con la crucifixión en vida del pobre Hess y la exoneración previa al juicio de un buen montón de jerarcas y técnicos pardos abducidos por el entramado militar/industrial de USA y la URSS, me parecía un ejercicio de cinismo sin par, esto de La Haya era, sencillamente, una coña marinera cuya única utilidad estribaría en dar alas a los delirios y afanes de protagonismo de jueces estrella tipo Garzón y a los amigos de realidades virtuales como la actual Unión Europea y su caricatura de destino manifiesto copiada malamente de las auténticas realidades occidentales, la norteamericana y la israelí-).    

Supongo que ahí está la clave: a Verstrynge le importa (no en plan retórico/empático, diga él lo que diga en sus frases de buen rollito; sino en el sentido de tomarla en cuenta como condicionante esencial para delinear su conducta y porvenir) la gente, la sociedad, las relaciones humanas; a Rafa y a mí, para nada. Nos importa la Naturaleza y la Historia, cabalgamos el tigre de la Mutación y tenemos la foucaultiana certeza de que EL HOMBRE HA MUERTO. Esto es, nos movemos en la Realidad (sin minúsculas periodísticas). Esto es, atendemos al Poder (con mayúsculas schmittianas): Bush y Condolezza, Al Qaida, China como inexorable primer referente planetario, Vietnam, Irán, Corea del Norte, Rusia y su progresiva reestalinización más allá de sectas y partidos (Stalin como intrahistoria, como inconsciente colectivo –el gran acierto de Putin frente al iluso de Gorbie y al beodo de Yeltsin es haber hallado, con su intuición policial, esa clave-), el Pacífico amarillo y anglosajón como nuevo centro del mundo, el definitivo hundimiento de la latinidad, el principio del fin para el estado de Israel (versión moderna y con ribetes de Armageddon –por aquello de su mamutiano arsenal nuclear y de qué mejor ocasión para emplearlo- de la caída de los reinos cristianos en Tierra Santa) y, por encima de todo, la presencia creciente de las catástrofes naturales condicionando (esto sí de veras) nuestra cotidianeidad... Nos postramos gustosos ante Lecter como continuación (nítida, superconcreta, sin coartadas culturalistas) del Anarca, como certera superación del último hombre. No vamos ni de buenos ni de malos. No vendemos motos demófilas a gente con futuro cero ni provocamos con hooliganismos a zombies que no se enteran. El minimalismo de político profesional, las argucias hamelinescas de profe ligón de Verstrynge (quien, por otra parte, jamás convencerá a nadie –empezando por nosotros- de su sinceridad democrática: tal terreno siempre será coto, en gesto y figura, de Adolfo Suárez, el auténtico converso –o, al menos, el que mejor se curró el papel-, ya definitivamente blindado hacia los altares del panteón cívico con su Alzheimer terminal –como en un biopic lacrimógeno de sobremesa-) empañan una y otra vez su capacidad prospectiva y le obligan a confundir sus mensajes e intenciones con lealtades y cautelas cada día más inútiles. Aún cree (y luego dicen que yo estoy en las nubes) en una eventual vuelta a la vida pública.

Rafa, desde su retiro zen, y yo, desde mi desesperada lucidez de desahuciado civil (hoy asumida como providencial y magnífica atalaya), no somos tan ingenuos. Vivimos el fin de un mundo (el de la farsa democrática derechohumanista, con sus consabidos flecos sodomítico/weimarianos) y el comienzo de otro (el nuevo Medievo, tecnofeudal –o, si se quiere, arqueofuturista, por usar la palabreja acuñada por Guillaume Faye, una de las debilidades transversales del amigo Jorge-, apabullante regreso de la Naturaleza, de la Historia). Y lo vivimos a tope: o sea, sin sorpresas.

No somos políticos profesionales. No somos profes ligones. En los cracks, en las crisis, damos lo mejor (esto es, lo peor –a ojos de la sociedad-) de nosotros mismos. A diferencia de Verstrynge, no somos rehenes de aquello que despreciamos.