LA REVOLUCION EN OCCIDENTE

COMO PERFORMANCE

 

 

 

 

"No puedes hacer una revolución con guantes de seda." (STALIN)

 

"El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal." (CHE GUEVARA)

 

"Una gran revolución no es más que un crimen estruendoso que destruye a otro crimen." (MAXIMILIEN ROBESPIERRE)

 

"Por cada diez de los nuestros que matéis, nosotros mataremos a uno de los vuestros. Y al final vosotros os cansaréis antes" (HO CHI MINH)

 

"¿Quiénes son tus enemigos? ¿Quiénes son tus amigos? Esta es la pregunta más importante para la revolución." (MAO TSE TUNG)

 

"Deberíamos hacer más y hablar menos." (DENG XIAO PING)

 

"Es una verdad el que con frecuencia en política se aprende del enemigo." (LENIN)

 

«Quien no extraña la Unión Soviética, no tiene corazón. Quien la quiere de vuelta, no tiene cerebro» (VLADIMIR PUTIN)

 

“Aquellos que no se arriesgan no sufrirán derrotas, sin embargo, nunca tendrán victorias.” (RICHARD NIXON)

 

"Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia” (ADOLF HITLER)

 

"Cualquier verdad ignorada prepara su venganza." (JOSE ORTEGA Y GASSET)

 

"La foto es lo más importante." (JOSE LUIS RODRIGUEZ ZAPATERO)

 

"La oposición dice que me vaya a mi casa: ¿A cual?, tengo veinte" (SILVIO BERLUSCONI)

 

"No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son peores" (JUAN DOMINGO PERON)

 

"La cobardía intelectual se ha convertido en una verdadera disciplina olímpica de nuestro tiempo." (JEAN BAUDRILLARD)

 

"El castrador de otros o de sí mismo no es seguidor mío." (MAHOMA)

 

"Para conseguir la paz, un primer paso importante es comprender qué hay realmente en el corazón y la mente del adversario, entender cómo piensa y cómo ve el mundo. Normalmente refleja alguna aspiración y entonces uno debe decidir si las aspiraciones del adversario son absolutamente incompatibles con los principios de uno mismo." (HENRY KISSINGER)

 

"Occidente grita: “¡Ven aquí, aquí estoy yo! ¡Mírame! ¡Escucha cuánto puedo sufrir y amar! ¡Cuán deprimido y feliz puedo ser! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!” Y el Este no dice nada sobre sí mismo. Disuelto completamente en Dios, en la Naturaleza, en el Tiempo, recuperándose a sí mismo de nuevo en cada cosa. Capaz de descubrir todo en sí mismo." (ANDREI TARKOVSKY)

 

 

 

La cosa podría empezar en mayo del 68 aunque su antecedente pueda encontrarse en la obsesión histriónica de Hitler (Speer diría en sus memorias que el Fuhrer pretendía convertir toda Alemania en un plató de Cecil B. De Mille), obsesión en la que la performance autodestructiva de una prima donna frustrada en sus inicios (como artista plástico –una plástica, por cierto, ya muy dependiente de la vocación tramoyista wagneriana- dispuesto a reconvertirse con intenciones revanchistas en monstruo de la escena) es la verdadera intención so capa de construcción de un nuevo paradigma sociopolítico y racial (no quiere decir esto que otros jerarcas no creyesen de veras en el proceso NS como esencial construcción de tal nuevo paradigma y, desde luego, como construcción sin fecha de caducidad calenturientamente premeditada –paradigma mayormente sociobiológico para Himmler, populista agrario para Darré, geopolítico para Rosenberg, socialmilitar para Rohm...- o simplemente lo asumiesen de manera más cínica como marco despótico para desarrollo de futuras corrupciones y picarescas –el priísmo en el III Reich en buena medida lo supone el enfoque de Goering: en el caso de Goebbels, por sus orígenes dramatúrgicos e izquierdistas, su cargo como propagandista mayor y su progresivo y posibilista alineamiento incondicional con las directrices hitlerianas, podríamos considerarlo a caballo entre la visión performer de su jefe y el pragmatismo corrupto de Goering-), obsesión que será recogida con mucho más cálculo y voluntad de perpetuación por los dos troqueles inmediatos del sesentayochismo (dejando aparte el recuerdo de La Comuna de París más como cuadro plástico que como riguroso antecedente histórico), las movilizaciones sociales organizadas al servicio de Perón por Evita (personaje psicológicamente similar a Hitler en su condición de prima donna frustrada que sólo podrá realizarse a través de la política como espectáculo de masas –la diferencia, aparte de en su conciencia de supeditación a su líder y amante, estriba en que el revanchismo de ella se limitó a procurar la humillación de quienes la humillaron sin caer en delirios demiúrgicos de premeditadas rise and fall-) y la Revolución Cultural como magna ópera revolucionaria que permitirá a Mao su regreso tras el ostracismo al que le habían sometido Deng y Liu Chao Chi (es curioso el común gusto de Perón y Mao por las actrices y la importancia que dieron a las performances de masas para consolidar su posición hasta convertir tanto Argentina como China en inmensos escenarios de un anticipo de reality show –Perón tomó su inspiración del Mussolini más imperial ya mimetizado con la desmesura hitleriana en cuanto a comunicación con las masas, un Mussolini que él había podido contemplar de primera mano durante su período como diplomático en Roma, y providencialmente encontró en Evita su mascarón de proa ideal, su vanguardia dialéctica, su Goebbels/Campanilla que, a su muerte, acabará por arrollarlo tanto como símbolo político como reliquia viva de un país alucinado; en cuanto a Mao, el fenómeno de la RC se consolida como obra en estrecho tándem con su mujer Jian Qing, la cual en algunos momentos parece ser quien lleva la iniciativa-).

 

 

Previamente, ya había elementos escenográficos (“coreográficos” diría Lenin) y el espectáculo de la oratoria política es fundamental en la agitación revolucionaria de un Robespierre enamorado de la Roma republicana (aunque, como señalaba Stalin –más amante de los silencios conspiradores que de la verborrea-, El Incorruptible acabaría siendo rehén de su propia facundia, lo que en buena medida provocaría su caída al avisar imprudentemente de sus intenciones, por el vértigo de la autocomplacencia en el discurso, a las futuras víctimas de una definitiva y no consumada purga -a lo que añadir su intención de profundizar en la liturgia revolucionaria con su controvertido culto al Ser Supremo, otra razón que aducen algunos historiadores para acelerar su descabezamiento-) o del ya mencionado Lenin (su heredero mejorado en los medios al sintetizar la agitación pública con la actividad conspirativa, síntesis recogida del puente entre el auge jacobino y el muy posterior bolchevismo, la larga y sinuosa carrera ochocentista de Blanqui, cuyo dudoso momento de gloria sería la caótica y fugaz explosión social de La Comuna parisina, ancestro formal del mayo francés pero sin demasiada relación más allá de lo estrictamente plástico).

 

 

Si por Revolución entendemos el ascenso violento de rango de unas clases, comunidades o estamentos al percibir la debilidad de quienes ostentan en ese momento el poder, habría revoluciones casi desde el comienzo de la hominización. Pero si reducimos el asunto a procesos consumados de ruptura y de inmediata construcción de una dinámica en contraste con el previo y estancado establishment, en el caso de Occidente y tomando como primera referencia el paso del Medievo a la Edad Moderna, los componentes clave son: a) identificaciones veterotestamentarias como Pueblo Elegido y a la busca de una Tierra Prometida; b) ambición de controlar globalmente la realidad con regla y compás (y libro de cuentas) desde la conciencia interior, sustituyendo por el Sujeto autoproclamado Dios el sentimiento de inferioridad ante el Destino y la Naturaleza que da pie objetivamente a los Dioses Todopoderosos; y c) en contraste con los rasgos de la tambaleante vigencia de lo que se pretende derribar, prioridad del trabajo frente a la indolencia, del orden frente al caos, del rigor frente a la irrelevancia y la vaguedad de conceptos, de la frugalidad frente al libertinaje. En buena parte, lo que había hecho Mahoma muchos siglos antes aunando pragmáticamente fe y gobierno para superar un caos tribal y acceder a una realidad social más funcional y expansiva, lo plantearán con diversas variantes Cromwell, Lutero, Calvino o Savonarola y, frente a la situación que supuso el llamado Despotismo Ilustrado (situación quasi constantiniana con unos asuntos divinos profundamente esclerotizados –y degradados a coartada para los poderosos- y una razón -vuelta juguete para oligarquías- tan vanidosa que parecía paralizarse ante el espejo), la arremetida de los jacobinos a partir de las teorías de Rousseau implica la primera (y única) revolución puramente social en Occidente (quizás habría que añadir, con su mezcla de teocracia y tribalismo, la situación de Irlanda -tan radicalmente atávica, eso sí, que adquiere características tercermundistas y anticoloniales en su devenir, aún más evidente este atavismo con la perenne conflictividad en el Ulster-), siendo el resto consumación de rupturas con el faraón de turno y asentamientos en tal o cual promised land (USA en 1776, Sudáfrica e Israel en 1948, Rhodesia en 1965... a lo que añadir toda la larga cadena de independencias latinoamericanas, demagógicas mixturas de los procesos francés y norteamericano y, salvo puntuales momentos de patética y fugaz y sacrificial honestidad, intrínsecamente picarescos y corruptos, al punto de que en las últimas décadas las más violentas confrontaciones habidas en el subcontinente han abandonado todo contenido político –sea insurgente o progubernamental- para focalizarse en la narcodelincuencia –sólo hay que comparar en estos momentos los focos de choque frontal en esas latitudes con lo que ocurre en Asia o Africa, donde, al margen de que existan componentes de pillaje, narcotráfico, trata de seres humanos o bandolerismo, las motivaciones básicas siguen siendo religiosas, tribales o políticas-). Finalmente, la conjunción de todos los elementos anteriores alumbrará en el siglo XX las revoluciones occidentales más agresivas, las llamadas fascistas: las tres más importantes serían la ya mentada nacional/socialista, con ese contraste entre las intenciones autodestructivas y performers de su líder y las diversas variantes constructivistas y mucho más prosaicas de los vicejerarcas, pero coincidiendo todos en una desestabilizadora intención, la de considerar al resto de Europa como campo de expansión colonial, anticipando en algunos aspectos pero de un modo mucho más delirante y disfuncional, el sofisticado proyecto afrikaner para Sudáfrica tras la II Guerra Mundial; el fascismo propiamente dicho dirigido por Mussolini como síntesis posibilista de la matriz mazziniana de la propia Italia unificada y de la aventura dannunziana de Fiume (performance ésta pero también realidad revolucionaria en su breve tiempo de existencia que quizás habría que añadir junto a la experiencia jacobina y a la construcción irlandesa como más cercana a lo mejor de Latinoamérica, Asia y Africa en materia de revoluciones –el respeto que Lenin sintió por el experimento de Fiume no es un dato baladí-) que indudablemente sacó al país de la decadencia previa pero a costa de un aventurerismo en política exterior (guerra civil española, cuerno de Africa, Balcanes...) bastante desastroso y que, a la larga, lo supeditaría al seguimiento proalemán hasta la guerra civil en la propia Italia, la invasión/¿liberación? usaca (con la consiguiente e inmediata reintroducción de la mafia) y el final de Saló, versión oscura y sangrienta (aunando ansias utópicas de regeneración social y realidad feroz de dependencia al Reich y de cainismo irreductible) de la luminosa e incruenta experiencia de Fiume; la tercera variante del tópico fascista que destaca por su originalidad (a diferencia de las otras dos, aquí los elementos de modernidad tecnólatra y neopaganismo demoteísta brillan por su ausencia) y su potencia movilizadora de élites dispuestas al compromiso sería la legionaria rumana, mayormente teocrática y neomedieval, dirigida por varones jóvenes procedentes de las aulas, fanática hasta el extremo de superar en violencia vindicativa al propio tutor alemán pero también con una vocación sacrificial inaudita en cualquier otra corriente activista europea... (si cambiamos cristianismo ortodoxo por islamismo fundamentalista, y aulas universitarias por madrasas, si comparamos ferocidades y autoinmolaciones, si traducimos el término estudiantes por su homónimo talibanes y las latitudes rumanas por las afganas, y la ambigua relación de los unos con Berlín y de los otros con Washington, es interesante comprobar cómo, de los tres fascismos, sea el de la Guardia de Hierro –de manera impremeditada, por evolución convergente, ironía histórica o como se le quiera llamar- el más actual y con futuro al día de hoy, al menos en determinadas latitudes de Asia y Africa).

 

 

Desde el 68 todas las revoluciones que se han apoyado desde Occidente se han visto como juegos de rol o películas de acción o deportes de riesgo (es decir, como excusas para la afirmación narcisista más irrelevante –se me dirá que siempre ha habido turistas y poseurs de la revolución, caso de nuestro Espronceda conspirando en Madrid y París o de Lord Byron lanzándose a la marea griega, por no mencionar a los diversos elementos procedentes de la bohemia que chuparon plano en nuestra guerra civil tanto en un bando como en otro, pero solían ser más excepción que regla, sin convertir los conflictos en frívolo impulso trendy, en cultura pop, manteniendo una conciencia las masas partidarias de ser parte de la retaguardia, de concebirse en sus biliosas peleas de café como un latente reservismo-). No se asumen ya auténticos compromisos en los que profundizar y asumir responsabilidades y disciplinas (dos muestras de aquellos años: Vietnam deja de interesar en cuanto acaba la guerra y empieza la reconstrucción –aparte de que si la juventud usaca no hubiese estado directamente afectada por el conflicto a causa de la leva obligatoria tal vez el gran debate civil sobre esa guerra habría sido un asunto de minorías, de seguro más esclarecedor y riguroso, con más Inteligencia y menos reduccionismo mediático-; la sinofilia entre la progresía parisién no estalla hasta las estridencias de la RC –los bandazos de las directrices maoístas en los 50, el primer intento de NEP y de acercamiento a Occidente a partir de no alineados como De Gaulle en los primeros años de la siguiente década, todo esto no es espectacular ni, por lo tanto, motivo de análisis-). Y si nos centramos en el culto occidental al Che, la cosa resulta mucho más grotesca. Como entrante, recuperaré un texto de hace casi tres lustros donde ya me planteaba el tema:

 

EL CHE, CARLOS Y LOS HIPOCRITAS

 

[por escribir cosas como ésta me echaron de RESUMEN LATINOAMERICANO allá por el 97 –según me contó Carlos Aznárez, director del periódico y mi valedor a la sazón, a varios elementos de la redacción procedentes del comunismo argentino les pareció todo muy provocateur e iconoclasta y presionaron con que, si no prescindía de mis servicios, sacarían a colación su origen primigenio Tacuara, germen ultraderechista de los futuros Montoneros, lo cual, teniendo en cuenta que tanto los comunistas fieles a Moscú como muchos troskos saludaron en su momento con palmas y vítores la llegada de Videla, por aquello del común antiperonismo y, en el caso del PCA, porque la URSS mantenía intercambios comerciales con Argentina, pues esto de sacar miserias pretéritas era un poco como lo de la sartén y el cazo-]

 

Estamos, según leo, en «el año internacional del Che» (expresión que me suena fatal, a ONU, como si el Waldheim o el Ghali o la Allbright o el tío Tom éste que han puesto ahora nos diesen permiso para recordar a Ernesto Guevara -prefiero lo de «el año del Che» a secas, que suena un poco a zodiaco chino e indochino y que, habida cuenta de las simpatías ideológicamente pro/amarillas del personaje en cuestión, me parece más oportuno-).

Esta entradilla tan irónica no es gratuita. El Che, desde décadas, es carne de póster, de pin y de tira colgante de ésas que giran en los VIP'S y en los burgers. En los últimos tiempos, ha dejado incluso de ser el hermano guapo de Cantinflas (a fin de cuentas, parecido honorable el de un revolucionario con un pelaíto) para transmutar audiovisualmente en Antonio Banderas (quien, como su partner Madonna con Evita, es una encarnación blasfema de su personaje -de manera génerica por su arribismo proyankee, que le llevó a abandonar este país para convertirse en estrella de un Hollywood decadente y deshumanizado, y más especialmente por la comedieta «Two much», comedieta que supone, por las circunstancias de su rodaje y promoción, la apología más descarada de Miami hecha por la postmodernidad española -nunca entenderé, ya que estamos, la página de propaganda de esta película que apareció en la revista «MOTIVOS DE ACTUALIDAD» pero tampoco se entienden otras cosas, como el aplauso del juez Garzón a Alvarito Vargas Llosa por su «Manual del perfecto idiota latinoamericano» en la Casa de América el pasado septiembre: misterios de... la postmodernidad-).

Las consumidoras adolescentes del Che póster, pin, colgante o galán de cine no saben, en realidad, quién fue Ernesto Guevara. Ni en qué consistió su compromiso insurgente, político/militar: es pertinente recalcar esto, porque el Che no era un poseur pseudorebelde (como se estila hoy), no iba de creador de happenings, simulacros o gestos mediáticos, no jugaba a Spiderman sobre la cabeza de los mandamases del FMI. No, el Che, siguiendo la estela marcada por Netchaiev (el benditamente ominoso Netchaiev) y remarcada por un gran admirador de éste, Vladimir Ulianov «Lenin», y por tantos otros como Mao, el tío Ho o el gran liberador afroamericano Frantz Fanon, sabía como nadie que «la revolución no es un baile de gala» y, entonces, pues eso, iba por el mundo fomentando focos guerrilleros, élites revolucionarias, extendiendo el incendio anticolonial por el planeta.

Hoy, contra la lejanía del tiempo (que todo lo difumina y lo vuelve light -salvo, claro está, las obvias excepciones decretadas por los núcleos vigentes de poder y reas eternas de los estipulados «dos minutos de odio»-) y contra la banalización del merchandising (sólo falta que la Disney haga un cartoon animado sobre el Che -lo mismo ya están en ello-), Ernesto Guevara debe ser recordado sin maquillaje ni afeites, en toda su dureza, no regalándoselo a los tartufos del pensiero debole que pretenden casarlo con los lacitos azules y las manos blancas, con la militancia y/o el apoyo quintacolumnista al partido del GAL, con los escupitajos silenciosos sobre los presos suicidados, con los aplausos a los Vargas Llosa, con las llamadas «a la reinserción» (en el anterior nº de «RESUMEN» -pág. 10 dedicada a los paramilitares colombianos- se ve con radiografía certera el descarnado final de esa travesía tortuosa y sadomasoquista de la «reinserción», los «acuerdos de paz», las «cesiones voluntarias de poder», etc, tan aplaudida por el rostro más inteligente de ese Jano fullero llamado mundialismo -o sea, el rostro progresista: no en vano decía Malcolm X que prefería tener delante un racista ultraconservador que a un progresista porque, al menos, el primero no confundía ni desmovilizaba a las masas insurgentes; Andreas Baader vendría a decir prácticamente lo mismo una década después-).

Aparte de la publicación de artículos y libros que nos traigan al Che verdadero y vigente (sin paternalismos ni descalificaciones interesadas de su actuar), loable tarea en la que tanto «RESUMEN» como la editorial Txalaparta andan hace años más allá de conmemoraciones puntuales, otra buena forma de mantener viva la figura de Ernesto Guevara puede ser la vindicación de quien los expertos consideran su sucesor en muchos aspectos y cuyo perfil (por aquello de que su lucha, sin lejanías temporales ni maquillajes que disimulen la crudeza, se ha desarrollado en buena parte en uno de los terrenos que más escuecen a los actuales núcleos de poder -esto es, la resistencia árabe al expansionismo sionista- y que viene a ser la continuación, en clave puramente activista, de la labor desarrollada por Fanon en Argelia en los 50 y primeros 60) ha sido mediáticamente satanizado hasta convertirlo en paradigma universal del «terrorista»: los más agudos ya sabrán que me refiero al venezolano «Carlos».

Bien está homenajear al Che o seguir con escrupuloso fervor las andanzas del subcomandante Marcos (aunque el fervor no debe nublar la objetividad: hago mías las reservas sobre el bombardeo mediático de los políticamente correctos a favor de Marcos expresadas por los Tupamaros en el nº 26 de «RESUMEN» -págs 9 y 10- y que resumiré en esta atinada parrafadita «El problema radica en el poder integrador y "amansador" que tienen los medios, en su capacidad de convertir lo extemporáneo en normal a través de la presencia cotidiana, pero sobre todo en desvirtuar el carácter subversivo de la lucha indígena. En este sentido, sobran ejemplos de la capacidad distorsionadora de los medios. Resta saber si Marcos y sus compañeros conocen y comparten esa preocupación») pero, al tiempo, no ignoremos, no silenciemos la figura de «Carlos», inasequible a los turbios procesos de digestión mediática. Tan inasequible en su rabiosa actualidad como las de otros presos políticos, vascos, irlandeses, palestinos, argelinos (a quienes jamás Hollywood dedicará una película -a no ser en el rol de villanos de subproducto serie b-).

Por eso, seamos consecuentes: para rescatar definitivamente al Che de la urna de plexiglás en que el establishment trata de meterlo (como al Salvaje John de «Un mundo feliz»), hay que hablar también de quienes nunca serán carne de póster... como «Carlos».

 

El Che no es un personaje existencialmente fotogénico según los parámetros que lo han convertido en mero peluche provocador para quienes confunden el concepto REVOLUCION con un spot de vaqueros. Es el principal impulsor del acercamiento de Cuba a la URSS, acercamiento que luego considerará más un lastre que una providencia. También planteará propuestas legislativas en materia de represión y defensa del nuevo orden bastante duras, con el recuerdo aún reciente de la caída del regeneracionista guatemalteco Jacobo Arbenz (suceso que vivió de cerca). Y frente al perfil del primer Fidel favorable a un gradualismo populista, defenderá el tránsito acelerado a un modelo comunista (aunque ya –tal vez recogiendo la impronta del peruano Mariátegui, su primer referente de socialismo- con unas características más cercanas al maoísmo que al modelo soviético más tecnocrático). Es sintomático que, tras la crisis de los misiles y la línea de coexistencia pacífica planteada por una URSS humillada por el ímpetu usaco, el régimen cubano entra en un proceso (al menos, formal) de estabilización que parece chocar con las inquietudes del Che de subversión de toda Latinoamérica (otra herencia de su paso juvenil por Perú –en este caso, la idea aprista de una revolución continental frente a las presiones del Norte anglosajón: no en vano su primera esposa fue una dirigente del APRA exiliada y colaboradora del gobierno de Arbenz-). A partir del 63 empieza a apadrinar guerrillas por todo el subcontinente (empezando por su país natal) y a chocar con los partidos latinoamericanos de obediencia prosoviética, contrarios a la lucha guerrillera (incluidos los elementos más ortodoxos del partido cubano). El fracaso de la práctica totalidad de estas experiencias de lucha armada le llevan, en una creciente fuga hacia adelante, a dar el salto al Congo, donde su intento de encauzar la actividad guerrillera en el feudo de Kisangani, sin contar con la voluntad y la realidad tribal de los autóctonos, acabará también en desastre. De ahí se plantea la vuelta a Cuba y la preparación de una actuación insurreccional en Bolivia, considerada geopolíticamente (él había estado en el 53, en plena eclosión nacional/populista del MNR) como ideal para provocar un efecto dominó en los países vecinos (amén de la boliviana –Barrientos-, estaban las dictaduras paraguaya –Stroessner-, argentina –Onganía-, brasileña –Castelo Branco-, más las democracias conservadoras de Chile –Frei- y Perú –Belaúnde-). El combate entre la guerrilla encabezada por el propio Che y un conjunto muy superior de fuerzas (no sólo bolivianas sino con asesoría de los países vecinos más la intervención directa en un momento dado de los USA a través de la CIA) durará unos seis meses. La muerte del Che resulta muy oportuna no sólo para sus enemigos sino para un castrismo en la encrucijada que podría haber entrado en una espiral cismática entre prosoviéticos y defensores de una línea insurgente (aún más, con la Revolución Cultural en pleno auge y un conflicto casi declarado entre China y la URSS) de haber regresado el Che desde la selva boliviana más radicalizado que nunca o para un Perón que alentaba cínicamente a jóvenes con aspiraciones guerrilleras al tiempo que desde su exilio madrileño estrechaba día a día lazos más fuertes con López Rega, su guardaespaldas (y mano derecha de su inepta tercera esposa Isabelita). Hay muchas preguntas (y todas con una respuesta de seguro políticamente incorrecta) a un Che superviviente de la experiencia boliviana: ¿qué papel habría supuesto en el Chile de Allende frente a la pérdida de autoridad de éste y el ascenso creciente del MIR? ¿o en el conflicto argentino iniciado con el regreso de Perón? ¿o qué habría opinado de la muerte de Lin Piao, del abrupto final de la RC, de la diplomacia del pingpong entre Nixon y Mao, y del proceso a La Banda de los Cuatro? ¿habría llegado a interactuar con el venezolano Carlos? ¿podría haberse producido un encuentro e incluso una empatía entre el Che y la última vuelta de tuerca del comunismo de Mariátegui, Abimael Guzmán, o tal vez (hipótesis más plausible) una colaboración con el proceso velasquista previo habría impedido tal empatía? La oportuna muerte del Che lo congela en un instante en que su perfil más duro y voluntarista e incluso fanático (más por defender una construcción propia con ciertos visos de megalomanía en su rol de tutor omniguerrillero –tutor bastante poco obedecido por sus presuntos pupilos, todo sea dicho-, que al servicio de una idea ya establecida) sólo puede otearse en hipótesis. Pero es interesante comprobar cómo su homólogo especular (esto es, simétricamente inverso) en lo que hace a itinerancia subversiva, radicalización in crescendo y tutoría de mil guerrillas es hoy venerado en los ambientes islámicos más extremistas como nunca lo ha sido el Che desde su desaparición: nadie que luzca una pegatina, affiche o tatuaje del Che va a estar anímicamente tan cerca de una posible acción activista como quien se siente cómodo con la memorabilia de otro muerto mítico, OSAMA BIN LADEN. En contraste con Ernesto Guevara (que debe de estar revolviéndose en su tumba por su banal destino póstumo), el fundador de Al Qaeda (al margen de diferencias ideológicas, al Che le habría fascinado, por cierto, dicha estructura organizativa) jamás ha sido ni será visto por sus forofos como un icono pop.

 

 

Es interesante (y también habría acentuado la distancia entre un Che superviviente de Bolivia y sus presuntos seguidores) cómo favorecen los intereses usacos toda una serie de manifestaciones insurgentes occidentales a partir del 68 (incluido este mismo –al menos, el francés: el caso alemán, en tanto que país ocupado, es más complejo, como se comprueba con las actitudes revisionistas de los líderes del mayo berlinés respecto al inmediato pasado de su país, y con la génesis de la RAF y su lucha directa contra intereses de la OTAN-). Mayo del 68 acabará por apear del poder a un De Gaulle a la sazón profundamente incómodo para el Pentágono por diversas razones (postura neutralista frente a la OTAN incluida la defensa de una fuerza nuclear francesa no dispuesta a encuadrarse en la Alianza, apoyo al irredentismo quebequés, posturas disidentes respecto tanto al contencioso palestino/israelí como a las relaciones con el bloque soviético y con China...). Por razones de solidaridad étnica, las acciones del IRA serán vistas con bastante tolerancia en unos USA aún rehenes emocionales de la saga kennedyana, lo que permitió a la comunidad de origen irlandés plantear crecientes afirmaciones de rango. Y en la ya larga trayectoria de insurgencia abertzale, muchas de sus actuaciones y tomas de posición no han puesto precisamente arena en los cojinetes del imperialismo barriestrellado que se supone contrario a su discurso antiimperialista: el atentado contra Carrero cuando éste (siguiendo pautas similares a De Gaulle) trató de dificultar el uso de las bases USA resultó tan providencial para Washington como la desaparición de Allende en Chile tres meses antes (o incluso más, desde un prisma logístico –al final, de la poca gente que trató de plantear problemas reales a la afirmación usaca en Europa, esto es, más allá de la virtualidad coreográfica o de la rumia teórica, bien desde la acción directa insurgente bien desde el dominio del Estado, habría que citar a algunos activistas alemanes y a los ya mentados De Gaulle y Carrero y para de contar-); el atentado contra Ynestrillas escasos meses después de sus planes de regicidio en plena negociación del ingreso de España en la OTAN ignoro hasta qué punto fue una prioridad para los intereses del independentismo vasco pero, desde luego, tanto a Su Majestad como a la Alianza Atlántica les quitó más de una preocupación; a lo que añadir las tomas de posición en conflictos foráneos como los Balcanes (especialmente, su relación con los sacamantecas kosovares –los llamo así porque, de manera castiza, es la mejor definición para unos elementos dedicados, entre otras actividades, al tráfico de órganos- reconocidos por sólo algunos estados del mundo, con los padrinos usaco y turco a la cabeza), el Cáucaso (sin embargo, cuando Yeltsin bombardeó la Duma en octubre del 93 a los abertzales esto no pareció en modo alguno quitarles el sueño), la intervención contra Gadafi en Libia (es interesante cómo se cambia diametralmente de posición respecto a quien fue en algún momento sponsor de ETA e incluso -gesto aún más explícito de reconocimiento por ésta- inspiró el apodo de uno de sus activistas) y, ahora mismo, el conflicto en Siria (provocando un gran revuelo en gentes que, paradójicamente, parecieron digerir sin problemas las anteriores coincidencias aquí señaladas entre las posturas del expansionismo usaco y las de los abertzales).

 

 

Con la llegada de la dictadura de Lo Políticamente Correcto, el culto a lo kistch y a lo bizarro (en el que coinciden diversos factores, desde la cultura pop como filosofía y estilo de vida caprichoso y babilónico al regodeo en el esperpento mágico del boom literario latinoamericano), la querencia por los psicodramas y los simulacros, el pensiero debole, etc, se dispara el vértigo de las posturas presuntamente disidentes planteadas como vacua performance, happening, sit-com o club de la comedia (en contraste con un recrudecimiento multipolar de la violencia en todo el planeta que tendrá en buena medida como punta de lanza la red Al Qaeda, la eficacísima criatura del gemelo invertido del Che, y una creciente beligerancia de Occidente nunca vista desde la guerra de Vietnam) así como la bufonería creciente en los gobernantes (bien conscientemente explotada –caso del magnate televisivo/futbolero Berlusconi copiado aquí a pequeña escala por Jesús Gil- bien expresada de modo espontáneo por unos dirigentes cada vez más ineptos y disfuncionales –el ejemplo paradigmático sería nuestro ZP-). La bufonería forma parte de la ecuación de pérdida de rigor y aumento de la corrupción desde el Imperio Romano (así, Nerón, Calígula o el más bufo de todos, Cómodo) y ya en la época del gran capitalismo y desarrollo industrial aparecen algunos estadistas que se pronuncian públicamente con una mezcla de extroversión y un punto de ironía, caso de Bismarck, de Teddy Roosevelt o de Mussolini (éste, al menos, antes de iniciar su creciente y penosa mímesis del amigo alemán) pero el ejercicio de la bufonería como intento bajamente astuto de seducción podría señalarse en años más recientes con Kruschev (el histrionismo de una Evita está más cerca de los trances hitlerianos y es más la huida de la persona real hacia una imagen mítica que, en el caso de Eva Duarte, comenzó a cristalizar en sus interpretaciones radiofónicas de grandes mujeres de la Historia, como preludio a su propio ego trip como presencia mítica viva en intensa conexión con el espíritu de su pueblo). Desde su gañanía bufa, Kruschev, tras liquidar a Beria (el único momento este breve mandato del mingreliano para intentar conciliar los logros del stalinismo con la superación de sus desmesuras más desafortunadas), comienza la corrupción del sistema soviético, la pérdida de una conciencia de causa nacional/popular a costa del cínico crecimiento de fortunas personales, la acumulación de errores geopolíticos (empezando por el pupilaje cubano –algo que jamás habrían aceptado ni Stalin ni Beria, mucho más rigurosos en la concepción de la soberanía eurasiática y de una política internacional más funcional para la URSS-) y su recular en la crisis de los misiles (que en buena medida daría alas a Johnson para su expansivo pretorianismo en política exterior –ahí Vietnam, Brasil, República Dominicana...- y azuzaría al Che a su peregrinaje guerrillero al sentirse cada vez más decepcionado por la protección rusa que él mismo había propiciado). Es curioso cómo, tras la defenestración de Kruschev (sujeto lo bastante irrelevante a los ojos de sus adversarios como para –a diferencia de Beria- no ser necesaria su ejecución –a fin de cuentas, la troika Breznev/Kosygin/Gromyko que lo sacó de la poltrona iba a continuar, aunque con una mayor cautela y menos irresponsabilidades personalistas, la pendiente de degeneración y desideologización iniciada por él, so capa de una reestalinización que no sería tal sino una coriácea esclerosis burocrática, bastante ajena a la tremenda movilidad de los cuadros de mando durante el período staliniano-) y la fuga hacia adelante del Che (aún más con su muerte), Fidel Castro va abandonando sus iniciales perfiles heroicos compartidos con aquel y con otros compañeros de primera hora (concentrando en el ausente Guevara toda la mitología de héroe y mártir) para construirse una imagen de patriarca campechano que en algunos momentos especialmente histriónicos parece evocar a su antiguo protector ucraniano y que tal vez (lo dicho del boom) guarde también relación con cierta asesoría de imagen que pudiese haberle ofrecido, por ejemplo, un Gabriel García Márquez (esta campechanía adquirirá visos penosos con Hugo Chávez o con Rafael Correa, como sacados de un culebrón o del programa de Ophra –frente a  esto, la estolidez cazurra de un Evo Morales o los alardes testosterónicos de un Putin adquieren un nivel más digno por más coherente, sea por directas razones de explotación de imagen étnica en el caso del boliviano o para el ruso como una síntesis comunicadora de la difícil conjunción/reconducción al plano político de los grupos de influencia que se desmandaron en un sentido delincuencial a partir del yeltsinato-).

 

 

Como pseudocontestación a ello, tenemos la valoración aberrante de los conflictos frontales ya no por fanatismo o por extremismo ideológico como antaño sino como una perversión lúdica más, hooliganesca e incluso cercana a la visión que puede deparar la actualidad como una perpetua snuff movie (ahí algunas ¿defensas? morbosas –criminalmente frívolas y carentes de todo contenido doctrinal y, por lo tanto, incapaces de comprender ni por un instante aquello que dicen defender- de los momentos más crudos del choque balcánico, de megaatentados como el de Oklahoma o el 11S, o de regímenes como el de los Jemeres Rojos –sin olvidar toda esta devoción repugnante en torno a nuevos mitos como el Club de la Lucha, que nos hermanan con los más entregados espectadores del circo romano-). Si a la patología de la emasculación colectiva que implica Lo Políticamente Correcto sólo se le opone una patología de signo contrario, de ultraviolencia lúdica, el resultado disidente continúa siendo cero. Resulta más excitante y trendy tomar partido por Limonov que por Duguin cuando estos se distancian: pero seguramente para el Pentágono incomode más que el aventurerismo estridente y egotista del primero la constante eurasiática del segundo, su rigor geopolítico y SOBRE TODO su influencia en Vladimir Putin.

 

 

Solamente recuperando la cabeza fría, la Inteligencia (que implica siempre la asunción cabal del Mito) para el análisis de los conflictos y desequilibrios actuales, actuando desde el respeto a las otredades (sin tentaciones de lobotomización/castración generalizada para llegar a una imposible y entrópica Paz Universal), abandonando toda superficialidad por decreto, todo ludismo (las estridencias melodramáticas también son una forma de regodeo lúdico en su fariseísmo biodegradable) ante nuestros encuentros con las tragedias crecientes de cada día, desprogramándonos de la basura mediática que en buena medida hoy deforma nuestras neuronas como nadie lo hizo antes (el candidato manchú comparado con un televidente medio es la viva imagen de una mente clara y soberana), sólo así podremos pintar algo desde Occidente en los años por venir. En caso contrario, la única redención posible para reencontrarnos con la Realidad será en el momento inmediatamente previo a nuestra extinción. Que, siento decirlo, puede que sea lo más probable.