LA REVOLUCION EN OCCIDENTE
COMO PERFORMANCE
"No puedes hacer una revolución con guantes de seda."
(STALIN)
"El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo,
que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte
en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados
tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo
brutal." (CHE GUEVARA)
"Una gran revolución no es más que un crimen estruendoso que
destruye a otro crimen." (MAXIMILIEN ROBESPIERRE)
"Por cada diez de los nuestros que matéis, nosotros mataremos a
uno de los vuestros. Y al final vosotros os cansaréis antes" (HO CHI
MINH)
"¿Quiénes son tus enemigos? ¿Quiénes son tus amigos? Esta es la
pregunta más importante para la revolución." (MAO
TSE TUNG)
"Deberíamos hacer más y hablar menos." (DENG
XIAO PING)
"Es una verdad el que con frecuencia en política se aprende del
enemigo." (LENIN)
«Quien no extraña la
Unión Soviética, no tiene corazón. Quien la quiere de vuelta,
no tiene cerebro» (VLADIMIR PUTIN)
“Aquellos que no se arriesgan no sufrirán derrotas, sin embargo, nunca
tendrán victorias.” (RICHARD NIXON)
"Quizás la más grande y mejor lección de la historia es que nadie
aprendió las lecciones de la historia” (ADOLF HITLER)
"Cualquier verdad ignorada prepara su venganza." (JOSE
ORTEGA Y GASSET)
"La foto es lo más importante." (JOSE
LUIS RODRIGUEZ ZAPATERO)
"La oposición dice que me vaya a mi casa: ¿A cual?, tengo
veinte" (SILVIO BERLUSCONI)
"No es que nosotros seamos tan buenos, sino que los demás son
peores" (JUAN DOMINGO PERON)
"La cobardía intelectual se ha convertido en una verdadera
disciplina olímpica de nuestro tiempo." (JEAN
BAUDRILLARD)
"El castrador de otros o de sí mismo no es seguidor mío."
(MAHOMA)
"Para conseguir la paz, un primer paso importante es comprender
qué hay realmente en el corazón y la mente del adversario, entender cómo piensa
y cómo ve el mundo. Normalmente refleja alguna aspiración y entonces uno debe
decidir si las aspiraciones del adversario son absolutamente incompatibles con
los principios de uno mismo." (HENRY KISSINGER)
"Occidente grita: “¡Ven aquí, aquí estoy yo! ¡Mírame! ¡Escucha
cuánto puedo sufrir y amar! ¡Cuán deprimido y feliz puedo ser! ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo!
¡Yo!” Y el Este no dice nada sobre sí mismo. Disuelto completamente en Dios, en
la Naturaleza,
en el Tiempo, recuperándose a sí mismo de nuevo en cada cosa. Capaz de
descubrir todo en sí mismo." (ANDREI TARKOVSKY)
La cosa podría
empezar en mayo del 68 aunque su antecedente pueda encontrarse en la obsesión
histriónica de Hitler
(Speer diría en sus memorias que el Fuhrer pretendía convertir toda Alemania en
un plató de Cecil B. De Mille), obsesión en la que la performance
autodestructiva de una prima donna frustrada en sus inicios (como artista
plástico –una plástica, por cierto, ya muy dependiente de la vocación
tramoyista wagneriana- dispuesto a reconvertirse con intenciones revanchistas
en monstruo de la escena) es la verdadera
intención so capa de construcción de un nuevo paradigma sociopolítico y racial
(no quiere decir esto que otros jerarcas no creyesen de veras en el proceso NS
como esencial construcción de tal nuevo paradigma y, desde luego, como
construcción sin fecha
de caducidad calenturientamente premeditada –paradigma mayormente
sociobiológico para Himmler, populista agrario para Darré, geopolítico para
Rosenberg, socialmilitar para Rohm...- o simplemente lo asumiesen de manera más
cínica como marco despótico para desarrollo de futuras corrupciones y
picarescas –el priísmo en el III Reich en buena
medida lo supone el enfoque de Goering: en el caso de Goebbels, por sus
orígenes dramatúrgicos e izquierdistas,
su cargo como propagandista mayor y su progresivo y posibilista alineamiento
incondicional con las directrices hitlerianas, podríamos considerarlo a caballo
entre la visión performer de su jefe y el pragmatismo corrupto de Goering-),
obsesión que será recogida con mucho más cálculo y voluntad de perpetuación por
los dos troqueles inmediatos del sesentayochismo (dejando aparte el recuerdo de
La Comuna de
París más como cuadro plástico que como riguroso antecedente histórico), las
movilizaciones sociales organizadas al servicio de Perón por Evita (personaje
psicológicamente similar a Hitler en su condición de prima donna frustrada que
sólo podrá realizarse a través de la política como espectáculo de masas –la
diferencia, aparte de en su conciencia de supeditación a su líder y amante,
estriba en que el revanchismo de ella se limitó a procurar la humillación de
quienes la humillaron sin caer en delirios demiúrgicos de premeditadas rise and fall-) y la Revolución Cultural
como magna ópera revolucionaria que permitirá a Mao su regreso tras el
ostracismo al que le habían sometido Deng y Liu Chao Chi (es curioso el común
gusto de Perón y Mao por las actrices y la importancia que dieron a las
performances de masas para consolidar su posición hasta convertir tanto
Argentina como China en inmensos escenarios de un anticipo de reality show
–Perón tomó su inspiración del Mussolini más imperial
ya mimetizado con la desmesura hitleriana en cuanto a comunicación con las
masas, un Mussolini que él había podido contemplar de primera mano durante su
período como diplomático en Roma, y providencialmente encontró en Evita su
mascarón de proa ideal, su vanguardia dialéctica, su Goebbels/Campanilla que, a
su muerte, acabará por arrollarlo tanto como símbolo político como reliquia
viva de un país alucinado; en cuanto a Mao, el fenómeno de la RC se consolida como obra en
estrecho tándem con su mujer Jian
Qing, la cual en algunos momentos parece ser quien lleva la iniciativa-).
Previamente, ya
había elementos escenográficos (“coreográficos”
diría Lenin) y el espectáculo de la oratoria política es fundamental en la
agitación revolucionaria de un Robespierre enamorado de la Roma republicana (aunque,
como señalaba Stalin –más amante de los silencios conspiradores que de la
verborrea-, El Incorruptible acabaría siendo rehén de su propia facundia, lo
que en buena medida provocaría su caída al avisar imprudentemente de sus
intenciones, por el vértigo de la autocomplacencia en el discurso, a las
futuras víctimas de una definitiva y no consumada purga -a lo que añadir su
intención de profundizar en la liturgia revolucionaria con su controvertido culto al Ser Supremo,
otra razón que aducen algunos historiadores para acelerar su descabezamiento-)
o del ya mencionado Lenin (su heredero mejorado en los medios al sintetizar la
agitación pública con la actividad conspirativa, síntesis recogida del puente
entre el auge jacobino y el muy posterior bolchevismo, la larga y sinuosa
carrera ochocentista de Blanqui,
cuyo dudoso momento de gloria sería la caótica y fugaz explosión social de La Comuna parisina, ancestro
formal del mayo francés pero sin demasiada relación más allá de lo
estrictamente plástico).
Si por
Revolución entendemos el ascenso violento de rango de unas clases, comunidades
o estamentos al percibir la debilidad de quienes ostentan en ese momento el
poder, habría revoluciones casi desde el comienzo de la hominización. Pero si
reducimos el asunto a procesos consumados de ruptura y de inmediata
construcción de una dinámica en contraste con el previo y estancado
establishment, en el caso de Occidente y tomando como primera referencia el
paso del Medievo a la
Edad Moderna, los componentes clave son: a) identificaciones
veterotestamentarias como Pueblo Elegido y a la busca de una Tierra Prometida;
b) ambición de controlar globalmente la realidad con regla y compás (y libro de
cuentas) desde la conciencia interior, sustituyendo por el Sujeto
autoproclamado Dios el sentimiento de inferioridad ante el Destino y la Naturaleza que da pie
objetivamente a los Dioses Todopoderosos; y c) en contraste con los rasgos de
la tambaleante vigencia de lo que se pretende derribar, prioridad del trabajo
frente a la indolencia, del orden frente al caos, del rigor frente a la
irrelevancia y la vaguedad de conceptos, de la frugalidad frente al
libertinaje. En buena parte, lo que había hecho Mahoma muchos siglos antes
aunando pragmáticamente fe y gobierno para superar un caos tribal y acceder a
una realidad social más funcional y expansiva, lo plantearán con diversas
variantes Cromwell, Lutero, Calvino o Savonarola y, frente a la situación que
supuso el llamado Despotismo Ilustrado (situación quasi constantiniana con unos
asuntos divinos profundamente esclerotizados –y degradados a coartada para los
poderosos- y una razón -vuelta juguete para oligarquías- tan vanidosa que
parecía paralizarse ante el espejo), la
arremetida de los jacobinos a partir de las teorías de Rousseau implica la
primera (y única) revolución puramente social en Occidente (quizás habría que
añadir, con su mezcla de teocracia y tribalismo, la situación de Irlanda -tan
radicalmente atávica, eso sí, que adquiere características tercermundistas y
anticoloniales en su devenir, aún más evidente este atavismo con la perenne
conflictividad en el Ulster-), siendo el resto consumación de rupturas con el faraón de turno y asentamientos en tal o cual promised land (USA en 1776, Sudáfrica e Israel en 1948,
Rhodesia en 1965... a lo que añadir toda la larga cadena de independencias
latinoamericanas, demagógicas mixturas de los procesos francés y norteamericano
y, salvo puntuales momentos de patética y fugaz y sacrificial honestidad,
intrínsecamente picarescos y corruptos, al punto de que en las últimas décadas
las más violentas confrontaciones habidas en el subcontinente han abandonado
todo contenido político –sea insurgente o progubernamental- para focalizarse en
la narcodelincuencia –sólo hay que comparar en estos momentos los focos de
choque frontal en esas latitudes con lo que ocurre en Asia o Africa, donde, al
margen de que existan componentes de pillaje, narcotráfico, trata de seres
humanos o bandolerismo, las motivaciones básicas siguen siendo religiosas,
tribales o políticas-). Finalmente, la conjunción de todos los elementos
anteriores alumbrará en el siglo XX las revoluciones occidentales más agresivas,
las llamadas fascistas: las tres más
importantes serían la ya mentada nacional/socialista, con ese contraste entre
las intenciones autodestructivas y performers de su líder y las diversas
variantes constructivistas y mucho más prosaicas de los vicejerarcas, pero
coincidiendo todos en una desestabilizadora intención, la de considerar al
resto de Europa como campo de expansión colonial, anticipando en algunos
aspectos pero de un modo mucho más delirante y disfuncional, el sofisticado
proyecto afrikaner para Sudáfrica tras la II Guerra Mundial; el fascismo propiamente dicho
dirigido por Mussolini como síntesis posibilista de la matriz mazziniana de la
propia Italia unificada y de la aventura dannunziana de Fiume
(performance ésta pero también realidad revolucionaria en su breve tiempo de
existencia que quizás habría que añadir junto a la experiencia jacobina y a la
construcción irlandesa como más cercana a lo mejor de Latinoamérica, Asia y
Africa en materia de revoluciones –el respeto que Lenin sintió
por el experimento de Fiume no es un dato baladí-) que indudablemente sacó al
país de la decadencia previa pero a costa de un aventurerismo en política
exterior (guerra civil española, cuerno de Africa, Balcanes...) bastante
desastroso y que, a la larga, lo supeditaría al seguimiento proalemán hasta la
guerra civil en la propia Italia, la invasión/¿liberación? usaca (con la
consiguiente e inmediata reintroducción de la mafia) y el final de Saló,
versión oscura y sangrienta (aunando ansias utópicas de regeneración social y
realidad feroz de dependencia al Reich y de cainismo irreductible) de la
luminosa e incruenta experiencia de Fiume; la tercera variante del tópico
fascista que destaca por su originalidad (a diferencia de las otras dos, aquí
los elementos de modernidad tecnólatra y neopaganismo demoteísta brillan por su
ausencia) y su potencia movilizadora de élites dispuestas al compromiso sería
la legionaria rumana, mayormente teocrática y neomedieval, dirigida por varones
jóvenes procedentes de las aulas, fanática hasta el extremo de superar en
violencia vindicativa al propio tutor alemán
pero también con una vocación sacrificial inaudita en cualquier otra corriente
activista europea... (si cambiamos cristianismo ortodoxo por islamismo
fundamentalista, y aulas universitarias por madrasas, si comparamos ferocidades
y autoinmolaciones, si traducimos el término estudiantes
por su homónimo talibanes y las latitudes rumanas
por las afganas, y la ambigua relación de los unos con Berlín y de los otros
con Washington, es interesante comprobar cómo, de los tres fascismos,
sea el de la Guardia
de Hierro –de manera impremeditada, por evolución convergente, ironía
histórica o como se le quiera llamar- el más actual y con futuro al día de
hoy, al menos en determinadas latitudes de Asia y Africa).
Desde el 68 todas
las revoluciones que se han apoyado desde Occidente se han visto como juegos de
rol o películas de acción o deportes de riesgo (es decir, como excusas para la
afirmación narcisista más irrelevante –se me dirá que siempre ha habido
turistas y poseurs de la revolución, caso de nuestro Espronceda conspirando en
Madrid y París o de Lord Byron lanzándose a la marea griega, por no mencionar a
los diversos elementos procedentes de la bohemia que chuparon
plano en nuestra guerra civil tanto en un bando como en otro, pero
solían ser más excepción que regla, sin convertir los conflictos en frívolo
impulso trendy, en cultura pop, manteniendo una conciencia las masas
partidarias de ser parte de la retaguardia, de concebirse en sus biliosas
peleas de café como un latente reservismo-). No se asumen ya auténticos
compromisos en los que profundizar y asumir responsabilidades y disciplinas
(dos muestras de aquellos años: Vietnam deja de interesar en cuanto acaba la
guerra y empieza la reconstrucción
–aparte de que si la juventud usaca no hubiese estado directamente afectada por
el conflicto a causa de la leva obligatoria tal vez el gran debate civil sobre
esa guerra habría sido un asunto de minorías, de seguro más esclarecedor y
riguroso, con más Inteligencia y menos reduccionismo mediático-; la sinofilia
entre la progresía parisién no estalla hasta las estridencias de la RC –los bandazos de las
directrices maoístas en los 50, el primer intento de NEP y de acercamiento a
Occidente a partir de no alineados como De Gaulle en los primeros años de la
siguiente década, todo esto no es espectacular ni, por lo tanto, motivo
de análisis-). Y si nos centramos en el culto occidental al Che, la cosa
resulta mucho más grotesca. Como entrante, recuperaré un texto de hace casi
tres lustros donde ya me planteaba el tema:
EL CHE, CARLOS Y
LOS HIPOCRITAS
[por escribir cosas como ésta me echaron de RESUMEN
LATINOAMERICANO allá por el 97 –según me contó Carlos Aznárez, director del
periódico y mi valedor a la sazón, a varios elementos de la redacción
procedentes del comunismo argentino les pareció todo muy provocateur
e iconoclasta y presionaron con que, si no prescindía de mis servicios,
sacarían a colación su origen primigenio Tacuara, germen ultraderechista de los
futuros Montoneros, lo cual, teniendo en cuenta que tanto los comunistas fieles
a Moscú como muchos troskos saludaron en su momento con palmas y vítores la
llegada de Videla, por aquello del común antiperonismo y, en el caso del PCA,
porque la URSS
mantenía intercambios comerciales con Argentina, pues esto de sacar miserias
pretéritas era un poco como lo de la sartén y el cazo-]
Estamos, según leo,
en «el año internacional del Che» (expresión
que me suena fatal, a ONU, como si el Waldheim o el Ghali o la Allbright o el tío Tom
éste que han puesto ahora nos diesen permiso para recordar a Ernesto Guevara
-prefiero lo de «el año del Che» a secas, que
suena un poco a zodiaco chino e indochino y que, habida cuenta de las simpatías
ideológicamente pro/amarillas del personaje en cuestión, me parece más
oportuno-).
Esta entradilla tan
irónica no es gratuita. El Che, desde décadas, es carne de póster, de pin y de
tira colgante de ésas que giran en los VIP'S y en los burgers. En los últimos
tiempos, ha dejado incluso de ser el hermano guapo de Cantinflas (a fin de
cuentas, parecido honorable el de un revolucionario con un pelaíto) para transmutar audiovisualmente
en Antonio Banderas (quien, como su partner Madonna con Evita, es una
encarnación blasfema de su personaje -de manera génerica por su arribismo
proyankee, que le llevó a abandonar este país para convertirse en estrella de
un Hollywood decadente y deshumanizado, y más especialmente por la
comedieta «Two much», comedieta
que supone, por las circunstancias de su rodaje y promoción, la apología más
descarada de Miami hecha por la postmodernidad española -nunca entenderé, ya
que estamos, la página de propaganda de esta película que apareció en la
revista «MOTIVOS DE ACTUALIDAD»
pero tampoco se entienden otras cosas, como el aplauso del juez Garzón a
Alvarito Vargas Llosa por su «Manual del
perfecto idiota latinoamericano» en la Casa de América el pasado
septiembre: misterios de... la postmodernidad-).
Las consumidoras
adolescentes del Che póster, pin, colgante o galán de cine no saben, en
realidad, quién fue Ernesto Guevara. Ni en qué consistió su compromiso insurgente,
político/militar: es pertinente recalcar esto, porque el Che no era un poseur pseudorebelde (como se estila hoy),
no iba de creador de happenings, simulacros
o gestos mediáticos, no jugaba a Spiderman sobre la cabeza de los mandamases
del FMI. No, el Che, siguiendo la estela marcada por Netchaiev (el benditamente
ominoso Netchaiev) y remarcada por un gran admirador de éste, Vladimir Ulianov
«Lenin», y por tantos otros como Mao, el tío Ho o el gran liberador afroamericano
Frantz Fanon, sabía como nadie que «la revolución no es un
baile de gala» y, entonces, pues eso, iba por el mundo
fomentando focos guerrilleros, élites revolucionarias, extendiendo el incendio
anticolonial por el planeta.
Hoy, contra la
lejanía del tiempo (que todo lo difumina y lo vuelve light -salvo, claro está, las obvias excepciones decretadas
por los núcleos vigentes de poder y reas eternas de los estipulados «dos minutos de odio»-) y contra la banalización del
merchandising (sólo falta que la
Disney haga un cartoon
animado sobre el Che -lo mismo ya están en ello-), Ernesto Guevara debe ser
recordado sin maquillaje ni afeites, en toda su dureza, no regalándoselo
a los tartufos del pensiero debole
que pretenden casarlo con los lacitos azules y las manos blancas, con la
militancia y/o el apoyo quintacolumnista al partido del GAL, con los
escupitajos silenciosos sobre los presos suicidados,
con los aplausos a los Vargas Llosa, con las llamadas «a la
reinserción» (en el anterior nº de «RESUMEN»
-pág. 10 dedicada a los paramilitares colombianos- se ve con radiografía
certera el descarnado final de esa travesía tortuosa y sadomasoquista de la «reinserción», los «acuerdos de paz»,
las «cesiones voluntarias de poder», etc,
tan aplaudida por el rostro más inteligente de ese Jano fullero llamado
mundialismo -o sea, el rostro progresista:
no en vano decía Malcolm X que prefería tener delante un racista
ultraconservador que a un progresista
porque, al menos, el primero no confundía ni desmovilizaba a las masas
insurgentes; Andreas Baader vendría a decir prácticamente lo mismo una década
después-).
Aparte de la
publicación de artículos y libros que nos traigan al Che verdadero y vigente
(sin paternalismos ni descalificaciones interesadas de su actuar), loable tarea
en la que tanto «RESUMEN» como la
editorial Txalaparta andan hace años más allá de conmemoraciones puntuales,
otra buena forma de mantener viva la figura de Ernesto Guevara puede ser la
vindicación de quien los expertos consideran su sucesor en muchos aspectos y
cuyo perfil (por aquello de que su lucha, sin lejanías temporales ni
maquillajes que disimulen la crudeza, se ha desarrollado en buena parte en uno
de los terrenos que más escuecen a los actuales núcleos de poder -esto es,
la resistencia árabe al expansionismo sionista- y que viene a ser la
continuación, en clave puramente activista, de la labor desarrollada por Fanon
en Argelia en los 50 y primeros 60) ha sido mediáticamente satanizado hasta
convertirlo en paradigma universal del «terrorista»:
los más agudos ya sabrán que me refiero al venezolano «Carlos».
Bien está
homenajear al Che o seguir con escrupuloso fervor las andanzas del
subcomandante Marcos (aunque el fervor no debe nublar la objetividad: hago mías
las reservas sobre el bombardeo mediático de los políticamente correctos a favor de Marcos expresadas por los
Tupamaros en el nº 26 de «RESUMEN»
-págs 9 y 10- y que resumiré en esta atinada parrafadita «El problema
radica en el poder integrador y "amansador" que tienen los medios, en
su capacidad de convertir lo extemporáneo en normal a través de la presencia
cotidiana, pero sobre todo en desvirtuar el carácter subversivo de la lucha
indígena. En este sentido, sobran ejemplos de la capacidad distorsionadora de
los medios. Resta saber si Marcos y sus compañeros conocen y comparten esa
preocupación») pero, al tiempo, no ignoremos, no silenciemos la
figura de «Carlos», inasequible a los turbios procesos de digestión mediática.
Tan inasequible en su rabiosa actualidad como las de otros presos políticos,
vascos, irlandeses, palestinos, argelinos (a quienes jamás Hollywood dedicará
una película -a no ser en el rol de villanos de subproducto serie b-).
Por eso, seamos
consecuentes: para rescatar definitivamente al Che de la urna de plexiglás en
que el establishment trata de meterlo (como al Salvaje John de «Un mundo feliz»), hay que hablar también
de quienes nunca serán carne de póster... como «Carlos».
El Che no es un personaje existencialmente
fotogénico según los parámetros que lo han convertido en mero peluche provocador
para quienes confunden el concepto REVOLUCION con un spot de vaqueros. Es el
principal impulsor del acercamiento de Cuba a la URSS, acercamiento que luego
considerará más un lastre
que una providencia. También planteará propuestas legislativas en materia de
represión y defensa del nuevo orden bastante duras, con el recuerdo aún
reciente de la caída del regeneracionista guatemalteco Jacobo Arbenz (suceso
que vivió de cerca). Y frente al perfil del primer Fidel favorable a un
gradualismo populista, defenderá el tránsito acelerado a un modelo comunista
(aunque ya –tal vez recogiendo la impronta del peruano Mariátegui, su primer
referente de socialismo- con unas características más cercanas al maoísmo
que al modelo soviético más tecnocrático). Es sintomático que, tras la crisis
de los misiles y la línea de coexistencia pacífica
planteada por una URSS humillada por el ímpetu usaco, el régimen cubano entra
en un proceso (al menos, formal) de estabilización que parece chocar con las
inquietudes del Che de subversión de toda Latinoamérica (otra herencia de su
paso juvenil por Perú –en este caso, la idea aprista de una revolución continental frente
a las presiones del Norte anglosajón: no en vano su primera esposa fue una
dirigente del APRA
exiliada y colaboradora del gobierno de Arbenz-). A partir del 63 empieza a
apadrinar guerrillas por todo el subcontinente (empezando por su país natal) y a
chocar con los partidos latinoamericanos de obediencia prosoviética, contrarios
a la lucha guerrillera (incluidos los elementos más ortodoxos del partido
cubano). El fracaso de la práctica totalidad de estas experiencias de lucha
armada le llevan, en una creciente fuga hacia adelante, a dar el salto al
Congo, donde su intento de encauzar la actividad guerrillera en el feudo de
Kisangani, sin contar con la voluntad y la realidad tribal de los autóctonos,
acabará también en desastre.
De ahí se plantea la vuelta a Cuba y la preparación de una actuación
insurreccional en Bolivia, considerada geopolíticamente (él había estado en el
53, en plena eclosión nacional/populista
del MNR) como ideal para provocar un efecto dominó en los países vecinos
(amén de la boliviana –Barrientos-, estaban las dictaduras paraguaya
–Stroessner-, argentina –Onganía-, brasileña –Castelo Branco-, más las
democracias conservadoras de Chile –Frei- y Perú –Belaúnde-). El combate entre
la guerrilla encabezada por el propio Che y un conjunto muy superior de fuerzas
(no sólo bolivianas sino con asesoría de los países vecinos más la intervención
directa en un momento dado de los USA a través de la CIA) durará unos seis meses.
La muerte del Che resulta muy oportuna no sólo para sus enemigos sino para un
castrismo en la encrucijada que podría haber entrado en una espiral cismática
entre prosoviéticos y defensores de una línea insurgente (aún más, con la Revolución Cultural
en pleno auge y un conflicto casi declarado entre China y la URSS) de haber regresado el
Che desde la selva boliviana más radicalizado que nunca o para un Perón que alentaba
cínicamente a jóvenes con aspiraciones guerrilleras al tiempo que desde su
exilio madrileño estrechaba día a día lazos más fuertes con López
Rega, su guardaespaldas (y mano derecha de su inepta tercera esposa Isabelita).
Hay muchas preguntas (y todas con una respuesta de seguro políticamente
incorrecta) a un Che superviviente de la experiencia boliviana: ¿qué
papel habría supuesto en el Chile de Allende frente a la pérdida de autoridad
de éste y el ascenso creciente del MIR? ¿o en el conflicto argentino iniciado
con el regreso de Perón? ¿o qué habría opinado de la muerte de Lin Piao, del
abrupto final de la RC,
de la diplomacia del pingpong entre Nixon y Mao, y del proceso a La Banda de los Cuatro? ¿habría llegado a interactuar con el
venezolano Carlos? ¿podría haberse producido un encuentro e incluso una empatía
entre el Che y la última vuelta de tuerca del comunismo de Mariátegui, Abimael Guzmán, o tal vez
(hipótesis más plausible) una colaboración con el proceso velasquista
previo habría impedido tal empatía? La oportuna muerte del Che lo congela en un
instante en que su perfil más duro y voluntarista e incluso fanático (más por
defender una construcción propia con ciertos visos de megalomanía en su rol de
tutor omniguerrillero –tutor bastante poco obedecido por sus presuntos pupilos,
todo sea dicho-, que al servicio de una idea ya establecida) sólo puede otearse
en hipótesis. Pero es interesante comprobar cómo su homólogo especular (esto
es, simétricamente inverso) en lo que hace a itinerancia subversiva,
radicalización in crescendo y tutoría de mil
guerrillas es hoy venerado en los ambientes islámicos más extremistas como
nunca lo ha sido el Che desde su desaparición: nadie que luzca una pegatina,
affiche o tatuaje del Che va a estar anímicamente tan cerca de una posible
acción activista como quien se siente cómodo con la memorabilia de otro muerto
mítico, OSAMA BIN LADEN. En contraste con Ernesto Guevara (que debe de estar
revolviéndose en su tumba por su banal destino póstumo), el fundador de Al
Qaeda (al margen de diferencias ideológicas, al Che le habría fascinado, por
cierto, dicha estructura
organizativa) jamás ha sido ni será visto por sus forofos como un icono
pop.
Es interesante (y también habría acentuado la
distancia entre un Che superviviente de Bolivia y sus presuntos seguidores)
cómo favorecen los intereses usacos toda una serie de manifestaciones
insurgentes occidentales a partir del 68 (incluido este mismo –al menos, el
francés: el caso alemán, en tanto que país ocupado,
es más complejo, como se comprueba con las actitudes revisionistas de los líderes del mayo berlinés
respecto al inmediato pasado de su país, y con la génesis de la RAF
y su lucha
directa contra intereses de la
OTAN-). Mayo del 68 acabará por apear del poder a un De Gaulle a
la sazón profundamente incómodo para el Pentágono por diversas razones (postura
neutralista frente a la OTAN
incluida la defensa de una fuerza nuclear francesa no dispuesta a encuadrarse
en la Alianza,
apoyo al irredentismo quebequés, posturas disidentes respecto tanto al
contencioso palestino/israelí como a las relaciones con el bloque soviético y
con China...). Por razones de solidaridad étnica, las acciones del IRA
serán vistas con bastante tolerancia en unos USA aún rehenes emocionales de la
saga kennedyana, lo que permitió a la comunidad de origen irlandés plantear
crecientes afirmaciones de rango. Y en la ya larga trayectoria de insurgencia
abertzale, muchas de sus actuaciones y tomas de posición no han puesto
precisamente arena en los cojinetes del imperialismo barriestrellado que se
supone contrario a su discurso antiimperialista:
el atentado contra Carrero
cuando éste (siguiendo pautas similares a De Gaulle) trató de dificultar el uso
de las bases USA resultó tan providencial para Washington como la desaparición
de Allende en Chile tres meses antes (o incluso más, desde un prisma logístico
–al final, de la poca gente que trató de plantear problemas reales a la
afirmación usaca en Europa, esto es, más allá de la virtualidad coreográfica o
de la rumia teórica, bien desde la acción directa insurgente bien desde el
dominio del Estado, habría que citar a algunos activistas alemanes
y a los ya mentados De Gaulle y Carrero y para de contar-); el atentado contra
Ynestrillas escasos meses después de sus planes de regicidio en plena
negociación del ingreso de España en la
OTAN ignoro hasta qué punto fue una prioridad para los intereses
del independentismo vasco pero, desde luego, tanto a Su Majestad como a la Alianza Atlántica
les quitó más de una preocupación; a lo que añadir las tomas de posición en
conflictos foráneos como los Balcanes (especialmente, su relación con los
sacamantecas kosovares –los llamo así porque, de manera castiza, es la mejor
definición para unos elementos dedicados, entre otras actividades, al tráfico de órganos-
reconocidos por sólo
algunos estados del mundo, con los padrinos usaco y turco a la cabeza), el
Cáucaso (sin embargo, cuando Yeltsin bombardeó la Duma en octubre del 93 a los abertzales esto no
pareció en modo alguno quitarles el sueño), la intervención contra Gadafi en
Libia (es interesante cómo se cambia diametralmente de posición respecto a
quien fue en algún momento sponsor de ETA e incluso -gesto aún más explícito de
reconocimiento por ésta- inspiró el apodo de uno de sus activistas) y,
ahora mismo, el conflicto en Siria (provocando un
gran revuelo en gentes que, paradójicamente, parecieron digerir sin
problemas las anteriores coincidencias aquí señaladas entre las posturas del
expansionismo usaco y las de los abertzales).
Con la llegada de la dictadura de Lo Políticamente
Correcto, el culto a lo kistch y a lo bizarro (en el que
coinciden diversos factores, desde la cultura pop como filosofía y estilo de
vida caprichoso y babilónico al regodeo en el
esperpento mágico del boom literario
latinoamericano), la querencia por los psicodramas y los simulacros, el pensiero debole, etc, se dispara el vértigo de las posturas
presuntamente disidentes planteadas como vacua performance, happening, sit-com
o club de la comedia (en contraste con un
recrudecimiento multipolar de la violencia en todo el planeta que tendrá en
buena medida como punta de lanza la red Al Qaeda, la eficacísima criatura del
gemelo invertido del Che, y una creciente beligerancia de Occidente nunca vista
desde la guerra de Vietnam) así como la bufonería creciente en los gobernantes
(bien conscientemente explotada –caso del magnate televisivo/futbolero
Berlusconi copiado aquí a pequeña escala por Jesús Gil- bien expresada de modo
espontáneo por unos dirigentes cada vez más ineptos y disfuncionales –el
ejemplo paradigmático sería nuestro ZP-). La bufonería forma parte de la
ecuación de pérdida de rigor y aumento de la corrupción desde el Imperio Romano
(así, Nerón, Calígula o el más bufo de todos, Cómodo) y ya en la época
del gran capitalismo y desarrollo industrial aparecen algunos estadistas que se
pronuncian públicamente con una mezcla de extroversión y un punto de ironía,
caso de Bismarck, de Teddy Roosevelt o de Mussolini (éste, al menos, antes de
iniciar su creciente y penosa mímesis del amigo alemán)
pero el ejercicio de la bufonería como intento bajamente astuto de seducción
podría señalarse en años más recientes con Kruschev (el histrionismo de una
Evita está más cerca de los trances hitlerianos y es más la huida de la persona
real hacia una imagen mítica que, en el caso de Eva Duarte, comenzó a
cristalizar en sus interpretaciones radiofónicas de grandes mujeres de la Historia, como preludio a
su propio ego trip como presencia mítica viva en intensa conexión con el
espíritu de su pueblo). Desde su gañanía bufa,
Kruschev, tras liquidar a Beria (el único momento este breve mandato del mingreliano
para intentar conciliar los logros del stalinismo con
la superación de sus desmesuras más desafortunadas), comienza la corrupción del
sistema soviético, la pérdida de una conciencia de causa nacional/popular a
costa del cínico crecimiento de fortunas personales, la acumulación de errores
geopolíticos (empezando por el pupilaje cubano –algo que jamás habrían aceptado
ni Stalin ni Beria, mucho más rigurosos en la concepción de la soberanía
eurasiática y de una política internacional más funcional para la URSS-) y su recular en la
crisis de los misiles (que en buena medida daría alas a Johnson para su
expansivo pretorianismo en política exterior –ahí Vietnam, Brasil, República
Dominicana...- y azuzaría al Che a su peregrinaje guerrillero al sentirse cada
vez más decepcionado por la protección rusa que él mismo había propiciado). Es
curioso cómo, tras la defenestración de Kruschev (sujeto lo bastante
irrelevante a los ojos de sus adversarios como para –a diferencia de Beria- no
ser necesaria su ejecución –a fin de cuentas, la troika Breznev/Kosygin/Gromyko
que lo sacó de la poltrona iba a continuar, aunque con una mayor cautela y menos
irresponsabilidades personalistas, la pendiente de degeneración y
desideologización iniciada por él, so capa de una reestalinización que no sería
tal sino una coriácea esclerosis burocrática, bastante ajena a la tremenda
movilidad de los cuadros de mando durante el período staliniano-) y la fuga
hacia adelante del Che (aún más con su muerte), Fidel Castro va abandonando sus
iniciales perfiles heroicos compartidos con aquel y con otros compañeros de
primera hora (concentrando en el ausente Guevara
toda la mitología de héroe y mártir) para construirse una imagen de patriarca
campechano que en algunos momentos especialmente histriónicos parece evocar a
su antiguo protector ucraniano y que tal vez (lo
dicho del boom) guarde también relación con cierta asesoría de imagen que
pudiese haberle ofrecido, por ejemplo, un Gabriel García Márquez (esta campechanía adquirirá visos penosos con Hugo
Chávez o con Rafael Correa, como sacados de un culebrón o del programa de
Ophra –frente a esto, la estolidez
cazurra de un Evo Morales o los alardes testosterónicos de un Putin
adquieren un nivel más digno por más coherente, sea por directas razones de
explotación de imagen étnica en el caso del boliviano o para el ruso como una
síntesis comunicadora de la difícil conjunción/reconducción al plano político
de los grupos de influencia que se desmandaron en un sentido delincuencial a
partir del yeltsinato-).
Como pseudocontestación a ello, tenemos la
valoración aberrante de los conflictos frontales ya no por fanatismo o por
extremismo ideológico como antaño sino como una perversión lúdica más, hooliganesca
e incluso cercana a la visión que puede deparar la actualidad como una perpetua
snuff movie (ahí algunas ¿defensas? morbosas –criminalmente frívolas y carentes
de todo contenido doctrinal y, por lo tanto, incapaces de comprender ni por un
instante aquello que dicen defender- de los momentos más crudos del choque
balcánico, de megaatentados como el de Oklahoma o el 11S, o de regímenes como
el de los Jemeres Rojos –sin olvidar toda esta devoción repugnante en torno a
nuevos mitos como el Club de la Lucha, que nos hermanan con
los más entregados espectadores del circo romano-). Si a la patología de la
emasculación colectiva que implica Lo Políticamente Correcto sólo se le opone
una patología de signo contrario, de ultraviolencia lúdica,
el resultado disidente continúa siendo cero. Resulta más excitante
y trendy
tomar partido por Limonov
que por Duguin
cuando estos se distancian: pero seguramente para el Pentágono incomode más que
el
aventurerismo estridente y egotista del primero la
constante eurasiática del segundo, su rigor
geopolítico y SOBRE TODO su influencia en
Vladimir Putin.
Solamente recuperando la cabeza fría, la Inteligencia
(que implica siempre la asunción cabal del Mito) para el análisis de los
conflictos y desequilibrios actuales, actuando desde el respeto a las otredades
(sin tentaciones de lobotomización/castración generalizada para llegar a una
imposible y entrópica Paz Universal), abandonando toda superficialidad
por decreto, todo ludismo
(las estridencias melodramáticas también son una forma de regodeo lúdico en su
fariseísmo biodegradable) ante nuestros encuentros con las
tragedias crecientes de cada día, desprogramándonos de la basura mediática
que en buena medida hoy deforma nuestras neuronas como nadie lo hizo antes (el candidato manchú comparado con un televidente medio es la
viva imagen de una mente clara y soberana), sólo así podremos pintar algo desde
Occidente en los años por venir. En caso contrario, la única redención posible
para reencontrarnos
con la Realidad será en el momento inmediatamente previo a nuestra
extinción. Que, siento decirlo, puede que sea lo más probable.