NEWMAN
& REDFORD:
INTRO DEL WEBMEISTER
En el blog tapireño de Blanca Lacasa me topé con una recurrencia que me llamó la atención, la nostalgia por el tándem Newman/Redford, nostalgia que yo también comparto, nostalgia de
una Arcadia llena de luces y expectativas, entre los últimos 60 y los primeros
70, cuando la realidad cruel y tierna a un tiempo todavía era palpitante carne
de Historia, no catatonia antiutópica,
farsa paródica de momentos que originalmente sí fueron grandes, holograma
enmohecido… Un tándem tan grande, tan superestelar que, con sólo dos películas, da la impresión
de que hubiesen hecho juntos muchas más. Recuerdo aquellas tardes de domingo
cuando en los primeros 90 Telemadrid solía reponer
los dos bombazos dirigidos por George Roy Hill y mis tías, reunidas en torno a la merienda,
gritaban a una “YA ESTAN
AQUÍ LOS GUAPOTES” (porque sólo había dos GUAPOTES por antonomasia, Newman y Redford) con fervor de
acontecimiento, de epifanía, de muerte burlada, lo dicho, de Arcadia. De ahí
que invitase a Blanca a unirse a la
escuadrilla shadowliner con una evocación de los que
ella llama…
ALGUNOS
HOMBRES BUENOS
La primera vez que vi a Paul Newman y a Robert Redford juntos fue con un solo ojo. El izquierdo, para ser
más exactos. Suena raro, no puede ser más cierto. Cuando volví a Madrid, tras
mi periplo parisino, con once años, me descubrieron que tenía un ojo vago
(reflejo o anticipo de lo que sería en mí una tendencia bastante sui generis
por la pereza). 'La niña tiene un ojo
vago' dijeron. 'Hay que ponerle un
parche' aseveraron. Nada de ventosas de esas de quita y pon, no. La
dilatada experiencia de este mi oftalmólogo demostraba que los infantes de ojos
perezosos tendían (tendíamos si me hubieran dado la oportunidad) a mirar por
las esquinitas libres de la ventosa para así ahorrarse el esfuerzo de poner el
ojo vago a trabajar. Para algo, éramos vagos, coño. Pues bien, la trampa estaba
neutralizada gracias al uso de un parche. Un adminículo de color carne que se
pegaba en el ojo bueno, en el currante, en el listillo, para obligar al otro,
al vaguno, al haragán, a espabilarse. El resultado es
que cada vez que te quitaban el parche (por fin), a) te arrancaban media ceja y
b) el ojo bueno amanecía rojo, privado, sin aire, y como asfixiado. ¿Y qué
tiene que ver esto con Newman y Redford?
Mucho. El oculista, o quizá mis padres víctimas de algún tipo de impulso sádico
involuntario, decidieron que la hora exacta en la que colocar sobre mi faz la
prótesis pegajosa era cuando se oyera el tititit de
sábado cine. (Los que hayan vivido lo suficiente, recordarán con exactitud la
cabecera del programa: una película deslizándose por unos rodillos para dar
entrada a LA película de la semana). Pues bien, era sonar esa musiquita y
provocarse dos reacciones simultáneas, dos fuerzas contrarias y, sin embargo,
compatibles:
- mi deseo ferviente de que olvidaran el puto parche
- mi madre diciendo: 'Blanca, el parche'
Sé que lo hacían por mi bien. Lo sé. Lo que nunca entendí era porque no lo
hacían un poco antes, o un mucho después. El resultado instantáneo de la
colocación de dicho remiendo era ver mal, vislumbrar lucecitas por todas
partes, no enfocar de todo, una cierta visión doble y borrosa (¡cuánto trauma
albergué durante años por no poder ver con mis DOS ojos 'BUENOS DÍAS
TRISTEZA'!) y un desconfort que se quedaría ahí, de
alguna manera, para siempre. Pues bien la primera vez que vi
a los DOS guapos juntos lo hice con UN solo ojo. Fue en 'EL GOLPE'.
Ahí estaba yo con la boca colgando, con el único ojo desparpado
y ojiplático, y con mis oídos abiertos de DOS en DOS
grabando en mi memoria eternamente aquel tiritiritiritiritiriririririri.
Los títulos de crédito, las cartas, los sombreros, los zapatos, la jeta, la picaresca, los cigars,
las sonrisas... Todo. Todo se quedó. El ritmo perfecto, la clase desbordante,
la belleza de serie y una alegría contagiosa. Y todo, todo eso volví a
encontrarlo igual, intacto, en 'DOS HOMBRES Y UN DESTINO'. Esta vez era Redford el del bigote y Newman el
rasurado (perdónenme, pero soy muy partidaria del vello facial en casi todas
sus demostraciones y modelos, salvo en el caso de la perilla con el que no
suelo transigir, salvo en casos muy puntuales). Paul Newman y Robert Redford juntos eran más, eran mejores, eran eternos.
Porque, ¿acaso cuando uno piensa en alguno de los dos no le viene ipso facto el otro a la cabeza? Como Zipi
y Zape, como Mortadelo y Filemón.
Sólo que la cosa no es tan lógica: ¡demonios, sólo hicieron DOS películas
juntos! Pero igual que Liz Taylor nació para Richard Burton y
CINCO
ENIGMAS SOBRE EL BINOMIO NEWMAN-REDFORD
y un dato de mierda para decir en fiestas mierder (valga la mierdundancia)
- ¿Por qué son
ambos a dos de los pocos casos en los que todo hombre heterosexual reconoce sin
ambages su belleza y, es más, profesa simpatía por estos machos?
- ¿Por qué no es
posible pensar que Newman habría hecho mejor de Jeremiah Johnson o Redford de Luke Jackson, y así
con cada uno de los títulos respectivos de esta pareja?
- ¿Por qué esa
tendencia a pensar que eran de la misma generación cuando en realidad se llevaban
once años (a favor de Redford, que sigue vivo)?
- ¿Por qué casi
ninguna fémina es capaz de decir si es de Redford o
de Newman cuando tienen muy claro si son de los Beatles o de los Rolling, de Nesquik o Cola Cao?
- ¿Por qué no hubo
una tercera georgeroyhillada?
- Redford era tres centímetros más alto que Newman.
ESBOZO DE RESPUESTAS DEL WEBMEISTER
*El zenmeister
Takla Makan, antípoda químicamente puro de la homofilia
(ni siquiera en clave espartana –y, conste, su universo es mucho más espartano
que ateniense-) ya me lo aseveró: “Newman es el hombre más bello que he visto nunca”.
*Newman es Jeremiah,
a su manera socarrona y nihilista (tan hustoniana),
cuando se retira del mundo para ejercer de juez
ahorcador a mayor gloria de la señorita Lily Langtry o, de modo bastante
más acre, parece anticipar al pionero concebido por Milius
en el antisocial mestizo que encarna (meses antes de rodar la tocata y fugaS de Luke Jackson)
en “HOMBRE” (su rol
más feroz y descarnado, preludiando algunos momentos de Eastwood).
En cuanto a Redford, desde su bonhomía civil de una
pieza (sin la desencantada complejidad de Newman,
eterno anarca, sino engarzando en su sola persona la
ceñuda solemnidad de un Gregory Peck
y la ingenua entereza de un Gary
Cooper), se acerca a la vida carcelaria de
un modo más didáctico en “BRUBAKER” y en “LA ULTIMA FORTALEZA”,
sin olvidar su momento más Luke, su fugitivo de “LA JAURIA HUMANA”. Ahí, en esos aparentes puntos de
intersección, quedan claras sus irreductibles diferencias en cuanto a carisma
que los hicieron tan complementarios como tándem
(aunque hay un punto crepuscular en que Redford
intenta acercarse lo más posible al talante tortuosamente juguetón de Newman –aunque al final la
cosa quede en un final más cercano al infantilismo de un Spielberg-).
*Esto resulta más evidente en “DOS
HOMBRES Y UN DESTINO” pero no tanto en “EL GOLPE”, donde la relación
maestro/discípulo ya marca una cierta diferencia de edad entre los personajes
de ambos (aún más acentuada por la talludita compañera de Newman
que encarna Eileen Brennan
y seguramente planteada porque, al haber pasado casi un lustro entre una y
otra, debió de pensarse que un Newman oteando la edad
madura podría resultar menos creíble como estricto coetáneo de un Redford en plena apoteosis de su lozanía –justo antes de
“EL GOLPE” se estrenaba su mayor bombazo como símbolo sexual, “TAL COMO ERAMOS”-). Creo que esta creciente diferencia de edad es la
que lleva también a que la tercera película de George
Roy Hill con Newman, “EL CASTAÑAZO”,
manteniendo el tono desenfadado, sitúe al actor en un rol claramente de
veterano vitalista y el equivalente de Redford lo
encarne un ya claramente más joven y discipular Michael Ontkean
(consagrado una década larga después con su sheriff de “TWINN
PEAKS”).
* Newman y Redford, tándem mítico, complementan
los valores de una Arcadia masculina en que lo antisocial y lo civil, la bestia
cordialmente amoral y el ángel políticamente correcto, lo cainita y lo
abeliano, lo dionisíaco y lo apolíneo, lo
desencantado y lo ingenuo, lo canalla y lo
caballeresco, la empedrada realidad y el ideal asfaltado se entrelazan en un
perfecto ying/yang (la cara
oscura de ese tándem lo explicitaría la implacable “WUSA”
en que un especialmente nihilista Newman choca una y
otra vez con la quijotesca torpeza del cooperante
Anthony Perkins, Cristo disfuncional, idiota dostoievskiano abocado al sacrificio, larva desechable del superdemócrata Redford, arcángel jeffersoniano,
héroe sólo posible en UN MUNDO PERFECTO (y, por lo tanto, aburrido: Newman en solitario, desde su luminosa oscuridad, se
sostendrá siempre mejor ante una mujer hecha y derecha que Redford,
sólo apto para satisfacer plena y completamente a mujeres de más fácil
conformar, de las que se adaptarían sin rechistar demasiado a la filistea Pleasantville o a la ciudad/prisión de juguete donde simula
vivir Truman Burbank).