Ya que el stajanovismo de los últimos meses no me permite escribir textos con enjundia ataco de nuevo al estómago, más que al cerebro, con una de esas recetas tan de por aquí: Las gachas.

 

Pero antes de avanzar puntualicemos. Las gachas creo que son una de los nombres de platos más polisémicos que existe en la gastronomía española. Según el DRAE la gacha —en singular es una masa muy blanda, casi líquida, y es algo, que al menos a la gente de mi edad y más mayor, que es muy definitorio de una textura particular. Cosas que se hacen gachuelas, como el papel con el agua, que forma una pulpa grumosa y no es a priori cosa apetecible. En la tercera acepción del diccionario de usos encontramos que la gacha —ya en su plural, gachas—  es una comida compuesta de harina cocida con agua y sal, que se puede aderezar con leche, miel u otro aliño.  Es una de las comidas mentadas en el Quijote y en el Diccionario de Autoridades (1734) la describe como: GACHAS. s. f. Un género de comida compuesta de harína y miel, suelta con agua, y cocida al fuego. Algunos añaden azéite, arrope, ajos fritos, o otras cosas, conforme al gusto de cada uno. Por otro nombre se llaman Puches. Latín. Pulmentum farinae # melis. INC. GARCIL. Coment. part. 1. lib. 8. cap. 9. También hacían gachas, que llaman Apí, y las comían con grandíssimo regocijo. Esa doble vertiente dulce y salada —desde ajos a arrope— hace que sea un plato versátil e imagino que asequible de otros tiempos, ya agua, sal y un puñado de harina —los componentes básicos de cualquier masa— podrían dar lugar a comidas llenabarrigas y ¿por qué no? deliciosas.

 

Supongo que a las actuales migas manchegas, que no deja de ser una deliciosa bechamel arcaica con harina de almorta donde los pastores y trashumantes echaban —echan— todo lo que tenían a mano se parecerían bastante a los de los tiempos del Quijote. La cosa va de freír ajos en aceite y añadir cosas con pringue, sea panceta, chorizos que dejen un fondo aceitoso bueno. Se sacan los tropezones y se reservan. A esa grasa que hemos templado se le añade harina y se va removiendo para mezclarlo todo bien —según leo una cucharada de harina por persona y otra pal puchero—. También se le añade pimentón. Cuando la mezcla es homogénea se deja tostar unos minutos el polvo cereal para que no esté cruda la cosa y después se añade agua. Se remueve hasta formar una sopa y de deja reducir. Cuando la textura sea buena, se saca y se añade las tajadas pringosas, tan sabrosas y reponedoras. Nunca las he probado, pero me atraen sobremanera.

 


Las gachas que me han acompañado toda la vida son las que hacía mi abuela Rosa y que ahora hace mi madre. Es un dulce postre que no apreciaba cuando era pequeño, pero que ha ido ganando en mi paladar con el tiempo, y una vez que los maestros artesanos han sacado helado de gachas, ha entrado por la puerta grande entre mis preferidos del verano. La primera vez que probé tal helado fue en el restaurante Aljibe, de Priego, en los lejanos inicios de este siglo ajetreado, en pleno agosto, cuando acompañaba a mi entonces novia a excavaciones polvorientas en el Barranco de los Niños Perdidos, en Carcabuey.

 

 

Bueno, que me disperso. Mi abuela era buena cocinera, pero de unos cuantos platos. No tenía un gran repertorio. El arroz, tan característico, las papás guisás con bacalao, la pechuga rebozada, enormes fuentes de patatas fritas era lo que nos daba a los nietos, sobre todo esa pechuga rebozada, que conseguía convertir la sequerosa pieza de pollo en un suculento manjar que se deshacía en la boca. Pues entre sus postres dulces estaban las sopaipas y mamuecasya glosadas aquí—, la carne membrillo (dulce de membrillo) los boniatos asados y para los Santos y Difuntos, las gachas. Este postre se hacía en cantidades industriales, pues se repartía por toda la familia y allegados. En mi pueblo el día de visitar y adecentar los cementerios no era el Día de Todos los Santos, sino el siguiente, el Día de los Difuntos, que fue fiesta local hasta hace relativamente poco. Pero las gachas se podían comer desde las vísperas hasta algunas jornadas después. Como ya indicaba, los heladeros de nuestros pagos han adaptado el sabor dulzón característico de las gachas al helado, siendo un acierto pleno total.

 

Los ingredientes son  (cantidades por proporción):
7 vasos de agua hervida con canela, cáscara de limón y matalauva (o matalahúva o matalahúga)

Esta proporción 1/7 es la que te dicen todos aquí.
1 vaso de aceite de oliva virgen extra
1 vaso de harina
1 vaso de azúcar
1 pizca de sal (importantísimo)
Almendras fritas al gusto —también nueces—
Aguardiente
Canela, azúcar y cuscurrones de pan (picatostes) para la decoración

 

 

Al agua que hemos mentado, colada, se pone en una olla y estando templada se agrega el aceite, la sal y la harina.  También se puede dar más sabor a matalauva friéndola en el aceite anteriormente, colando ese aceite y reservándolo para agregarlo. Se remueve bien hasta que no esté grumosa —si no quieren asegurarse una disolución perfecta se mezcla con la batidora—. Y se calienta. Y se mueve y se mueve. Después cuando se lleva un tiempo se añade el azúcar —hay quien lo carameliza y quien no—. Y se sigue moviendo. Al rato se echan las almendras y un chorro de aguardiente. Se estará como media hora removiendo. Y se aparta del fuego. Justo después de apartarlo hay que seguir removiendo para asegurarnos que no se pegue nada. Para servir se pueden echar en platos o fuentes con los cuscurrones fritos distribuidos por el fondo. Se dejan enfriar. Después se decora por arriba con azúcar y canela, y con almendras y nueces.