UN FAN RARO RARO
Nunca
amamos a nadie: amamos, sólo, la idea que tenemos de alguien.
Lo
que amamos es un concepto nuestro, es decir, a nosotros mismos.
(FERNANDO
PESSOA)
Sólo
he ejercido de fan en mi adolescencia, en aquellos primeros 70 cuando,
abandonadas las ilusiones de ser un guionista/dibujante de cómics
marvelianos, las troqué por mi creciente interés en
la música pop. Mi producción fecunda (casi quinientas canciones entre el 72 y
comienzos del 76), ecléctica (tanto como las influencias que la animaban) e
incipiente (embrionaria en calidades –sólo conservo de aquellos cuadernos de
anillas una decena de hojas- pero bastante coherente como presagio de lo que haría años después
en mis títulos más atemporales –atemporales por alejados
en su temática de toda anécdota tanto panfletaria como snob-)
iba fluyendo en el comedor de casa de mis tíos con mi vocecita a capella (mis maestros cantores –en lo que hace a
referencias/coincidencias- fueron el Marc Bolan del lp THE
SLIDER, el Lou Reed de
temas como PERFECT
DAY, y muy especialmente los hermanos José y Manuel Martín –me identifiqué
bastante no sólo por las voces sino por el clima entre apocado y torpe que se
desprendía de sus letras en contraste con unas
melodías y arreglos bastante elaborados gracias a Rodrigo García y José Mª
Guzmán y que elevaba mi autoestima al comprobar cómo yo, ya por entonces, podía
escribir mejores letras que ellos al tiempo que iba asimilando la
gracia melódica de sus temas-), vocecita acompañada de las palmas
percutiendo en los muslos. En mi constante búsqueda edípico/incestuosa
de madres/hermanas mayores que paliasen con una soñada protección/mecenazgo la
ferocidad psycho de la realidad familiar que me había
tocado sufrir en los años más chungos de mi infancia,
rompí mi timidez quasi autista para, buscadas las
señas en el listín telefónico, peregrinar hasta las casas de una Carmen Santonja, una Cecilia
o una Mari Trini y dejarles en el buzón abultados sobres con
manuscritos y cintas de cassette. Mari Trini me mandó una felicitación navideña muy cordial en la
que me animaba a perseverar si de veras sentía la música como vocación, Cecilia
me respondió con una carta muy conmovedora y honesta que he conservado hasta el
día de hoy y que apareció reproducida en la glosa que le dediqué en la revista
DISCOBARSA (recogida más tarde en la antología EL ETERNO
FEMENINO) así como en una secuencia de la película EL BOSQUE ZURDO. En
cuanto a Mari
Carmen, tuvo la santa paciencia de concertar un par de encuentros en su
estudio y escuchar en directo mis antihits acompañado
en esas ocasiones por unos tamborcitos que a la sazón me dejó. El único varón
al que me dirigí, Luis Gómez Escolar (que me había
llamado la atención por sus labores en el grupo AGUAVIVA), respondió de
una manera bien distinta, con una carta demoledora en la que situaba el listón
de la música a una altura inalcanzable para [sic] mi nulo
talento creativo y mi total incapacidad de afinación como intérprete.(aquello
fue un mazazo que, aparte de inocularme por unas semanas tentaciones suicidas al
sentirme completamente inútil para cualquier actividad artística o literaria,
me llevaría a abandonar mis peregrinaciones y a no volver a importunar a
alguien por quien sintiese una cierta admiración o respeto –afortunadamente,
pudo más el consejo de Mari Trini cuando este señor
se me cayó al poco tiempo al pasar de sus solemnidades
con AGUAVIVA a una considerable rebaja del listón
inalcanzable con cosas como ésta o esta otra-; veinte años
después fue él quien se pondría en contacto conmigo para proponerme adaptar la
letra de EL
FUTURO –en su opinión “sólo apta para viejas menopáusicas”- a un estilo más fresco y
juvenil cara al lanzamiento de una versión autóctona de Britney Spears –obviamente, no
llegamos a un acuerdo-).
Cada
día que pasa asumo menos las cosas que hacen los fans:
por ejemplo, acercarse al ídolo, pedirle
un autógrafo (esto es, obligarle a restregarte por las narices lo muy ajeno que
le resultas y a convertirse en burócrata de sí mismo con la serie de firmas en
cadena) o arrancarle una reliquia de su cabello o vestimenta (vestigio de
aquellos descuartizamientos de cuerpos incorruptos con que la plebe en otros
siglos expresaba su bajuna apropiación mágica del santo –apropiación, digo, que
no devoción, pues ésta implica distancia y silencio y timidez ante aquello que
nos suscita admiración y respeto-, o el órdago de secuestrarlo, partirle las
piernas y tenerlo en casa como un bicho amaestrado -como la enfermera de MISERY
con su escritor favorito o como el rey bávaro con
aquel cantante de ópera-). Mi incapacidad de ver a un personaje que admiro y
respeto como a un electrodoméstico o a una mascota a la que manipular a mi
antojo me descalifican como fan y me convierten en un
sujeto anómalo ante las gentes que me rodean.
Supongo
que no sé comportarme como público (esto
es, a profanar todo lo que pueda concebir como remotamente sagrado –de ahí lo
dicho hace un momento sobre las paradójicas muestras de ¿aprecio? de los fans para con sus ídolos-) y
tiendo más (por aquella bendita
demofobia que siempre me ha llevado a buscar buen
señor para realizar plenamente mi vocación de vasallaje) a discreto y
devoto feligrés.
En
cuanto a la hipótesis de descubrir que alguien a quien admiro y respeto está
pasando por dificultades (penuria económica, prisión, reclusión psiquiátrica,
enfermedad...), el mayor de los pudores me impediría importunar a esa persona.
Si estuviese en condiciones de aliviar su situación de algún modo, así lo haría
(siempre con total discreción) pero jamás violaría su ya maltrecha existencia
haciéndolo cargar con un ego de mirón de realities, obligándolo
a saltar ante mí como un perrito de circo.
Claro
que... yo admiro y respeto, eso que casi nunca hacen los fans.