por Monsieur Tiffauges
El rey del mundo
Pero conmigo, Adam Jeffson –lo juro- la
raza alcanzará por fin cierta nobleza, la nobleza de la autoextinción
M.P. SHIEL
En “La nube púrpura” M.P. Shiel fantasea con una imagen recurrente: la
tierra se ha quedado vacía, a excepción de un único habitante. Monarca
melancólico, nuevo Adán, el superviviente de la catástrofe recorre fascinado un
mundo hermoso y salvaje: “Era maravilloso
ver cómo los pueblos y las ciudades volvían a la tierra, invadidos ya por la
vegetación, sin presentar apenas ya solución de continuidad con la naturaleza,
la ciudad ya tan campo como el campo, y todo lo no humano imponiéndose a todo y
en todo, con un cierto furor de robustez”. El último hombre se convierte,
en un instante deslumbrante de transparencia, en el primero, y la tierra,
aparentemente arruinada, renace ante sus ojos convocando la imagen del paraíso:
“(...) y ese día y el siguiente me
dediqué a examinar la vegetación con más cuidado, y en todas partes observé
cierta tendencia a la hipertrofia en estambres, cálices, pericarpios y
pistilos, en todas las plantas bulbosas que vi, y también en juncos, helechos,
musgos, líquenes, y otras criptógamas, lo mismo que en los trifolios, sobre
todo en los tréboles, y en algunas plantas trepadoras. (...) esa tendencia a la
exuberancia que veía tenía que obedecer a algún principio por el que la
naturaleza actúa con mayor libertad y energía sin la presencia del hombre”.
Se ha agotado la substancia
histórica, como afirma en varias ocasiones en sus obras Jünger, y el mundo
recupera en un último desvanecimiento su belleza. En el desastre las bestias y
las plantas se muestran con una transparencia fatal. Liberado de una carga,
convertido en jardín salvaje, ahora el mundo es verdaderamente un juego (el término
sánscrito lila, juego, nos recuerda
que la actividad divina es desinteresada, puro juego y placer, sin que remita
jamás a ningún objetivo). Embriagado, el protagonista de “La nube púrpura”, acelera la recuperación del alma del mundo
incendiando Londres, París, Calcuta y las grandes ciudades de la tierra. Esa
orgía de fuego señala su investidura como monarca del mundo. Rey y sacerdote,
nuevo Melquisedec, gobernará rodeado de ruinas. Un monarca que en el primer
despliegue de su fuerza, vestido como un sátrapa, se define ya como un bon vivant: “Y hay vinos, y opio, y hachís, y hay aceites y especias, frutas
y ostras, y Cícladas dulces y lujosos Orientes. Seré impaciente y terrible en
mis territorios, y otras veces débil y cariñoso. Diré a mi alma: “Sáciate”.
Dandi improvisado en un mundo bárbaro, no sabe que tendrá que superar todavía las
pruebas más duras, una ascesis inhumana que pocas personas tolerarían. Porque
para ser un dandi en esta edad de hierro hay que atravesar antes el fuego, es
necesario llevar a cabo un sacrificio salvaje (como el de los viejos chamanes,
que sienten durante el trance cómo los espíritus les arrancan las vísceras y
las sustituyen por otras nuevas). Sólo entonces se tienen fuerzas suficientes
para celebrar las últimas fiestas.
La revolución puritana
“Cuando
alguien rehúsa jugar al juego humano en un determinado momento de la historia,
cuando uno vive de otra manera, no en literatura, sino en la vida real, los
Hombres tienen razón de temer algo”
FRANÇOIS AUGIÉRAS
La imagen de un rey que
gobierna solo el mundo provoca pánico y fascinación. La arcadia salvaje de
Shiel nos resultará útil (en este tiempo anciano que cree ser moderno) para
acercarnos a otros motivos: el último hombre sobre la tierra, el instante de
transparencia que nos permite ver el alma del mundo, la ecología y la
catástrofe, la noción de pureza o la intuición de que el hombre puede llegar a
ser una plaga. Pero sobre todo hablaremos del dandi, de la posibilidad de ser
un dandi en tiempos de barbarie.
El apocalipsis de “La nube púrpura” resuena en un artículo
de la antropóloga Mary Douglas, “El nuevo
ascetismo: cultura y medio ambiente”, publicado en la Revista de Occidente
(nº 137, año 1999). Douglas afirma, con la frialdad de un antiguo naturalista,
que sólo una revolución puritana podrá resolver el actual desastre ecológico.
Mujer sensata, sabe que la labor caritativa de las ONGs, el imperio de los días
mundiales y las buenas intenciones, pasto de la retórica y populismo, no son
suficientes para salvar el barco (véase en esta web el artículo de Fernando
Márquez dedicado a la noción de naturocracia). Y
habla de la necesidad de llegar, en un giro espartano, a un nuevo ascetismo
generalizado que restituya el anima mundi.
Mary Douglas sopesa en el artículo qué posibilidades hay de que se produzca un
cambio radical de estas características, una revolución salvaje que situaría de
nuevo la Naturaleza en el centro de las cosas, que reconocería, con justicia,
su majestad y su altura.
En esa revolución puritana
imaginada por Mary Douglas la vida se ordenaría en torno a una nueva noción: la
pureza medioambiental, estrechamente relacionada con la capacidad que tiene
cada persona de percibir el alma del mundo y de rendirle homenaje: “Para que un movimiento ascético pueda
entrar en órbita tiene que surgir algo que ponga en cuestión los valores
populares; ese algo tiene que estar lleno de ira; tiene que pedir un cambio
fundamental en los gustos (hábitos sexuales, disciplina corpórea, hábitos
alimenticios): Para triunfar aquí y ahora tiene que ser popular, y para ser
perdurable tiene que ser popular”. Se trata, naturalmente, de un ejercicio
de prospectiva social. Y la prospectiva social, como bien sabemos, suele
provocar sonrisas y guiños cómplices. Pero Mary Douglas nos recuerda que, mucho
antes que nosotros, arrastrados por las circunstancias, otros pueblos han visto
cómo se agitaban sus cimientos, trastornados por revoluciones parecidas. Ha
habido revoluciones puritanas antes, y han llegado siempre con virulencia,
obligando a pueblos enteros a ordenar sus vidas en torno a una nueva idea de
pureza que ha alterado costumbres y clases sociales.
Mary Douglas nos recuerda el
ocaso del mundo pagano: “Los
historiadores de los albores del cristianismo están analizando ahora la ola de
renuncia que barrió todo el Imperio romano y Europa oriental en el siglo III.
En aquel caso, lo que se disciplinaba era la sexualidad, mientras que se
ensalzaba el celibato y la virginidad. Estos mismos historiadores no han
abordado nuestra cuestión, que consiste en determinar las posibilidades de un
moderno movimiento ascético que resolviera los actuales problemas
demográficos”. El caso hindú también atrae su atención: “Otro ejemplo, aún más antiguo y pertinente,
es el gran movimiento ascético del brahmanismo, que se extendió por todo el
continente indio. En nombre de la pureza, logró descalificar a los poderes
vigentes, los príncipes y las clases mercantiles. El movimiento brahmánico
desbancó el sistema de sacrificios animales, impuso dietas vegetarianas e introdujo
un complicado código que permitía que los diversos grados de pureza fueran
públicamente conocidos y medidos”. Hace falta, según Mary Douglas, un
interregno bárbaro que cree una nueva noción de pureza, basada en el
reconocimiento del esplendor y la potencia de la naturaleza. Nada habría de
nuevo en esto. La idea de revolución (del latín re-volvere), contra la interpretación moderna, señala un movimiento
que conduce al origen. Expresa, por tanto, un regreso a un punto de partida,
negado, olvidado, reprimido o falseado.
La revolución puritana de
Mary Douglas no descubriría, por tanto, tierras nuevas, sino que continuaría
una larga tradición. En el Timeo Platón habla ya del alma del mundo. El anima mundi nos permite percibir, en
ciertos momentos privilegiados, la tierra como un organismo vivo. También nos
concede el presentimiento de la unidad del mundo, que de otro modo sería un
espejo roto. Los nuevos bárbaros, sin duda, conocerán estas ideas. Podemos
imaginarlos, dandis, excéntricos, puritanos, trayendo un nuevo fin de siécle a un mundo mucho más
agotado que el nuestro, hechizados -como el rey del mundo en “La nube púrpura”- ante paisajes
infinitos.
Dandismo y barbarie
So won't someone pour me another martini
to sip while Rome is afire?
So won't someone pour me another martini,
and we'll toast the world's funeral pyre
SCORPION WIND
Si desarrollamos las intuiciones de Mary Douglas podemos
imaginar un dandismo bárbaro, salvaje, que tendrá su origen en la intelligentsia más desencantada, en esa
capa de la población que, según Bordieu, cuenta con capital simbólico y carece
de capital económico. Es posible perfilar ya ese tipo humano, al margen del
acierto o de la falta de pertinencia de las hipótesis de Mary Douglas, porque
está presente ya entre nosotros, como el lobo entre las ovejas.
Si el dandi del fin de siglo francés intentaba alcanzar una
ruptura de nivel a través de lo refinado, de la saturación de sensaciones, de
las drogas, el dandi que está por venir, ese nuevo bárbaro que escandalizará a
nuestros hijos, se abandonará la imagen de un mundo en ruinas. Caballero al
servicio del anima mundi, esteta en
una era de ruinas, historiador natural, guía privilegiado que conoce el camino
al Bosque, azote de la plaga humana, heredero de la Naturphilosophie, sus epigramas iluminan el ocaso de las ciudades,
reencantando el mundo. Son los hijos torcidos de Beau Brummell,
de Huysmans, D’Annunzio y Monstesquiou, nuevos puritanos en la sociedad de la
abundancia, extraña fruta para una época terminal.
¿Dandismo en Esparta? Hablar de un puritanismo bárbaro, de un
dandismo salvaje y ascético plantea una contradicción que sólo es aparente.
Algunos de los estetas más célebres de finales del siglo XIX francés fueron
fanáticos religiosos, místicos severos, visionarios y quietistas. Huysmans y
Jules Barbey D’Aurevilly pasaron por el satanismo y la búsqueda de lo
artificial para terminar sus vidas, después de una crisis, en el catolicismo
más ortodoxo. El dandi es, en esencia, un puritano cubierto de seda y
pedrerías. A veces es suficiente una herida, una crisis en el instante
oportuno, para transformarlo en una llama (en el artículo de Línea de Sombra
dedicado a Drieu la
Rochelle pueden leerse más reflexiones sobre la relación entre dandismo y
puritanismo). La búsqueda extrema de sensaciones del dandi es un camino a
Damasco en el que, en ocasiones, se alcanza una fe inquebrantable. Quizá esto
explique que autores tan intransigentes con el hedonismo moderno como Evola
hayan prestado atención a Oscar Wilde.
Hay un momento vital que diferencia a la perfección al puritano
visionario del que hablamos, a ese nuevo dandi que nos interesa (y que busca
allí donde está el Bosque) de sus primos más lejanos, los histriones decadentes
de finales del siglo XIX. Ese instante es la crisis. Estos puritanos salvajes
se han templado en la crisis, están marcados por el fuego y la catástrofe.
Tienen como modelo al Huysmans más anciano, que ha dejado atrás ya los delirios
satánicos de “Allá lejos” y “A contrapelo”, ese hermoso seppuku. O a Wilde, transfigurado
después de su “De profundis”. Todos han vivido un instante luminoso de
reconocimiento que les ha revelado –como en la tragedia griega- un drama, y su
verdadera vida, ligada a ese drama. Ese conocimiento les une, más allá de las
risas de los salones y de los juegos de ingenio.
Los epigramas, los libelos y los duelos de estos nuevos bárbaros
no son ya florescencias que anuncian el triunfo de las ciudades modernas –como
sucedía en el XIX-, sino señales definitivas de su caída. Su uso del ingenio, del
capricho y del artificio es sacro y transparente, un bastón espada que apunta
al corazón de la era moderna. En el orden de la historia del gusto y de las
ideas estéticas esta figura introduce, naturalmente, cambios de interés.
Gracias a su impulso se acelera el declive de la obra de arte frente a su
hermana gemela, negada y olvidada, la obra de la naturaleza. El dandismo de los
nuevos puritanos se interesará por las formas encontradas, por el hallazgo, de
acuerdo a las propias leyes internas, de mensajes cifrados en el mundo natural.
Jünger lo advierte cuando observa a los animales: “Los animales se adentran en nuestra percepción por lo común tan queda
e inadvertidamente como imágenes mágicas. Después, en sus figuras, danzas y
juegos nos ofrecen representaciones de una índole sumamente enigmática y
poderosa. Parece que a cada imagen animal le corresponde una señal en nuestro
interior”. El flaneur, que antes
recorría las ciudades inflamado por el vértigo del comercio, por la deriva de
los paseantes, visitará ahora paisajes salvajes, bosques y mesetas desérticas,
estimulado por sueños y visiones. Lo humano ha quedado ya muy atrás.
Sueños y cristales
“Incluso
en el cristal hay vida; el árbol de la vida llega con sus raíces hasta el fondo
de la materia”
ERNST JÜNGER
En el artículo “El alma
del mundo y la naturaleza”, José Antonio Antón Pacheco aporta algunas
claves que iluminan las preferencias estéticas de estos dandis salvajes: “La nómina de autores inspirados por la
Naturphilosophie es amplia: el mismo Goethe, Baader, Schubert, Carus, Moritz,
Werner, etc. No deja de ser interesante la presencia de geólogos y
mineralogistas entre los representantes de la Naturphilosophie (Agripa,
Paracelso y Swedenborg también tuvieron que ver con los estudios de los minerales),
así como de estudiosos del fenómeno del sueño: parece como si fuera en estos
dos especiales ámbitos de los reinos naturales donde hubiera que redescubrir la
vida”. La obra de Jünger confirma el acierto de estas reflexiones, pues es
bien conocida la fascinación con que observaba cristales y minerales, y la
atención que prestó siempre a los sueños. Hay, en efecto, un interés por los
estratos inorgánicos de la naturaleza, por el cristal, la roca, el mineral,
preferencias que delatan un alejamiento de lo humano, una ampliación serena de
la mirada.
En el siglo XIX el decadentismo francés parodió esta fijación,
sin llegar nunca al corazón del cristal. Des Esseintes, príncipe de los dandis,
observaba colores tornasolados e irisaciones en los cristales, pero, turbado,
incapaz de contemplar verdaderamente algo, víctima de una falta perpetua de
concentración, era arrastrado por una fiebre insaciable de juego en juego. Los
sueños y los cristales, en cambio, traen la calma a aquellos que se proponen
observarlos porque alejan de lo humano, de las categorías de la historia, y
devuelven el recuerdo de lo inmutable. Sólo un dandi ascético, purificado por
el fuego, que haya pasado por la piedra del sacrificio, sabrá apreciarlos.
Los nuevos defensores del alma del mundo también librarán
combates en sueños, alejándose del automatismo filisteo de las vanguardias (un
poema de Juan Eduardo Cirlot, en ocasiones un solo verso, vale por los
experimentos oníricos de mil surrealistas), combates donde aún es posible
recuperar la vida.
Las últimas fiestas
Pero, ¿quién es
más fuerte que la muerte?
Yo, por supuesto
Pasa, Cuervo
TED HUGHES
El dandi que hemos descrito camina con valentía sobre el filo de
una navaja y tiene fuerzas para cabalgar el tigre. Está marcado por heridas
rituales y sabe que hay una guerra secreta en marcha. Es capaz de brindar ante
la hoguera en tiempos bárbaros. Mantiene siempre el aplomo y sus epigramas son
koans. Se ha ganado un extraño privilegio: celebrar, como un esteta, las
últimas fiestas sin perder el alma.