LA VIOLENCIA DE ESTADO

Vivimos en un mundo donde existe la violencia. Claro, si no existiese, no nos hubiéramos preocupado por denominarla ni definirla. La violencia hoy considerada justificada en Occidente es la que proviene de los estados soberanos, que se ejerce por una legitimación real o legal —más lo segundo que lo primero, creo, aunque los entusiastas del derecho le dirán que es lo mismo— y que si es que somos civilizados se desarrollará bajo un monopolio. Estos conceptos, sobre los he pensado muchas veces —e igual se me quedan muy grandes—, los enuncia un señor que parece ser importante en lo suyo, Max Weber.  A día de hoy, en el que todo se pone en entredicho, pues a lo mejor estas teorías ya quedaron rancias, o yo que sé. Los estados se forman por procesos históricos complejos y esa legitimación de la que hablo cambia, evoluciona, muta a través del espacio y el tiempo. De hecho, cuando se habla de violencia de estado como concepto, éste se refiere a represiones, genocidios, limpiezas étnicas, etc., jamás al mecanismo por el cual los poderes estatales condenan a un ladrón a la cárcel o a un asesino a muerte. Bueno, todo es matizable, pues algunos verán determinados hechos históricos como dentro de una lógica —equis— y otros lo verán desde todo punto de vista como acciones irracionales —pecando de optimistas, supongo, o creyéndose mejores—. Algún lector pensará: qué rollo está metiendo éste para hablar de la Inquisición. El nacimiento de los estados modernos, concretamente la creación de este país, está muy relacionado con lo que vengo hablando sobre la violencia, y claro está, con la Inquisición Española. De hecho, si miramos ejemplos de violencia de estado en cualquier sitio saldrán a colación la Alemania nazi —cómo no—, la exterminación de poblaciones indígenas durante el Colonialismo o, sí, la homogenización de poblaciones en Castilla y Aragón. También cuando se habla de terrorismo de estado, y eso lo tenemos aún más fresco en Occidente.

LA INQUISICIÓN

La Santa Inquisición recoge en su seno a organismos diferentes que a lo largo de la historia se han preocupado, como causa fundamental —o no— luchar contra la herejía dentro del seno de la Iglesia Católica. Es interesante como van cambiando a lo largo de la historia tales tribunales. Al nacer durante el medievo, edad muy propicia para herejías y heterodoxias de todo pelaje, la primera concreción de esta lucha contra los cismáticos  fue una cruzada, que así se hacían las cosas por aquellos tiempos. La cruzada contra los albigenses (s. XII) se podría considerar como el pistoletazo de salida del cual eclosionaría la Inquisición, ya que esta cruzada no sirvió para mucho. Poco después se crea la Inquisición como método para luchar contra los enemigos del dogma.
En su primera forma estaba organizada por los obispos. O sea, esta Inquisición episcopal, dominaba una diócesis y lo que se cometía en dicha área. La ejercía el obispo y el poder civil de cada lugar. Esto también se vio ineficaz porque las herejías se juzgaban o no dependiendo de las simpatías del obispo o del gobernante de la zona. De ahí que se dieran flujos de sectas y sociedades heréticas de un lugar a otro, allí
donde las autoridades fuesen más flexibles con la desviación del dogma en cuestión. En estos momentos, se actuaba de una manera muy leve —en términos actuales— siendo la excomunión y el destierro las armas utilizadas.

Pero enseguida gobernantes, príncipes y reyes se dieron cuenta de su potencial y empezaron a despachar gente. La pena de muerte no estaba contemplada en estos momentos, pero ¿por qué no? se preguntarían los próceres viendo un nuevo elemento de control entre pata de lechón y copas de clarete. De hecho, pasadas pocas décadas el papa Inocencio III, al otorgarse el título de Vicario de Cristo —antes los papas eran Vicarios de Pedro— obtuvo con ello la plenitudo potestatis, la soberanía absoluta para hacer y deshacer en el orbe católico. Entonces tuvo a bien etiquetar a la herejía como crimen de lesa majestad, el peor crimen de todos los que define el Derecho Romano —aquel delito genérico de orden público, inherente a las génesis de la civilización y a sus ciudadanos, que puede ser considerado tanto como una ofensa o como un crimen en contra de un estado (sic)—. A partir de aquí se da veda para matar a gente en este contexto de brotes heréticos con resultados tantas veces revisitados por los divulgadores del misterio —los albigenses o cátaros y sus innumerables secretos—.

El paso siguiente, ya que los obispados actuaban dependiendo de sus intereses, fue la creación de la Inquisición Pontificia, que sería regida por el papado y por su aparato religioso, siguiendo la ejecución de penas en manos de gobiernos locales —hay que estar siempre a bien con los que ejercen el poder terrenal y tampoco es cuestión de tener a los monjes con la espada en ristre, que después salen como los templarios, otros herejes de tomo y lomo—. Las órdenes que se ocuparían de esta misión son las mendicantes, sobre todo a los dominicos —surgidos de la cruzada albigense—. Hay que decir que estas órdenes eran predicadoras, esto es, luchaban contra la herejía, sobre todo, desde un punto de vista evangélico; propagandístico, para entenderlo. Es curioso como la otra gran principal orden en la Inquisición es la franciscana, un grupo integrado en la Iglesia Católica, pero que estuvo en un tris de ser aniquilado precisamente por herejía —los métodos y doctrinas de San Francisco de Asís siguen siendo revolucionarias a día de hoy—. Con ello Roma consigue un punto de vista único sobre lo herético y que el poder civil no interfiriera tanto en razones de fe —como así ocurría constantemente—. En este contexto se desarrollan las luchas contra los milenaristas de Segarelli, creador de los Hermanos Apostólicos, que llegaría a su punto álgido con Dulcino —a quienes hayan leído El Nombre de la Rosa les será familiar—, franciscanos extremistas, los valdenses... o sea, una amplia gama de comportamientos contra los dogmas católicos. Estas herejías de la baja Edad Media se consideran precursoras de los grandes movimientos sociales que vendrían en siglos venideros, y por supuesto, en algunas ocasiones, de la Reforma Protestante. Se caracterizan grosso modo por atacar a la Iglesia Romana y su pompa, por estar en contra de los ricos, aparte de curiosas notas de orden teológico, filosófico, incluso escatológico.
Esta Inquisición, en la Península Ibérica se instaura en el Reino de Aragón en 1249. Castilla, al parecer, ya se ocupaba de los herejes a su manera —desde un punto de vista casi estrictamente civil—.  Según fue avanzando en el tiempo, estos tribunales medievales fueron decayendo en actividad, y se podía decir que en todo el territorio aragonés cayó en desuso.

LA INQUISICIÓN ESPAÑOLA

En un contexto de Reconquista, las tres grandes religiones del Libro habían convivido durante muchos siglos en la Península. A día de hoy, este hecho es celebrado por un sector buenista como modelo de convivencia. La verdad es que, como siempre, las cosas no fueron tan agradables. Ni tampoco tan malas como cabría esperar, también hay que decirlo. Lo normal en un mundo en guerra, de alianzas, traiciones y movimientos estratégicos, es que los campesinos, apegados a la tierra, cambiaran de religión cada vez que eran conquistados. Quizás los que siempre quedaban en la suya propia fueran los judíos. Siempre se habla de los judíos como comerciantes y artesanos, aunque también los había, y en bastante número, labriegos. En cualquier caso, en la pacificación de las fronteras asentadas traería obviamente la hegemonía cristiana, aunque las conversiones eran escasas, habiendo judíos en Castilla —llegó a haber un rabino no oficial del reino— y Aragón —en este reino la influencia de figuras judías en el gobierno eran notorias—, y  una gran masa musulmana en los que había sido el reino nazarí de Granada.
La primera gran conversión tuvo lugar por las persecuciones de judíos propiciadas por Ferrán Martínez, arcediano de Écija, que tuvo a lo largo de 1391 mucha importancia en Sevilla, y fue expandiéndose a otros lugares. Esto supuso muchos asesinatos —aun estando los sefarditas protegidos de forma tácita por la Corona de Castilla— y destrucción de juderías. Además de muchas conversiones forzadas. Y son estos bautismos los que levantan suspicacias, pues la figura del converso pasa a ser bastante importante. Al convertirse, aparte de evitar estas persecuciones, tenían acceso a oficios y puestos que antes, por su condición de judíos no podían ejercer; por ejemplo, obviamente, ser grandes dignatarios de la Iglesia Católica. El ascenso social de éstos en muchas áreas —artísticas, económicas, gubernamentales, religiosas— desembocó en recelos, y en eso que se llamó limpieza de sangre. Cristianos viejos contra cristianos nuevos. Estas supuestas prácticas judaizantes —que fingían su cristianismo, vaya— fueron denunciadas a los Reyes Católicos. Encargaron un informe al Arzobispo de Sevilla y al dominico Tomás de Torquemada que corroboraron los falsos conversos y las practicas del Sabbath y tras fiestas en la privacidad de sus casas. Es por eso que Isabel y Fernando piden al Papa Sixto IV la instauración de la Inquisición en Castilla, que este concede (Bula Exigit sinceras devotionis affectus, 1478) y que otorga plenos poderes a los soberanos sobre la elección de los inquisidores. Hasta tiempo después no de nombran los primeros. En Aragón hubo un montón de problemas pues el rey Fernando quería recuperar la preexistente, pero haciendo que se plegarán a su interés. Entre la población era muy impopular y para acabar de rematar el asunto, el Papa y el Rey entraron en disputa... lo siguiente que se supo es que una nueva bula prohibía la Inquisición en Aragón. Al final la cosa se calmó, se retiró la bula, y con el nombramiento de Torquemada como Inquisidor general de Aragón, Valencia y Cataluña, la cosa se encarrilaba. A nivel político era una gran noticia para sus católicas majestades: era la única institución con poder en todos los reinos y, para más inri, controlado directamente por la monarquía. Este proceso coincidiría en el tiempo con la toma de Granada estando así por primera vez todas las Españas unificadas por gobernantes comunes y misma fe.

Las ventajas —y causas— de la formación del Santo Oficio de la Santa Inquisición en España ha sido tema de debate. Si se recogen los de todas las vertientes tenemos que: se buscaba una unidad religiosa con la que poder poner en marcha el mecanismo del nuevo estado; también debilitar la oposición de carácter local; acabar con la floreciente comunidad judeoconversa, que veía aumentar su poder; y por último, un gran desahogo económico, ya que los procesados por los tribunales del Santo Oficio eran despojados de sus pertenencias, las cuales revertían al Tribunal y por consiguiente al estado. Depende del estudioso estas razones serán válidas o no. Yo, que apenas sé de esto, creo que todas son correctas, incluso las más inconsistentes, como es la de la defenestración de los conversos. Los conversos siguieron siendo importantes, pero muchos fueron juzgados, mermando así su tendencia emergente. Con la instauración del Estado naciente de las Españas, la Inquisición juega un papel bastante moderno, en mi opinión: una herramienta de control tan sistemática y propagandística que puede equipararse, salvando la escala, con las policías —no tan— secretas de los grandes regímenes totalitarios y  —¿por qué no decirlo?— las de algunos democráticos del s. XX y XXI. Algunos dirán que es una barbaridad la comparación. Bueno, es una opinión personal sobre perpetuación de poder y la violencia de estado a la que aludí al principio. 

El libro principal sobre el que me he basado para hacer este compendio es del de Kamen, porque es el que tenía a mano, la verdad. Este divide en épocas la acción de la Inquisición en nuestro país. A saber:

1480 – 1529: persecución de los judeoconversos.

1530 – 1560: periodo de cierta tranquilidad.

1560 – 1614: gran actividad, sobre todo con protestantes y moriscos.

1615 - 1700: en el que la mayoría de las personas juzgadas son cristianos viejos.

Siglo XVIII: La herejía ya no es un problema. Pasamos a una persecución 100 % contemporánea, por razones políticas, aunque no se puede negar la dimensión geopolítica de otras persecuciones anteriores.

Para no enrollarme mucho solo diré que lo de los judíos a día de hoy en mi cabeza solo lo entiendo desde un punto de vista económico y de cohesión social. Aparte del odio atávico por la raza y religión del mismo Cristo. Como herejía es una como la copa de un pino, claro, pero debió haber algo más. Es normal que se dieran las prácticas judaizantes si conviertes a la fuerza a un montón de personas con la expulsión forzosa del año 1492. Esta realidad se va diluyendo, aunque siempre habrá periodos de exaltaciones antisemitas. Si bien, el último acusado por dichas causas por el Santo Oficio fue en una fecha tan tardía como 1818. Sería gracioso —y tragiquísimo a la vez— ver a esos conversos con un trozo de tocino salado al cinto para demostrar su sumisión total al Catolismo Apostólico y Romano por medio del comer cerdo. Mas me convirtiera yo también si hubiese una Iglesia al Cochino, que de impuro nada y del que se pueden adorar incluso los andares. Los símbolos externos siempre tan importantes en un país donde lo recogido ha sido siempre lo secundario.

En mi opinión, uno de los legados más significado de la Inquisición en nuestro país fue el de su papel en el eficaz freno de la propagación del protestantismo. Ese, creo, es el punto que tiene mayor importancia en el desarrollo de esa nación que se unía en los albores del s. XVI. Si bien es verdad que apenas hubo brotes protestantes en España, y curiosamente en muchas ocasiones de parte de nuevos cristianos. Es lógico, si la fe es nueva y no tan asentada, es fácil cambiarla sin estar tan sujeto a tradiciones y costumbres. La defensa a ultranza de este papismo en nuestros consecutivos soberanos —lo cual determina una política exterior muy concreta— no era óbice para que ellos personalmente simpatizaran si no con herejes, cercanos a la heterodoxia, como con Erasmo de Rotterdam —tanto Carlos I como su hijo le profesaban admiración nada encubierta—, que sin duda tenía una raíz más humanista que religiosa, y por el que fueron procesados algunos intelectuales como Juan de Valdés —este sí era protestante, el más importante de entre los reformistas patrios—, y el hoy Santo y Doctor de la Iglesia San Juan de Ávila.

Con este caso podemos plantearnos de cómo funcionaba el Santo Oficio. A Juan de Ávila Gijón, descendientes de judíos conversos, se le denuncia por unos sermones que da en  determinadas poblaciones sevillanas. Es bien sabido que sus relaciones dentro del estimulante panorama renacentista en el seno de la Iglesia española eran bastante importantes —trabó amistad o se trató con San Ignacio de Loyola, Fray Luis de Granada, San Juan de Dios, San Juan de Ribera, Santa Teresa de Ávila, Santo Tomás de Villanueva y San Pedro de Alcántara—, y que éstas le trajeron no pocas envidias. Estuvo encarcelado de 1531 a 1533 por ésto mismo, y aprovechó esta reclusión para perfilar la primera versión de su obra Audi filia. Tras bastantes interrogatorios y procesos hubo cinco testigos en contra y cincuenta y cinco a favor, por lo que salió absuelto, aunque un poco enmendado en alguna de sus palabras. Y es que en ciertos círculos religiosos que te encausase el Tribunal de la Inquisición era lo normal y cotidiano. Y ya fuera de lo religioso también, ya que grandes nombres del Siglo de Oro de las letras españolas tuvieron sus idas y venidas con el Tribunal. Y es que no hemos hablado de una de las más importantes atribuciones de la Inquisición, la de la censura de libros e ideas. En el contexto de la Contrarreforma, la lucha contra la ideas heréticas era muy efectiva a través del Índice de libros prohibidos de la Inquisición española (en latín, desde 1612, Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum). Pero no solo se ocupaba de la herejía, sino también a temas relacionados con la moral. Y claro, eso era un abanico muy amplio donde juzgar y llamar a tal y cual autor — como veremos a continuación, con denuncias secretas— por sus libros eran moneda corriente.

Los procesos inquisitoriales, aunque llevados por religiosos más conocedores del derecho que de teología, se anulan las garantías del derecho romano que ha determinado las justicias de los países occidentales hasta el día de hoy —con la suma de los  cambios en la Ilustración y los inherentes a la civilización regida por los Derechos Humanos —. Lo que comenzaba el juicio podía ser una acusación secreta, el juez podía actuar de oficio, siendo parte, y la presunción de inocencia  (in dubio pro reo) era justamente lo contrario (in dubio pro fidei, en caso de duda, la fe). Sería demasiado complejo entrar en todos los participantes en un juicio: inquisidores, procuradores fiscales, calificadores, consultores; los tres secretarios: el notario de secuestros, el notario del secreto y el escribano general, secretario del tribunal; alguaciles, nuncios, familiares y comisarios. El tribunal no contaba con presupuesto propio, como hemos venido contando, y se financiaba con todo lo confiscado a los acusados —los procesados ricos solían ser más numerosos que los pobres—. La instrucción era secreta, y no la tenía porqué conocer el reo.
Una de las peculiaridades del procedimiento inquisitorial que causó penalidades y sufrimientos a mucha gente fue la negativa a divulgar las razones para la detención, así que los presos pasaban días, meses e incluso años, sin saber por qué estaban en las celdas del tribunal” (Kamen)
Se le invitaba a confesar pero claro, no sabían muy bien qué, si ignoraban la acusación. Una vez interrogado tres veces sin que confesase, se le ensañaba de lo que se le acusaba —casi siempre cargos muy difusos con los nombres de los delatores borrados— y se le asignaba un abogado de la propia Inquisición, más preocupado en la confesión que en la defensa.

Mucho se ha hablado  —perpetuado por la Leyenda Negra hasta nuestros días— de las increíbles sesiones de torturas de la Inquisición. En realidad no era así. Se utilizó en procesos contra judaizantes y protestantes, durante el s. XVI. Se supone que se utilizaba en un tercio de los juicios, y siempre supervisada por todos los miembros del tribunal. Un médico debía dictar que podría soportar el tormento. No se podía mutilar al acusado ni derramarle sangre (sic). La no utilización sistemática de la tortura frente a otros tribunales de otras índoles no se debe a una motivación humanitaria, sino más bien a una más prosaica: por tortura no se obtenía la verdad. Como afirmaba el inquisidor catalán Eymerich en su Manual de inquisidores:

El tormento no es un medio seguro de conocer la verdad. Hay hombres débiles que, al primer dolor, confiesan incluso los crímenes que no han cometido; en cambio hay otros, más fuertes y obstinados, que soportan los mayores tormentos.

Stephen Haliczer, uno de los profesores universitarios que trabajaron en los archivos del Santo Oficio, dice que descubrió que los inquisidores usaban la tortura con poca frecuencia y generalmente durante menos de 15 minutos. De 7000 casos en Valencia, en menos del 2 % se usó la tortura y nadie la sufrió más de dos veces. Más aún, el Santo Oficio tenía un manual de procedimiento que prohibía muchas formas de tortura usadas en otros sitios de Europa. Los inquisidores, como hemos dicho, eran en su mayoría hombres de leyes, escépticos en cuanto al valor de la tortura para descubrir la herejía.

Tras la causa se emitía un veredicto. El veredicto era casi siempre una cortada para la detención, ya que absolución solo se daban en el caso de denuncias falsas, y las suspensiones se daban para buscar nuevas pruebas. Casi todo el mundo era condenado, para dar la impresión de que el Tribunal no se equivocaba jamás.
La condena más leve era la del penitenciado, en la que el acusado abjuraba públicamente de sus delitos y se le castigaba de forma espiritual o física. Sambenito, destierro, multas o galeras.
La siguiente en rango de importancia era el del reconciliado. Por un acto, el Auto de Fe, el acusado se reconciliaba con la Iglesia Católica y tenía penas más severas: cárcel, galeras y confiscación de bienes. O unos azotes. También una inhabilitación para ocupar cargos religiosos ni empleos públicos. Algunas veces extensible a hijos y nietos, pero éstos podían librase de eso pagando la multa de composición.

Las penas más graves era la relajación al brazo secular. O sea, la hoguera. Recibían esa sentencia los impenitentes —los, por así decirlo, convencidos en su proceder herético— y relapsos —reincidentes—. Se quemaba públicamente. Si el acusado se arrepentía era sometido a garrote antes de ofrecer su cuerpo a las llamas. En realidad, los casos más frecuentes eran de los quemados en efigie, bien por haber muerto el reo con anterioridad o por haberse juzgado en ausencia. Si bien esta pena al principio se aplicaba a muchos declarados culpables (40% en 1530) pasó a ser rareza en los periodos siguientes en el que solo el 2% o menos eran ajusticiados (1560-1700). En los reinados de Carlos III y Carlos IV —s. XVIII— solo se quemaron a cuatro personas.
El número de personas procesadas por el Tribunal en su historia es un dato difícil de saber, pues a partir de cierto momento se derivaban las causas a tribunales locales. Las cifras difirieren de unos estudios a otros, pero podríamos concretar en las conjeturas peores para el Santo Oficio que 150.000 personas fueron encausadas y que entre 3.000 a 10.000 de ellos fueron quemados físicamente o en efigie a lo largo de sus cuatro siglos de Historia. En otros países donde no existía una Inquisición propiamente dicha o incluso en países protestantes el número  de muertos por herejías es también sensiblemente alto —siempre hay que comparar según las poblaciones de los países—.

QUEMADLA, ES UNA BRUJA

Bueno, hasta el momento no he hablado en ningún momento de brujería. Y es que aunque sea habitual relacionar Inquisición y quema de brujas esto ocurrió poquísimo. Volvemos a darnos de bruces con la realidad. Alonso de Salazar y Frías, inquisidor, llevó un edicto de gracia a varias localidades navarras, indicó en su informe a la suprema que: No hubo brujas ni embrujados en el lugar hasta que se comenzó a tratar y escribir de ellos. Esto sucedía a tenor del famoso caso de las brujas de Zugarramurdi en 1610, donde fueron quemadas seis personas y cinco más en efigie —habían muerto antes—. En España el Santo Oficio consideraba la brujería como una superchería y nada de lo que temer, en contraposición de la Inquisición medieval... y a muchos tribunales en Europa y el Nuevo Mundo anglosajón que quemaron brujas hasta prácticamente finales del s. XVIII. Esto abunda en lo que vengo postulando de la Inquisición como una maquinaria de control y represión de peligros reales para el estado y no como perseguidores de cuentos de vieja. Una forma de disuasión para disidentes y elementos que pueden alterar la paz social. En el mundo actual en el que vivimos se practica esto de forma parecida, pero ahora no es, como pudiese parecer un monopolio estatal —como sí lo era efectivamente la Inquisición con la suma de sus dos poderes: religioso y civil—. A día de hoy la caza de brujas es practicada sistemáticamente por empresas de telecomunicación, de información, grupos de presión, lobbies, por intereses políticos de diverso pelaje y también, claro está, por el estado, que legítimamente ejerce su supuesto monopolio de violencia por las legitimaciones antes expuestas, pero en dura pugna con los de otros estamentos y niveles.

Pero los episodios de la lucha contra la brujería son suficientemente interesantes, sobre todo en las colonias para que le dedique un próximo escrito shadowliner. Mientras se pueden entretener con esto, que aunque es ficción, no deja de ser el relato de los hechos —fabulados— según los testigos de la época: the VVitch

EL FIN

Durante el s. XVIII ya hemos dicho que la herejía pasó a ser un tema menor y la lucha contra las ideas ilustradas, de índole más humanístico y política, pasó a ser el campo de batalla más importante de la Inquisición. Y bien podría decirse que en contra de lo que venía ocurriendo, esta contienda la perdió la Inquisición. La lucha contra las nuevas corrientes de pensamiento se daba sobre todo por la censura de libros y en la libertad de expresión. Sin embargo, con Carlos III, ya existían organizaciones seculares que se ocupaban de esos menesteres, y cuando entraban en conflictos los pareceres, normalmente se imponía la postura estatal antes que la religiosa. De hecho, el Consejo de Castilla en 1785 dejó de ejercer la censura previa, permitiendo que el malestar cada vez más fácil de expresar hacia la Inquisición saliese a flote. De hecho, incluso las obras prohibidas se encontraban con relativa facilidad en las librerías. Con la Revolución Francesa hubo un amago de reactivar de alguna forma la propagación de ideas ilustradas por si acababa llegando a España. Ni por esas pudo evitarse el planteamiento del papel de la Iglesia y sus señoríos en un mundo cada vez más terrenal.

La última ejecución de la Inquisición Española es en 1781. La beata Dolores, una religiosa ciega mística que hablaba con su ángel custodio y con el Niño Jesús —sería interesante ver cuantos pseudomísticos españoles o santones han hablado con el ángel custodio—. Blasfemaba, yacía con sus confesores y cayó en las herejías del molinosismo y del movimiento de los flagelantes. la hoja de la sentencia fue tan larga que la leyeron tres personas de nueve de la mañana a una de la tarde.

La Inquisición fue abolida por Napoleón (Decretos de Chamartín, 1808), o sea, no existió durante el reinado de Pepe Botella.

En 1813, los diputados liberales de las Cortes de Cádiz también la abolen, cosa normal porque el Santo Oficio había condenado la sublevación popular contra los franceses. Cosa que no entiendo demasiado bien.

Fernando VII la restaura, conocedor el rey felón de su importancia como aparato represor. En el Trienio Liberal la vuelven a abolir. Después en la Década Ominosa, la Inquisición no fue formalmente restablecida, como normalmente se creer. Son introducidas las Juntas de Fe, solo en algunas diócesis, toleradas por las autoridades locales. La Junta de Fe de Valencia ejecutó al último hereje en España, el maestro de escuela Cayetano Ripoll en 1826, lo cual supuso un escándalo internacional. Ripoll fue condenado por deísta. Parece ser que luchó contra los franceses en la Guerra de Independencia, fue hecho prisionero y llevado a tierras gabachas. Allí tuvo relación con los cuáqueros y de ahí este curioso caso de herejía.

La Inquisición abolida para siempre en 1834 por la regente María Cristina de Borbón, durante la minoría de edad de Isabel II.  Uno de los muchos motivos que tuvo la primera Guerra Carlista fue el de instaurarla de nuevo, objetivo que jamás se consiguió —bueno, en realidad ningún otra de sus pretensiones obtuvieron éxito alguno en el s.XIX—.

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