impresiones de Charlie Mysterio
(“Mientras tanto…”).
San Sebastián, año 2005. Por fin, conozco a Iván Zulueta, en una sala de cine.
(“¿El cine? Es pasión furibunda. Todo lo demás es accesorio”). Me acerco
y le digo que soy muy fan, que mi cerebro no sería así sin “Arrebato”,
sin “Leo es Pardo” ni “A mal gam a” ni “Párpados”, sin las
polaroids, sin las portadas para Vainica, incluso sin “Un, dos, tres, al
escondite inglés”. Le propongo una entrevista para Línea de Sombra. Él duda
(“no sé, no sé, no sé, no sé”) y contesta con evasivas. (“Estoy muy
bloqueado. Es la metadona, es terrible, sigues enganchado pero sin chispa.
Luego está la pierna y lo demás. Todo al revés. No vale la pena añadir nada”).
Total, que intercambiamos teléfonos y volvemos a vernos otro día. Nos tomamos
unas cervezas en el ambigú del Teatro Principal donostiarra. Luego, vemos “Tideland”
de Terry Gilliam (a quien tenía que entrevistar al día siguiente, para una
revista de tendencias). Tras la película, insisto: “Si cambias de opinión,
dame un toque y hablamos con grabadora y sin prisa”. Promete llamarme y,
una semana después, cuando ya estoy de vuelta en Madrid… “riiiing”. Es
él. (“Que te lo agradezco mucho, pero en este momento no puedo, es que me
toca muy de cerca y no puedo enfrentarme a ello. Es muy mal momento”). O
sea, que no. Yo, por supuesto, acepto su decisión. No insisto. Entiendo que
sigue colgado en plena pausa, arrebatado, atrapado entre la
posibilidad/imposibilidad de volver a hacer cine y enredado en sus juegos
infantiles. (“Supongo que nadie quiere crecer; a todo el mundo le pasa, y a
mí también, claro. A esta edad me doy cuenta de que sigo sin estar preparado
para nada”). Al fin y al cabo, ya había tenido dos pequeñas conversaciones
con él, muy interesantes pero poco reveladoras. Y no creo me hubiera contado
nada que no haya contado en el documental-interviú “Iván Z” o en el
libro “Sólo se vive una vez” o en la entrevista publicada en el especial
20 aniversario de “Rockdelux” (donde “Arrebato” fue premiada como
“mejor película española del siglo XX”). Entrevistas que, en el fondo,
tampoco decían nada nuevo. No quedaba ya nada que rascar, nada que preguntar ni
nada que responder, más allá del tópico. (“Todo el mundo se tiene que dar la
hostia en esta vida”). Todo está ahí, entre fotos, cromos, fotogramas e
ilustraciones. Por mucho que su mente metadónica la complicara, la realidad
estaba (está) firmemente apuntalada y, a la vez, cambiando a cada segundo: Iván
Zulueta es (era) un artista multidisciplinar con una de las obras más
personales, egoístas, insólitas y subyugantes del siglo XX. El hecho de que él
se sintiera frustrado por no poder hacer más películas (“estoy muy mayor y
soy muy masoca y he estado mucho tiempo mirando al pasado y diciéndome eso de
“has hecho cosas y tienes que seguir haciéndolas”. He tenido una lucha tremenda
con eso”) y de que la mayoría lo considere un “outsider” es pura
anécdota, aunque así lo llamaron los chupatintas y becarios de la prensa en sus
titulares: “Muere el director maldito de la Movida”. Pero ni Zulueta era
“maldito” (más bien, un bendito) ni perteneció jamás a la “Movida”.
Y, más allá de las palabras, queda la obra. Su obra. Y, a mi juicio, la obra de
Zulueta es una anomalía impecable. Y no me refiero sólo a “Arrebato”,
que, hasta cierto punto, es su trabajo más comercial, por llamarlo de alguna
manera (“tenía un cierto hartazgo del súper 8, que ya no me llevaba a más, y
quería trabajar con actores”), sino también a sus piezas maestras de cine
experimental, sus alucinantes y alucinados súper 8 (de la increíble “Frank Stein” –el
film de Whale comprimido en tres minutos- a “Mi ego está en babia” –su
título más zen-), sus inconfundibles portadas de discos y carátulas (¿cuántas horas
has pasado mirándolas? ¿meses? ¿años? Toda una vida...) o sus fascinantes
polaroids (secuencias abstractas de un pequeño mundo paralelo que podemos
visitar una y otra vez gracias a los tomos recopilatorios editados por La Casa
Encendida). La obra de Zulueta es un magma que te envuelve y te engancha, que
puedes chutarte en la retina una y otra vez y colgarte con él y luego vomitarlo
todo y volver a empezar. Es una mierda peligrosa. Sí señor. Como la mejor
heroína, la tailandesa. Nada que ver con la metadona almodovariana. (“Con
Alaska y Almodóvar y demás coincidía a veces, pero llamarnos y quedar, no”).
Luego está el problema de
la vida no vivida. Porque, como se preguntaba el chico con la espina en el costado, “¿cuándo quieres vivir a
dónde vas, cómo empiezas, a quién tienes que conocer?”. Es peliagudo,
aunque, en el fondo no es tan complicado. Pero no es fácil desenredar el
ovillo. Toda vida es perfecta en sí misma, pero el ego insaciable siempre pide
más. (“Quiero hacer cine con travelling, con equipo, con grúa. Sólo el
trabajo me salvaría. Todo lo demás va muy mal”). El pobre quiere más, el
rico mucho más y nadie con su suerte se quiere conformar. Zulueta no se
conformaba con su agridulce y envidiable retiro donostiarra, tal vez porque no
le dejaban: cada cierto tiempo aparecía un plasta recordándole que él era el
director de “Arrebato”, una película que él ya a duras penas podía
afrontar (“durante equis años, cada vez que la veía, me quería tirar por la
ventana”). Y entonces no podía disfrutar de ese gran tesoro que es vivir
cada día, de levantarse frente al mar y empezar desde cero. Con un enorme
lastre kármico acumulado durante sus años de “jaco” y celuloide, el
sueño de Iván era volver al cine por la puerta grande, hacer una gran
producción, una “masterpiece”, un musical, pero se veía incapaz, tanto
por su estado físico y mental (“las cosas están muy difíciles para eso”)
como por su situación económica (“yo para hacer un musical quiero glamour,
quiero piernas, y eso está un poco reñido con la pobreza”). “Arrebato”
lo dejó completamente vacío (“cuando acabé la película ya intuí que no
iba a hacer nada más”) le paralizó el espíritu, mientras el “mono”
hacía lo propio con su cuerpo y su cerebro (“yo no me he parado por las
drogas, sino por la ausencia de drogas”). Niño prodigioso atrapado en un
pétreo cuerpo adulto, el estado del Zulueta post-“Arrebato” era muy
parecido al del protagonista de aquella canción de Ride:
“Catch me, in
another dream, I'm pulled away,
Hold me, gently take me through another day.
However hard I try,
I crawl when I should fly.
I wander through my days,
Pulled a million ways.
Help me feel the forces I can't touch, I'm reaching out.
Help me learn, until I know too much, I'm still without.
These circles pulling me near,
Hold me in my fear.
And sleeping I can't hide,
I'm paralysed inside.
Paralysed”
Cada vez que escucho esta
canción me acuerdo de Iván, con su bastón y su cigarrillo y sus arrugas y su
expresión infantil y su rostro alucinado y sus excusas y su extraña simpatía y
forma de hablar. (“Detalles en la próxima caricatura…”). Un aristócrata
de celuloide y amalgamas congelado, disecado, enclaustrado en Villa Aloha como
un personaje de Gorey. (“Me voy a San Sebastián y me encierro completamente.
En fin, una catástrofe. Ya te imaginas”). No logró entender que, incluso en
su bloqueo y en su imperfección, en su caos y su entropía, era perfecto. (“El
problema soy yo, evidentemente”). Que un cineasta que ha rodado “Arrebato”
o “A mal gam a” o “Párpados” puede morir tranquilo. Que no hace
falta más. Que el resto es oferta y demanda. O el vicio de comer caliente todos
los días. Que Lynch podía haber muerto después de “Cabeza borradora”:
con ella vivió, luego sobrevivió. Y que toda la vida que Zulueta creía no haber
vivido, (“la distancia entre lo que haces y lo que puedes hacer”) todos
esos sueños de nuevas películas, de Hollywood, de alfombras rojas, (“pero
hay derrota”) musicales imposibles y galas de Oscars lo estaban matando
lentamente. (“Y tienes que reconocer la derrota”). Incluso más que los “años
bárbaros, años oscuros, años de heroína” que supusieron su recaída entre
1993 y 1997 y su posterior reenganche al sucedáneo. (“Ahora vivo con la
metadona, desde hace diez años, y ya estoy completamente harto”).
No hay artistas malditos.
Sólo obras incomprendidas. (“Era muy fácil creer que todo había sido un
desastre”). Y la de Zulueta no lo es. Ha tenido premios, exposiciones,
homenajes. Sus cortos sobreviven aclamados por una elite de espectadores y
reclamados por una novísima oleada de cineastas extremos españoles que, como
Velasco Broca, Oriol Sánchez o David Domingo, ruedan solitarios más allá de los
márgenes de la mediocre industria del cine español, dando la espalda a las
salas comerciales. (“En su día nadie la vio. Luego todo el mundo se ha
puesto de acuerdo”). “A mal gam a” ha sido incluida en la
prestigiosa antología de cine experimental español “Del éxtasis al arrebato”,
cuyo título ya reconoce explícitamente la importancia de Zulueta, un cineasta
que nunca llegó a disfrutar del todo de un fracaso que fue, a la vez, un inmenso triunfo. (“No hay nadie
en el que yo confíe tanto como para que su opinión me baste”). En cuanto a
la influencia de “Arrebato” (“era mía, mía, mía”), es
incalculable, pero seguro que (directa o indirectamente) tiene la culpa de que
directores como Santiago Fillol, Elio Quiroga, Marc Recha, Nacho Cerdá, Isaki
Lacuesta, Jaime Mollet-Serra, Nacho Vigalondo o Daniel V. Villamediana hagan o
hayan hecho cine. Para bien… o para mal. (“Las películas españolas están sin
montar, no se juega nada. Y las bandas sonoras igual. Qué pobreza, por Dios,
pueden hacerse mil cosas…”).
Todo esto me gustaría
habérselo transmitido a Iván en vida. Pero perdí el móvil en un taxi, con su
teléfono, y al año siguiente, cuando volví al festival de Cine de San
Sebastián, no intenté buscarlo… y no lo encontré. Tampoco pasa nada. Nada es
casual. Las pocas respuestas que quedaban en el tintero, ya estaban (están) en
una macroentrevista colgada en www.ivanzulueta.com.
Más que una entrevista, una conversación entre amigos. Tal vez la mejor de
todas. Cuando volví a Donosti, no entrevisté a Zulueta, sino a mi cineasta
favorito de todos los tiempos, David Cronenberg, que presentaba “Promesas
del este”. El caso Cronenberg es diferente, casi en las antípodas de
Zulueta, aunque en sus obras hay puntos de convergencia. El creador de “Videodrome”
(su filme más zuluético) no tiene uno, sino unos 30 arrebatos. Y de todos
consiguió salir con vida, sin parálisis, caminando sobre las aguas del
ostracismo sin hundirse ni, mucho menos, ahogarse. En mi encuentro con él,
Cronenberg me pareció un hombre feliz, realizado, contento con su vida y su
obra. Gélidamente satisfecho, su expresión rozaba lo jüngeriano, aunque con
posos de oscuridad. De alguna manera, Cronenberg logra exorcizar todos sus
fantasmas a través del rodaje, encontrando en sus fotogramas pequeños satoris.
Cronenberg no se deja vampirizar por el cine, es él quien astutamente le chupa
su sangre technicolor.
Pero ni Cronenberg, ni
Jacinto Esteva, ni Lynch, ni Agustí Villaronga, ni José Antonio Sistiaga ni (me
atrevo a decir) ningún otro director de la historia del cine llegó tan lejos
como Iván Zulueta. Ninguno puso toda la carne en el asador. Todos, en mayor o
menor medida, miraron al otro lado del espejo, como buenos voyeurs y grabaron
lo que allí veían. Zulueta, sin embargo, se atrevió a cruzar al otro lado, se
dejó seducir por la frontera, atravesó el cristal sin romperlo… y ahí se quedó
para siempre. Aquí, y sólo aquí, radica la radical inmensidad de “Arrebato”
y la naturaleza heróica de Zulueta como autor. Por eso, el hecho de que el
cuerpo de Zulueta haya muerto al fin, es del todo irrelevante (salvo, quizás,
para familiares y amigos). Porque su alma podemos encontrarla ahí, donde
siempre, al otro lado del espejo, pero no, no de ese espejo, sino del otro: la
pantalla de cine o de televisión, ahí detrás, ahí está… cada vez que se
proyecta “Arrebato”,
cada vez que se pone el DVD, ahora que se puede. Ahí se quedó. Y, por eso, el
hombre que yo conocí, el escurridizo espectro cuya psicofonía jamás logré cazar
con mi grabadora… era un cuerpo sin alma. Y, por eso, la película que, hace un
rato, he vuelto a ver por enésima vez, permanece tan viva y tan ajena al paso
del tiempo. Porque, como todo el mundo sabe, los vampiros son inmortales. (“Mientras
tanto…”).
Dildo se arrebató también aquí.
one very special trance by BARBARA MINK COAST
Uno
se queda colgado, sí, de Internet, y todo
lo que contiene, pero ¿es ese un cuelgue extático? ¿No estaremos más
bien acunándonos a nosotros mismos, en un gesto que redobla marcialmente
nuestro cuerpo en la
cuna que se mece eternamente y en la mano que la mece, en lugar de
¡ops!, op oloop,
saltar por encima de nuestro cuerpo -pero otra vez dos cuerpos- y despojarnos
de toda circunstancia? No, bien está que nos dejemos abrazar por la rabiosa
ramificación radial, pero no es lo mismo eso que estar en éxtasis. Y para que
quede claro qué es éxtasis, lo primero, lo perfecto, que se me ocurre es lo que
sigue:
Así
se explica ya el éxtasis. Esas palabras son el extracto que la Filmoteca
Española ha elegido colocar donde normalmente pone la sinopsis de las películas
que programa, para tentar con la proyección de Arrebato, de Iván Zulueta. Así se explica ya el éxtasis. En frase
de Baudelaire, el artista es el creador de lugares comunes. En este caso, el
lugar común no es la patria de los carniceros provincianos de los novelones
franceses, sino la imagen a la que acude uno sin saber que está ya moviéndose
hacia algún lado. Otra cita, otrosí: la cultura es lo que queda cuando se ha
olvidado todo. El lugar común del artista es lo que nos arropa antes de que
tengamos que mendigar una mantita. Deja que tumbe mi cuerpo de pordiosero en tu
cama de falsa perspectiva. Ay, esta vez sólo tengo un cuerpo. En todo caso, en
otro orden de cosas, en resumidas cuentas, enternecedoramente, la Filmoteca es
una institución y la definición zuluetil ya se ha colado en ella, con la habilidad
de En un lugar de la Mancha y con la
astucia de Siempre nos quedará París.
¿Lo
habíamos perdido? El hilo no se ha roto. Tirando del hilo, el deshollinador que
tengo yo en la cabeza desde que era pequeña y miraba cromos le pide a la en
fuga Mary Poppins que su fuga sea tan falsa como una perspectiva forzada y que
no tarde en volver. Yo no sé cuál es el hilo entre toda la madeja, pero esta
tarde, atontándome en internet, saltando de piedra en piedra como he oído esta
misma tarde (en que saltaba
de piedra en piedra) a Calvino
que contaba que jugaba de pequeño, he descubierto una cosa que me sacaba
las lágrimas, porque era lo más parecido a un éxtasis que nos es dado recibir
en estos días lacios. He sabido hoy que la criada menos gorda de Mary Poppins era Elsa Lanchester. Nunca
lo había sabido.
El
matrimonio Laughton-Lanchester me parece calidísimo. No sé por qué, me es muy
fácil imaginar el amor del gordo Charles por la rara mujer que fue novia de
Frankenstein, y otra vez no sé por qué, hoy adoptan al hijito Iván Zulueta.
Para
mí este fotograma
es el soneto XLIX de Shakespeare:
Against that time, if ever
that time come,
When I shall see thee
frown on my defects,
Wheneas thy love hath cast
his utmost sum
Call'd to that audit by
advised respects;
Against that time, when thou shalt strangely
pass,
And scarcely geet me with that sun, thine eye,
When love, converted from the thing it was,
Shall reasons find of settled gravity;
Against that time do I ensconce me here
Within the knowledge of mine own desert,
And this my hand against myself uprear,
To guard the lawful reasons on thy part:
To leave me poor thou hast the strength of
laws,
Since, why to love, I can allege no cause
Para
protegerme contra el día, si es que tal día llega, en que adviertas con horror
mis defectos; en que, siguiendo algún bienintencionado consejo, des por cerrado
el cálculo de tus sentimientos; para protegerme del día en que pases a mi lado
como una extraña y del sol que hay en
tus ojos apenas me alcance un rayo fugaz; cuando el amor, mutado de aquello que
fuera, se ampare en justificaciones razonables y sensatas; para protegerme de
ese día yo me he parapetado aquí, en la certeza de que tengo todas las de
perder, y mi mano contra mí mismo levanto en vigilancia de las legales razones
que tú tienes. Pues para dejarme tirado tú cuentas con las leyes irrefutables,
Mientras que
yo no tengo con qué defender mi amor.
ZULUETA MIX
mejunje
zurdesco
Año 1970. Hora del recreo en el colegio marista del
Parque Conde de Orgaz. Abrumado (esto es, inmerso en la bruma caballeresca) de
los cómics Marvel que descubrí el último verano, espero con paciencia autista a
que R, mi compañía habitual en esos lapsos entre clases, me arrastre a su mundo
de labia compulsiva y precocidades sin cuento (perdón, con mucho cuento).
R tiene algo del andrógino primordial: Truman Capote a su edad (doce años que
parecen menos en lo físico pero casi se doblan cuando te habla) debió de ser
así (siempre que releo las primeras cosas de TC evocando su niñez me
reencuentro con mi antiguo compañero de recreo, pero en singular mezcla –el
niño/niña protagonista, frágil y tímido, se funde con la megalómana niña
prodigio recogida en uno de los relatos de UN ARBOL DE NOCHE o con ese rabo de
lagartija llamada Holly Golightly-). De hechuras mullidamente achaparradas como
un gato persa, con melenita rubia y gafas de señora mayor (siempre asociaré
esas gafas enormes como faros de haiga a las de Mariví Romero y Luis Tomás
Melgar, dos iconos televisivos de la época). La hiperactividad imaginativa de R
hoy podría parangonarse con la del alien Roger de AMERICAN DAD pero sin sus
repelencias (éstas vendrían con el tiempo –cuando me lo reencontré una década
después, en plena Movida, con su pluma desbordante y bobalicona,
haciendo como que no me reconocía y preso de todos los manierismos de rigor,
entiendo que le resultase crispante a Eduardo Haro Ibars y que éste, fiel a su
natural luciferino, lo embromase de manera macabra, como recoge J. Benito
Fernández en cierto pasaje de su biografía LOS PASOS DEL CAIDO y como el propio
Eduardo me contó en una versión más sabrosa en detalles y regodeos-). Como
tantos mariquitas que se agostan y se vuelven tediosos en cuanto salen del
armario, R vivía en ese año 70 su momento más carismático: en el umbral de la
pubertad era ingenioso, mágico en sus seductores enredos de palabras, y yo, que
por entonces no entendía de parafilias pero sí estaba ávido de anomalías y
mutaciones, me sentía cómodo a su lado, en tanto lo veía como un alienígena con
quien compartir el rechazo a los deportes y la curiosidad por la cultura pop
(la cual, aparte de con la explosión marveliana, había entrado en mi vida con
las tiras de MODESTY BLAISE publicadas en FOTOGRAMAS, las viñetas de Enric Sió
que sacaba MUNDO JOVEN, los asesinatos de la familia Manson, los reportajes en
el No-do y el ABC dominical sobre la revolución hippy y la música que de
refilón me rozaba los tímpanos –el WE LOVE YOU de los Rolling, el FREE YOURSELF
de los Canarios, el COME TOGETHER de los Beatles, el DESPIERTA de Miguel
Ríos...-). R era monotemático (o, mejor, trinitario) en su verborrea, ceñida a
unos fetiches muy determinados: el disco con portada de periódico de AGUAVIVA
(que me puso con unción la única vez que pisé su ultramoderna casa de la calle
Titulcia), un medicamento llamado Antabus Lefa (que nunca supe bien por qué le
obsesionaba -¿tal vez por permitirle usar la palabra “lefa” en un
contexto no directamente procaz?-) y la película de Iván Zulueta UN, DOS, TRES,
AL ESCONDITE INGLES. Me la contaba una y otra vez en su particular lenguaje
mitomaníaco y en cada ocasión de una manera distinta, a cuál más grandiosa (al
final, esto fue malo porque, marcado a sangre y fuego por la verba apasionada
de mi compi, cuando me encaré años más tarde en dos o tres ocasiones con la
película real me pareció una menudencia y mi atención no resistió ninguna de
las veces el visionado completo –ahora que evoco la figura de R, quien tampoco
resistió a posteriori la comparación con su momento mítico de semipubescencia,
me arrepiento de no haber visto la cinta hasta el final-).
Las siguientes veces en que alguien me sacó a
colación este film de Zulueta con la mirada brillante de entusiasmo fue al
principio de tratar a Carlos Berlanga (el UN, DOS, TRES... parecía ser uno de
sus tótems, aunque, a diferencia de R, en este caso, más por la presencia de
las Vainicas y de Mercedes Juste que por otra cosa), al entrevistar a Mari
Carmen y Gloria para el libro de Júcar y, finalmente, con Dildo y Charlie, dos
grandes devotos de IZ como ha quedado claro en los párrafos precedentes. En mi
mente esa continua visión desatendida del UN, DOS, TRES... se funde con el
cortometraje LEO ES PARDO, también grato a Carlos, y que vi por primera vez en
los 80 y me hizo llorar ante la belleza insuperable de la protagonista (con
algo de Bolan y algo de Junior –o mejor, algo de gemela monocigótica de un
combinado de Bolan y de Junior-), nostálgico de MODESTY BLAISE, de Enric Sió,
de Ana Mª Moix y su cocodrilo Leopoldo, del R no degradado que yo traté, de una
explosión setentera que siempre me habría gustado haber vivido a la edad en que
estaba protagonizando mi cuarto de hora rutilante como estrellita pop.
LA UNICA VEZ QUE ALGUIEN HA JUGADO EMPATICAMENTE CON EL “PARA TI”
Cuando Iván Zulueta usó mi canción como fondo
musical y fragmentos de diálogo para
los momentos más climáticos de su mediometraje PARPADOS me sentí sobrecogido de
pasmo y emocionado por el impremeditado homenaje (yo lo admiraba por su film
ARREBATO y también guardaba como oro en paño el lp BRAKAMAN de su hermano Borja
–que siempre asocié a las peripecias peterpanescas de Will More por los abismos
de la pasión cinemaníaca y por las suicidadoras cumbres de la Torre de Madrid-
pero jamás habría sospechado que supiese de mi existencia –parejo pasmo me
habría producido escuchar de pronto a Bryan Ferry versioneando EN CUALQUIER
FIESTA-). Sólo la atención que por aquellos años me deparaba Eduardo Haro Ibars
actuando como mi mentor en el plano literario hubiera podido compararse. El
PARA TI con su presencia en PARPADOS queda redimido de afrentas pasadas y
futuras (pienso en el doble juego de Diego Manrique y su ironía terrible
–etiquetando pomposamente mi balada como himno de toda una generación y,
a la vez, dando el pistoletazo de salida al veto que desde el 86 ha hecho
fosfatina mi carrera musical- o en la fría disociación autor/obra –como si
hubiese hallado la cita en la puerta de un retrete o poco menos- con que
Almudena Grandes actuó cuando usó una línea del PARA TI para titular una de sus
novelas, sin olvidar a esas gentes que, en plan MISERY, exigen mi canción en
los conciertos más como provocación/amenaza que como muestra de empatía) con
esa elección de IZ para acompañar musicalmente unas secuencias de la obra que
supuso su regreso tras ARREBATO. Son detalles como estos (impagables con
dinero) los que me hacen no tirar la toalla en las horas bajas, cuando uno se
siente completamente out-sider y out-timer, sólo apto en este
perro mundo para ser celiniano blanco de desplantes, de zancadillas, de
maledicencias, de putadas sin cuento.
toquetea
a CARmen (o a CARlos –a elegir-) y podrás descargarte PARPADOS
(pensando
en el tabernario peregrino Lupercio
y en su
encantadora demiurga)
se
derrite en la copa
al
calor de la mano.
Los párpados se tintan
en ese vano intento
de mirar a través.
Apurada la copa
no hay camino de vuelta:
tan sólo esa sonrisa
que nadie explicará.