Telstar Zulueta


impresiones de Charlie Mysterio

 

La primera vez que escuché hablar de "Arrebato" fue un verano durante la segunda mitad de los 80. Yo andaba como loco por ver "The Trip" de Roger Corman y me interesaban especialmente los filmes de temática psicotrópica. "Zabriskie Point" no me había llegado a convencer tanto como "El Topo". "Riot on Sunset Strip", a pesar de su magnífica banda sonora y excepcionales apariciones, me pareció floja, bobalicona y moralista. Aún era muy joven para apreciar el gran valor de la eterna "Blow-up", entonces muy reivindicada por los mods.


Un fotógrafo me habló del gran filme psicodélico nacional, "Arrebato". Insistió mucho para que la viera. En aquel tiempo la programaban muy de cuando en cuando en un cine-estudio madrileño; era la gran peli maldita de nuestro cine. Aquellos pocos que acudÌan en peregrinación a verla y adorarla eran apodados los "arrebatados". No tuve la suerte de unirme a tan glorioso clan. Soy un arrebatado de segunda categoría.


Unos pocos años después un amigo que se dedicaba al cortometraje me consiguió al fin una rara copia en video, ya no recuerdo si en VHS o Betamax. Tampoco me acuerdo si provenía o no de una emisión de TVE. Lo cierto es que a pesar de la pésima calidad del soporte el contenido me dejó de una pieza. El tipo de psicodelia al que me enfrentaba era distinto, siendo el viaje más opiáceo que lisérgico. Además contenía una seria reflexión sobre la experiencia vampírica del cine y la creación en general. Recuerdo haber sentido la misma profunda emoción que cuando vi por primera vez "Apocalipsis Now", "La Naranja Mecánica" o "Vértigo". Un viaje al fin de la noche de uno mismo. Sensaciones agridulces, sabores confusos y mucho para pensar.


En los 90 hubo un pequeño revival arrebatado, creo que fue emitida varias veces por el Ente Público y esto generó un culto para nuevos iniciados. Recuerdo un diálogo apasionado con dos jovencitas de primero de Arquitectura que acababan de descubrirla. "No se parece a ninguna pelÌcula española", decían. Y no les faltaba razón. Es curioso que en plena movida madrileña "Arrebato" no tuviera que ver prácticamente nada con la supuesta modernidad capitalina y aquel "movimiento", pese a la aparición de algunos de sus protagonistas. tiene más relación con el pasado y el futuro, marca un punto de inflexión. Todo lo que vino después va a ser juzgado a partir de "Arrebato". He visto pocas películas posteriores que posean ese aura de eterna novedad, de ruptura estilística y carga emocional devastadora. "Tasio" de Armendáriz y "Epílogo" de Gonzalo Suárez son dos de las escasísimas que encuentro. También ha llovido mucho desde aquellas o más bien la meseta de nuestro cine está más mustia y triste que nunca (como inválida excepción, pues vive en Francia desde hace siglos, cito a mi adorado Adolpho Arrieta). Finamente la revista RDL -tan fuerte en cine como floja en música- le dedicó el primer puesto de las mejores resulta discutible que sea la número 1. Posiblemente porque no existe ni la mejor ni a peor y los rankings son siempre absurdos.


Estuve muchos años repasando y degustando "Arrebato", primero en una vieja copia de video y luego en una mala edición en DVD que regalaba algún periódico. Parece ser que ya ha sido remasterizada en toda regla. También pude ver "1,2,3...al escondite inglés", la muy aprovechable y delirante puesta de largo zuluetesca. Es curioso que ambas contienen un sentido del humor muy personal que luego ha tomado literalmente (por no decir plagiado) Pedro Almodóvar. Los gags almodovarianos, tan famosos ya en el mundo entero, tienen su origen en Iván Z. sin ningún género de dudas. Mucho aprendió el manchego del príncipe donostiarra. Pero claro, nunca poseerá la finura, el ingenio y la sutilidad de nuestro malogrado Iván. Es otra liga. Para muestra un botón: en "Pepi, Luci, Boom..."  Almodóvar introduce como gracieta el sketch de "Erecciones generales", que hoy podría ser perfectamente un póster más en alguna pared de las calles de Chueca. El fálico concurso queda más bien sugerido, no termina de mostrarse explícitamente al espectador, supongo que por razones de censura. Sin embargo Zulueta sí muestra un pene en erección -fundido con una jeringa de heroína- en una escena totalmente alucinógena en medio de un excepcional montaje de imágenes icónicas y poderosas, todo ello con el increíble fondo musical de los hipnóticos Negativo (¿los Suicide patrios?). Una genialidad estética y rompedora frente a un chiste zafio y circunstancial. Así es el lupanar de nuestro cine. Unos innovan, otros se llevan la gloria (y las peseta$).

Las cosas zigzagueantes de la vida me llevaron un día a hacer buena amistad con el también genial Iñigo Zulueta, escultor y  primo hermano de Iván. A través de Iñigo empecé a conocer datos realmente asombrosos y reveladores sobre Iván y su entorno. Supe entonces que capitaneó una micromovida donostiarra en los 70s, mucho más excelsa y avanzada que la madrileña. Y es que existieron muchas movidas previas a la oficial. Y mil veces más interesantes; por supuesto eternamente subterráneas, sólo al alcance de pombianos, románticos, crípticos..aficionados en general a las catacumbas. También conocí algunos secretos de Villa Aloha, el lugar sacro de peregrinación donde los zuluetanos querríamos descansar, en aquella habitación superior bajo la cúpula celestial y la luz noble de las estrellas del Norte.

Finalmente la siempre discutible Casa Encendida organizó una exposición de Polaroids de Iván. Yo creo que nadie ha llegado más lejos en este mundo con el Super 8 (el extraordinario montaje de "A mal gam a" debería figurar en cualquier manual de Hollywood) y con las Polaroids que Iván Z. Ahí tuve ocasión por fin de conocer al gran hombre en uno de los escasos homenajes que le hicieron en vida. Las Polaroids eran una excusa; se rendía tributo a lo mejor de nuestro cine. La entonces Ministra de (In)Cultura, Carmen Calvo, tuvo el delicioso detalle de no asistir: eligió ir al estreno de un documental sobre Metallica, un acto ineludible a toda costa y mucho más enriquecedor para ella misma. Estos detalles ilustran y de qué modo el estado de nuestra cultura y de quienes la gestionan. Zulueta no era de interés y seguirá sin serlo. A los arrebatados nos da exactamente igual. Me llamó poderosamente la atención la forma de ser de Iván. Tímido, aniñado, excéntrico, con luminoso brillo en la mirada cada vez que alguien le soltaba algún comentario cariñoso, elegante y de presencia totalmente magnética. Era imposible no fijarse en él en aquel patio de la Casa Encendida. Apenas pude hablarle, tan sólo saludarle y expresarle bobamente mi total veneración. Horas después se le ofreció una copa en el excelso Bar Cock y tuve la fortuna de ocuparme de la música aquella noche. Seguramente Iván no se dio ni cuenta, pero pinché en su honor a Negativo, Brakaman, Vainica Doble, la Mondragón y algunas joyas setenteras que seguro eran de su agrado. Todo lo que obtuve fue un cálido apretón de manos y su sincera sonrisa. Fueron más que suficientes. Nunca más volví a verle.

En plenos fastos del aniversario de la Movida, mi querido Jorge Berlanga me pidió que le echara una mano en diversas labores para un pequeño festival que organizó en el cine Bellas Artes. Era de entrada gratuíta  (financiado no sé si por la Comunidad o por el Ayuntamiento; tanto monta...) hasta completar aforo y la selección -acertadamente berlangiana- fue evidentemente de primera. Películas de culto que influyeron en  la Movida y algunas deliciosas excentricidades. La noche más importante fue, sin duda, la de "Arrebato". Los buenos contactos de Mr.Berlanga posibilitaron que la Filmoteca prestase una copia virgen del filme...¡la última que quedaba! Desvirgamos "Arrebato" en una noche absolutamente mágica. La copia era verdaderamente fabulosa, con imagen y sonido espectacular, como debe ser. Recuerdo unos colores azules que nunca he percibido en otras copias. La banda sonora por fin bien ecualizada gracias al divino revelado analógico me supo a gloria. Mi sueño hecho realidad: poder ver "Arrebato" como su director soñó. Toda la sala guardó silencio sepulcral durante la proyección. Fue la noche en que el cine se llenó hasta los topes, mucha gente no pudo entrar. Me llamó particularmente la atención que la media de edad no superara los 20 años.  Gente joven ansiosa de conocer la verdad. Me pareció muy esperanzador. Como representantes de aquellos celebrados y caóticos días estaban Jorge y el insuperable Antonio Gasset, que tiene un pequeño papel en el arranque. También las guapísimas Cristina Huarte y Paloma Lasso, musas eternas de la vida cultural madrileña. Nadie más. Ni del cine ni de las artes plásticas ni de la política. Tampoco hacían falta: nunca fueron arrebatados.

 

 

 

La vida no vivida de Iván Zulueta

Por Dildo de Congost

 

(“Mientras tanto…”). San Sebastián, año 2005. Por fin, conozco a Iván Zulueta, en una sala de cine. (“¿El cine? Es pasión furibunda. Todo lo demás es accesorio”). Me acerco y le digo que soy muy fan, que mi cerebro no sería así sin “Arrebato”, sin “Leo es Pardo” ni “A mal gam a” ni “Párpados”, sin las polaroids, sin las portadas para Vainica, incluso sin “Un, dos, tres, al escondite inglés”. Le propongo una entrevista para Línea de Sombra. Él duda (“no sé, no sé, no sé, no sé”) y contesta con evasivas. (“Estoy muy bloqueado. Es la metadona, es terrible, sigues enganchado pero sin chispa. Luego está la pierna y lo demás. Todo al revés. No vale la pena añadir nada”). Total, que intercambiamos teléfonos y volvemos a vernos otro día. Nos tomamos unas cervezas en el ambigú del Teatro Principal donostiarra. Luego, vemos “Tideland” de Terry Gilliam (a quien tenía que entrevistar al día siguiente, para una revista de tendencias). Tras la película, insisto: “Si cambias de opinión, dame un toque y hablamos con grabadora y sin prisa”. Promete llamarme y, una semana después, cuando ya estoy de vuelta en Madrid… “riiiing”. Es él. (“Que te lo agradezco mucho, pero en este momento no puedo, es que me toca muy de cerca y no puedo enfrentarme a ello. Es muy mal momento”). O sea, que no. Yo, por supuesto, acepto su decisión. No insisto. Entiendo que sigue colgado en plena pausa, arrebatado, atrapado entre la posibilidad/imposibilidad de volver a hacer cine y enredado en sus juegos infantiles. (“Supongo que nadie quiere crecer; a todo el mundo le pasa, y a mí también, claro. A esta edad me doy cuenta de que sigo sin estar preparado para nada”). Al fin y al cabo, ya había tenido dos pequeñas conversaciones con él, muy interesantes pero poco reveladoras. Y no creo me hubiera contado nada que no haya contado en el documental-interviú “Iván Z” o en el libro “Sólo se vive una vez” o en la entrevista publicada en el especial 20 aniversario de “Rockdelux” (donde “Arrebato” fue premiada como “mejor película española del siglo XX”). Entrevistas que, en el fondo, tampoco decían nada nuevo. No quedaba ya nada que rascar, nada que preguntar ni nada que responder, más allá del tópico. (“Todo el mundo se tiene que dar la hostia en esta vida”). Todo está ahí, entre fotos, cromos, fotogramas e ilustraciones. Por mucho que su mente metadónica la complicara, la realidad estaba (está) firmemente apuntalada y, a la vez, cambiando a cada segundo: Iván Zulueta es (era) un artista multidisciplinar con una de las obras más personales, egoístas, insólitas y subyugantes del siglo XX. El hecho de que él se sintiera frustrado por no poder hacer más películas (“estoy muy mayor y soy muy masoca y he estado mucho tiempo mirando al pasado y diciéndome eso de “has hecho cosas y tienes que seguir haciéndolas”. He tenido una lucha tremenda con eso”) y de que la mayoría lo considere un “outsider” es pura anécdota, aunque así lo llamaron los chupatintas y becarios de la prensa en sus titulares: “Muere el director maldito de la Movida”. Pero ni Zulueta era “maldito” (más bien, un bendito) ni perteneció jamás a la “Movida”. Y, más allá de las palabras, queda la obra. Su obra. Y, a mi juicio, la obra de Zulueta es una anomalía impecable. Y no me refiero sólo a “Arrebato”, que, hasta cierto punto, es su trabajo más comercial, por llamarlo de alguna manera (“tenía un cierto hartazgo del súper 8, que ya no me llevaba a más, y quería trabajar con actores”), sino también a sus piezas maestras de cine experimental, sus alucinantes y alucinados súper 8 (de la increíble “Frank Stein” –el film de Whale comprimido en tres minutos- a “Mi ego está en babia” –su título más zen-), sus inconfundibles portadas de discos y carátulas (¿cuántas horas has pasado mirándolas? ¿meses? ¿años? Toda una vida...) o sus fascinantes polaroids (secuencias abstractas de un pequeño mundo paralelo que podemos visitar una y otra vez gracias a los tomos recopilatorios editados por La Casa Encendida). La obra de Zulueta es un magma que te envuelve y te engancha, que puedes chutarte en la retina una y otra vez y colgarte con él y luego vomitarlo todo y volver a empezar. Es una mierda peligrosa. Sí señor. Como la mejor heroína, la tailandesa. Nada que ver con la metadona almodovariana. (“Con Alaska y Almodóvar y demás coincidía a veces, pero llamarnos y quedar, no”).

Luego está el problema de la vida no vivida. Porque, como se preguntaba el  chico con la espina en el costado, “¿cuándo quieres vivir a dónde vas, cómo empiezas, a quién tienes que conocer?”. Es peliagudo, aunque, en el fondo no es tan complicado. Pero no es fácil desenredar el ovillo. Toda vida es perfecta en sí misma, pero el ego insaciable siempre pide más. (“Quiero hacer cine con travelling, con equipo, con grúa. Sólo el trabajo me salvaría. Todo lo demás va muy mal”). El pobre quiere más, el rico mucho más y nadie con su suerte se quiere conformar. Zulueta no se conformaba con su agridulce y envidiable retiro donostiarra, tal vez porque no le dejaban: cada cierto tiempo aparecía un plasta recordándole que él era el director de “Arrebato”, una película que él ya a duras penas podía afrontar (“durante equis años, cada vez que la veía, me quería tirar por la ventana”). Y entonces no podía disfrutar de ese gran tesoro que es vivir cada día, de levantarse frente al mar y empezar desde cero. Con un enorme lastre kármico acumulado durante sus años de “jaco” y celuloide, el sueño de Iván era volver al cine por la puerta grande, hacer una gran producción, una “masterpiece”, un musical, pero se veía incapaz, tanto por su estado físico y mental (“las cosas están muy difíciles para eso”) como por su situación económica (“yo para hacer un musical quiero glamour, quiero piernas, y eso está un poco reñido con la pobreza”). “Arrebato” lo  dejó  completamente vacío (“cuando acabé la película ya intuí que no iba a hacer nada más”) le paralizó el espíritu, mientras el “mono” hacía lo propio con su cuerpo y su cerebro (“yo no me he parado por las drogas, sino por la ausencia de drogas”). Niño prodigioso atrapado en un pétreo cuerpo adulto, el estado del Zulueta post-“Arrebato” era muy parecido al del protagonista de aquella canción de Ride:

“Catch me, in another dream, I'm pulled away,
Hold me, gently take me through another day.
However hard I try,
I crawl when I should fly.
I wander through my days,
Pulled a million ways.
Help me feel the forces I can't touch, I'm reaching out.
Help me learn, until I know too much, I'm still without.
These circles pulling me near,
Hold me in my fear.
And sleeping I can't hide,
I'm paralysed inside.
Paralysed”

Cada vez que escucho esta canción me acuerdo de Iván, con su bastón y su cigarrillo y sus arrugas y su expresión infantil y su rostro alucinado y sus excusas y su extraña simpatía y forma de hablar. (“Detalles en la próxima caricatura…”). Un aristócrata de celuloide y amalgamas congelado, disecado, enclaustrado en Villa Aloha como un personaje de Gorey. (“Me voy a San Sebastián y me encierro completamente. En fin, una catástrofe. Ya te imaginas”). No logró entender que, incluso en su bloqueo y en su imperfección, en su caos y su entropía, era perfecto. (“El problema soy yo, evidentemente”). Que un cineasta que ha rodado “Arrebato” o “A mal gam a” o “Párpados” puede morir tranquilo. Que no hace falta más. Que el resto es oferta y demanda. O el vicio de comer caliente todos los días. Que Lynch podía haber muerto después de “Cabeza borradora”: con ella vivió, luego sobrevivió. Y que toda la vida que Zulueta creía no haber vivido, (“la distancia entre lo que haces y lo que puedes hacer”) todos esos sueños de nuevas películas, de Hollywood, de alfombras rojas, (“pero hay derrota”) musicales imposibles y galas de Oscars lo estaban matando lentamente. (“Y tienes que reconocer la derrota”). Incluso más que los “años bárbaros, años oscuros, años de heroína” que supusieron su recaída entre 1993 y 1997 y su posterior reenganche al sucedáneo. (“Ahora vivo con la metadona, desde hace diez años, y ya estoy completamente harto”).

No hay artistas malditos. Sólo obras incomprendidas. (“Era muy fácil creer que todo había sido un desastre”). Y la de Zulueta no lo es. Ha tenido premios, exposiciones, homenajes. Sus cortos sobreviven aclamados por una elite de espectadores y reclamados por una novísima oleada de cineastas extremos españoles que, como Velasco Broca, Oriol Sánchez o David Domingo, ruedan solitarios más allá de los márgenes de la mediocre industria del cine español, dando la espalda a las salas comerciales. (“En su día nadie la vio. Luego todo el mundo se ha puesto de acuerdo”). “A mal gam a” ha sido incluida en la prestigiosa antología de cine experimental español “Del éxtasis al arrebato”, cuyo título ya reconoce explícitamente la importancia de Zulueta, un cineasta que nunca llegó a disfrutar del todo de un fracaso que fue, a la  vez, un inmenso triunfo. (“No hay nadie en el que yo confíe tanto como para que su opinión me baste”). En cuanto a la influencia de “Arrebato” (“era mía, mía, mía”), es incalculable, pero seguro que (directa o indirectamente) tiene la culpa de que directores como Santiago Fillol, Elio Quiroga, Marc Recha, Nacho Cerdá, Isaki Lacuesta, Jaime Mollet-Serra, Nacho Vigalondo o Daniel V. Villamediana hagan o hayan hecho cine. Para bien… o para mal. (“Las películas españolas están sin montar, no se juega nada. Y las bandas sonoras igual. Qué pobreza, por Dios, pueden hacerse mil cosas…”).

Todo esto me gustaría habérselo transmitido a Iván en vida. Pero perdí el móvil en un taxi, con su teléfono, y al año siguiente, cuando volví al festival de Cine de San Sebastián, no intenté buscarlo… y no lo encontré. Tampoco pasa nada. Nada es casual. Las pocas respuestas que quedaban en el tintero, ya estaban (están) en una macroentrevista colgada en www.ivanzulueta.com. Más que una entrevista, una conversación entre amigos. Tal vez la mejor de todas. Cuando volví a Donosti, no entrevisté a Zulueta, sino a mi cineasta favorito de todos los tiempos, David Cronenberg, que presentaba “Promesas del este”. El caso Cronenberg es diferente, casi en las antípodas de Zulueta, aunque en sus obras hay puntos de convergencia. El creador de “Videodrome” (su filme más zuluético) no tiene uno, sino unos 30 arrebatos. Y de todos consiguió salir con vida, sin parálisis, caminando sobre las aguas del ostracismo sin hundirse ni, mucho menos, ahogarse. En mi encuentro con él, Cronenberg me pareció un hombre feliz, realizado, contento con su vida y su obra. Gélidamente satisfecho, su expresión rozaba lo jüngeriano, aunque con posos de oscuridad. De alguna manera, Cronenberg logra exorcizar todos sus fantasmas a través del rodaje, encontrando en sus fotogramas pequeños satoris. Cronenberg no se deja vampirizar por el cine, es él quien astutamente le chupa su sangre technicolor.

Pero ni Cronenberg, ni Jacinto Esteva, ni Lynch, ni Agustí Villaronga, ni José Antonio Sistiaga ni (me atrevo a decir) ningún otro director de la historia del cine llegó tan lejos como Iván Zulueta. Ninguno puso toda la carne en el asador. Todos, en mayor o menor medida, miraron al otro lado del espejo, como buenos voyeurs y grabaron lo que allí veían. Zulueta, sin embargo, se atrevió a cruzar al otro lado, se dejó seducir por la frontera, atravesó el cristal sin romperlo… y ahí se quedó para siempre. Aquí, y sólo aquí, radica la radical inmensidad de “Arrebato” y la naturaleza heróica de Zulueta como autor. Por eso, el hecho de que el cuerpo de Zulueta haya muerto al fin, es del todo irrelevante (salvo, quizás, para familiares y amigos). Porque su alma podemos encontrarla ahí, donde siempre, al otro lado del espejo, pero no, no de ese espejo, sino del otro: la pantalla de cine o de televisión, ahí detrás, ahí está… cada vez que se proyecta “Arrebato”, cada vez que se pone el DVD, ahora que se puede. Ahí se quedó. Y, por eso, el hombre que yo conocí, el escurridizo espectro cuya psicofonía jamás logré cazar con mi grabadora… era un cuerpo sin alma. Y, por eso, la película que, hace un rato, he vuelto a ver por enésima vez, permanece tan viva y tan ajena al paso del tiempo. Porque, como todo el mundo sabe, los vampiros son inmortales. (“Mientras tanto…”).

 

Dildo se arrebató también aquí.

 

 

ON ECSTASY

 

one very special trance by BARBARA MINK COAST 

 

 

Uno se queda colgado, sí, de Internet, y todo lo que contiene, pero ¿es ese un cuelgue extático? ¿No estaremos más bien acunándonos a nosotros mismos, en un gesto que redobla marcialmente nuestro cuerpo en la cuna que se mece eternamente y en la mano que la mece, en lugar de ¡ops!, op oloop, saltar por encima de nuestro cuerpo -pero otra vez dos cuerpos- y despojarnos de toda circunstancia? No, bien está que nos dejemos abrazar por la rabiosa ramificación radial, pero no es lo mismo eso que estar en éxtasis. Y para que quede claro qué es éxtasis, lo primero, lo perfecto, que se me ocurre es lo que sigue:

 

Dime, ¿cuánto tiempo te podías llegar a pasar mirando este cromo?... ¿Te acuerdas?... ¿Y éste?... ¿Y esta orla?... ¿Y esta página?... ¡Años, siglos… toda una mañana! Imposible saberlo, estabas en plena fuga… éxtasis… colgado en plena pausa… ¡ARREBATADO! ¡MIRA!

 

Así se explica ya el éxtasis. Esas palabras son el extracto que la Filmoteca Española ha elegido colocar donde normalmente pone la sinopsis de las películas que programa, para tentar con la proyección de Arrebato, de Iván Zulueta. Así se explica ya el éxtasis. En frase de Baudelaire, el artista es el creador de lugares comunes. En este caso, el lugar común no es la patria de los carniceros provincianos de los novelones franceses, sino la imagen a la que acude uno sin saber que está ya moviéndose hacia algún lado. Otra cita, otrosí: la cultura es lo que queda cuando se ha olvidado todo. El lugar común del artista es lo que nos arropa antes de que tengamos que mendigar una mantita. Deja que tumbe mi cuerpo de pordiosero en tu cama de falsa perspectiva. Ay, esta vez sólo tengo un cuerpo. En todo caso, en otro orden de cosas, en resumidas cuentas, enternecedoramente, la Filmoteca es una institución y la definición zuluetil ya se ha colado en ella, con la habilidad de En un lugar de la Mancha y con la astucia de Siempre nos quedará París.

 

¿Lo habíamos perdido? El hilo no se ha roto. Tirando del hilo, el deshollinador que tengo yo en la cabeza desde que era pequeña y miraba cromos le pide a la en fuga Mary Poppins que su fuga sea tan falsa como una perspectiva forzada y que no tarde en volver. Yo no sé cuál es el hilo entre toda la madeja, pero esta tarde, atontándome en internet, saltando de piedra en piedra como he oído esta misma tarde (en que saltaba de piedra en piedra) a Calvino que contaba que jugaba de pequeño, he descubierto una cosa que me sacaba las lágrimas, porque era lo más parecido a un éxtasis que nos es dado recibir en estos días lacios. He sabido hoy que la criada menos gorda de Mary Poppins era Elsa Lanchester. Nunca lo había sabido.

 

El matrimonio Laughton-Lanchester me parece calidísimo. No sé por qué, me es muy fácil imaginar el amor del gordo Charles por la rara mujer que fue novia de Frankenstein, y otra vez no sé por qué, hoy adoptan al hijito Iván Zulueta.

 

Para mí este fotograma

 

 

 

 es el soneto XLIX de Shakespeare:

 

Against that time, if ever that time come,

When I shall see thee frown on my defects,

Wheneas thy love hath cast his utmost sum

Call'd to that audit by advised respects;

 

Against that time, when thou shalt strangely pass,

And scarcely geet me with that sun, thine eye,

When love, converted from the thing it was,

Shall reasons find of settled gravity;

 

Against that time do I ensconce me here

Within the knowledge of mine own desert,

And this my hand against myself uprear,

 

To guard the lawful reasons on thy part:

To leave me poor thou hast the strength of laws,

Since, why to love, I can allege no cause

 

 

Para protegerme contra el día, si es que tal día llega, en que adviertas con horror mis defectos; en que, siguiendo algún bienintencionado consejo, des por cerrado el cálculo de tus sentimientos; para protegerme del día en que pases a mi lado como una extraña y  del sol que hay en tus ojos apenas me alcance un rayo fugaz; cuando el amor, mutado de aquello que fuera, se ampare en justificaciones razonables y sensatas; para protegerme de ese día yo me he parapetado aquí, en la certeza de que tengo todas las de perder, y mi mano contra mí mismo levanto en vigilancia de las legales razones que tú tienes. Pues para dejarme tirado tú cuentas con las leyes irrefutables,

Mientras que yo no tengo con qué defender mi amor.

 

 

 

 

ZULUETA MIX

 

mejunje zurdesco

 

LA PELICULA QUE NUNCA LLEGUE A VER ENTERA

 

Año 1970. Hora del recreo en el colegio marista del Parque Conde de Orgaz. Abrumado (esto es, inmerso en la bruma caballeresca) de los cómics Marvel que descubrí el último verano, espero con paciencia autista a que R, mi compañía habitual en esos lapsos entre clases, me arrastre a su mundo de labia compulsiva y precocidades sin cuento (perdón, con mucho cuento). R tiene algo del andrógino primordial: Truman Capote a su edad (doce años que parecen menos en lo físico pero casi se doblan cuando te habla) debió de ser así (siempre que releo las primeras cosas de TC evocando su niñez me reencuentro con mi antiguo compañero de recreo, pero en singular mezcla –el niño/niña protagonista, frágil y tímido, se funde con la megalómana niña prodigio recogida en uno de los relatos de UN ARBOL DE NOCHE o con ese rabo de lagartija llamada Holly Golightly-). De hechuras mullidamente achaparradas como un gato persa, con melenita rubia y gafas de señora mayor (siempre asociaré esas gafas enormes como faros de haiga a las de Mariví Romero y Luis Tomás Melgar, dos iconos televisivos de la época). La hiperactividad imaginativa de R hoy podría parangonarse con la del alien Roger de AMERICAN DAD pero sin sus repelencias (éstas vendrían con el tiempo –cuando me lo reencontré una década después, en plena Movida, con su pluma desbordante y bobalicona, haciendo como que no me reconocía y preso de todos los manierismos de rigor, entiendo que le resultase crispante a Eduardo Haro Ibars y que éste, fiel a su natural luciferino, lo embromase de manera macabra, como recoge J. Benito Fernández en cierto pasaje de su biografía LOS PASOS DEL CAIDO y como el propio Eduardo me contó en una versión más sabrosa en detalles y regodeos-). Como tantos mariquitas que se agostan y se vuelven tediosos en cuanto salen del armario, R vivía en ese año 70 su momento más carismático: en el umbral de la pubertad era ingenioso, mágico en sus seductores enredos de palabras, y yo, que por entonces no entendía de parafilias pero sí estaba ávido de anomalías y mutaciones, me sentía cómodo a su lado, en tanto lo veía como un alienígena con quien compartir el rechazo a los deportes y la curiosidad por la cultura pop (la cual, aparte de con la explosión marveliana, había entrado en mi vida con las tiras de MODESTY BLAISE publicadas en FOTOGRAMAS, las viñetas de Enric Sió que sacaba MUNDO JOVEN, los asesinatos de la familia Manson, los reportajes en el No-do y el ABC dominical sobre la revolución hippy y la música que de refilón me rozaba los tímpanos –el WE LOVE YOU de los Rolling, el FREE YOURSELF de los Canarios, el COME TOGETHER de los Beatles, el DESPIERTA de Miguel Ríos...-). R era monotemático (o, mejor, trinitario) en su verborrea, ceñida a unos fetiches muy determinados: el disco con portada de periódico de AGUAVIVA (que me puso con unción la única vez que pisé su ultramoderna casa de la calle Titulcia), un medicamento llamado Antabus Lefa (que nunca supe bien por qué le obsesionaba -¿tal vez por permitirle usar la palabra “lefa” en un contexto no directamente procaz?-) y la película de Iván Zulueta UN, DOS, TRES, AL ESCONDITE INGLES. Me la contaba una y otra vez en su particular lenguaje mitomaníaco y en cada ocasión de una manera distinta, a cuál más grandiosa (al final, esto fue malo porque, marcado a sangre y fuego por la verba apasionada de mi compi, cuando me encaré años más tarde en dos o tres ocasiones con la película real me pareció una menudencia y mi atención no resistió ninguna de las veces el visionado completo –ahora que evoco la figura de R, quien tampoco resistió a posteriori la comparación con su momento mítico de semipubescencia, me arrepiento de no haber visto la cinta hasta el final-).

Las siguientes veces en que alguien me sacó a colación este film de Zulueta con la mirada brillante de entusiasmo fue al principio de tratar a Carlos Berlanga (el UN, DOS, TRES... parecía ser uno de sus tótems, aunque, a diferencia de R, en este caso, más por la presencia de las Vainicas y de Mercedes Juste que por otra cosa), al entrevistar a Mari Carmen y Gloria para el libro de Júcar y, finalmente, con Dildo y Charlie, dos grandes devotos de IZ como ha quedado claro en los párrafos precedentes. En mi mente esa continua visión desatendida del UN, DOS, TRES... se funde con el cortometraje LEO ES PARDO, también grato a Carlos, y que vi por primera vez en los 80 y me hizo llorar ante la belleza insuperable de la protagonista (con algo de Bolan y algo de Junior –o mejor, algo de gemela monocigótica de un combinado de Bolan y de Junior-), nostálgico de MODESTY BLAISE, de Enric Sió, de Ana Mª Moix y su cocodrilo Leopoldo, del R no degradado que yo traté, de una explosión setentera que siempre me habría gustado haber vivido a la edad en que estaba protagonizando mi cuarto de hora rutilante como estrellita pop.  

 

 

 

 

LA UNICA VEZ QUE ALGUIEN HA JUGADO EMPATICAMENTE CON EL “PARA TI”

 

Cuando Iván Zulueta usó mi canción como fondo musical  y fragmentos de diálogo para los momentos más climáticos de su mediometraje PARPADOS me sentí sobrecogido de pasmo y emocionado por el impremeditado homenaje (yo lo admiraba por su film ARREBATO y también guardaba como oro en paño el lp BRAKAMAN de su hermano Borja –que siempre asocié a las peripecias peterpanescas de Will More por los abismos de la pasión cinemaníaca y por las suicidadoras cumbres de la Torre de Madrid- pero jamás habría sospechado que supiese de mi existencia –parejo pasmo me habría producido escuchar de pronto a Bryan Ferry versioneando EN CUALQUIER FIESTA-). Sólo la atención que por aquellos años me deparaba Eduardo Haro Ibars actuando como mi mentor en el plano literario hubiera podido compararse. El PARA TI con su presencia en PARPADOS queda redimido de afrentas pasadas y futuras (pienso en el doble juego de Diego Manrique y su ironía terrible –etiquetando pomposamente mi balada como himno de toda una generación y, a la vez, dando el pistoletazo de salida al veto que desde el 86 ha hecho fosfatina mi carrera musical- o en la fría disociación autor/obra –como si hubiese hallado la cita en la puerta de un retrete o poco menos- con que Almudena Grandes actuó cuando usó una línea del PARA TI para titular una de sus novelas, sin olvidar a esas gentes que, en plan MISERY, exigen mi canción en los conciertos más como provocación/amenaza que como muestra de empatía) con esa elección de IZ para acompañar musicalmente unas secuencias de la obra que supuso su regreso tras ARREBATO. Son detalles como estos (impagables con dinero) los que me hacen no tirar la toalla en las horas bajas, cuando uno se siente completamente out-sider y out-timer, sólo apto en este perro mundo para ser celiniano blanco de desplantes, de zancadillas, de maledicencias, de putadas sin cuento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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ARREBATO ESPIRITUOSO

(pensando en el tabernario peregrino Lupercio

y en su encantadora demiurga)

 

El fotograma rojo

se derrite en la copa

al calor de la mano.

 

Los párpados se tintan

en ese vano intento

de mirar a través.

 

Apurada la copa

no hay camino de vuelta:

tan sólo esa sonrisa

que nadie explicará.