EL LARGO CAMINO HACIA EL ZEN
Por
Dildo de Congost
“Estando Ninakawa
en su lecho de muerte, recibió la visita del maestro zen
Ikkuyu, que le preguntó:
-¿Necesitas que te guíe en este paso?
Ninakawa respondió:
-Vine solo a este mundo y solo me marcho. ¿De
qué podría servirme tu ayuda?
Ikkuyu contestó:
-Si piensas que realmente vienes y vas,
esa es tu ilusión. Déjame que te enseñe el sendero en el que no hay idas ni
venidas.
Con estas palabras, Ikkuyu
había revelado tan claramente el sendero que, con una sonrisa, Ninakawa falleció en el acto”.
(Cuento tradicional japonés).
Mi camino hacia el zen
empezó siglos antes de que existieran mis tatarabuelos. Pero, en esta vida, en
este mundo digamos que se inició con un acontecimiento clave: mi nacimiento, mi
paso a este plano de la realidad desde el “limbo”. Para el segundo
acontecimiento (mi experiencia católica no la cuento, porque fue completamente
inútil) tenemos que irnos veinticinco años después: la muerte de mi padre, que
me enfrentó de forma ultraviolenta con el mysterium de Thanatos, con las
preguntas básicas de la existencia, y de su “antes” y su “después”.
Preguntas que no parecían tener respuestas. Fue un shock
bestial, pero, entre otras cosas, propició el nacimiento del personaje de Dildo, una suerte de versión oscura y brutal de mí mismo
que, empapada de nihilismo, hizo correr ríos de tinta ensangrentada y llevó un
estilo de vida vagamente inspirado en el de los beatniks.
Curiosamente, muchos de éstos, especialmente Jack Kerouac, también se sentirían atraídos antes o después por
el budismo zen, tanto por la filosofía en sí misma
como por su aplicación a la escritura, para conseguir un flujo de palabras más
espontáneo y menos intelectual, directamente influido por los “haikus”. Sin embargo, en su día no me llamó la atención
esta utilización del zen por parte de los beatniks: lo veía como una excentricidad orientalista,
preludio de las veleidades hinduistas de los futuros hippies.
Además, mi beatnik favorito (o, mejor dicho, protobeatnik) siempre fue William Burroughs,
un personaje que nunca recurrió al zen y optó por
coger otro vehículo hacia el interior: la heroína. Para gustos se pintan
colores…
Mi etapa “brutta”
fue una época de sexo, drogas y rock’n’roll. Un
tránsito necesario que me dejaría bastante saciado de sensaciones físicas y me
llevaría poco a poco hacia el ámbito espiritual. De nuevo, habría que remitirse
a la frase-icono de Blake, sí, la del exceso. Como
experiencias valiosas, remotamente emparentadas con el mundo espiritual, aunque
en un sentido más lúdico, he de destacar mis aventuras con diferentes drogas de
la mano del toxicófago Joe D’Allesandro (especialmente una noche de MDMA en Barcelona, que culminé escuchando una y otra vez en
un walkman “EL ESLABÓN PERDIDO” de Vainica Doble, creyendo atisbar en él parte
del sentido del cosmos; además, distintas experiencias con hongos alucinógenos,
en compañía de diferentes amigos) y ciertos artículos, como el que le dedicó el
propio Joe a la figura del maestro místico, músico y
escritor George Ivánovich Gurdjieff. También datan de esta época mis primeras
lecturas de los ensayos de Aldous Huxley
(si bien ya había devorado “UN MUNDO FELIZ” en mi adolescencia), mis peripecias
alucinógenas galaicas y mis coqueteos con el opio junto al diseñador, performer y bon vivant Atrovent: aquí debo
apuntar que la dilatación temporal que produce el opio en el cerebro es, en
cierto modo, similar a la que se produce en zazen.
Pese a mis continuos palos de ciego, fue una etapa de búsqueda que tuvo sus
frutos: llegué a la conclusión de que las drogas son muy divertidas, en
ocasiones sanas para el espíritu e incluso, a veces, permiten atisbar piezas de
Paralelamente a estas hazañas psicoactivas, tuve ocasión de conocer a Fernando Márquez
“El Zurdo”, al que ya hacía años que seguía a través de sus discos, libros y fanzines. Pronto, gracias a su estrecha pero efímera colaboración
con “MONDO BRUTTO”, nos hicimos amigos y con él
daría, sin darme cuenta, nuevos y valiosos pasos en mi caminata hacia el zen. Tanto su revista “EL CORAZÓN DEL BOSQUE”
como nuestras conversaciones, constituyeron un puente entre la cultura pop (que
me obsesionaba en aquellos tiempos) y la cultura tradicional (que apenas
conocía): el Zurdo era un raro eslabón perdido entre ambas galaxias. No en
vano, fue él quien me descubrió la cara oculta de Nico
(para mí, la gran mística del universo sonoro) y me presentó a Fernando Sánchez
Dragó (devoto de la cultura japonesa cuya influencia fue bastante enriquecedora
durante una temporada) y, sobre todo, a Rafa C., un ex legionario que, a través
de las lecturas de Jünger y la práctica de zazen rinzai con un maestro
coreano, caminaba sin mojarse sobre las turbulentas aguas de la metapolítica y el pensamiento radical. Mis charlas con
Rafa, en unas tertulias semanales en las que, con el Zurdo y otros compañeros,
departíamos sobre lo divino y lo (post)humano, se convertirían en la recta
final hacia el zen. Además de sus orientaciones
verbales, Rafa me prestaría/recomendaría/regalaría bastantes libros sobre
distintas disciplinas espirituales y yo mismo empecé a buscar en tiendas y
bibliotecas más material, de forma bastante desordenada al principio, si bien
me fui centrando poco a poco. Leí volúmenes sobre todo tipo de tradiciones,
pero siempre sentí una clara inclinación por el zen.
Entre los artefactos culturales que
despertaron mi curiosidad por el tema espiritual y me sirvieron de camino de
baldosas doradas hacia el zen, debo destacar los
siguientes:
-“HAGAKURE”
(obra seminal de Jocho Yamamoto
sobre el código de conducta de los samurais. Me
atrapó y me fascinó durante años con frases que llegué a saberme de memoria,
como: “Debe empezarse cada mañana meditando tranquilamente, pensando en la
hora final e imaginándose las diferentes maneras de morir”. Durante los
primeros meses de mi arrebatado romance con este libro lo llevaba conmigo a
todas partes).
-“CARNE DE ZEN /
HUESOS DE ZEN” (antología de historias antiguas del
budismo zen que narran episodios y experiencias de
distintos maestros a lo largo de cinco siglos. Me provocó una profunda
impresión tras comprarlo en una librería ferrolana y, aún hoy, lo releo con
frecuencia. Sus lacónicas anécdotas encierran más sabiduría que todas las
bibliotecas del mundo).
-“FRÍAMENTE, SIN MOTIVOS PERSONALES”
(filme de Michael Winner que, a instancias del Zurdo,
vimos juntos en mi antigua casa. Me fascinó el imperturbable personaje de Arthur Bishop, un solitario
asesino a sueldo que mataba con la frialdad y la precisión de un maestro zen).
-“ELOGIO DE
-“BLACK JACK” (cómic de Osamu Tezuka que descubrí a finales de los 90. Este cirujano
operaba con un perfeccionismo sobrehumano y era silencioso e intuitivo como un
león… o como un bodhisattva. A pesar de su condición
de mercenario del bisturí, Black Jack
poseía un código de honor tan férreo como los de sus antepasados katanescos).
-“
-“ELOGIO DE
-“GHOST DOG” (mi
filme favorito de Jim Jarmusch
es una adaptación del “Hagakure” a la época actual,
protagonizado por un asesino a sueldo urbanita y afroamericano
que vive y mata según el código de honor de los samurais.
Su estilo contemporáneo –rematado por una demoledora banda sonora de Wu-Tang Clan- funciona como ese puente levadizo entre
modernidad y tradición que muchos necesitamos).
-“EL LIBRO DEL TÉ” (me lo recomendó
Sánchez Dragó –suyo es el excelente prólogo de la edición de Martínez Roca- y
lo sigo considerando uno de los libros más hermosos que he leído. Kakuzo Okakura esboza una
brillante introducción a la historia, la filosofía y la práctica de la
tradicional ceremonia del té, que tiene su origen en el ritual zen. Me impresionó especialmente el capítulo titulado “El
taoísmo y el zen”).
-“EUMESWIL”
(obra maestra absoluta de Ernst Jünger,
narra la vida del anarca Martin
Venator, auténtico soberano de sí mismo, en cuyo
pecho late un corazón de maestro zen. Este libro de
valor incalculable me transmitió la certeza de que
-“EL LOBO SOLITARIO Y SU CACHORRO”
(manga-río de 20 tomos que comencé a leer algo antes de empezar a practicar zen y terminé poco después. Escrito por Kazuo
Koike y dibujado por Goseki
Kojima, este trepidante cómic japonés es una
auténtica ventana hacia el Japón de los samurais. Una
obra que me transmitió sensaciones que sólo había sospechado en mi
adolescencia, cuando leí “WOLVERINE” y “RONIN”, ambas de Frank Miller, discípulo confeso de Koike
y Kojima).
-“88 SUEÑOS” (librito de aventuras
oníricas de Juan Eduardo Cirlot que compré por
intuición en una librería de segunda mano, aunque ya había descubierto a Cirlot a través de “EL CORAZÓN DEL BOSQUE”. Los sueños
están presentados en esta obra como heraldos de la eternidad –que diría Byron- o como espacio espiritual que sirve de antesala a
otros estados del alma. Mi blog onírico Dildodrome nace gracias a este libro, entre otras cosas).
-“EL ABISMO DE FUEGO” (no me extenderé
mucho porque ya he hablado de este volumen en Línea de Sombra. Sólo diré que en
él encontré un reflejo claro, casi cegador, de lo que sería la dura práctica
espiritual, narrado en primera persona por Irina Tweedie, sufrida discípula de un maestro sufí de
-“
-“PREGUNTAS A UN MAESTRO ZEN” (libro mondo –o sea, de preguntas (mon)
y respuestas (do) más o menos breves- que compré porque me llamó la atención la
foto de la portada; en ella, el maestro Taisen Deshimaru lucía una expresión absolutamente sobrehumana en
su paz y su fuerza interior, con las manos soberanamente apoyadas sobre un
bastón. En el interior del libro, se escondía un auténtico tesoro: reflexiones
sobre la vida, el sueño, la meditación y la muerte, pronunciadas con una
lucidez y una sencillez abrumadoras. Aquellas páginas me hablaban (y aún me
hablan) como sólo puede hacerlo un auténtico iluminado. Es uno de los libros
que más he releído en mi vida y su poderoso influjo fue decisivo. Quién me iba
a decir a mí que, años después, me convertiría en aprendiz de una de las
discípulas más aventajadas de Deshimaru: la maestra
Bárbara Kosen).
Estos son los que más me marcaron pero, por
supuesto, leería muchísimos más libros sobre zen y otras disciplinas
espirituales, como “DADOR DE LUZ”, “EL HOMBRE Y LO DIVINO”, “
Aunque Nono
apenas había leído sobre zen –cosa que, a la hora de
meterse en el ajo, es mejor, porque no esperas nada- sí había oído hablar del
tema a una amiga suya, que practicaba distintas disciplinas espirituales y se
lo recomendó fervientemente para mejorar el estado de su alma. Ella me animó a
pedirle a Rafa C. el contacto del dojo donde
actualmente practicamos zen. Juntos, Nono y yo nos iniciamos; juntos, dimos un giro a nuestras
vidas. Descubrimos que, entre dos, es mucho más fácil (o, mejor, menos difícil)
transitar este tipo de vías, porque entre dos (como dice Jünger)
el mundo no pesa ni la mitad, aunque en la práctica estamos solos, frente a
nosotros mismos, aquí y ahora, más allá del bien y del mal. El resto, es
historia. Una historia íntima e intransferible para la que no encuentro
palabras. Algo que sólo el silencio es capaz de expresar. El gran
silencio…