Por
Fabián de Montalvo
Ni un monstruo, ni un
ancestro vivo de la era glacial, ni una bestia violenta ni un ser sideral
acampado en
Así lo ha demostrado
recientemente un grupo de científicos de
No hay duda, ambas
muestras son genéticamente idénticas a una subespecie de oso polar que habitaba
en Svalbard, Noruega, hace entre 40.000 y 120.000
años. Lo interesante del análisis es que, el hecho de que las fibras de unos y
otros estén tan lejos entre sí, sugiere la posibilidad de que haya ejemplares
vivos. Pero tranquilos, no se trata de que haya osos polares primitivos
merodeando por el Himalaya, sino de que, tal y como explican los científicos,
se trate se una subespecie de oso pardo que descienda de ellos.
Todas aquellas
teorías contrastadas por estudiosos, biólogos y expedicionarios de todas partes del mundo que recogía la
colección ‘Ala Delta’, de la editorial Edelvives, en
su famoso ejemplar ‘Yo vi al Yeti’, parece que se han quedado no sólo
obsoletas, sino desmentidas. Los vestigios, testimonios, las pistas… todo impugnado
y en suspenso.
UNA HUELLA EN
La leyenda del
‘Abominable hombre de las nieves’, como también se le conoce al Yeti, pese a lo
excedido del adjetivo, comienza en 1951, cuando el alpinista británico Eric Shipton fotografió una huella en la nieve de más de
El explorador también
británico Peter Byrne se pertrechó, en 1958, de los
enseres necesarios para dar caza a la bestia. Tuvo que contentarse con un dedo
que consiguió llevarse (tras arduas y onerosas negociaciones) de la mano que
conservaban los monjes de monasterio de Pangboche, en
Nepal. Ellos certificaban que la garra pertenecía al Yeti.
Con lo que no contaba
Byrne era con que las autoridades de la zona no le
concedieron permiso para sacar el dedo del país. Byrne
telefoneó a su mecenas, el americano Tom Slick, para
que le sacara del apuro. Y lo hizo. Slick se las
ingenió para localizar a su buen amigo James Stewart, sí, han oído bien, el
hombre que protagonizó, por ejemplo, ‘La ventana indiscreta’. Resulta que
estaba de vacaciones con su esposa Gloria en Calcuta.
Byrne le pidió el favor al actor de que escondiese el
dichoso apéndice del Yeti entre la lencería de su mujer. Y así, entre puntillas
y raso, llegó el dedo a Londres, donde quedó escoltado en el Colegio de
Cirujanos, en espera de contar con los instrumentos necesarios para su análisis.
Por fin, en 2011, los expertos concluyeron que aquel tentáculo era un dedo
humano. Qué asco (al menos, seguro, es lo que hubiera pensado Gloria, la esposa
del hombre que mató a Liberty Valance,
porque una cosa es arriesgar tu reputación por una reliquia mítica, y otra muy
distinta colocar entre las prendas más íntimas un pedazo de un desconocido).
AVISTAMIENTOS BIZARROS
No sólo son
extranjeros quienes van en busca del Yeti. El reputado montañista, abogado y
periodista César Pérez de Tudela (Madrid, 1940) explicó en su momento a la
prensa (hoy puede consultarse su testimonio en su blog) cómo en 1973, mientras
bajaba el Annapurna, uno de los macizos de Nepal, lo vió. Al Yeti. A Miguo. Al
abominable hombre de las nieves. Y no quedó especialmente impresionado; al
menos, apunta que, en su larga vida de explorador, le han ocurrido “sucesos de
mayor trascendencia y valor metafísico”.
Pérez de Tudela
quizás sea el español que más tinta ha dedicado al monstruo –con perdón-. Incluso
antes de verlo, aquella tarde de 1973, en lontananza, erguido, imponente,
sobrecogedor. El barón de Cotopaxi, ese delicioso personaje literario creado por
el madrileño, mitad capitán Haddock, mitad vizconde
Demediado, lo relata con todo detalle en sus conocidas aventuras. Transmite no
sólo las experiencias del montañista, sino la de todos aquellos que le
comparten su encuentro con la criatura.
Nadie rechista el
testimonio de Pérez de Tudela. El respeto que suscita, sobre todo como
montañista, es supino. Alguno, en su blog,
previo empleo del título de maestro, le pregunta si el avistamiento se produjo
en condiciones de esfuerzo físico bajo o medio, y a una altitud donde no
hubiera peligro de hipoxia, ese estado en el que el cerebro no recibe
suficiente oxígeno, lo que puede originar alucinaciones.
José Ramón Bacelar,
otro experto himalayista y director de la agencia de
viajes exóticos ‘Sanga’, también fotografió las
pisadas del Yeti a una altura inverosímil para los humanos,
Sin embargo, otros
expertos de solvencia demostrada, como Juan Luís Arsuaga,
conocido por sus investigaciones en Atapuerca, aseguran
que es imposible que existan primates –sea cuales sea su tipología- en lugares
donde no haya frutas todo el año, es decir, que fuera de las áreas tropicales
no hay posibilidades de supervivencia para los simios.
ESTRELLA DE
Pero los habitantes
de las zonas en las que el Yeti ronda no se fían. Toda norma, al fin y al cabo,
tiene su excepción. Del mismo modo que, en algún momento, la especie humana
sufrió un cambio definitivo que la separó de sus ancestros, quién sabe si
realmente el Yeti, ese ser solitario –siempre se le ha visto solo- y pacífico
–no se tiene constancia de posibles víctimas- deambula por esas inhóspitas
tierras boscosas de la cordillera del Himalaya.
Desde luego, es uno
de los ejemplares estrella de
De cualquier manera,
lo que la ciencia ha probado es que los pelos que se atribuían al Yeti son de
un género concreto de oso, lo que no invalida al monstruo en sí. Quizás, en vez
de una criatura terrorífica, el Yeti no sea más que lo que aseguran algunas
fábulas locales, sabios convertidos en grandes gurús, yogis
viejos cansados del mundo de los hombres, eremitas que se preparan para su
último viaje.