por Esther Peñas
Frente al poder,
para no perder de vista la
trampa.
Contra el poder
siempre lo distinto,
por no desdecirnos nunca de
nuestras palabras.
Contra la prebenda,
el hemisferio del poema,
la errata en el impulso,
la dignidad de mantenerse
en el lugar que uno ha escogido
ser en esta extraña batalla
(tan llena de niebla).
Frente al poder
la piedra, el matiz,
la sonrisa de la diferencia
(se les distingue, en ellos es mueca).
Contra el poder
el compromiso de zurcir la línea,
el compromiso de la revolución no extinta
la promesa de alcanzar la frontera
impensable
y traspasar su linde
aunque no rinda,
no guste
no
endulce.
Contra el poder,
la fragilidad de lo público
en vez del acto en la sombra
a cambio de cargo
o artefacto
(libro, no poesía)
o jurado.
Frente al poder
sólo cabe mirarlo a los ojos inertes
por no perder el paso.