Tragos
De Luxe. 1ª
entrega.
(crónica
mysteriosa sobre los placeres y riesgos de la noche líquida)
A Jorge
Berlanga
Debemos cuidar de nuestro
hígado como procuramos hacerlo de nuestro cerebro humano. Pues es el hígado el
máximo responsable de eliminar las sustancias nocivas de nuestro organismo,
esas que tanto alteran nuestro cerebro humano especialmente a partir de las
cuatro de la mañana. A veces despertamos en estado de máxima confusión sin
saber dónde tenemos el cerebro humano, sin conocer la localización exacta en la
que nos encontramos (a menudo me sucede que despierto en la calle Puebla…pero
no vivo allí), sin el recuerdo de cómo hemos llegado y encima sin apenas datos
suficientes de la persona que tenemos sorpresivamente a nuestro lado. Estas
situaciones tan habituales entre el gremio de los abogados -también entre la
gente de la banca- tienen mucho que ver con nuestro hígado y su función
desintoxicante, que en muchas noches no puede desarrollarse con éxito llegando
a ocasionarnos múltiples malestares e interrogantes al día siguiente.
Últimamente pienso mucho en mi
hipocondrio, también en mi epigastrio, regiones que albergan el preciado tesoro
del hígado que tantas alegrías puede dar a nuestro cerebro humano cuando la
sangre es desintoxicada, las vitaminas se almacenan y la bilis se excreta y se
conduce a un feliz final duodenal. En deferencia a estos nobles órganos y con
el objeto de salvaguardar sus funciones únicas y vitales me preocupa
sobremanera ingerir sustancias de alta calidad cuando salgo por ahí de picos
pardos, a dar un voltio, a chulear, a matar el gusanillo en plena madrugada y
visitar las tabernas de
Su hígado humano está en serio
peligro. Tenga usted en cuenta que la gran mayoría de los licores nocturnos que
consume por ahí no sólo son destilados sino que además han sido secretamente
manipulados y contaminados. Esto le producirá serios padecimientos en su hígado
que aún está a tiempo de solventar.
Para ello he aquí la primera
entrega de mi guía infalible de pequeños grandes sitios donde se cuida la
bebida, el servicio y la calidad de los licores siempre es de primerísima
categoría. No es este un llamamiento a perder las formas y beber sin
moderación; sí a poder hacerlo con total tranquilidad y suma calma sabiendo que
al día siguiente sabrá usted dónde se encuentra, quién yace a su lado, cuánto
dinero queda en su cuenta bancaria, cómo se llama su suegra, a qué colegio van
sus hijos, la fecha y la hora de su cita con el psicólogo, dónde se encontraba
cuando el hombre pisó
1.El Jazz Bar
Descubrí este fabuloso rincón
a finales de los 80. Sigo frecuentándolo desde entonces pues es mi bar de
cabecera. El gran Antonio ha sido su eterno encargado, guardián, barman y
sublime selector musical del mejor jazz que uno puede escuchar en
Madrid. Afortunadamente Antonio aún permanece los fines de semana, así que
recomiendo especialmente disfrutarlo las noches de viernes y sábados. El equipo
que le rodea, además, es magnífico. Otra de las señas de identidad del Jazz Bar
es que siempre ha tenido un servicio excelente, personal intachable y realmente
simpático al otro lado de la barra. En los tiempos que corren este es un valor
que no tiene precio.
La carta de licores del Jazz
siempre ha sido óptima, pero en los últimos tiempos se han lanzado con bastante
maestría al terreno difícil de la coctelería. Hoy podemos disfrutar de los más
deliciosos gin-tonics, clásico nocturno por excelencia y bebida muy peligrosa
dependiendo de dónde se tome. En el Jazz Bar sólo sirven primeras marcas de
ginebra y se han especializado en este trago largo llegando a ofrecer cada
semana una distinta y excitante variación. También dominan el Bloody Mary, que
resulta perfecto para antes de la cena o el café irlandés justo para el momento
contrario y, siempre lo digo, el mejor irish
coffee de los Madriles, elaborado con auténtica nata de manga
pastelera y la cantidad exacta de whisky flambeado.
El Jazz Bar lleva abierto
desde noviembre del 79 y hubo un tiempo en el que incluso ofrecía pequeñas
actuaciones en directo en las siempre perezosas tardes dominicales. Era una
delicia disfrutar allí de un trío acústico de jazz
manouche o de una soberbia cantante sin microfonía alguna pero
prodigiosa voz en tardes lluviosas e invernales. Porque la atmósfera del Jazz
Bar siempre es cinematográfica, muy de film
noir. Basta con contemplar su peculiar y único interiorismo a base
de magníficas intantáneas de blues y jazz en blanco y negro (siento especial
predilección por la foto de Lady Day en su última sesión de grabación y la
eterna melancolía que desprende), persianas americanas, figurines de viejos
jazzmen, macetas y enredaderas o las cajas de luz con fantásticas y coloristas
portadas de álbumes en su imponente barra central, corazón de este santuario de
románticos.
Mi mesa favorita es la primera
que se encuentra en el primer piso y desde la cual se obtiene una panorámica
total del sitio; me encanta estar allí durante horas disfrutando pausadamente
un buen escocés de reserva y observando con sumo interés la entrada de nuevas
caras por la puerta o reencontrando a los viejos clientes de siempre,
compañeros de barra y de más de mil batallas y anécdotas. La acústica es
magnífica y la música siempre está al nivel más oportuno. Las selecciones de
Antonio no sólo son fruto de una pasión absoluta por el mejor jazz sino que
encajan a la perfección en el transcurso de las horas. Así a primera hora
podemos escuchar la bossa más jazzeada y menos obvia para luego adentrarnos
poco a poco en el jazz dorado de Anita O´Day a Wayne Shorter, con sus solistas,
cantantes, compositores, formaciones e intérpretes históricos que aún hoy nos
siguen emocionando. Una noche en el Jazz Bar siempre es una noche ganada.
Jazz Bar, calle Moratín esquina calle Santa María,
barrio de Huertas.
2.
El Beguin the Beguine
A escasísimos metros del Jazz
Bar nos encontramos con otro gran clásico, al que los algunos fieles llamamos
en petit comitè el Toni 1 por varios motivos: en primer lugar este peculiar
camarote está regentado por el simpático y excéntrico capitán Toni; también
porque ante la habitual consulta que suele formularse a partir de las tres de
la mañana “¿A dónde vamos, al Toni 2?”,
-capciosa pregunta que incluye respuesta- muchos contestamos con cierto aire de
chulería típica de estos castizos lares y mucha propiedad: “Nosotros nos vamos al Toni
Son muchas las cualidades que
comparte Beguin the Beguine con el Jazz Bar, además de su proximidad geográfica
y adoración por Cole Porter.
Por ejemplo a nadie deja
indiferente su interior, en este caso de una excelsa chamarilería en exquisito
desorden que habría hecho las delicias de Duchamp o de Ramón. También del
Capitán Nemo. El Beguine es, en el fondo, una greguería. Una genial chaladura
repleta de objetos imposibles de crípticas conexiones que te alegra la noche
por muy duro que haya sido el día.
También la música es allí
magnífica pues Toni tiene un olfato infalible no sólo para la arqueología en el
Rastro y el interiorismo bizarre
sino para seleccionar jazz, blues, boogie, brasileira… Y debo decir que está
más al día en novedades discográficas de lo que uno pueda imaginar: hace poco
me sorprendió con unas versiones magníficas de Dr. John a cargo de un combo que
sonaba a clásico, publicadas sólo unos días antes por la singular banda del
baterista stoniano, el de
flequillo cano y certerísimas baquetas. Muchos de los clientes de este rincón
de aire surreal y mágico venimos de El Parnaso, el otro clásico de Huertas que
últimamente anda en eternas obras. Debo decir que prefiero el Beguine a su
predecesor pues me parece aún más noctámbulo, más romántico, mucho más
disparatado.
En Beguin the Beguine el
desenfado y la genial chifladura no están reñidas con el rigor más absoluto a
la hora de servir un buen licor.
Hay quien prefiere las famosas
caipirinhas del sitio, otros pedimos siempre el clásico Gin&Tonic que Toni
prepara con mimo y detalle o un buen Oporto. Buenos licores en un sitio
tranquilo y submarino donde lo mesurado no parece posible y sin embargo el caos
es finalmente armónico y las noches suaves como la seda.
Beguin
the Beguine, calle Moratín 27,
Barrio de Huertas.
3.El Fígaro
Hace muchos y lejanos años
existía un simpático y pequeño bar en
El muy acogedor Fígaro posee
una pequeña barra pero tras ella los licores son estupendos, por ejemplo recomiendo
su tequila reposado o su reserva de whisky. Es un local reciente pero ya tiene
solera. La programación es, al mismo tiempo, cuidada y es posible disfrutar
tanto de genuinos conciertos de blues, noches de swing con bailarines
profesionales, ciclos de cine clásico… como de pinchadas infalibles a cargo de
maestros como Paco Imposible o Matías Funkazoid y de la nueva hornada irritante
capitaneada por los imprescindibles e insobornables Hermanos Pizarro.
En resumen el Fígaro es la mar
de entretenido. Tiene una sala interior con unos cómodos sofás, la sagrada mirror ball que proyecta su luz hipnótica
y una cabina de pinchas a la antigua, es decir de primer orden. Qué gloria da
ver una buena y vieja colección de vinilos allí, propiedad de la casa. Sobra
decir que la acústica del sitio también es fetén.
Las noches en el Fígaro pueden
resultar totalmente insólitas: hace poco una noche entre semana me dejé caer y
me encontré nada más y nada menos que a Patti Smith ofreciendo un set acústico
inolvidable para los afortunados que por allí deambulábamos. Encima tuve la
suerte de charlar con ella tras el improvisado concierto e incluso marcarnos
algún baile juntos, pues alguien pinchó el Dream
of Life, aquel disco que hizo en el 88 junto al gran Fred Sonic Smith.
La selección musical en el
Fígaro es clave; se nota que es un bar de los que aman la música y, en
consecuencia, la noche.
Fígaro Café. Calle Amnistía 5. Barrio de
Oriente
4.El Oba Oba
Recuerdo que en los 80 conocí
el Oba Oba pues enfrente estaba El Calentito, un histórico bar de la posmovida.
Y cuando cerraba El Calentito algunos cruzábamos la calle y nos sumergíamos en
las siempre excitantes catacumbas del Oba Oba, que a día de hoy aún conserva
una envidiable energía y un ambiente de lo más variopinto.
Cuando Madrid era Madrid y sus
noches repletas de imprevisible magia, en el Oba Oba uno podía encontrar música
brasileira en vivo cada noche y party a go
go, que dirían Los Imposibles.
Una aciaga noche entre la
semana de un olvidado invierno la ciudad parecía un pueblo fantasma; hacía una
rasca de Nebraska, todo invitaba a largarse pronto al calor del hogar y aposté
con unos amigos, bien entrada la madrugada, a que algo se estaba cociendo en el
Oba Oba. Costó Dios y ayuda convencer a estos incrédulos pero nada más llegar y
bajar las siempre intrigantes escaleras no es que hubiese allí una fiesta, es
que parecía que se habían traído el Sambódromo de Río al completo: bailarinas
monumentales, máscaras de carnaval, tropecientos músicos en escena, todo el
mundo bailando al contagioso compás de la batucada, ruido, percusión,
diversión…frenesí.
Nunca más aquellos hombres
grises de tan poca fe volvieron a desconfiar de mis humildes recomendaciones.
Entrando en materia debo decir
que me ha costado muchos años valorar adecuadamente las famosas caipirinhas del
Oba Oba. Durante lustros las encontré fortísimas, pero cuando al fin tuve la
fortuna de viajar a Brasil y probar el cóctel típico de allí, lo primero que me
vino a la quijotera fue: “igual que la del Oba Oba”.
Porque la caipirinha es una bebida fuerte, muy sabrosa, espirituosa,
vivificante y posiblemente la más auténtica que podemos encontrar en Madrid
está en la barra del Oba Oba, donde las elaboran con cachaça importada de
primera calidad y con la dosis exacta de lima y azúcar, servidas en vaso corto.
Lo que no son cortas allí son precisamente las noches…
Oba Oba. Jacometrezo 4. Callao.
5.
Si el Oba Oba lidera las
caipirinhas,
En próximas entregas
hablaremos de las mejores coctelerías de esta ciudad, que para mí son las dos
clásicas de siempre y una tercera reciente, es decir caben en una mano y sobran
dedos. Sin embargo hay pequeños bares especializados en algún cóctel que
siempre son de agradecer. En
Nada más traspasar su puerta
nos encontramos con otro rincón mágico capitalino. En este caso un viaje al
Mexico ultrapop, con una sorprendente colección de fetiches y objetos
magnéticos, muertitas, altares y pinturas murales coloniales.
Las selecciones musicales son
de primera, de hecho más de un avezado cazatalentos les ha propuesto editarlas
via discográfica. Pero si quieres escuchar esa música tienes que hacerlo en
Tras la barra el gran Caimán,
uno de los socios, rodeado siempre de un equipo de primera.
Caimán parece sacado de un
pisoctrónico celuloide de los 60; puede que de algún film italiano de culto con
score de Morricone, o de un policíaco francés de la nueva ola, o de un nipón de
samurais y geishas...tal vez del mismísimo Bollywood de la era dorada.
Un tipo elegante, auténtico,
sabio, atemporal, de maneras refinadas, trato siempre cálido y un look tan
estudiado como natural, de los que ya no quedan, que más que regentar un bar
parece el perfecto anfitrión de la fiesta soñada por Tarantino.
Caimán es uno de los nuestros.
Recomiendo principalmente
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Doy gracias al Señor porque en
el centro de Madrid tenemos
Aleluya.