los tragos de charlie mysterio seconda puntata
En el Café hablo a
mis amigos del heliotropismo. Es un Café sombrío pero con mantelito. Cada vez
somos más los heliotropistas de salón atraídos por la densa humareda y la brillante
clientela del Café. Me quité la dentadura postiza antes de sentarme en mi
mesita habitual. El Café suele estar lleno a la hora del idem; yo tomo ese idem
con un poco de whisky y le digo al barman: "Una gota, una
lágrima...basta".
ilustración:
martín tognola
Una de las formas más útiles de pasar el rato consiste en deambular. No está en
la naturaleza de la piedra que cae desde lo alto de la montaña el parar a
tiempo. La calle está llena de maravillas. Zigzagueando sin cesar por el centro
de la ciudad, el destino me llevó una tarde otoñal a este Café. No estaba en
las calles más frecuentadas y tuve que caminar ansioso por sucias y malolientes
travesías y callejuelas pobladas de sombras sospechosas hasta encontrarlo.
El otoño es un empeoramiento pero descubrí de inmediato que el Café es el mejor
sitio del mundo. Hay que ser más que humano para comprenderlo; y mezclar las
cosas reales con los lances más extraños mientras se disuelven los terrones en
el trifásico.
Y descontentadizo para pasar allí todas las tardes.
En el Café me vuelvo casero y recogido. Y de allí no me muevo aunque críe moho.
Al estar atorado el Café pierde su vida privada; también sus rincones de
gracia.
Compruebo que la vida sigue cada tarde en el Café. En la era antigua previa a
la modernidad europea usábamos los duros; entonces las mesas del Café eran de
mármol y el sonido del durito golpeando en su superficie indicaba al camarero
que ya era la hora de traer la nota y cobrarnos. Ahora tardan mucho en hacerlo.
El cerebro de un camarero se aviba con el repicar del duro sobre el mármol,
aunque el ser humano sólo posea 527 músculos (algunos animales llegan a los
40.000).
ilustración:
álvaro altozano
Los animales no saltan a la comba aunque algunos sufren afasia.
Esos son los que ya no visitan el Café porque aquí el género es de primera.
El Estado debería subvencionar nuestro Café. Todo lo que tenemos lo gastamos en
el Café. Si el Café pasa a ser posesión del Estado se ingresará en el erario
púbico todo nuestro dinero mensual. Mi mujer se queja porque no llevo dinero a
casa para la manutención de nuestros hijos y tampoco para sus trapitos púbicos.
Todo me lo gasto en el Café.
Cuando se estilaban los duros siempre me sobraba alguno. En la bolsa de mi vida
suben y bajan las cucharillas del Café.
Soy un admirador entusiasta de la imaginación de los hombres y las mujeres que
mezclan sabiamente unas gotitas de scotch con el café.
Los espejos del Café se van empañando con nuestras conversaciones a medida que
avanza la tarde. El director del local se aproxima a nosotros lleno de untuosa
servicialidad. Aprieta mi mano con cosmopolitismo peregrino. Me convida a un
terrón de azúcar y yo le invito a un palillo mondadientes. Hay muchos mirones
del Café que no saben abstaerse y nos observan
sin piedad. Se sientan en las mesas de las ventanas: saben que allí les dan
raciones mayores porque así se hace propaganda de la casa. Sus platos están
llenos y tienen más tiempo para curiosearnos.
Uno de los componentes más
útiles del cerebro humano es la memoria. Los camareros poseen una muy grande en
la que van almacenando los inolvidables recuerdos de la comanda anterior.
También nombres, fechas, números de teléfono, fetiches privados y manías de los
clientes y hasta la dirección de Purita.
Hay quien recuerda el cuarto centenario del Libro de Vesalio.
O el nombre del inventor del primer buque de vapor de resultados realmente
prácticos.
Un viejo camarero no olvida haber sido objeto de muchas y crueles sátiras a
causa de su joroba.
Cultivo mucho el cerebro humano cada tarde en el Café y pienso que mi cerebro
humano, tarde o temprano, puede servirme para algo. La única parte de mi
cerebro humano artificial es mi sombrero, del que me despojo al entrar en el
Café, como el resto de los clientes. Aquí aún se guardan las formas.
Soy de los que creen que toda posición en el Café proviene de una capacidad
personal para la intuición de la realidad exterior; el tiempo de la larga,
permanente, inacabable experiencia de observar a los transeúntes a través de
los ventanales del Café es considerado improductivo por la mayoría. Los perros
de caza vamos al Café con nuestros cazadores, tan venidos a menos como
nosotros.
La conversación de hoy ha versado sobre microscopios, violines, motores y
boinas.
A medida que el cognac y el brandy aparecieron en la sobremesa comenzó un
debate apasionado sobre la grasa de la piel y la quema de libros.
ilustración: rafael de
penagos
Muchas
de las óperas hoy universalmente aplaudidas fueron un rotundo fracaso la noche
del estreno. Las toses son previamente ensayadas en el Café antes de ser
puestas en práctica en la ópera. Nuestra cultura está tranquila en el Café
puesto que los ministros nunca vienen por aquí.
Un señor me pregunta qué hora es y cómo se va a la plaza de Martínez Campos.
Dibujamos en una servilleta de papel -con membrete del Café- un mapa a mano
alzada con los dedos grasientos de bizcochos y suizos. La ruta será
serpenteante y grasienta.
Las servilletas de papel del Café son sutiles y curan cualquier vanidad.
El Café es la única parte cultural de mi existencia y me hace soñar cada tarde
en viajes por los mares del Sur, buscando entre las arenas de las playas unas
indígenas como Dorothy Lamour.
Pasar las horas de la tarde en el Café constituye un bello ejercicio para el
cerebro humano; adquiere la fortaleza y flexibilidad necesarias para andar por
la vida fuera del Café.