una maledetta tarantella

a cargo de

CHARLIE M.

 

En el cine de Tarantino (que ha sido magistralmente definido como "arte y ensayo para las masas") encuentro una serie de características comunes a todas sus películas. Por ejemplo, la obsesiva reivindicación de modos y estilos añejos que al director le resultan de un encanto irresisitible; les llamaría sus homenajes particulares. Al principio fue el género de atracadores-gansters-bandas ("A Band Apart" como su productora) en "Reservoir Dogs" al unísono con un claro tributo FM ("super sound of the seventies") rescatando joyas del funk más oscuro, hit paraders, b-sides y alguna deliciosa horterada. A este modo de hacer cine tan en boga en los 50-60s ("The Killing", "Código del hampa", "Asphalt Jungle"...), Tarantino le inyectó de forma desmesurada violencia a lo Peckinpah y diálogos absurdos sobre Madonna y “Top Gun”. Todo esto unido a una genial dirección de actores, un guión soberbio, un ritmo tremendo y un marcado pesimismo; pocas veces un director de cine ha debutado de esta forma extraordinaria (sin ir más lejos, supera a los Cohen y su "Sangre fácil").

 

 

"Pulp Fiction" merecería semanas de análisis. Es tan Los Angeles como cualquier disco de los Doors, más vintage que cualquier film que se haya hecho y con todo un despliege de recursos (heroína, hamburguesas, freaks, surf a todo trapo -parece que Tarantino fuese una enciclopedia del rock instrumental-, neotravoltismo, boxeo, Vietnam, twist, magia, matones, dealers, biblias, second-chances -Arquette, Willis-...) más un montaje, unos diálogos, cameos y una puesta en escena sencillamente prodigiosa. Todo ello sucediendo en el presente sin caer en el revival. En cambio, su magnífica tercera película fue todo lo contrario, pues se marcó un 70´s tribute rescatando a la reina del blaxploitation (Pam Grier) y regresando a un cine más comedido con pocos actores y mucho diálogo como en su debut.

 

 

Debe ser que Tarantino se toma sus películas pares como un himno al exceso. "Kill Bill" se lleva la palma de oro al barroquismo estético. Vuelve a demostrar que es un pozo sin fondo de lo reivindicable (esta vez el cine de karatekas, yakuzas, manga, samurais, las canciones con aire de score, el Japón loco por el vintage, zapatillas deportivas, etc). Sin embargo, en esta ocasión se introducen muchas novedades: por primera vez no hace una película coral y todo el peso narrativo recae sobre una única protagonista, Uma Thurman. Interpreto este detalle como unas ganas de exprimirla al máximo que vienen de lejos, pues si es indiscutible que la Thurman no ha hecho nada decente desde "Pulp Fiction", su aparición en aquella obra maestra fue un tanto breve. La Thurman ha tenido que aprender japonés (es una delicia escucharla con ese cuerpo tan europeo) y machacarse el cuerpo a esgrima y artes marciales en pleno post-parto. Lo malo de esto es que va en detrimento de los demás personajes pero al ser una saga puede que luego vayan cobrando forma. De momento me he quedado con unas ganas tremendas de David Carradine y Daryl Hannah...

 

 

Lo que más me ha impresionado de "Kill Bill" es su prodigio técnico y su exquisitez visual. En mi opinión supera ampliamente a "Matrix", película sobrevalorada en todos los aspectos. Solamente el grafismo, el vestuario y la música de la última tarantinada dejan a la otra en pelotas. Si los homenajes antes eran sutiles ahora son una locura. ¿Cuántos se ha tomado la molestia de ofrecernos esta vez? En este nuevo ejercicio de estilo lo que es impresionante es el montaje. Hay secuencias tremendamente complejas llenas de inusual dinamismo y mucho delicatessen al estilo De Palma (incluso Hitchcock). La precisión a la hora de rodar balas, espadas, persecuciones, la simetría en las composiciones o el alucinante homenaje a los maestros del grabado japonés en el combate final son de quitarse el sombrero.

 

 

Acabaré comentando otras dos novedades. Por vez primera aparece una actuación musical de fondo (las simpáticas 5678´s niponas, que mezclan garage, chicle y B-52) y -lo que más me ha llamado la atención- por primera vez se trata la violencia desde una óptica no realista. Aparece el humor en lo exagerado de la sangre. Esto añade esperpento pero resta dramatismo. Y otro pero más: la anodina Lucy Liu no está para nada a la altura (incluso por debajo de la criticadísima Maria de Medeiros dos filmes atrás). Esto demuestra que de donde no hay no se puede sacar; ni siquiera Tarantino ha podido maquillar su mediocridad. Hasta la bobalicona Bridget Fonda estaba genial en "Jackie Brown", pero esta vez no ha podido ser. ¡Joan Chen hubiera sido mejor a pesar de sus años! Qué pena porque Gogo, la teenager psicópata nipona ultraviolenta y lolita, es un maravilloso, maravilloso descubrimiento.

 

Y hay mucho más que decir...

 

 

 

unas anómalas líneas del webmeister 

 

 

“¿Sombrillas asesinas? ¡Por supuesto! Exquisito.”

(HOMER J. SIMPSON)

 

Hay libros, discos, teleseries y películas en los que me siento especialmente cómodo. Ganan con cada nuevo visionado, lectura o escucha y me dan una especial energía. Si estoy bajo de forma, me levantan el ánimo y salgo al mundo en plan Makoki (ya sabéis, “¿algún problema o algo?”). Entre las lecturas, los dos tochos randianos ya archimentados en otros rincones de esta web, el “Hannibal” de Thomas Harris, “Apocalipsis” (o también “Carretera maldita”) de Stephen King, cualquier inyección en vena de James Ellroy (salvo aquella cosa autobiográfica, que me pareció bastante fallida y tostón –a excepción de algunas páginas-), y en cómic la saga manga de “Black Jack”. Entre las teleseries, “Twinn Peaks” se lleva la palma, al punto (ya lo dije en su momento) de proporcionarme la suficiente marcha como para que terminase mi novela “La Canción del Amor”, en dique seco durante un trienio. De música, últimamente disfruto bastante con el homenaje a los Carpenters de grupos indies de los 90, con la sobredosis de fressy suisse que suponen Free Design o los Harper Bizarre, con la selección que me hizo Charlie a partir de material de Ilegales, con The Monochrome Set y su continuación Scarlett’s Well, con la camerata pop llamada Tindersticks o con nuevas y obsesivas escuchas de Los Caramelos. En el apartado cinematográfico, “Taxi Driver”, “Apocalypse Now” (aún mejor en plan redux), “Repulsión”, “El silencio de los corderos” y, claro está, “Pulp Fiction”.

 

 

Una de las películas más abundante en momentos gloriosos que puedo recordar: desde la música de los créditos (que siempre me recuerda a una pieza de Los Relámpagos, en plan surf cañí, que no me extrañaría nada conociese el amigo Quentin, dada su enciclopédica cultura pop –cuanto más bizarra, mejor-) al ataque de histeria de la entrañable Honeybunny atracando la cafetería (ataque calmado por un impresionante Samuel Jackson, en pleno tránsito de la predación a sueldo al vagabundeo zen/carradiano), pasando por toda la secuencia en el restaurante años 50 (asientos cadillac, comida basura de luxe, twist tarantello...) o por la magistral historia del boxeador (reloj en el culo incluido, Medeiros incluida –la única vez que esta mujer me ha conmovido y puesto a mil con esa dulzura alelada y lo del placer oral y los deseos de tripa y la bulimia golosa, redimiéndose a mis ojos de su insoportable rol como la grimosa Anais Nin en la pedante bioshit “Henry y June”-, BDSM incluido –estupendo el imprevisto pacto de honor entre Willis y el gangster negrata-) o por la sabia y caudalosa cháchara jacksoniana (rica en citas bíblicas a la hora de ultimar a alguien –tipo Robert Mitchum en aquellos westerns de los 60, “El poker de la muerte”, “El rifle y la biblia”...-) o por la breve pero enjundiosa presencia de Rosana Arquette con piercings hasta en el coño (buen entrenamiento para su papel devotee en “Crash”). O por lo mejor de todo, la divina creación del señor Lobo.

 

 

Respecto a “Reservoir dogs”, sólo la he visto una vez, cuando la estrenaron (y, por tanto, ignoro si ante un segundo visionado el buen recuerdo que me dejó menguará o acrecerá). Sí puedo hablar del impacto que causó en mí uno de sus referentes, “Pelham 1-2-3” (todo aquello de los alias cromáticos), que he visto cuatro o cinco veces a lo largo de mi vida y siempre me ha producido un especial impacto, aunque nunca tan grande como en el primer visionado (en una terraza de Benidorm allá por agosto del 74), al punto de llevarme a mi primera incursión en el campo de la narrativa, un cuento corto titulado “La brigada de los kamikazes” (historia llena de guiños a films y lecturas que aún no conocía: una joven llamada Vika, experta en toda clase de armamento ligero y artes marciales, vestida con un entallado mono de chillones colores y siempre cabalgando a lomos de una potente motocicleta, dirige una horda de adolescentes de buena familia dedicados a robar y asesinar turistas, usando como cubil la cueva situada en un peñón cerca de una localidad costera –años después este cuentecito me vendría a la memoria al toparme con las andanzas oscuras de la pandilla de niños de “El marino que perdió la gracia del mar” o al ver a Uma Thurman en “Los vengadores” y “Kill Bill”-; el cuento tuvo su pequeño momento de gloria al leérselo al efebo que un trienio después me inspiraría el “Para ti” y quedarse éste sumamente impresionado –“jo, tío, qué película se podría hacer con eso”- y muy identificado con el grupo de hermosos y letales teenagers).

 

 

En cuanto a “Natural born killers” y “Amor a quemarropa” (dos etapas de una misma saga que Tarantino escribió pero no llegó a dirigir), mi sentimiento es ambivalente. La primera me produjo un tremendo shock en su estreno (como dejé claro en el artículo publicado en “El Corazón del Bosque”) pero se me ha ido cayendo con sucesivos visionados (supongo que por la parte que atañe al realizador Oliver Stone –ahora podré confirmar esto al tener la ocasión de leer el guión original de Tarantino, recién bajado de una web dedicada a nuestro hombre-): se mantienen imágenes y situaciones (algunas Tarantino las repetirá más adelante en “Pulp Fiction” –el atraco al bar perpetrado por Honeybunny y su novio- y “Kill Bill” –momentos de la venganza infantil de la futura reina dragón Oren Ishii contra el gangster pedófilo que asesinó a sus padres nos evocan los ojos globulosos de Rodney Dangerfield sumergido en el acuario, o cuando Gogo invita a un sujeto bastante poco agraciado a follársela para, acto seguido, destriparlo recordamos a Mallory Knox seduciendo con intenciones no menos letales al chaval del taller de reparaciones, sin olvidar la agresión de la citada Mallory en su celda al policía que intenta beneficiársela, prima hermana de lo que hace Uma Thurman en el hospital con la mandíbula del elemento que pretende violarla creyéndola comatosa-) como las mencionadas o como la ejecución por parte del matrimonio Knox del periodista basura encarnado por Robert Downey (escena que siempre me gusta recrear en mi mente variando el rostro de Downey por otros –de Nieves Herrero a Mercedes Milá pasando por un largo etcétera-) o el final feliz viviendo en una roulotte y criando niños rubios y encantadores (¿futura brigada de kamikazes?), pero el tono guiñolesco del film (especialmente, la figura del alcaide encarnado por Tommy Lee Jones y las secuencias de animación) me parece un torpe remedo de lo que podría haber hecho el propio Tarantino (sobre todo, después de ver “Kill Bill”). De “Amor a quemarropa” (esa mutación superanfetamínica de “La huída” de Peckinpah), por el contrario, decir que para mi gusto gana con cada nueva revisión, que el artesano Tony Scott parece respetar más la esencia tarantiniana que el genialoide Stone y que hay un montón de imágenes inolvidables que uno no se cansa de ver (el choque hemoglobínico entre Oldman y Slater, el increíble duelo entre Walken y Hopper a propósito de la posible negritud de los sicilianos, la paliza del matón gordinflas a Patricia Arquette con la imprevista e hiperreal victoria de ésta por k.o. histérico/paleolítico, el megabalaseo en el despacho del director de cine previa glosa de Christian Slater a los films sobre Vietnam...).

 

 

De “Jackie Brown” no puedo hablar pues no la he visto aún. En lo que hace al episodio tarantiniano de “Four rooms”, no paso de considerarlo un entretenimiento menor, un profiterol audiovisual. Así que iré directo a “Kill Bill”, vista en los cines Luna el 13 de marzo en compañía de mi osita. Y diré que ver esta película en fecha tal le confiere un sentido moral no buscado por su creador pero sí impuesto por las circunstancias: porque, a fin de cuentas, moral es aquello que resulta oportuno, que respeta la realidad y que armoniza con el cosmos (esto es, con el entramado de actos y consecuencias, de causas y efectos, de crímenes y represalias, de acción y reacción). Quienes disfrutamos con la primera entrega de “Kill Bill” en toda su profundidad habíamos disfrutado antes con Madame Hydra/Víbora y con Modesty Blaise (leed el nº 1 de “El Corazón del Bosque”), con Madame Máscara, con Emma Peel, con Mishima y con Kitano, con el Bronson de “Fríamente, sin motivos personales” (y con el Delon de “El silencio de un hombre” -y, ya puestos, con el Malkovich de “En la línea de fuego”-), con la Ayn Rand harta de todo menos de “Los ángeles de Charlie”, con tantos y tantos manga ultraviolentos pero nunca gratuitos, con Sun Tzu, con Kurtz... No comparto la aversión mysteriosa por Lucy Liu en este film: creo que está perfecta como manga hecho carne, en su esquematismo, su bidimensionalidad, sus pecas en los primeros planos y su rol repitiendo (pero ahora en la zona negativa de los ángeles caídos –y, por supuesto, en un contexto mucho más carismático-) lo ya hecho junto a Drew Barrymore y Cameron Díaz (y lo dice alguien que en «Ally Mc Beal» no podía soportar a la china bisoja con su ferocidad de juguete –pero con Tarantino la cosa adquiere otro fuste-). Entre la tupida jungla de guiños, fusilamientos y pastiches, hallé muy acertada la vuelta del Michael Madsen de “Reservoir dogs” y su equilibrada mezcla de barbarie y seny shakespeariano, o la elección de Chiaki Kuriyama (especialista en lolitas oscuras -“Battle Royale” como paradigma-) para el traumatizante personaje de Gogo. Finalmente, y como ya me ocurrió con los sesos flambeados de Ray Liotta en “Hannibal”, la vista de la sesada palpitante de Lucy Liu tras el golpe de katana de su adversaria volvió a estimular mis jugos gástricos. Mi osita también se lo pasó bien con el estallido de códigos ancestrales envueltos en ropaje superactual y, lógicamente, acabamos en el lugar más idóneo para saciar nuestro apetito tras un film de Tarantino: el PLANET HOLLYWOOD, donde devoramos con alegre ímpetu unas costillas de cerdo y unas brochetas de entrecot. Bien sangrante, claro está.

En la calle, frente a la sede de Génova, algunos forofos de ZP, cumpliendo al dedillo las intuiciones debordianas, preparaban el relevo de lo idéntico a golpe de cacerola. Mi osita y yo, a lo nuestro («...anda,  prueba este mondongo, ¿a que está delicioso?»).