STU MEAD: RETRATO DE UN
ARTISTA DEGENERADO
Por Dildo de Congost
Hace un par de años, más o menos, la librería madrileña Panta
Rhei organizó una exposición de la editora de arte “underground” Le Dernier Cri.
Entre la multitud de cuadros, ilustraciones, posters, libros, libretas,
librillos y fanzines que componían la muestra, llamó poderosamente mi atención
una gran pintura, en la que aparecía una especie de jardín de las delicias
pedófilo, donde varias niñas exhibían sus cuerpos con lascivia, orinaban,
defecaban, se masturbaban y se acariciaban unas a otras, entre fuentes,
estatuas, arbustos y demás atrezzo bidimensional. Aquella obra, expuesta en una
céntrica galería en plena caza de “brujas asaltacunas”, me pareció un
soberano escupitajo en la cara del “Zeitgeist” ese.
Aunque no me faltaban ganas, no compré el cuadro (demasiado
grande y humano para mi diminuto cielo) pero sí me hice con un libro y varios
cuadernillos de su autor cuyo nombre parece tan obsceno como sus pinturas: Stu
suena, no sé, a escupitajo infantil y Mead a pises impúberes.
No era, en cualquier caso, la primera vez que Stu Mead
(Minneapolis, 1955) exponía en un espacio artístico “subterráneo”. Sus
obras han dado tumbos por las más oscuras galerías del planeta: Videodrom Shop
(Berlín), Vanilla Gallery (Tokio), Speedboat (St. Paul, Minnesota), Dicksmith
(Londres)… No obstante, si tienes más de 18 años, puedes echarle un vistazo a
la exposición virtual permanente que Stu tiene en su página web. O sea, que
debes ser mayor de edad para que te dejen ver dibujitos de menores jugando a
médicos. Paradojas de estos tiempos raros.
ALICIA EN SODOMA
Mi pertenencia más preciada de Stu Mead (Minneapolis, 1955) es,
sin duda, “The Immortal Man Bag Journal of Art”, una recopilación del fanzine
“Man Bag”, que Mead publicó entre 1996 y 2000 junto al (también incorrectísimo
aunque, a mi juicio, bastante menos interesante) artista Franky Gaard.. El
libro (del que sólo existen 100 copias en todo el mundo) muestra un buen puñado
de obras de Mead, auténticos ventanucos hacia el lado guarro del espejo, donde
vemos todo aquello que Lewis Carroll (tal vez por simple timidez) jamás se
atrevió ni siquiera a imaginar.
En portada, una preadolescente fálica posa en un vodevilesco
escenario repleto de rabos que supuran lefa; en el interior, una auténtica
exhibición de obscenidades: desde saunas mixtas repletas de hombres que
disfrutan de las aguas (menores y mayores) de preciosas niñas hasta chiquititas
con sonrisas sardónicas que mean y cagan sobre una tumba que pone “Papi”. Stu
Mead vomita sus pensamientos impuros sin lastrar las alas de su imaginación,
sin rastro de autocensura, demostrando una vez más que con un lienzo y unas
pinturas es posible llegar tan lejos (tan cerca) como uno desee. Sus niñas no
sólo se revuelcan y se chupan entre ellas (casi siempre observadas por lascivos
rostros adultos, que a veces salen de los cuadros de la pared), sino que abusan
de cadáveres de payasos infantiles ahorcados y empalmados, se dejan lamer por
enormes lenguas de cornudos demonios rojos, chupan las tetas de sus madres,
practican traicioneras felaciones a sus profes, gasean con sonoros cuescos a
los hombres de gabardina que las persiguen por la calle, mean y cagan mientras
son espiadas por pedófilos trempados o reciben atónitas las pollas de dos niños
a la vez, catando el dolor y el placer de un buen sándwich mixto.
En los cuadros de Mead, las niñas casi nunca son víctimas, sino
ejecutoras, vengadoras, viciosas o, como máximo, hacen gala de esa falsa
inocencia que Weininger atribuye a la hembra humana. Los niños apenas se asoman
a este país de las pornomaravillas y, cuando lo hacen, suelen estar disfrazados
de niña (a ciertas edades, sólo la entrepierna diferencia a ambos sexos). En
cuanto a pinturas puramente homosexuales, sólo recuerdo una, en la que un
adolescente de enorme rabo se masturba mientras chupa el micropene de un niño
mariquita y una niña los observa desde un cuadro. En este sentido, Stu afirma
que “sólo dibujo niñas; los niños no me interesan… a menos que estén
travestidos, transformados en dulces niñitas”.
Joyce diría que Stu Mead plasma en sus obras imágenes irreales
que su alma contempla constantemente porque no puede (o no quiere) encontrarlas
en el mundo real. Su obra es fuerte, explícita, obscena, escandalosa, pero
siempre fascinante y en absoluto gratuita: se nota que las visiones le salen de
las tripas o, mejor, de los testículos (tal vez por eso su fanzine se llamara
“Man Bag”). Son niñas que viven en un tiempo indeterminado (el tiempo atemporal
de la infancia) y en un lugar de cuento, sí, pero de cuento guarro, de cuento
que Disney jamás llevaría al cine porque pone sobre el tapete una verdad del
barquero que los “bienpensantes” se niegan a aceptar: que los ángeles
también tienen sexo. Y que aquello de que el lobo feroz quería comerse a
Caperucita no es más que una metáfora pedófila.
UN AGRIDULCE TRAVESTI DE LA
GUARDERÍA TRANSEXUAL
Muchas de las páginas de “Man Bag” fueron transformadas en
cuadros por Stu, que dio por concluida esta colección en el año 2000, para
pasar a elaborar otras estampas de similar catadura, en las series “Miniput”
(2000-2004) y “Devil’s Milk” (2002-2006). Aquí Mead profundiza en su arte,
limando las aristas “underground” y suavizando el trazo, aunque sus
niñas siguen siendo tan cerdas como de costumbre. Por eso, los coleccionistas
más mojigatos tendrán que conformarse con su etérea serie de retratos de chicas
más creciditas o con esas sutiles serigrafías en las que podemos ver, por
ejemplo, una niña de ocho años vestida de novia ante un espejo o un perro
curioseando bajo la minifalda de su amita preadolescente. Son obras sirven para
demostrar que, aunque Stu pinte con la polla, es capaz de dominar sus impulsos
y el grado de explicitud de sus cuadros.
A veces, el propio artista se pone en el papel de la pequeña
nínfula seducida por un perro, un niño, un cuadro, una niña, una mujer, un
demonio o lo que sea. Él mismo lo confesaba en un texto publicado en el número
4 de “Man Bag”:
“Durante los últimos años, mi interés por dibujar
chicas menores de 15 años se ha convertido en una preocupación. Cuando era
adolescente y veinteañero, dibujaba niñas pequeñas con pelo rubio y
tirabuzones, imágenes dulces. Yo me identificaba con ellas, eran versiones
femeninas de mí mismo. Ahora, que tengo treintaitantos, estas niñas se han
convertido en objetos de deseo: ya no son tan inocentes, pero me siguen
representando. La pintura de una niña apoyada en una silla mientras su perro
lame miel de su vagina sería más honesta si fuese un niño delgadito y medio
lisiado haciéndose una paja, pero no quiero dibujar esa escena: prefiero ver a
una niña con un bonito vestido, con sus cabellos flotando alrededor de su cara.
Hacer imágenes de mujeres y niñas es una forma de hacerme más bello haciendo
cosas bellas. En mi familia el ideal de belleza era de sexo femenino. Mi padre,
mi madre y mi hermana estaban preocupados con la perfección y yo sabía que
estaba muy lejos de ella siendo deforme físicamente, así que hay una conexión:
yo mismo imaginándome a mi mismo siendo perfecto y visualizando esa perfección
en ser una mujer. Últimamente me imagino qué pasaría si cojo un dibujo de una
preciosa niña y reemplazo su deliciosa
carita por mi fea jeta. Así nació Stuartina. ¿Es ella el resultado de una forma
extraña de alquimia o sólo el mal chiste de una revista barata de humor? Sé que
para muchos de vosotros ella no es Boner-City, pero yo creo que es muy dulce”.
ENTREVISTA CON EL PERVERTIDO
Para terminar, dejemos que el propio Stu Mead hable de su propia
obra. He aquí, por primera vez en román paladino (traducida del francés por
Nono), una entrevista realizada por Le Dernier Cri a este pintor increíblemente
extraño:
Le Dernier Cri: Con el fanzine “Man Bag”, que
editabas junto a Franky Gaard, se descubrió tu trabajo en Francia. ¿Puedes
hablarnos de tu trayectoria en general y de esta edición en particular?
Stu Mead: Yo estudiaba en una escuela de
arte y Frank era profesor allí. Él trabajaba con un grupo de antiguos alumnos
bajo el nombre de Art Police, que fue también el nombre de su publicación
durante 20 años: desde 1974 hasta 1994. Cuatro años antes de ésta fecha
habíamos decidido sacar un pequeño “art zine sexuelle”, con artistas fantasma
haciendo ilustraciones muy sucias.
LDC: ¿”Art Police” estaba ya en
esta línea?
SM: Sí, pero era mucho más
política, con más participantes de estilos muy diferentes, para que te
publicasen bastaba con pagar la impresión de tu página.
LDC: O sea, con el sistema de
publicación americano.
SM: Jaja, es cierto. “Money
fucks”, pero en la mayor parte de los casos el trabajo era interesante: lo que
importaba era la intención, la idea. Durante los primeros años era
verdaderamente excelente, fue esta voluntad de limitar el número de artistas lo
que nos llevó a publicar “Man Bag”. Esencialmente estaba consagrada a nuestras
obsesiones de artista y la gente comenzó a comprarla. Al principio eran 20
ejemplares fotocopiados y al final casi 300 y en offset.
LDC: ¿Mientras estudiabas ya hacías
las imágenes de las niñas?
SM: No, obtuve mi diploma en el 87
y a continuación empecé a producir estas imágenes. Durante el curso era un
estudiante muy serio, un chico que trabajaba duro pero, no obstante, atraído
por el material bizarro más extremo…
LDC: ¿Cuáles eran tus influencias
entonces?
SM: Balthus se remonta más bien a
la adolescencia y después, en la escuela, descubrí a otros artistas. El interés
decrece cuando se ven todas las horribles imitaciones que se hace pero el
propio Balthus tampoco era tan bueno siempre: a menudo su trabajo parece
inconsistente.
LDC: ¿Y Pierre Louÿs?
SM: Ja, su libro “She devil” es
bastante fuerte. Fue una nueva influencia para mí. Es que en “Man Bag” me dejé
llevar por todo lo que se pasaba por mi cabeza, abrí las puertas de mi
imaginación y ya todo era posible. Mis escenas favoritas las reproducía después
en pintura, mi estilo fue volviéndose cada vez más explícito y sexual, ahí
llegué a mi clímax y ahora me siento un poco arrinconado… Es como si estás
pasando la fregona por un parquet y al final te quedas atrapado en una esquina:
no me encuentro seguro de mi mismo, es como si estuviera en un dibujo animado,
entre un angelito y un pequeño demonio.
LDC: ¿Has expuesto en Minneapolis?
SM: No mucho, sólo en pequeñas
galerías. Minneapolis no es precisamente una meca del arte. Hay muchos jóvenes
artistas pero ninguna posibilidad de vender. Y las galerías comerciales no se
interesan en este tipo de material.
LDC: ¿Ahora vives de tus
ilustraciones?
SM: No del todo. Tengo dinero del
gobierno, una especie de pensión de invalidez y ese colchón me permite
continuar mi trabajo como pintor.
LDC: ¿Estás en contacto con otros
artistas de Estados Unidos, editores, dibujantes de cómic “underground”?
SM: Yo dibujé cómics durante un
período, pero prefiero hacer una imagen por página donde todo está ya dicho y
esto no está muy bien visto en este medio. Por eso no continué por ahí: me
siento más un pintor. Me gusta perderme en los detalles de un dibujo.
LDC: ¡Como Joe Coleman!
SM: Sí, más o menos, pero él es el
más extremo. Joe comienza a ser conocido aquí. El dinero en los Estados Unidos
está en ciudades como Nueva York y Los Angeles: el negocio del arte, las
galerías y todo lo que gravita alrededor. El “middle west”, en el que yo
viví, es una especie de desierto cultural. Tengo algunos amigos y punto. Crecí
en una pequeña ciudad de Iowa y vivo aquí desde hace 15 años. Yo querría
moverme, vivir en diferentes ciudades, conocer a más gente, dialogar… puede que
sea porque he envejecido y también porque me encanta viajar. Conocí a Steven
Cerio gracias a una de mis imágenes publicadas en Le Dernier Cri. Me llamó, me
entrevistó para una revista y luego nos hicimos amigos…
LDC: ¿Las cosas son más fáciles
para él, que vive en Nueva York?
SM: Sí, él trabaja mucho en la
ilustración, pero yo no me quejo. Es que no soy muy bueno para los trabajos de
encargo, no es mi funcionamiento habitual. Mi pintura es más una búsqueda
personal. Es hacia donde quiero ir sin saber verdaderamente hacia dónde. En
fin…
LDC: ¿Has tenido algún problema con
la censura en Estados Unidos?
SM: Una vez llevé unas diapos a
grabar en CD y los empleados de la tienda llamaron a la policía, que las
confiscó. Yo no estaba al corriente, porque llamé y me dijeron que las habían
perdido y al final descubrí la verdad y tuve que contratar un abogado para
recuperarlas. La policía se pasó por mi casa y estimaron que no constituían un
delito porque eran pinturas, no fotos…
LDC: El caso de Mike Diana es
increíble, aunque su trabajo es como poco menos tendencioso. Tú en cierto modo
eres mucho más perverso…
SM: Es indignante ver lo que le ha
pasado a Mike. Yo no creo que él quiera herir a nadie con sus imágenes. Yo lo veo
más bien en la posición de la víctima, como una especie de mártir.
LDC: Entonces en Estados Unidos es
posible hablar de niñas pero no de religión.
SM: No puedes hablar de ninguna de
las dos cosas. No puedes explicar que no te sientes atraído sólo por las
mujeres sino también por las niñas, aunque se trate de una fantasía. Aquí la
sexualidad no es considerada como algo cerebral y la gente tiene cada vez más
miedo de estar fuera de la norma. Me parece que en Europa se acepta con más
facilidad el hecho de que las fantasías ocurren en la cabeza, que puedes tener
ideas que no harás realidad. En Estados Unidos no hay ninguna distinción a ese
nivel…
LDC: ¿Te desprendes fácilmente de
tus cuadros o te cuesta?
SM: Yo creo que a partir del
momento que alguien está dispuesto a pagarlo por qué decir que no. Mi trabajo
una vez terminado no tiene ningún interés para mí. Demasiado visto.
LDC: De acuerdo, tienes un mes para
juntar material y hacer un nuevo libro para Le Dernier Cri.
SM: No (risas). Aprecio mucho mis
imágenes, sobre todo si los demás se interesan por ellas. Especialmente si pasa
algo con ellas: un libro, por ejemplo, es una solución para volver a
apreciarlas. Una pintura que sale de mi casa es también un medio de
comunicación…
ENLACES Y ORINALES
http://www.testicle.com/mikediana.htm
http://www.fondation-balthus.com/