TRASIEGO DE SOUVENIRS



Beatriz Alonso Aranzábal



Los geólogos del siglo 10.000 d.C. se devanaron los sesos intentando comprender la evolución del planeta Tierra, porque cada vez que establecían una hipótesis sobre cambios en los estratos de la corteza se encontraban, de pronto, con un pedrusco que echaba por tierra los estudios. Y nunca se tropezaban con la misma piedra. Era una locura. La ciencia no hallaba explicación. ¿Cómo podía haber roca volcánica del Timanfaya en lo que fue Escandinavia? ¿Por qué aparecían conchas de las Rías Baixas en el subsuelo del centro de la antigua Europa? ¿Por qué se hallaron caracolas de Tahití bajo el Fujiyama? Era muy difícil desentrañar la evolución geológica desde la hecatombe de la que había resurgido la Humanidad.





Sin embargo, la explicación era simple y estúpida, por eso los científicos nunca la encontraron. Entre los siglos XX y XXI d.C. hubo un fenómeno efímero llamado turismo, en el que los cielos se llenaron de avioncitos comerciales que trasegaban maletas con guijarros, conchas, rocas y cantos recogidos por los llamados “turistas” a modo de recuerdo o trofeo. Luego se depositaban en vitrinas o estanterías.





O se tiraban directamente a la basura.