SIGLO XXI


por Beatriz Alonso Aranzábal







Impresionado por la antigüedad de la fachada, el turista se quedó un buen rato pasmado ante la puerta, que se abrió repentinamente. Una sonriente anciana le mostró la casa donde vivía sola, en la calle mayor de una ciudad de provincias. Una casa que se había levantado sobre los restos de una sinagoga medieval, de la que quedaban vestigios en un par de estancias. Conservaba los muebles y todos los elementos con los que sus padres habían decorado la casa, y estaba todo muy pulcro y ordenado. Su soltería, que fue muy comentada cuando aún era joven y rica, había impedido que la modernidad entrara por la puerta y una ola de interiorismo, diseño e ínfulas arquitectónicas arrasara con el comienzo del siglo XX. En un rincón de la biblioteca había un ordenador encendido, con el que la mujer de 93 años alimentaba su curiosidad durante muchas horas del día. El turista hizo unas cuantas fotografías sabiendo que ese tiempo congelado se desintegraría en cuanto falleciera su guardiana. Ella le pidió que las compartiera en una red social, y que la etiquetara.