LA CHICA QUE ERA COMO UNA CALLE







Loco sería yo si pretendiera

que usaras mi razón, si la encontrases

o con solo mi amor te contentases

y me hicieras gozar tu primavera.”

(EDGAR NEVILLE)



¿El cielo de la calle es de la calle? Parece que lo es, que la ama, que la despierta, que la asiste, que la acaricia.”

(RAMON GOMEZ DE LA SERNA)









De esas calles que uno gusta pasear en rondas inasequibles al cansancio.



Con su olor a frutas y flores en placenteros patios interiores.



Tupidamente arbolada y con poco tráfico.



Elegante (por discreta) en las estancias que se adivinan tras sus balcones.



Con todas esas paradojas que a uno le hacen tilín: luminosamente umbría, elocuentemente silenciosa, moteadamente nívea (canela y vainilla sobre un paisaje mantecado con periódicos rubores en ocasos y amaneceres), mimando al transeúnte con su pasión algodonosa y sutil, seductora sin proponérselo (esto es, verdaderamente seductora)...



Inusualmente normal en un mundo donde la extravagancia se ha convertido en tediosa ley. Capaz, en su engañosa cotidianeidad deconstructora de actualidades, de sacar al Neville que todo Ramón lleva(mos) dentro.



Balsa y bálsamo de las angustias del transeúnte que se ahoga.



Dejarse dormir paseando por una chica así debe de ser (¡seguro!) una buena muerte.