Saint Germain, el conde resurrecto


Por Esther Peñas




Siempre estuvo ahí. Viviendo distintas épocas, en diferentes lugares, con nombres dispares y físico cambiante. Dicen –así se transmitió de mentidero en mentidero- que conoció a la reina de Saba, Cleopatra, Abraham, Cristo, Miguel Ángel, Franklin… Tranquilos, es normal que no les cuadren las cuentas. Por muy alta que sea la esperanza de vida, un hombre no puede vivir tanto como para codearse con dos mil siglos de historia. ¿O sí?


Sabrán ya de quien hablamos: del mismísimo conde de Saint Germain, que encarnó como ningún otro la leyenda del judío errante.


Los datos biográficos de que disponemos son, en su conjunto, poco fiables, pero suficientes para situarlo, al menos, en un punto concreto del devenir histórico. Parece ser que nació alrededor de 1696, en los Montes Cárpatos, en un castillo propiedad del último rey de Transilvania, Ferenz II, monarca destronado por Carlos VI.


Cuando la situación política se tornó adversa, su padre lo envió a Siena, donde estudia en la Universidad y no tarda en significarse en un movimiento masón juvenil. De esta época, cuando apenas rebasa los catorce años, data su primera demostración de ubicuidad ya que, cuando regresa a su país natal para despedirse de su moribundo padre, hay quien le sitúa en Holanda.


En Transilvania hay un documento que acredita su prematura muerte, por causas desconocidas. No obstante, aparece en Escocia, donde reside hasta 1745. Desde allí realiza largos viajes, a Alemania, Austria y, sobre todo, India, donde estudia Alquimia.


YO SOY MUY VIEJO”

En sus periplos utiliza distintos nombres: marqués de Aymar, de Monferrat, conde de Beldar, de Soltikov, de Bellamare, de Wendome, caballero de Schoening, conde de Montecristo –alias que inmortalizó Dumas en una de sus novelas más famosas-, monsieur Surmont, Zanonni y príncipe Rackoczy…


En París, donde se establece a partir de 1758, comienza a utilizar el nombre que le dio la inmortalidad: conde de Saint Germain. Como tal conoce a madame Pompadour, quien le presenta a su amante, el rey Luis XV, diciéndose procedente de misiones diplomáticas.


Su distinción, sus exquisitos modales, su impecable cortesía, su elegancia de maneras le permitieron frecuentar los círculos más exclusivos allá donde iba. En la corte francesa todo el mundo se admira de la lozanía de aquel exótico noble, que asegura tener sesenta años pero no representa más de treinta.


Cuenta una anécdota que encontrándose con una anciana condesa le confesó haberla conocido cuando era joven, respaldando tal afirmación con revelaciones que sólo la anciana conocía. “Yo soy muy viejo, tanto, que asistí de invitado a las bodas de Caná”, contestó el conde de Saint Germain ante la insistente curiosidad de la mujer.


Tal es la fascinación que provoca, que el propio Luis XV le envió a La Haya como representante personal para negociar un préstamo con Austria para ayudarle a financiar la guerra contra Inglaterra. Sin embargo, sus detractores le acusan de espionaje y traición a Francia, por lo que tiene que huir.


Por cierto, documentos oficiales le sitúan en 1768 en Rusia, en una conferencia junto a Catalina la Grande, quien parece que sucumbió a los prodigiosos resultados de sus ungüentos y pócimas.


LA ETERNA INANICIÓN

Lo describen como deporte militar, delgado, estatura media, bien proporcionado, ojos color madera y cabello oscuro. Vestía a la última moda, con una exagerado querencia al adorno de diamantes en sus trajes. Se le alaban sus amplios y profusos conocimientos en las más diversas materias. Su destreza con el violín le llevó a rivalizar de manera pública con Paganini. Compuso numerosas piezas, aunque sólo se conserva un aria de su pequeña ópera ‘La pérfida inconstancia’. También pintaba, esculpía y cantaba.


Pero todos coincidían en una pequeña particularidad: nadie había visto al conde beber o comer alguna vez. Cuando se le preguntaba al respecto, explicaba que había descubierto el elixir de la vida, y que su ingesta lo alimentó para siempre. Tampoco dormía y nunca jamás hubo quien asistiese de invitado a su casa. No se le conoció domicilio –estable o no- alguno.


Asombraba su memoria, y se jactaba de hablar alemán, inglés, italiano, portugués, español, francés, griego, latín, árabe, chino, hebreo, caldeo, sirio y sánscrito. Por supuesto, también se ufanaba de leer jeroglíficos con maestría. Voltaire, en una de sus cartas, se refería a él como “el hombre que nunca muere y que todo lo sabe”.


Una de sus demostraciones más solicitadas era la de ser ambidiestro. Divertía al auditorio escribiendo con ambas manos a la vez, con una un soneto de amor; con la otra, un texto administrativo.


COMO POR ARTE DE MAGIA

Casanova le detestaba. Así lo deja por escrito en sus memorias. Cuenta que, en una ocasión, ante la duda de su habilidad alquímica, el conde de Saint Germain le pidió una moneda, exponiéndola al fuego. Cuando se la devolvió al galán era de oro macizo. Casanova no creyó la mutación y le acusó de haber utilizado dos monedas. “El que duda de mis conocimientos, no merece hablar conmigo”, dijo antes de marcharse “como por arte de magia, sin atravesar puerta alguna”, explica el italiano en sus textos.


El propio Casanova no se resiste a su encanto, pese a su recelo: “Era difícil hablar mejor que él… Empleaba un tono decisivo, pero tan estudiado, tan estudiado, que gustaba a todos. Era un sabio, hablaba a la perfección multitud de lenguas, gran músico, gran químico, de rostro agradable y de gran habilidad para conquistar el corazón de las mujeres”.


De sus obras, sólo resistió las contingencias de destino ‘La santísima trinosofía’, un libro de alquimia similar a los textos de Paracelso.


En 1784 consta un acta de defunción del conde de Saint Germain, cuyo deceso aconteció en el castillo del príncipe Carlos de Hesse-Cassel. Sin embargo, también hay constancia de su fallecimiento en Silesia, actual Polonia. Ni una ni otra muerte pudo con él. En 1789 conoce a la reina María Antonieta. A partir de entonces, el caudal de datos biográficos se seca, repuntando en ocasiones, pues nunca ha faltado quien, a lo largo de estos siglos, lo sitúe en tal o cual región.