Al comenzar el milenio, creo que ni el propio Mickey Rourke esperaba la década que se venía encima. Esta vez para bien. Tomando la metáfora que leí en algún sitio: la metamorfosis había terminado —y no me estoy refiriendo a sus pasos por el quirófano—, y de la crisálida del joven Rourke, guapo y vivalavirgen, sale lo que en realidad es: un freak con enorme talento.

Para empezar a enhebrar bien hace una breve aparición en El Juramento (The Pledge, 2001) de Sean Penn, un vehículo de lucimiento para Jack Nicholson pero en plan mal rollo.

Entre las marcianadas en las que se mete siempre está Anónimos (Masked and Anonymous, 2003) una rareza pergeñada a pechas entre Larry Charles (el director, creador de Seinfeld) y Bob Dylan —ese señor mayor del Nobel, para los lectores más jóvenes—, con actores protagonistas como Jeff Bridges, John Goodman y Penélope Cruz. Los actores bajaron su caché mucho (no creo que Rourke, que ya estaba bastante desfenestrado) para poder trabajar con el canijo cantautor. Aunque Rourke no es protagonista ni nada, no puedo pasar por esta peli haciendo un copypaste de la sinopsis —y ya de camino buscarla para verla—: En una América ficticia, asolada por una guerra civil, se organiza un concierto benéfico con la esperanza de contribuir a la paz. Jack Fate (Bob Dylan), una especie de trovador, sale de la cárcel gracias a su viejo mánager (John Goodman) para que participe en el concierto.

El comienzo del renacer pleno en la ciudad del pecado

Sin City (Frank Miller’s Sin City, 2005) era —y sigue siendo, claro— un tebeo mítico de Frank Miller. Con una prodigiosa utilización del blanco y negro (y otros colores planos) y una trepidante acción los guiones rezuman violencia y violencia, con tramas urdidas entre personajes complejos y atormentados con un amplio bagaje —de traumas y vicios— a sus espaldas. Todos los ingredientes de una novela al uso, pero de fuerte impacto visual. Como parece que el cine hoy día necesita adaptar todos los tebeos para que sean admisibles por el gran público, Robert Rodríguez para camelarse a Miller hizo los títulos de crédito y se los enseñó. Encantado accedió, y si bien se supone que es una codirección entre el mejicano y el comiquero, lo que aportó Miller fue un storyboard muy detallado. Se invitó a Tarantino a dirigir de invitado, que para eso están los amigos —el caché fue one dollar de bellón—. Ensamblaron tres historias independientes, aunque entrelazadas: El duro adiós, La gran masacre y Ese bastardo amarillo. Para el papel principal de la primera de las historias fue elegido Rourke. Personaje grande, lleno de cicatrices, tanto en la piel como en el alma, Marv, es un truhan en libertad vigilada que sobrevive a trancas y barrancas en un mundo hostil y a la contra. Como verán el actor viene que ni pintado —nunca mejor dicho—. Aunque bajo gruesas capas de injertos y maquillaje, sus ojos, su voz rasgada y su forma de caminar son inconfundibles. El dios de los perdedores había vuelto a una gran producción, como protagonista de una turbia trama de asesinato. Es una bestia, encorajada con el mundo y sediento de venganza y redención a través de la tortura y la matanza. La resurrección plena como “gran” estrella es un hecho. Sin City tiene grandes aciertos, y el más importante es, sin duda, su reparto. No solo destaca Mickey Rourke, también Bruce Willis, Brittany Murphy (q.e.p.d.), Rosario Dawson, Jessica Alba, Benicio del Toro, Elijah Wood… No soy muy fan de Rodriguez, si he de ser sincero, pero creo que el aliento que le da al tebeo original era imprescindible para que no fuese un mero producto más dentro de la translación viñeta-celuloide.

Los premios llegaron. De nuevo el reconocimiento. Pero Rourke ya no se fiaba, y sin condescendencia, afirma que todos los papeles que había hecho —incluso los alimenticios— le habían hecho llegar a ser el actor que era.
Mi mejor trabajo está por venir afirmó un día después del éxito y los laureles de Sin City. Y a lo mejor estaba en lo cierto.

La lucha por la vida

Tras dos o tres películas de esas olvidables, le fue ofrecido el papel de Randy “The Ram” Robinson por Darren Aronofsky, el director de El Luchador (The Wrestler, 2008). Después de hablar cinco minutos con él le dijo algo así como: has arruinado tu carrera durante quince años, y si vas a trabajar conmigo no quiero tonterías de las tuyas, Mickey, harás todo lo que yo te diga y no me faltes el respeto… y no te vayas cuanto te plazca… si no, no te pagaré. Rourke simplemente dijo: Vale, y pensó para sus adentros que esperase que tuviese el mismo talento que pelotas (sic)… Nuestro amigo Mike se entrenó con profesionales de la lucha libre para dar vida a una leyenda de este espectáculo deportivo que enfervoriza a las masas en los estados de la Unión. De hecho, aceptó el papel porque lo iba a dirigir Darren, no porque le interaba el tema, ya que no tenía respeto alguno por esos saltimbaquis musculados del cuadrilátero, siendo él todo un exboxeador profesional. Cuando empezó el entreno, y cada vez que se daba un porrazo tenían que ir a hacerse una resonancia, ese desdén comenzó a convertirse en una admiración mayúscula. Bueno, menos mal que aprendió a caer. Unos tipos que se desbaratan por dentro en sus teatrillos para dar espectáculo a su público. Rourke decía esto con profundo sentir en una entrevista. Tenía que darlo todo. Es la película más dura que he hecho. La mejor que he hecho… quería que la gente supiera lo feliz que fue el día que acabó, porque fue duro de verdad… no me levanté de la cama en cuatro días. Sobre su director: él sabe lo que quiere, dónde y cuándo lo quiere… está muy metido en su trabajo, porque es muy inteligente y es muy fácil trabajar para él… para él es fácil hacer un ajuste en tu actitud a la hora de intepretar y tú dices: ¡oh, no lo había pensado!...y consigue el mejor resultado. Si no estás en forma, te destrozará, así que mejor que hagas tus deberes y estés dispuesto a darlo todo o este enano sabelotodo acabará contigo.

El Luchador es la historia de una leyenda del wresling, que habiendo sido en la glamurosa época de los 80 una gran estrella, tiene que seguir compitiendo en combates de segunda regional para llegar a fin de mes. Cuando es consciente de lo “cascao” que está, intenta poner algo de orden en su vida, tratando de solucionar algunos problemas sentimentales con Cassidy, una stripper (Marissa Tomei, ¡yummy!) y con una hija a la que apenas conoce. No voy a contar lo que pasa, pero el ritmo de la película es melancólico y realista. Si se intentan hacer paralelismos entre el personaje y el actor es bastante fácil. Ambos son señores con pinta de cama sin hacer. Rourke consigue mejores críticas aún que con Marv de Sin City. La forma de afrontar su personaje, con emotividad, pero sin sentimentalismos baratos. Gana premios, el Bafta, el Globo de Oro y es nominado para los Oscars, pero no sé yo si Hollywood está aún curado de un hijo tan díscolo (se lo llevó Sean Penn por Mi nombre es Harvey Milk). El caso es que El Luchador es una de esas películas que te dejan un poco jodido, y Mickey Rourke contribuye a esa mirada amarga de la vida con sus propios ojos y su voz profunda, el de —como lo describe Aronofsky— es un duro con un corazón de gelatina.

Como dije al principio, leí un día una teoría sobre la metamorfosis de Rourke, y no, no tiene que ver con los cientos de artículos de revistuchas de mierda de internet —bueno, portaluchos— sobre sus tirabuzones quirúrgicos. Como las orugas pelúas dan lugar a bellas mariposas, Rourke —él es así— en fase larvaria fue un sex symbol, deseado y alabado por la crítica; su crisis de década y pico de golpes, peleas y destrucción física deforma su aspecto, pero depura su sensibilidad, su mente. Ya vimos en el capítulo anterior que su perro le salvo del suicidio. Había abandonado todo apego a lo humano, en una especie de sublimación, solo un ser de otra especie, sacaría lo mejor de él. De esta mutación surgió el freak que siempre había llevado en su código genético, el que siempre fue llamado a ser. Un ser deforme y fantástico, que ya no perdido, como el Chico de la Moto, sabía a dónde dirigirse. No sabemos muy bien si sabía cómo, o si la suerte que tanto le rehuyó con anterioridad —o viceversa—, ahora le daba empujes en correctas direcciones. Yo, como seguidor de Rourke, esperaba que Tarantino le rescatase, como había hecho antes con otros quizás de menos valía. Pero no. Creo que fue tesón y mucho morderse la lengua, una cura de humildad que pocas estrellas de Hollywood han hecho a lo largo de la historia, lo que le llevo a reencauzar su carrera, y participar en proyectos que le aportaran algo como actor, y no simplemente pagarse las operaciones y volver a comprar esas Harleys que tuvo que vender en su declive más infausto.

Siguió haciendo películas. Es lo que hace hasta el día de hoy: Los confidentes (The Informers, 2009), donde se encontró de nuevo con Kim Bassinger, donde aparece junto a Billy Bob Thorpton o Winona Ryder; 13 (Ruleta Rusa) (13, 2010), con Jason Statham; la primera parte de Los Mercenarios (The Expendables, 2010) —qué grandes películas para los amantes del cine de acción autoparódico— llamado por su amigo Sly; Iron Man 2, la franquicia donde triunfó de lo lindo Robert Downey Jr. —otro que casi descarrila del todo en su tornado autodestructivo— Deténgamonos en esta un poco más, pues es el germen de su acercamiento a lo euroasiático. Para dar verosimilitud a su personaje, un villano ruso, se fue a la risión de Butyrka (en Moscú) para conocer a mafiosos y otras gentes de mal pelaje. Hizo aportaciones al personaje de Ivan Vanko, llegando incluso a poner de su bolsillo los piños de oro que lleva en el film y la cacatúa. Y quería hablar media peli en ruso.

 

 


Se armó un pequeño revuelo cuando Mickey salió por Rusia con una camiseta del Putin Amo puesta. Fue durante la presentación de unas remeras de celebración de los grandes hitos rusos. Los dos últimos: los Juegos Olímpicos en Boshi y la anexión de Crimea. En ese clima, Rourke afirmó que le caía muy bien el mandatario ruso —coincidí con él un par de veces y fue realmente un caballero. Un buen tipo y decente— y a las preguntas de medios occidentales de qué donde se pensaba poner la camiseta afirmó: en todas partes. Nadie me puede decir qué ropa puedo o no puedo llevar. Lo bueno es que tiene hasta tres modelos diferentes. No es casualidad entonces que su breve vuelta al boxeo en 2014 fuese en Moscú. Tras veinte años sin pisar un  cuadrilátero va y vence nos KO a un chaval de 29 años. Como toda la carrera pugilística del astro fílmico, estuvo empañada por acusaciones de tongo y demás. Era un combate de exhibición, pero aun así no le dejaron demasiado en paz, por lo que las cuatro peleas que quería hacer, como ya es más sabio, se lo pensó y las dejó correr. Pero no duden ustedes que con 67 o con 75 años vuelva de nuevo al ring. Si le apetece lo hará. Y destrozará a sus enemigos.

Sobre boxeo y no actuando, sino dando su punto de vista, participó en el documental The Good Son: The Life of Ray Boom Boom Mancini (Jesse James Miller, 2013), centrado en un combate épico entre  Mancini y Duk Koo Kim, en 1982. Este señor que nunca llegó a ser campeón, es considerado héroe nacional. Incluso se habla de que es un Rocky auténtico. La película entera está en youtube, pero sin subtítulos. Yo no me he enterado de mucho, la verdad.
Hace bastantes películas de la década de los corrientes.
Inmortals (2011), haciendo el papel del rey Hiperión, que declara la guerra a la Tierra entera porque sí.

En la segunda parte de Sin City: Una dama por la que matar (Sin City: A Dame to Kill For, 2014) vuelve a dar vida a Marv. No he visto la peli. No llegó a estrenarse en España. Parece que se pegó un buen batacazo y no quisieron airearlo mucho. En la internet de forma alegal solo la ofrecen con subtítulos o con doblaje latino. Es un misterio para mí tanto secretismo.

Y así, un suma y sigue. El futuro ahora supongo que se moverá entre esas producciones de acción que tanto lo solicitan y alguna que otra película donde pueda brillar más. Fácilmente, y esto lo digo yo, y no él, su mejor papel aún esté por hacer. Espero verlo. No ha de ser pronto. Pero espero verlo.