Nos habíamos quedado con Rourke en la cima, siendo un referente de elegancia y un sex symbol… hasta que aquello empezó a emborronarse un poco. Ante su percepción de que se estaba “autodestruyendo” decidió dejarlo. No es fácil. No todos lo hacen.

Mickey Rourke solo hay uno.

 

 

Antes de retirarse para dedicarse al boxeo hizo dos películas, si no fallidas, disfuncionales, Dos duros sobre ruedas y Arenas Blancas, aunque en su época como púgil no dejó de hacer pelis, en las que se va notando su gran deterioro (que no mentaré aquí porque me son totalmente desconocidas).

En Dos duros sobre ruedas (Harley Davidson and the Marlboro Man, 1991) de Simon Wincer se junta con otro señor en horas bajas, Don Johnson —tras su estrellato en Corrupción en Miami—, para dar vida a un par de moteros que se meten en líos por intentar salvar su bar preferido de las garras de un malvado banco. En vez del dinero, roban un montón de drogaina con chocantes resultados. Cuando vi la película en su momento, me gustó (era un adolescente aún no perturbado por posteriores filtros). No sé si aguantaría otro visionado, aunque me gustaría, ¡qué demonios!

En Arenas Blancas (White Sands, 1992) de Roger Donaldson, su último papel antes de irse, interpreta a un traficante de armas. La película no es gran cosa, la verdad. Yo la he visto unas cuantas veces porque la repetían constantemente hace muchos años en Canal Hollywood. Junto a Willian Defoe y Mary Elizabeth Mastrantonio, es más llamativa de factura que de guión. Despedíos de el Mickey con cara guapa. Esta es la última donde podremos reconocer al astro con la pinta que embelesaba en los 80.


En su impás como boxeador, en el que lo pudimos ver por aquellas pantallas de los primeros años de las privadas o con Poli Díaz, yendo a programas tan variopintos como Goles son amores —entrevistado por Manolo Escobar, un auténtico duelo de titanes—o Sorpresa, sorpresa —donde le tocó el culo a una odiosa Isabel Gemio—. Las razones que adujo eran un tanto peregrinas. Decía que tenía que probarse a sí mismo, y que se le pasaba el arroz. Se puso en manos de un ángel del infierno para afrontar su subida a la lona. Sus amistades, como comentamos en la anterior parte, no eran demasiado escogidas, cosa que después lamentaría públicamente. Parece ser que cambió de opinión —seguro que el Hells´angel era como poco, dejado en sus funciones— y se puso en manos de Freddie Roach, un boxeador que se tuvo que retirar por un Parkinson muy prematuro, y posterior entrenador de grandes estrellas como  Miguel Cotto o Julio César Chávez Jr. Su carrera estuvo siempre en la sombra de la duda. Los promotores no lo querían porque no estaba en forma y era ya muy viejo. Eso no fue impedimento para que hiciese 8 peleas, de las que empató dos y ganó las otras. El tongo se olía en el ambiente, pero recuerdo muy bien esas madrugadas en TeleCinco viendo las peleas, que eran seguidas masivamente, tanto por los aficionados al pugilato, como por los afectados del tirón de Rourke como famoso actor problemático.  El resultado de esto el su gran deterioro de su imagen, sometida a operaciones bastante burdas para recuperarse de las desfiguraciones del deporte. Eso cambiaría a Rourke, no a su genio interpretativo, pero si a su percepción de sí mismo. Eran malos tiempos.

Cuando tira la toalla, su fama y su carrera fulgurante eran cosa del pasado. Creo que la primera vez que lo vi después de su espantá fue en Legítima defensa (The Rainmaker,1997) de Francis Ford Coppola. Precisamente del que había largado más, va y le da la oportunidad de interpretar un papel corto, pero bastante a su medida, haciendo de superhortera y malévolo abogado. Junto a él salen un jovencísimo Matt Damon y los ya no tan jóvenes Danny DeVito, Jon Voight o Danny Glover. A quien le gusten las pelis de juicios —no hay que olvidar que está basada en un libro de John Grisham—, pues le parecerá bastante bien. No es que sea una obra para enmarcar del egomaniaco Coppola, pero como muchos de los thrillers de juzgados y jurados de los 90, es bastante entretenida, los actores están magníficos; y Mickey vuelve a una película de primera línea.

El mismo año rueda junto a Jean Claude van Damme Double Team de Tsui Hark. Una peli para lucimiento de la estrella y del ido del perol en pleno apogeo Dennis Rodman, un señor tan excéntrico, tan excéntrico que es capaz de ser amigo de Kim Jong Un, echar peleas con Hulk Hogan o casarse con un vestido de novia con una vigilanta de la playa (Carmen Electra). Semejante bufonada daría lugar a más desaguisados para finalizar su década de autodestrucción masiva. La segunda parte de Nueves semanas y media fue un desastre total —y una vuelta a un personaje que tantos quebraderos de cabeza le dieron—, y algunos títulos que grababa pasaban directamente a videoclubs de cuando todavía reinaba el VHS en los hogares del mundo.

Pero entre tanto fiasco algo bueno se puede sacar en claro. Participa en La delgada línea roja, de Terrence Malick—aunque su parte es cortada en el montaje final. Sin entrar en la película y en director es una oportunidad importante.

Buffalo ´66 (1998) de Vincent Gallo, es una peli independiente que tuvo su público en su momento y que contaba junto con Rourke con actores de peso, como Christina Ricci, Rosanna Arquette, Ben Gazzara —otro Bukowski cinematográfico— y Anjelica Huston.

Otra rareza en la que participó fue Animal Factory (2000) de Steve Buscemi. En aquel guión que Danny Trejo le entregó al director en el rodaje de Con Air (1997) Rourke hace de Jan, la actriz, un travesti sin dientes con acento sureño. Solo participa en dos o tres escenas, pero fue muy bien acogida. Mickey seguía siendo un actor que se enfrentaba a retos que se salían de su zona de confort. Le acompañan Willem Dafoe, Edward Furlong, Danny Trejo, Mark Boone Junior, Seymour Cassel y Tom Arnold en un gran elenco coral. Una historia carcelaria bastante estrambótica de la que no recuerdo casi nada… pero si de Rourke con los músculos aceitados y bastante amanerado.


También de esta época convulsa es Get Carter (2000) de  Stephen Kay, remake con Silvester Stallone del clásico de Michael Caine —quien también sale en esta—. A la peli le falta la audacia y el charme de la original del 71. Aquí Rourke hace de tremendo magnate del porno y la prostitución.

Si no me enrollo más en las películas es porque en realidad Mickey no es protagonista absoluto, tal y como le pasaba en tiempos mejores.

De estos tiempos comenta el actor:

«Hay mucho gilipollas en este negocio. En aquel tiempo, no me gustaba recibir órdenes y no pude controlar la situación. El error fue esperar a que llegase el guion mágico. Me gasté el dinero en una mansión, coches y un barco. Un día llegó el momento de volver a trabajar para pagarlo todo y escogí proyectos por el dinero. Fueron un fracaso, y pasé de vivir en una casa enorme a hacerlo en un cubo de basura» … «El honor y el respeto son dos principios de los que no debemos prescindir nunca, y si eres débil al respecto habrá repercusiones. He ido ajustando mi manera de comportarme con el tiempo, esta profesión requiere talento pero también que seas un buen político» … «Es duro vivir en Los Ángeles y saber que tu carrera ha acabado» …


Llegó a tocar tanto el fondo de su vergüenza —avergonzado era como se sentía— que estuvo a punto de suicidarse. Como Rourke al final es un corazón tierno y extraño no lo hizo por una sencilla razón. «En cierto modo me autodestruí... Mi mujer se había ido, mi carrera había terminado, no tenía dinero... Creo que llevaba sin salir de casa cuatro o cinco meses. Y estaba sentado en el armario porque por alguna razón había dormido allí». «No podía soportarlo más y cogí una pistola. Estaba listo para irme». Tan a punto estuvo que cogió un revólver, se lo llevó a la cabeza y, cuando estaba a punto de volarse la tapa de los sesos, vio a su perro Beau Jack y decidió que no valía la pena morir. «Yo no tengo niños. Y los perros se convirtieron en todo para mí. El perro me miraba como diciendo: ¿Quién va a cuidar de mí?. Hizo un sonido, como un pequeño sonido casi humano...» Esto lo confesó en un documental en contra de la ingesta de comida de perros (Eating happiness). Duro con las personas, un cacho de pan para sus seis perricos.

 

 

Una vez comenzada la década de los 2000, parece que la fortuna no quería que Rourke siguiese por la mala vida, y no sabemos si por sus perros, por ir a un loquero o qué, pero el actor empezó a hacer reflexiones y tener actitudes, si no políticamente correctas —esas chufas estás prohibidas para genios como él—, menos agresivas para su persona. Quiero decir, nuestro hombre fue consciente de sus fallos, de que su carácter le jugaba malas pasadas, y es aquí donde se asienta su resurrección. Pero eso es ya en el próximo capítulo, donde quedan las películas de Rourke que pasarán a la posteridad, como algunos de sus primeros trabajos.