El germen de lo que viene a continuación es una jornada con el maese O´Zurdock por el barrio de las Maravillas de Madrid. Salió a colación el nombre de Mickey Rourke, entre otros muchos. Días después me ofreció que escribiera sobre él, porque verán: Mickey Rourke es un señor que de haber nacido en otras épocas —como su personaje en Rumble Fish—, o en el caso de haber muerto en el culmen de su carrera —tampoco hubiese sido extraño—, tendría un aura legendaria, y aseverando lo que decía el afamado director de videoclips Adrian Lyne, hubiera superado al mismísimo James Dean. No sé si exageraba. En mí al menos hubiese tenido ese efecto. Afortunadamente para nosotros no fue así, y con cierta perspectiva histórica y contemporánea, hemos vivido el

No tengo muy claro donde fui consciente de la existencia de Mickey Rourke. No fue con Nueve semanas y media, no. Creo que fue en el Cine Liceo, vetusto cine de verano, hoy finiquitado por el auge inmobiliario, cuando vi por primera vez el tráiler —que no la película— de El corazón del ángel. Acojonaba. Un ascensor bajaba, descendía hacía un sórdido sótano. Y entre esto escenas hoy mil veces vistas por mí, entonces inéditas en mis ojos de tierno niño gordito de 10 años.

Yo vengo de una familia violenta. Así que me hice fuerte. Me di cuenta de que me había hecho a mí mismo de esa manera para hacer frente a un sentimiento de abandono y vergüenza.

Mickey Rourke nació en Nueva York, en un hogar irlandés y católico, que es lo que sigue siendo él hoy, con bastantes pecados que expiar y viviendo muchos infiernos en vida. Su padre, la parte irlandesa, se marchó y tras casarse la madre de nuevo, se trasladaron todos a Florida, ese estado en el que Clifford Clavin, el cartero cuñao de Cheers, tenía mitificado en su mente, cual Ponce de León en pos de las fuentes de la eterna juventud. Allí comenzó a boxear.
El paso por el boxeo profesional de un Rourke iracundo y estrambótico, que se paseó por medio mundo, enseñando cómo su cara se deformaba cada vez más es en realidad un anhelo de juventud. Peleó muy pequeño… una treintena de victorias, dos conmociones cerebrales… tuvo que abandonar el ring en 1973, porque ya a esa edad estaba bastante tocado. Tenía 21 años. Mientras tanto había participado en teatro de instituto, aunque a él le interesaba más dar ganchos en las barbillas de sus oponentes. También era mucho de perderse con su hermano por la playa a ponerse morado de pastillas, que junto a sus conmociones cerebrales hacen que la percepción del tiempo en Rourke sea un poco diferente —o eso decía él mismo—. Cuando abandonó el boxeo coincidió con que un amigo dirigía una obra, se había quedado una vacante y suyo fue el papel. Poco después consiguió que su hermana le dejara dinero para pirarse a Nueva York. Quería ya convertirse en actor, y además lo buscaban por un robo y alguna que otra fechoría. Cuando llegó al Actor´s Studio —había tomado algunas clases privadas con una de sus profesoras— entró a la primera. Elia Kazan comentaría más tarde que era la mejor prueba que había visto en treinta años, y es que Mickey era, es, actor.


Mi aproximación plena a Rourke fue el día que mi primo me describió una película de una forma extraña, sobre un tío que iba en moto y había peleas de bandas. Aquella peli era La ley de la calle (Rumble Fish, 1983), que vería algo después, y desde entonces lo he considerado como un bicho raro en los oropeles de Hollywood.  Supongo que todos habrán visto la película. Si no, háganlo. Toda la genialidad de Coppola concentrada en una asfixiante película, rodada a la par de la película fundacional del Brad Pack, Rebeldes (The Outsiders, 1983). Basado en otro libro de Susan E. Hinton, y rodada en la misma localización —Tulsa, Oklahoma—, ambas son el reverso de la delicuencia juvenil, de las bandas, de unos jóvenes que no sabe muy bien donde ubicarse. Rumble Fish  nos trae a un personaje legendario, el Chico de la Moto. Centrando la historia en su hermano, Rusty James —un también genial Matt Dillon— por las calles, en el instituto de formación profesional y los billares donde pasa la vida, vive con la expectativa vana de que cuando su hermano vuelva, las bandas retornarán a su esplendor. Cuando regresa las cosas no son como éste esperaba, ya que el Chico de la Moto es un ser oscuro, desconectado de la realidad. Cómo dice su padre beodo (Dennis Hopper) podría ser lo que quisiera, lo que ocurre es que no sabe qué. El tratamiento novedoso en blanco y negro tratado, con esos peces luchadores de Siam en vivos colores, la narración quasionírica y elástica de Coppola, la música machacona de Steward Copeland y la interpretación de cada uno de los actores hace que esta película, al menos para mí sea especial.


 

Pero adelantamos acontecimientos, pues antes había hecho secundarios en Las Puertas del Cielo y en Diner —esa peli que ustedes, sicalípticos de la vida recuerdan por una caja de palomitas—. Steven Spielberg es el que le dio su primer papel en el cine, en la fallida 1941. Este dato es bastante conocido, sí. Pero en ningún lugar de internet en español he visto lo que decía el actor en toda la cinta. Aparte de salir por atrás, con su pitillo correspondiente, había un primer plano de él diciendo: ¡TORPEDO! adelantándose una década y pico al simpar Chiquito de la Calzada, que bien merece un artículo shadowliner para él solito. Eso lo sé porque con 15 años tenía tiempo y estaba flipado con Mickey Rourke y  también precisamente con Torpedo 1936, el tebeo fabulado por Sánchez Abulí y llevado a la tinta —en casi todas las ocasiones— por los pinceles de Jordi Bernet. Casualidades de la vida.

Tras Rumble Fish, los ochentas fueron suyos. Sed de poder (1984), Manhattan Sur (1985),  Nueve semanas y media (1986),  El corazón del ángel (1987),  Barfly: El borracho (1987), Réquiem por los que van a morir (1987),  Homeboy (1988),  Francesco (1989), Johnny el Guapo (1989), Orquídea salvaje (1989) y 37 horas desesperadas (1990).
 

De Sed de Poder (The Pope of Greenwich Village) de Stuart Rosenberg poco puedo decir. La vi hace como un millón de años. Era una especie de peli de robos y picarescas, con un jovencísimo Eric Roberts. No la he revisado para escribir esto.

Manhattan Sur (The year of the Dragon) de Michael Cimino. Basada en una novela de de Robert Daley, adaptada por el propio Cimino y Oliver Stone, nos pone a Rourke en el papel de un policía polaco —muy perjudicado por su trabajo— que llega a Chinatowm a limpiar las calles de las tríadas, la mafia china, cuya existencia es negada por las autoridades y obviamente por la propia comunidad china. Es una actuación que asusta por lo conseguido del personaje, un ególatra desquiciado que tiene problemas con la bebida y en la mollera. Si bien es una historia de típico policía duro contra el sistema, ya por el hecho de ser de Cimino, y porque la narración se mueve por otros derroteros está muy alejada de otras de género similar. No hubo problemas en el rodaje, pero una vez estrenada, los chinos pusieron el grito en el cielo tildándola de racista. Nuestro hombre siempre se ha rodeado de gentes problemáticas y excéntricas, y Cimino es —era— uno de ellos.

Nueve semanas y media (9 1/2 weeks) (hablo más adelante de ella... someramente)

El corazón del ángel (Angel Heart) de Alan Parker. Basado en el libro Falling Angel de William Hjortsberg esta peli, que ya comenté en mi encuentro con nuestro protagonista de hoy, da canguelo. Aunque algunos digan que no ha resistido el paso del tiempo y que parece un telefilm, lo cierto es que en las constantes revisiones que he hecho de esta película —hace unos días la última—, a mí me maravilla todo. La interpretación de los actores principales, lo sórdido y sucio que es todo, el halo de maldad que flota en el ambiente y Robert de Niro comiendo un huevo duro, como si el alma del detective que lleva la obra estuviese en juego. El deterioro físico y mental de Harry Angel a medida que pasa el tiempo, ese polvo estratosférico y sangriento con Lisa Bonet —la hija del Doctor Huxtable, en el Show de Bill Cosby— y su descenso a los infiernos contado con una narración efectista y efectiva por el bueno de Parker es bastante sugerente.

El borracho (Barfly) es una cinta de Barbet Schroeder, y escrita por Bukowski —pese a sus muchas reticencias—. Rourke hace de Henry Chinaski, el alter ego de Buk, cuando todavía no es famoso. O sea, lo que viene siendo disputas de bar, borracheras, poesías, pensionuchas, problemas con mujeres y demás elementos del universo del singular escritor. Una mezcla de comedia y drama con amores raros y la capacidad extraordinaria que tiene el autor por sublimar la cotidianidad su día a día, —que no es que sea muy normal—. Junto al actor aparece Faye Dunaway como partenaire. Justo después de su experiencia cinematográfica, Hank escribe Hollywood, una sátira sobre los entresijos de la industria, los problemas monetarios de la producción, los egos de los artistas y las rencillas entre todos ellos. Y eso que Barfly era de bajo presupuesto —es de la Cannon—, lo cual hace pensar qué niveles de mezquindad podrían producirse en una superproducción. Aunque Bukowski no quería conocer al que haría de él en la peli, al final lo hace, y precisamente Rourke, junto al director, es el que sale mejor sale parado en la novela. Después de algunos contactos y después de verlo trabajar lo presenta como un hombre humilde y honesto, que no se cree demasiado los oropeles de la fama y por eso lo ve con buenos ojos. Y por su amor por las peleas, seguro que también.

Réquiem por los que van a morir (A Prayer for the Dying), de Mike Hodges. En esta ocasión Mickey interpreta a un activista del IRA, que dándole vueltas al magín, no sabe si lo que hace es aceptable o no, y deja la lucha armada. Huye lejos, pero dejar estas organizaciones terroristas no es tarea fácil. Sus ex colegas lo persiguen y consigue ayuda de un delincuente que le propone hacer un último trabajito: cargarse a un tipo. El problema surge cuando del asesinato es testigo un sacerdote —católico, para más INRI—, magistralmente interpretado por Bob Hoskins —personaje con su background idóneo para la historia—, con el que entraba una extraña relación, siempre en busca de redención. El tema de la película fue polémico. Al fin de al cabo simpatizas con un señor que mata gente, pero lo que provocó el verdadero escándalo es que Rourke dijese a los cuatro vientos estar de acuerdo con el IRA —para preparar el papel se entrevistó varias veces con miembros activos del grupo—. Poco después se supo que había donado dinero, si no a la organización en sí, a miembros próximos a ella. Años después dijo que su donación había sido humanitaria, no destinada a la lucha armada. Lo que sí sabemos es que Rourke lleva un tatuaje del  Ejercito Repúblicano Irlandés en el brazo derecho.

Homeboy de Michael Seresin fue un capricho del actor, que decidió escribir esta suerte de Rocky siniestra. No es su mejor papel, desde luego, pero consiguió hacer lo que quiso, lo cual entre tanto estress mediático e industrial, pues supongo que le vendría bien. Cabe destacar el papel de Christopher Walken como un mequetrefe que se hace amigo del boxeador quasimonger y a Debra Feuer, la mujer de Mickey por aquel entonces. Todo quedaba en casa. ¿Acaso no sería esta película una forma de romper los trastos prematura que tuvo el actor? No lo sé. Es la única película cuando estaba en la pompa que escribió y manejó a su antojo, y quizás no le salió demasiado bien.

Francesco de Liliana Cavani es una versión muy libre de la vida de San Francisco de Asís —basado en un libro de Herman Hesse—, que a mí me gustó cuando la vi —y en una posterior revisión—. No la he visto ahora para hacer esto por falta de tiempo. Muchos indicaron que Rourke no era el mejor para dar vida al santo. Difiero de esa opinión, pues la óptica es mostrar más al hombre que al santo. Toda la suciedad, toda ese medievo puerco, estaban en esa peli. Muchos también objetan que la interpretación lo hacía más parecer un loco que un hombre virtuoso. Piensen un poco. Francisco de Asís fue un revolucionario de la época, que hablaba con los animales y se revolcaba en bolas por la nieve. ¿Cómo no parecer loco, si indudablemente tenía algo de eso? Francisco de Asís es uno de mis santos preferidos, y estuvo a punto de ser declarado hereje por la Iglesia. Un actor que siempre está en la línea de fuego es muy indicado para hacer suyo el papel.

Johnny el Guapo de Walter Hill basada en la novela negra John Godey (que llegué a leer en mi adolescencia). Un thiller sórdido e intenso, muy de su director. Rourke interpreta a un delincuente con la cara deforme al cual han traicionado, y que gracias al cirujano plástico lo dejan con una jeta impoluta —aún… la de movidas que ha tenido Mickey Rourke con los cirujanos plásticos, pero lo contaré en el próximo capítulo— y le permiten empezar de nuevo. Pero el pasado siempre vuelve, como debemos saber ya de ver tantas películas. Siempre he sentido simpatía por esta peli. No sé si es porque la vi en mi adolescencia y me cayó en gracia o algo así. Y el reparto es excelente, que duda cabe.

Orquídea salvaje (Wild Orchid) de Zalman King. No pienso dedicar ni un segundo a esta mierda.

37 horas desesperadas (Desperate Hours) es un remake de otra interpretada por Humphrey Bogart y dirigida por Willian Wyler. Es evidente que la década se acaba, y Cimino está ya tan deteriorado mentalmente como el propio Rourke, como si fuesen de la mano. La historia es clásica. Un tipo se escapa de la cárcel para demostrar su inocencia. Una familia lo acoge mientras se arregla lo suyo. Lo consigue con carisma y sonrisitas, pero pronto le ponen peros y la cosa salta por los aires. Si he serles sinceros, la vi hace mucho tiempo, y la de Wyler la vi hace poco. Me quedo con la clásica. No significa que Rourke o Anthony Hopkins estén mal. Pero quizás la claridad que había tenido Cimino en épocas pasadas, como en la gran  El Cazador (1978) había desaparecido. Lo que sí que podemos asegurar es que esta es la última película de una factura “normal” de Rourke antes de romper con todo y echarse al ring.


Todas estas películas —una más que otras— lo convirtieron en una celebridad, en un sex symbol. Los franceses lo adoraban como a un dios viviente, encarnación del estilo salvaje americano, con referentes en el citado Dean o Brando. Su look, imitado por todo el mundo: ropa casual, el pelo grasiento peinado hacia atrás y barba de cuatro o cinco días, causo furor. Un aspecto descuidado, pero "rebelde y transgresor", lo hacen el adalid del dirty chic. Pero no nos quitemos de la cabeza nunca que nuestro chico es un tipo complicado. Y un poco bocachancla —por su sinceridad aplastante—. Arremetió contra Hollywood de una forma furibunda.


Puedes ser un mediocre, la mayoría de los actores lo son, y puedes ser una gran estrella de cine, aunque tus películas sean aburridas y predecibles. Todo lo que tienes que hacer es saber cómo venderte, cómo prefabricarte.


De Coppola, —que siempre se deshizo en halagos con él— lo llamaba siempre el jodido egomaníaco —que no deja de tener un tanto de razón—. No se juntaba con otros actores, sino con gentes de mal vivir, moteros y trapicheros. Era por lo tanto ideal para ser carnaza de cotilleos de la Meca del Cine. Eso le sacaba de quicio. Sus relaciones eran aireadas públicamente, también sus desavenencias con otras estrellas como su compañera en esa infecta película llamada Nueve semanas y media, la cual lo llamaba "boca de cenicero" —
Kim Bassinger, esa misma—. Y es que ya que hablamos de esta película quizás no debería haberla hecho jamás. El actor que dijo no al papel de Sonny Crockett en Corrupción en Miami y se negó películas a hacer películas como como 48 horas (1982), Platoon (1986), Top Gun (1986), Tombstone (1993), Los inmortales (1986), Los intocables de Elliot Ness (1987) y Rain Man (1988), y que rechazó el papel que Bruce Willis hizo en Pulp Fiction (1994), también podía haber dicho no a esto. La causa y el efecto de esta perniciosa película, que definió un erotismo vacuo y vacío —muy acorde con la época, aunque si vemos 50 sombras de Grey, la cosa no es que haya mejorado mucho—, en la carrera de Rourke es profunda. No es que no hiciese buenas películas después; no, no es eso, pero le puso en una situación que creo que él no deseaba para nada. Lo catapultó a un primer plano en una industria por la que sentía repulsión. Y viceversa. Hollywood no paga traidores. O se la hace pagar con creces. La prensa se cebó con un tipo que no gustaba a sus colegas (Alan Parker llegó a afirmar: es “una pesadilla, porque es alguien peligroso y nunca sabes lo que va a hacer”) ni a los estudios. Su vida personal, aireada a los cuatro vientos, y ese toque violento al que nos referíamos antes, no ayudaron demasiado. Lo que empezó en Homeboy se concretó en su abandono del cine para dedicarse al boxeo.

Sus amigos eran John Gotti o Tupac Shakur. Realmente le iba la Thug Life de Tupac, rapero con eternos problemas con las autoridades y asesinado en 1996. Los demonios que le poseían desde sus violentos orígenes se hicieron fuertes… y entro en la década de los 90 como un ser destruido y atormentado. Aunque eso era sólo el comienzo…

Continuará.