Peces como hombres nuevos


De Esther Peñas para Julio Monteverde


Hay un rinoceronte que recorre un pasillo sin reflejos y se hace carne de juego. Consciente de que el sueño es una vida pronunciada desde dentro, abre el tajo en el tercer peldaño y se adentra allí donde el jardín se anticipa a la ciudad exacta, la invisible, la inexistente a los ojos de los muertos. Una ciudad indómita, que no se deja cuajar de palabras. Vive en ella, no sé si él lo sabe. Transita la luz de los días olfateando el rastro de las hojas encarnadas que brotan de entre los escombros, y su órbita planetaria traslada la escala de las notas. Do sostenido para que las manos trabajen la cuenta; re menor para que el resuello labre la fiebre; sol, para que alumbre. Bebe absenta las madrugadas en las que equivoca su trasiego y echa espejos al fuego de los versos. Son peces que se recuerdan hombres lanzando la piedra, peces como hombres nuevos que conocen el canto. Que practican el paseo. Que son camino.

Hay un rinoceronte con piel de mapa. Eso basta.