Mirar
atrás sin ira. No sé si puedo, pues ciertas partes de mí murieron por pisos de
estudiantes y bares de tapas cuyos aceites tenían más vidas extras que un
pinball. Pero si puedo mentar con absoluta convicción algo positivo de mi
experiencia universitaria —que se dilató en el tiempo por pitos y flautas algo
más de 12 años— es mi encontronazo con las hornillas y las sartenes. Los
estudiantes tienen una fama bien merecida de ser unos cenutrios, y eso se
plasma en su dieta, que aparte de los tupper
maternos, se basan en macarrones con atún, sopa de sobre, filetes del Mercadona, comida a domicilio y bares de tapas. Mis
parámetros geográficos se localizan en la circunscripción de Granada, por lo
que comer de tapas es un empachoso must de fin de
semana.
Despegarse de la madre
Al
principio estuvo la pasta. Con una especie de salsa de tomate. Esa que copiaba
de mi madre, con cantidades y proporciones cambiantes de cebolla, pimiento
verde y tomate. Carne preferentemente de pechugas hecha trozos. El cerdo no me
gusta demasiado en esta salsa. La ternera como mucho picada, pero tampoco. Esta
sencilla receta he llegado hasta día de hoy en mi cocina de guerrilla, si bien
pueden ir con calabacín o berenjena. No diré cantidades porque como digo eso
muta según la disponibilidad de la materia prima. En aquella antigüedad precaria
siempre le echaba un poco de vino tinto DON SIMÓN recién mezclada la salsa con
la pasta.
Salchichas
Una
variación de este plato son las “zarzisha” (así, en
gaditano de Arcos, por un compañero de facultad al que le gustaba especialmente).
Pongan un par de cebollas picadas finas en aceite de oliva. Cuando estén
doradas, añadir una cantidad importante de pimiento verde. Mientras estos se
hacen corten como kilo y medio de tomates trozos de un dedo de gordo y lo echan
a la olla. Después cogen salchichas de cerdo como para detener una hambruna en
cualquier país pequeño y las añaden. Si ven que el caldo del tomate no es
suficiente al cabo del rato, añadan un vaso de agua. Una cosa muy importante
que se me olvidaba. Cayenas tres o cuatro desde el principio. Esto tiene que
ser de saltar las lágrimas. Dejar la olla con el chop
chop, cortar dados de patata y freírlas en aceite,
preferentemente de oliva. No tienen porque hacerse
demasiado, porque nuestra intención es solo crear la costra para que no se
deshagan al echarlas sobre el guiso que estamos comentando. Recuerdo que lo
dejábamos una hora a fuego lento con todos los ingredientes. El caldo trababa
con las verduras y la grasa de las salchichas. Se ponía la ollaca
en la mesa con abundante pan y se servían los platos. Era y es un plato que no
creo que sea demasiado bueno para la salud, pero con 19 años uno está pimpante
y se puede comer un toro.
Pollo y mantequilla
Otro
de los platos estrellas en aquellos años era el pollo con mantequilla. Ibas al super y decías que te trocearan el pollo en trozos ni muy
grandes ni pequeños. La mecánica era la siguiente. Se cogía papel de aluminio y
se embadurnaba con mantequilla —o en su defecto margarina—. Se hacía un pequeño
saquito. Antes de sellar completamente haciendo una bola, hay que echar vino
blanco, unas rodajas de cebolla y especias las que más coraje les den. En una sartén
o cazuela grande se vertía de nuevo mantequilla y se echaban los papillotes
improvisados, procurando siempre de que moverlos para que todas partes
estuviesen en la base caliente y dejando a fuego lento durante un buen rato.
Perdonen si no hablo de tiempos y esas cosas. Yo no cocino así. Yo intuyo y
tal, por eso nunca he hecho repostería. Una vez pasado el tiempo se servían
directamente las bolas de papel Albal rellenas de
pollo y pringue, y se iba abriendo una por una para que mantuviesen el calor.
Si bien es un plato básico, se requiere de paciencia para hacer por igual todos
los paquetitos y que no se quemen.
Pasta con huevo sin
convertirse en tortilla
Una
vez dominada la receta de la salsa de tomate y verduras —que en otro tiempo
posterior sería bautizada como la “salsa de la vida” por otro ilustre compañero
de fatigas— empecé a investigar con la pasta. La receta que les digo a
continuación es muy sencilla, como todas las que estoy relatando, pero el punto
del huevo es muy importante. Para 500 gr de tallarines yo hacía en una sartén
tiras de lomo de cerdo —y en un principio también un poco de bacon, pero resultaba demasiado grasiento—. En un bol ponía
4 ó 5 huevos según fuese el tamaño y un paquetito de
100 g de queso rallado en polvo —preferentemente parmesano o grana padano— con
abundante pimienta. Batía ese revoltijo sin llegar a subir las claras, pero que
el queso no creara grumos. Teniendo todos los componentes: la pasta al dente,
la carne frita y el huevo con queso lo echaba en una olla a fuego muy lento.
Hay que estar muy pendiente y remover constantemente. Corremos el riesgo de que
se nos quede crudo o de que se forme una tortilla de tallarines. La textura
buscada es melosa, untuosa, de huevo casi cocinado y queso fundido en su seno.
Da muy mala digestiones y hay que comer bastante rápido, porque se enfría
bastante rápido y frío no vale nada.
Estos
platillos corresponden más o menos a mis primeros años, cuando vivía en el
barrio de los Doctores de la ciudad alhambreña. En el próximo capítulo me mudé
a la calle Arabial, y la existencia de horno deparará
nuevas innovaciones.