"My
apartment complex never lets me sleep at night"
Parker and Lily.
Los surrealistas comprendieron antes que nadie
la asociación inconsciente universal entre la gran torre y el miembro viril. El
mismísimo Dalí, sin ir más lejos, imaginó rascacielos futuristas con formas
humanizadas para la revista American Weekly (1935), como si las torres elevadas
fueran gigantescas pollas, ojos, vísceras o reproducciones a gran escala de las
dos figuras del Ángelus milletiano. Dalí conocía (como Michel Leiris, Ayn Rand
o el propio Ballard) las implicaciones psicoanalíticas y míticas de los
rascacielos. Leiris publicó un artículo en Documents (1930) en el que afirmaba
que la expresión rasca-cielos (gratte-ciel) evoca al instante una imagen
erótica donde el building (el que rasca) es un falo y el cielo (que es rascado)
es la madre deseada incestuosamente.
En su novela Rascacielos (High-Rise, 1975),
J.G. Ballard lleva estas asociaciones a extremos obsesivos y centra su atención
en un solo edificio para poner bajo su fría lupa el devenir de los
espermatozoides que habitan una de esas pollas de hormigón. Así, el bisturí
literario de Ballard hace un corte del edificio para que podamos contemplar las
dos mil hormigas humanas que en él se mueven y cómo, lo que en un principio
parece un grupo de profesionales liberales de lo más respetable y civilizado,
entra en una decadente lucha de clases que convierte el rascacielos en un campo
de batalla lleno de basura y excrementos.
"En las reuniones la gente discutía sus insomnios con la misma
soltura con que comentaban los defectos de construcción del edificio".
Ya desde el principio, lo que se supone que tendría
que ser una existencia pacífica y confortable en unos apartamentos de luxe, se
convierte en un sinvivir marcado por el hermano tensión y la bruja avería. Los
vecinos sólo duermen, al filo del amanecer, a base de barbitúricos y alcohol.
También se empieza a respirar cierta rivalidad profesional que comienza a
dividir el edificio en tres zonas: según sube el ascensor, los apartamentos son
más caros, o sea, que no es lo mismo ser una ladilla que vive en la base de la
polla, que habitar en la mediocre empuñadura o instalarse en el elitista
glande. Y es que siempre hubo clases...
"Las tensiones internas eran muy
poderosas, aunque sofocadas en parte por el tono civilizado del edificio".
Tras varios meses de convivencia, es el propio organismo del rascacielos el que
empieza a enfrentar a las tres clases sociales que lo habitan. Los vecinos
sienten el edificio como una presencia divina que los observa y manipula
constantemente. Unos se salen de sus casillas porque los hijos de otros se mean
en la piscina y otros simplemente se desesperan y observan con paranoia el
monótono día a día y cómo el edificio y sus bloques vecinos conforman una nueva
especie de semidioses que no sólo dominan el espacio, sino que marcan el paso
del tiempo, humillando al sol, violando al cielo y aplastando a la tierra. No
es extraño que cuando, sin previo aviso, se produce un apagón, el caos domine a
los espermatozoides. Un caos que se salda con el asesinato de un perro afgano
en una de las piscinas.
"La espectacular vista de la terraza
siempre recordaba a Laing los sentimientos ambivalentes que el paisaje de
cemento despertaba en él. Era obvio que parte de esta seducción había que
atribuirla al hecho de que éste era un ambiente construido no para el hombre
sino para la ausencia del hombre". Tal vez por eso, es el propio falo de
hormigón el que provoca la decadencia y el estado de guerra entre los
espermatozoides. Intenta expulsarlos, dominarlos o imponer su ley marcial entre
ellos. La progresiva degeneración de las costumbres burguesas se materializa en
televisores encendidos con el sonido apagado o salvajes parties que duran hasta
el amanecer, donde incluso "niños ebrios se tambalean de un lado a
otro". Los coches, aparcados en una inmensa explanada frente al edificio,
comienzan a recibir impactos procedentes de esas fiestas y en la sala de
proyecciones infantil hay pases de películas porno (algunas de ellas rodadas en
el propio edificio). En este ambiente enrarecido, entre ruidos de botellas
rotas y ecos de alaridos, se producen las primeras agresiones físicas.
Mientras, el semen de los arquitectos fecundaba
la tierra, de donde empezaban a crecer nuevos y flamantes bloques que enturbian
el ambiente de la zona: "Un cielo sin nubes, mortecino como el aire sobre
una cisterna fría, cubría los muros y terraplenes de cemento de los edificios
en construcción". Como cucarachas de carne y hueso, los que mejor se
adaptan al extraño estilo de vida del edificio, y los verdaderos causantes del
malestar general, son los espermatozoides de clase media. Ellos, en su
aparentemente gélido bienestar, son los que provocan las iras de las esposas de
los asesores de impuestos de los pisos altos o el caos entre pilotos
comerciales y técnicos de cine de los pisos bajos: "El edificio de
apartamentos estaba creando un nuevo tipo social, una personalidad fría y
cerebral impermeable a las presiones psicológicas de la vida en el rascacielos,
con necesidades mínimas de intimidad, y que proliferaban como una avanzada
especie mecánica en esa atmósfera neutra. Era el tipo de gente que se
contentaba con no hacer otra cosa que estar sentada en el costoso apartamento,
mirar la televisión con el sonido apagado, y esperar a que los vecinos
cometieran algún error". La cosa se tuerce aún más cuando comienza a fallar
el aire acondicionado porque los propietarios de los pisos altos arrojan
deliberadamente excrementos de perro en sus conductos. Los habitantes de las
zonas bajas se entregan a ritos tribales (como golpear juntos ascensores
vacíos). Las mentes retroceden ya hasta fases anales y, como dice un locutor de
televisión, "por primera vez desde que teníamos tres años, no importa lo
que hagamos". Sí, pero el edificio, como Dios padre, desarrolla poderosas
fobias en los habitantes de abajo, que se obsesionan con la inmensa masa de
hormigón que pesa sobre sus cabezas. Los vecinos o bien abandonan sus trabajos
o acuden a ellos como autómatas que silencian los hechos vividos en su ciudad
vertical, demasiado atractiva para el instinto como para no volver a ella. Así,
la irrealidad se instala fuera del edificio y, para sus habitantes, sólo existe
el rascacielos.
"Las viejas subdivisiones sociales,
fundadas en el poder, el capital y la defensa de los propios intereses, se
habían reafirmado aquí como en cualquier otra parte". En los pisos
superiores, los señores feudales de este mundo fálico tratan con paternalismo a
los del medio, que se entregan sumisamente a la explotación para intentar
ascender, mientras los de abajo proyectan atentados tan inútiles como
"subir a la piscina del 35 y orinar públicamente en el agua". Como un
héroe vano, uno de los espermatozoides de abajo intenta ascender a las alturas,
para ser apaleado y humillado por los vecinos de arriba. La escalada social es
cada vez más difícil, mientras el edificio agoniza (con todas las comodidades
castradas definitiva o temporalmente) y los vecinos se reagrupan en tribus,
volviendo a un estado casi prehistórico. Las posiciones se refuerzan y apenas
hay contacto entre las tres clases, que se asemejan a tres campamentos armados
que coexisten en equilibrio inestable. Los esclavos, representados aquí por
autómatas como los mecanismos de los ascensores o las bombas automáticas, casi
habían abandonado la nave. Y como pájaros de mal agüero o buitres fatales,
enormes gaviotas de una extraña y repugnante especie comienzan a congregarse en
las terrazas privadas, atraídas por las montañas de basura y el clima de
violencia generalizada. Pronto, el edificio es una zona de guerra, en la que
las batallas se celebran pasándolas en una sala de video una vez concluidas. Es
lo que tiene vivir en un edificio lleno de cámaras.
"En el futuro, la violencia se
transformaría sin duda en una valiosa forma de cohesión social". La falta
de higiene, la sexualidad a la deriva y los enfrentamientos transforman a los
vecinos en una suerte de animales que viven en cavernas llenas de muebles
hechos astillas, pilas de desperdicios y fétidos olores. "Pese al abrupto
descenso a la barbarie, los habitantes del rascacielos seguían fieles a sus orígenes
y continuaban produciendo grandes cantidades de basura". Ante cada puerta,
sillones, mesas y lavadoras se funden con trozos de cadáveres en unas
barricadas de pesadilla. Todos encuentran un placer primordial meando y cagando
en el primer lugar que encuentran, comiéndose a sus perros, librando salvajes
batallas en las que no se utilizaban armas de fuego y viviendo al día. Carpe
diem. "Los habitantes del edificio parecían criaturas de un zoológico en
penumbras, conviviendo en una calma hostil y atacándose de vez en cuando en
fugaces estallidos de ferocidad".
Las manifestaciones artísticas que se producen
en el edificio son un signo del estado de las cosas. Así, mientras unos hacen
pintadas obscenas en sus apartamentos-cuevas, otros registran sus propios eructos
o los gritos de sus violaciones en grabadoras, para más tarde escuchar el
collage sónico con babeante placer. No obstante, las reglas del caos obtienen
ya sus frutos más dulces: las clases bajas comienzan a atomizarse en pequeños
grupos criminales y en cazadores solitarios. Este hecho, que los de arriba no
habían previsto, provoca que algunos de abajo lleguen a las alturas. Y, poco a
poco, todo vuelve al punto de partida: cada propietario aislado en su cubículo.
Sólo que ahora el rascacielos es una inmensa bolsa de basura: necrosis en la
polla. Las tribus sólo se reúnen para debatir tres temas esenciales:
"seguridad, comida y sexo". Las escenas de violencia se estilizan,
asemejándose más y más al mundo exterior, donde la crueldad se disfraza de
convenciones sociales. Los televisores vuelven a funcionar, como una metáfora
del regreso a una normalidad relativa, y Ballard se regodea en su previsión del
desastre: "El aspecto decadente del rascacielos era un modelo del mundo
que los esperaba en el futuro, un paisaje más allá de la tecnología donde todo
estaba en ruinas". La novela acaba cuando uno de los personajes admira el
apagón que acaba de producirse en el piso de enfrente y que es el principio de
la degeneración de esa otra polla. Una infección que recuerda a la que afectaba
a los personajes de la película "VINIERON DE DENTRO DE..." (SHIVERS)
de David Cronenberg que, curiosamente, fue estrenada el mismo año que se
publicó "RASCACIELOS". ¿Telepatía? No creo, sólo dos creadores afines
que se dieron cuenta de dos hechos universales: los rascacielos son enormes
pollas y la vida humana es semen podrido por una enfermedad de transmisión
sexual.
Dildo alquila ático; razón aquí: dildodecongost@hotmail.com