QUESTIONE DI FEELING
por Beatriz Alonso Aranzábal
¿Sabes? Tengo un plan contigo,
aunque no sepas quién soy.
Hasta hace poco, yo tampoco te
conocía. Fue al comienzo del curso en la facultad, cuando te vi por primera vez. Me acerqué a la biblioteca a sacar unos
libros, y allí estabas tú, atendiendo con voz queda y mirada honda. Cuando
llegó mi turno fuiste tan amable y bromista que me pusiste de buen humor. Pero
no te fijaste en mí, claro.
Tú eres joven. Yo no. Eres guapo.
Yo no. Eres simpático.
Y yo no.
Llevo muchos años impartiendo
clases en esta facultad. Mis alumnos a menudo se muestran solícitos conmigo,
pero sé lo que quieren: aprobados, buenas notas, recomendaciones. Se acercan a
mí, pero manteniéndose a distancia. Puedo imaginar cómo me ven.
Tus ojos son como la pizarra de
los tejados
de Babia.
Desde aquel día pienso a menudo
en ti. Y ello me vuelve más distraída. A veces parece incluso que pierdo facultades.
Nunca encuentro las gafas, y los alumnos me señalan con un dedo dónde las he
dejado. No saben que sin ellas te veo mejor, porque el entorno se vuelve
borroso, y tu imagen nítida. Perdona que divague, debo seguir contándote mi
plan. Empieza justo cuando acaba tu jornada laboral. Sales de la facultad y yo
detengo el coche junto a ti. Te montas, arranco, al principio no hablamos.
Enciendo el radiocassette.
Aprendo l’anima cosi,
lasciando uscire quello che
ognuno ha dentro,
ognuno ha in fondo a se stesso…
Te he sorprendido. Nunca habías
escuchado esta canción, se llama Questione di feeling, es perfecta para mirarse a los ojos, ¿verdad?
Es del año 1985, eras muy pequeño. En cambio yo estaba haciendo el doctorado, a
punto de conseguir el puesto que me ha mantenido siempre atada al mismo lugar.
A esta facultad de letras, de letras y folios, carpetas, archivos, expedientes,
borradores, textos, exámenes, bolígrafos sin tinta.
Cuando termina la canción paro el
coche. Hemos llegado a un hotel discreto, nos tomamos una copa en el bar semivacío, yo apuro hasta la última gota del licor de
zarzamora, tú dejas la cerveza a medias. Subimos a la habitación, te pido que
te conviertas en libro y me dejes leer sobre tu piel. Te leo y te releo con la
boca, de derecha a izquierda como un poema árabe, o de arriba abajo, como una
poesía mandarina. Te he vendado los ojos, para que te metas en tu laberinto.
Luego me convierto en un atlas de continentes desaparecidos, cuyos contornos
redescubres pasando el dedo índice por mi superficie.
Ah ah ah ah,
questione di feeling.
¿Qué te parece mi plan? Bastó
volver a verte en la biblioteca para que lo trazara. Y cada vez que salgo de
trabajar repaso los detalles. No lo hago por la mañana, cuando voy hacia la
facultad, adormilada y enfadada con el tráfico. Es justo al regreso, cuando he
tenido ocasión de mirarte de cerca, o bien a hurtadillas, al salir de mi
despacho y desviarme en mi camino hacia la cafetería. Una vez te encontré allí,
pero me miraste sin verme. No importa, porque luego yo, en el coche, con las
manos al volante, giré la cabeza, como si estuvieras sentado a mi lado. Y
cantamos a dúo, a todo volumen. Mina y Cocciante. Tú y
yo.
La sera arriva,
il giorno piano, piano se ne va…
Y es que casi siempre el asiento
del copiloto va vacío. Mis colegas tienen su propio vehículo. Además, casi
nunca encuentro excusas para retrasarme al llegar a casa. No suele haber un
rato de tapeo en el barrio universitario. Vuelvo a casa y mi marido no me
pregunta cómo me ha ido el día. Ni yo a él. Ay, que te estoy aburriendo,
discúlpame, no te preocupes, ya estoy acabando.
Hay
que despedirse. Tú quieres repetir, pero yo no. Porque sé que cuantas más veces
estuviéramos juntos más pronto me olvidarías. Mi plan es sólo de un día. No te
necesito más.
Te
lo contaré sin palabras cada vez que vaya