POLTERGEIST 

 

por Beatriz Alonso Aranzábal

 

 

 

Esta sinvergüenza se va a enterar de quién soy yo, se repetía una y otra vez antes de traspasar la puerta de la oficina. Pero luego, cuando entraba y la veía tan concentrada en la tarea, mientras dejaba resbalar suavemente el pincel de esmalte rojo sobre sus largas uñas, o bien tecleando con frenesí el móvil, se quedaba absorto mirándola. Entonces su nueva empleada levantaba la vista y sin dejar de fruncir el ceño le preguntaba si necesitaba algo. Y en ese momento las luces del techo empezaban a parpadear, el jarrón vibraba violentamente y a veces le estallaba un botón de la americana. Ella, amablemente, se ofrecía a cosérselo, pero cuando sus quehaceres se lo permitieran. 

avatar94663_1.gif