UN PLANTÓN AJENO A MI VOLUNTAD



Beatriz Alonso Aranzábal




Fue entrar en el hotel y sentir las miradas atónitas de los empleados. No era de extrañar, con ese lujoso vestido que lucía. Yo avanzaba flotando por los pasillos, etérea, sin darme cuenta de que detrás de mí iba dejando un reguero de pedrería, lentejuelas, bordados, seda y tul que se desprendían de mi traje de novia. Para cuando llegué a las puertas del gran salón, donde mi prometido me esperaba con su chaqué, estaba prácticamente desnuda. Rápidamente me di la vuelta y los espejos de la pared me devolvieron la imagen de una mujer muerta dentro de un coche volcado, con el mismo exacto vestido que yo. Jo, qué rabia, como todos los años. A ese paso nunca me casaría.