(publicado
originalmente en «DISCOBARSA» -octubre '96-)
«Siempre estuve
distanciado de Lennon: no me gustaba su mujer ni sus ideas ni sus tetas (...)
El único beatle que seguía de cerca era McCartney: tengo toda su discografía en
solitario y los temas beatles que más me interesan son aquellos que llevan su
huella (...) De Lennon sólo tengo el “IMAGINE”, que admito es un gran disco y
me gusta la versión de “Mother” que hace Mia Martini. Comprendo que ha habido
una distancia por razones de antipatía política: tal vez su muerte me
reconcilie. Murió ya maduro, harto de boutades, más Hombre y menos figurilla
pseudoprogre. Debo escuchar sus discos en solitario, no dejar que la opinión de
tanto cretino di sinistra me siga influyendo. Lennon, en la cuarentena, debía
saber perfectamente el haz y el envés de la progresía. Su colega Paul se ha
encerrado y no quiere entrevistas. Sigo siendo fan de Paul: me gusta lo que
hace y cómo lo hace...»
(fragmentos del texto «Día 9 de
diciembre» escrito por el autor del presente artículo e incluido en el volumen
colectivo «Homenaje a John Lennon» -publicado en febrero del 81 por La Banda de
Moebius-)
VISIONES DEL MUNDO
De los cuatro BEATLES podemos analizar
tres diferentes visiones del mundo: la arcádica de Paul, ejemplificada en su
canción-emblema, «Yesterday» («Ayer todos mis problemas parecían tan
lejanos; ahora resulta duro encontrarlos delante: oh, yo creo en el ayer. De
pronto, no soy ni la mitad del hombre que solía ser; hay una sombra sobre mí:
oh, el ayer se desvaneció de pronto...»), canción hecha con el grupo; la
utópica de John, cuya mejor muestra sería «Imagine» («Imagina que no hay
paraíso ni infierno, sólo cielo: imagina a toda la gente viviendo el hoy;
imagina que no hay países, nada por lo que matar o morir ni religión: imagina a
toda la gente viviendo la vida en paz (...) tú puedes considerarte un soñador
pero no eres el único: yo espero que algún día nos unamos y sólo habrá un mundo»),
canción hecha tras el grupo; la nihilista de George, quien, a través de la
búsqueda de la milenaria espiritualidad oriental, trata de realizar su utopía,
sintetizando las dos tendencias anteriores, sobre todo en el ulterior
descubrimiento de la risa, con sus producciones de films de Monty Python (aquí,
mejor que un fragmento de canción, pondría como ejemplo la senda del
protagonista de «El filo de la navaja», encarnado por el cazafantasmas
Bill Murray en la versión beatnik que dirigió John Byrum); en cuanto a la
estolidez de Ringo, a caballo entre la sabiduría telúrica de un burgalés señor
Cayo (o de un hermético vaquero de film de John Ford -del mismo John Ford, ya
puestos-) y la lelez total de Forrest Gump (algunos postmodernos de hoy -como
algunos dadaístas y surrealistas de otrora- la consideran sabiduría), podemos
verla como una subvariante del nihilismo de George y hacerla verbo en un
fragmento de una de sus escasísimas composiciones para BEATLES, «Octopus
garden» («Nosotros estaremos a salvo de la tormenta en nuestra pequeña
guarida bajo las olas, descansando la cabeza en el lecho marino, en una colonia
de pulpos junto a una cueva»).
Si Lennon supone la huida
constante del pasado (de un pasado no demasiado idílico -como reconocería en su
tema «Mother» y reafirmaría freudianamente en sus complejas y masoquistas
relaciones con Yoko Ono-) y Harrison (y Starkey -en su filosofía naif-) el
encuentro estacional, cíclico, de ayer y mañana, McCartney ejemplifica la
afirmación gozosa de las raíces (anglo-irlandesas, concretamente) que, a través
de la familia, la cultura y los paisajes, tiñen buena parte de su producción
con y después de Beatles. Personalmente, me identifico en cuanto a concepto más
con Harrison (aunque prefiero, frente al nihilismo beatífico y quietista de
éste, el nihilismo luciferinamente activo de otras figuras del rock -bastante
más transgresoras, a mi entender- como Jim Morrison, Ian Curtis o Douglas
Pearce), pero creo que, de las tres actitudes, es la de Paul la que más
estéticamente se logra y la que (quizás, con Ringo) mantiene, desde el germen
hasta hoy, una mayor coherencia personal (a fin de cuentas, tanto el asesinato
de John -los reproches de Chapman no son baladíes, si analizamos con cierta
objetividad el personaje que, con la ayuda de su musa nipona, se había
construído- como el descabalgamiento paulatino de George del estrellato musical
se deben precisamente a lo que sus posturas podían tener de forzado).
Gracias en buena medida a Paul
(como ya dije en el diario «ABC» allá por mayo del 90), los BEATLES son «expresión
de "la Britania eterna" con sus tics raciales tan genuinos (humorismo
surreal, reformismo filantrópico no exento de ocasionales exabruptos radicales,
romanticismo entre mistérico e histérico, interacción del bucolismo campestre
en la industriosa urbe...). Las perversas ensoñaciones del reverendo Dogson a
cuenta de Alice Lydell, los folletinescos clamores de Dickens, la mordacidad
fabiana de Shaw, la irónica mirada de Wodehouse, los suspiros uterinos de las
provincianas Bronte, el misticismo de bolsillo de la Golden Dawn, las
deliciosas películas de los estudios Ealing...»
Dejemos la última palabra,
arcádica, arraigada, a Paul: «No saltéis cascadas: por favor, continuad en
el lago; quienes saltan cascadas a veces pueden equivocarse...»
(«Waterfalls»)
LAS MUJERES
Las mujeres de Paul, por ejemplo, son arquetipo
de las islas: la actriz Jane Asher y Linda Eastman (a las que podríamos añadir,
en relación estrictamente creativa, la cantante Mary Hopkins -su primera
producción para Apple con aquel «Those were the days» de aire eslavo, o su
álbum «Postcard»-). Hadas pelirrojas y de aire aniñado que parecen surgir de un
relato de Enid Blyton o de una leyenda de Lord Dunsany (¿quién no recuerda a la
Asher en films como el cormaniano «La máscara de la muerte roja» o en su breve
pero perfecta intervención en la serie «Retorno a Brideshead»? ¿quién no siente
el rostro frutal de la Hopkins asomando tras una seta desde el corazón del
bosque? ¿quién no ha visto en los rasgos casi andróginos de Linda una de tantas
damitas inglesas inmortalizadas en lienzos tratando de sacar adelante su manor
en algún rincón escarpado y umbrío de Gales o Escocia?). En completo contraste,
su antagonista Lennon elegirá por compañera a una japonesa, uno de sus muchos
impulsos centrífugos (como su atracción por la cosmopolita New York, que lo
verá morir tras más de un lustro de residencia) frente al sedentarismo de Paul,
quien gusta de viajar (e incluso de grabar algunos de sus trabajos en alta mar
o en exóticas latitudes -«Band on the run», «London town»-) para acabar siempre
volviendo a casa.
HONEYMOON... El juego privado que John pretendió
imponer como comunal a los BEATLES provocando la desintegración del grupo
(¿visteis el film «Let it be»?: desde la caída de coyunturales latrías que
propicia el tiempo, podemos entender mejor el sentido de esa situación y dejar
de considerar a McCartney como el malo de la película), Paul lo realizará a
partir del 70, con sus álbumes «McCartney» y «Ram», como algo suyo, personal e
intransferible (tanto que el primero de los trabajos lo grabará sin más ayuda
que las fotos de carpeta de su mujer): la presencia real de Linda y su
coincidencia plena (demostrada en el entusiasmo del ex-beatle) con la presencia
ideal de La Mujer soñada por McCartney queda patente en los juegos de pareja
que darán a luz motivos como «Lovely Linda», «Junk», «Heart of the country»,
«Ram on» o «Long haired lady». Unas canciones fuertes y sencillas a la vez (tan
incombustibles en su desapego por las modas como buena parte del material
previamente hecho con el grupo), unas fotos de familia que nos sonríen desde
las carpetas (rostros, inasequibles al tiempo, que se intercambian desde esos
discos del 70 o 71 a carpetas de ahora mismo), un sereno y honesto «esto es
lo que hay»: antítesis de los dalinianos numeritos de John y Yoko
arreglando el mundo desde una cama rodeados de periodistas (escena tan
exhibicionista, falsa y prematuramente envejecida que hoy es su parodia -el gag
nupcial/boxístico inserto en la cinta «Bananas» de Woody Allen- lo que se
conserva mejor).
EL DOBLE BLANCO
Tal vez debemos ver este trabajo como el último
gran acto de comunión BEATLE, como una larga pieza que dura dos lps y que se subdivide
en múltiples y variados momentos (sí, una concepción imaginista -como la que
tendrían poetas como Pound respecto a sus «Cantos» o William Carlos Williams
respecto a su «Paterson»-). Sólo de esta manera podemos comparar dignamente el
trabajo de los chicos de Liverpool que más se acerca a la lucidez oscura de las
obras morrisonianas (piezas largas, también, aunque unitarias) como «The end»,
«When the music's over» o «Riders of the storm». Y sólo de esta manera podemos
sacar el máximo jugo a momentos que, vistos aisladamente («Obladi oblada»,
«Julia», «Bungalow Bill», «Good night»...), pueden parecernos simples
cancioncillas cuando, desde su aparente inocuidad, participan de un común magma
oscuro (no en vano el blanco es el color de la muerte en las culturas más
orientales), magma que sismógrafos del caos como el hombre oscuro Charles
Manson («Piggies», «Sexy Sadie» o «Helter Skelter») o la nuevaolera igualmente
amiga de oscuridades Siouxie Sioux (de nuevo «Helter Skelter» o «Dear
Prudence») recogerán de muy distinta-y-similar manera (como
distintas-y-similares son la destrucción y la creación). Tras este trabajo
(fechado en el 68: esto es, cuando son balaseados Robert Kennedy y Martin
Luther King y Txabi Etxebarrieta y Melitón Manzanas y católicos y unionistas en
el Ulster y charlies con pijamas negros y gérmenes de John Rambo y de Kurtz en
Laos y Vietnam, cuando todos los chicos y chicas lanzan toda clase de objetos
contundentes -palabras incluidas- en París y Roma y Berlín y Praga y Chicago y
San Francisco y Harlem y el Deep South, cuando Omar Torrijos y Juan Velasco
Alvarado llegan al poder por vía de pronunciamiento militar en Panamá y Perú,
cuando el fantasma del Che se encarna en nuevas guerrillas latinoamericanas,
cuando el acceso a la independencia se convierte en broma macabra en Guinea
Ecuatorial con la llegada de Francisco Macías, cuando, ya metidos en harina,
Nixon alcanza la presidencia de USA... -todo ello recogido en metafórico
balance sonoro en ese inigualable final que forman la orgía de cutting-up de
«Revolution 9» y la inquietante «Good night», con Paul travestido de Matt Monro
anticipando la marcha a Indochina de los jóvenes rusoamericanos de «El
cazador»-) vendrán los pasos contados hacia el final (acelerados con la muerte
del manager Brian Epstein -tocayo de otro muerto ilustre de la época, Brian
Jones-): el film «Yellow submarine», el disco «Abbey Road» (en cuya portada
Paul caminaba descalzo provocando hipótesis necrófilas) y el testamento («Let
it be»), testamento grabado y filmado para mayor facilidad de públicos con
pruritos notariales. Y testamento donde las últimas palabras las dice Paul en
clave arcádica y jungiana («Mother Mary viene a mí y me trae palabras de
alivio: déjalo estar, déjalo estar» -una madre que parece reunir los tres
sentidos del término, el biológico y familiar, el monacal y educador, y el
telúrico de la Madre Tierra-).
SATIRA Y PROTESTA
Aunque parezca mentira desde la reducción que da
el tópico, Paul, arcádico, conservador, apolítico, también sabe decir «NO»
y reírse de las convenciones (incluidas, por supuesto, las nuevas convenciones
establecidas por los snobs de toda laya -por otro lado, rasgo éste lógico en
todo conservador y, si no, que se lo digan a Swift, Quevedo, Jardiel o
Burgess-). Y, por cierto, sus NOES no han sido precisamente mimados por el
Poder (más de un veto en emisoras le han costado, como recordaremos más
adelante). Pero, a diferencia de John (el ya citado «Imagine» o «All you need
is love» -«No hay nada que tú puedas hacer o cantar o crear o salvar o saber
o ver que no pueda ser hecho o cantado o creado o salvado o sabido o visto pero
debes aprender cómo jugar el juego: es fácil, todo lo que necesitas es amor-),
Paul no vive para la protesta y la consigna en un mar de abstracciones utópicas:
grita o satiriza, desde situaciones concretas que le duelen o le chocan
precisa, directamente, y seguramente por ello sus gritos y sátiras, aislados en
una trayectoria tachada de conformista y no sistematizados, acaban conservando
mejor su mordiente. Así, tenemos «Eleanor Rigby», su tema social por excelencia
con Beatles: «Ah, fijaos en toda esa gente solitaria. Eleanor Rigby recoge
el arroz en la iglesia donde una boda acaba de celebrarse, vive en un sueño,
espera en la ventana y asoma su cara, atendiendo un rumor en el portal: ¿quién
podrá ser? ¿A dónde va, de dónde es toda esa gente solitaria? El padre
Mackenzie escribe un sermón que nadie oirá: nadie acudirá. Fijaos en su
quehacer, remendando sus calcetines por la noche cuando nadie lo ve: ¿y quién apreciará
ese cuidado? ¿A dónde va, de dónde es toda esa gente solitaria? Eleanor Rigby
murió en la iglesia y allí fue enterrada con su nombre: nadie acudió al
funeral. El padre Mackenzie limpia el lodo de sus manos mientras se aleja de la
tumba: nadie se salvó. Ah, fijaos en toda esa gente solitaria». Un texto
que, tal vez no diga nada a las inteligentsias de turno, pero que puede
conmover y conmueve a esas anónimas cabecitas negras que hoy siguen empujando
las ruedas de la Historia en Plaza de Mayo, Chiapas, Moscú o el Ulster.
En sus primeros trabajos en solitario, Paul se
verá forzado a usar la sátira en legítima defensa contra los ataques y puyas de
su ex-compañero Lennon (la foto de éste con un cerdo parodiando la portada de
«Ram», declaraciones ofensivas o el tema «How do you sleep?») en títulos como
«Too many people» o «Some people never knows».
Bien entrada la primera mitad de los 70, en plena
batalla en Belfast y Londonderry entre católicos, unionistas y ejército británico,
Paul, que había grabado por entonces temas especialmente candorosos como «My
love» o «Mary had a little lamb», grita desde el fondo de su memoria cultural
«¡DEVOLVED IRLANDA A LOS IRLANDESES!». Protesta propia de un conservador, dirán
hoy los fanáticos del mundialismo y el cosmopolitismo (no decían lo mismo en la
transición 60/70, en plena apoteosis identitaria de la Nueva Izquierda -«la
causa de los pueblos», el anticolonialismo y tal y tal-): y, sin embargo, desde
las revueltas campesinas del Medievo hasta los conflictos de hoy día, islámicos
(o vascos -o norirlandeses, tan ternes como en ese 73-), el grito de Paul
relativo al Ulster sigue, por vigente, siendo incómodo y difícil de digerir
para el establishment (un establishment que vetará la canción al punto de que,
por no herir susceptibilidades, su autor la marginaría con el tiempo en
conciertos y recopilaciones) de un modo, desde luego, como no lo son ya la
mayoría de las protestas y consignas de John (muchas de ellas, empezando por
«Imagine», elevadas por la progresía postmoderna -sí, la de Ted Turner, Jane
Fonda, Bill y Hillary Clinton, Steven Spielberg o los yuppies/probeta de
Silicon Valley- a muzak institucional -porque, y ahí está la pesadilla, hoy
toda esa progresía postmoderna con rol de Big Brother piensa realmente como
Lennon: y es que, no olvidemos, antes que éste pariese «Imagine», un
compatriota suyo llamado Aldous Huxley ya había imaginado «Un mundo feliz»-).
Más de una década después, en plena crisis de
popularidad de la Thatcher, Paul, removiendo su más dickensiano fondo, hará un
negativo balance del «capitalismo popular» que arrasa el tejido
industrial del norte de Gran Bretaña (incluida su Liverpool natal) concitando
de nuevo vetos radiofónicos. Dentro de esta reflexión crítica sobre el
neoliberalismo podemos destacar «The pound is sinking» (certero dardo contra la
deshumanización que supuso la fiebre bursátil que llevaría a Wall St desde el
tobogán de los bonos/basura al crash del 86), lanzada en la temprana fecha del
82 (justo cuando muchos, progres en los 70, se convertían en ardientes
defensores de Reagan y la Thatcher): «La libra se hunde, el peso cae, la
lira se tambalea, qué horror. El marco se mantiene, el franco se desvanece, el
dracma está muy débil pero todo el mundo sigue trapicheando. El mercado toca
fondo, cae en picado y sólo los fuertes sobreviven. Bueno, cariño, yo creo que
está bastante claro que los árboles no te dejan ver el bosque: tu padre era un
hombre extraordinario pero tú no pareces haber heredado uno sólo de sus rasgos.
El dólar se mueve, el rublo se recupera, el yen asciende ante la sorpresa
general. El mercado toca fondo, cae en picado y sólo los audaces sobreviven...»).
Si analizamos las raíces satíricas y
protestatarias de Paul, nos vienen rápidamente a la memoria los folletones de
Dickens o de Thackeray, las páginas amarillentas del «Punch», el costumbrismo
de O'Henry, el psicoanálisis cotidiano de O'Neill, la mala uva de Shaw, las
audacias de católicos traviesos como Chesterton, Vaugh o Burgess, las fábulas
norteamericanas de la Depresión (cuyos nombres más notables son el novelista
Steinbeck y el cineasta Capra), las comedias ya mencionadas de la Ealing («El
hombre del traje blanco», «El quinteto de la muerte»...) e incluso los momentos
más líricos de los Monty Python (no sé vosotros pero yo no puedo evitar
relacionar films como «El rey pescador» o «Brazil» con nuestro hombre). Y, ya
que estamos en vena de pistas, no está de más señalar algunas musicales dentro
de lo que supone el filón satírico del pop del Reino Unido: el propio hermano
de Paul, Mike McGear, quien tanto en solitario (sus álbumes «Woman» y «McGear»
-éste producido y co-escrito por Paul-) como en sus experiencias con los grupos
músico-teatrales Grimms y Scaffold, ha dejado, ayudado por el poeta Roger
McGough, espléndidas muestras de vitriolo costumbrista, más cercano al juglar
shakespeariano de antaño que al progre contestatario de no hace mucho (unas
líneas sencillas pero atinadas para retratar a un político en campaña en su
«Edward Heath»: «Edward Heath llegó a la ciudad, mamá: Mr Heath no te
aburrirá, mamá; Edward Heath es poderoso y fuerte, mamá: el gran Heath es
comprensivo y generoso; Edward Heath dice que es tu hombre, mamá; Edward Heath
no te mentirá, mamá: Edward Heath llegó a la ciudad»); o los miembros del
grupo 10 CC, una de las cumbres estilísticas del pop británico tanto en
melodías y arreglos como en letras (profundamente subversivas en sus análisis),
miembros como Godley & Creme (con quienes coincidirá en el álbum de éstos
«Freeze frame» -en el que colaborará con voces- y en el ya mencionado álbum de
su hermano, «McGear») o Eric Stewart (que aparecerá ocasionalmente en varios
trabajos de Paul -«Tug of war», «Pipes of peace» y «Give my regards to Broad
St»- como guitarrista y coros, y profusamente en «Press to play», donde también
co-escribe la mitad de los títulos). Veamos dos muestras del ingenio de 10 CC:
un fragmento de «I wanna rule the world», una de las mejores sátiras
antifascistas de la música popular de todos los tiempos, todo un ensayo de
Wilhelm Reich concentrado en versos hilarantes («Yo quiero ser un jefe, un
gran jefe, quiero controlar el mundo, ser el más poderoso jefe que dirija el
mundo... No quiero bailar en el Bolshoi ni trabajar en la tienda de papá. Estoy
confuso, tan confuso, tengo una comezón ahí en los shirleytemples...»); o
estas líneas quasi quevedescas de «Life is a minestrone» («La vida es una
minestrone servida con queso parmesano; la muerte es una lasaña fría metida en
un congelador»).
COLABORACIONES
Ya que hemos mencionado algunas colaboraciones,
podemos continuar recordando a los nombres que más fielmente han trabajado
junto a Paul tras la ruptura de Beatles: en primer lugar, su compañera Linda,
que, bien haciendo coros, tocando teclados no muy complejos, co-firmando
títulos (en «Ram», en «Wild life») y, sobre todo, haciendo fotos, figurará en
toda su discografía; tenemos después a Denny Laine, procedente de Moody Blues,
quien, en una trayectoria junto a McCartney de más de diez años (71 a 83)
tocará la guitarra solista (y, ocasionalmente, otros instrumentos -como el
bajo- así como firmará algunos temas -el más famoso «Mull of Kintyre», escrito
con Paul- y también cantará como solista) en los siguientes álbumes: «Wild
life», «Red rose speedway», «Band on the run», «Wings at the speed of sound»,
«Venus and Mars», «London town», «Back to the egg», «Tug of war» más el triple
en vivo «Wings over America» y algunos singles («Hi hi hi», «Mull of Kintyre»);
otros nombres que trabajarán con Paul durante cierto tiempo son los baterías
Denny Seiwell («Ram», «Wild life», «Red rose speedway») y Joe English («Wings
at the speed of sound», «Venus and Mars», «Wings over America», «London Town»)
o el guitarra Jimmy McCulloch, procedente de Stone the Crows (en los mismos
discos que el anterior). Colaboraciones ocasionales de luxe: duetos
creativo/vocales con Stevie Wonder (en «Tug of war») y con Michael Jackson (en
«Pipes of peace»), dueto creativo/instrumental con Stanley Clarke (en el tema
«Hey Hey» de «Pipes of peace»), así como colaboraciones de su ex-compañero
Ringo («Pipes of peace», «Give my regards to Broad St»), del veterano Carl
Perkins («Get it») o del saxo de Roxy Music Andy McKay (en algún momento de
«Tug of war» y «Pipes of peace»), así como la Rockestra (en la que figuran
nombres míticos del pop inglés como Hank Marvin, Dave Gilmour, Pete Townshend o
Gary Brooker y que interpretará un par de piezas en «Back to the egg»). También
podemos señalar el reencuentro a partir de «Tug of war» con el arreglista de
Beatles George Martin con quien colaborará en trabajos como el citado o «Pipes
of peace».
INFLUENCIAS MUSICALES
La característica básica del estilo de Paul es su
actualización de la música popular angloirlandesa (con ocasionales incursiones
en la herencia clásica -«Yesterday», «Eleanor Rigby», «All my loving», «Junk»,
«Waterfalls», «Summer day's song»-) en clave de pop/rock, que marca la tónica
de sus temas lentos o de medio tiempo, tanto con Beatles como después (una
característica compartida con otro grupo británico, Moody Blues, quienes la
desarrollarán al máximo a partir de su etapa de experimentación iniciada con
«Nights of white satin»).
A partir de la entrada en el 68 del teclista Billy
Preston como miembro oficioso de Beatles, tanto Paul como John se abrirán al
blues y la música negra (en el caso de Paul, con títulos como «Why don't we do
it in the road?» o «Let it be», continuados en solitario con «3 legs», «Oh
woman, oh why», «Dear friend», «After the ball», «On the way»... más su
acercamiento al funk en sus duetos con Jackson o Wonder). La profunda capacidad
sincrética de McCartney le ha permitido jugar en muchos momentos con estilos
exóticos, desde aires latinoamericanos («I've just seen a face»), años 20
(«Lady Madonna», «When I'm sixty-four»), franceses («Michelle») hasta
vanguardistas (como en sus guiños en «McCartney II» al tecno -«Frozen jap»- e
incluso a Residents -«Darkroom»-).
ACOTACION
Respecto a la frase del comienzo «los temas beatles que
más me interesan son aquellos que llevan su huella [la de Mc Cartney]»,
repetidas y gozosas escuchas del grupo de Liverpool (en el que me inicio en
serio a través de Antonio Zancajo a partir del año 79), me han llevado a
hallarla inexacta a quince años vista pues, si hago recuento, algunos de los
títulos beatles que en la actualidad más me llegan («Hey bulldog», «I want you
-she's so heavy-» o «Helter skelter») son de indudable impronta lennoniana.
También, en idéntico afán de objetividad, he de señalar que los temas de Lennon
(en toda su trayectoria) que más me han conmovido son «Jealous guy» (eso sí, en
la versión de Bryan Ferry) y «Oh, my love» (balada con maravilloso y
simplicísimo texto de haiku escrita junto a Yoko -quien, salvo por su
intervención en esta canción, continúa cayéndome bastante gorda-).