UY, COMO ESTA EL PATIO

(por cierto, el de Yolanda ¿es particular?)





un balance ¿tristón? de Martina Uwe





A la sentencia de Julio César, vide et impera, le ha salido una rana: Yolanda Díaz. Ay, Yolanda de mis entretelas, qué lástima, tanto trocear el pastel y que no haya servido para saciar tu hambre. En este tiempo, mientras asestabas un golpe de gracia a Izquierda Unida, has mejorado tu estilismo, has adquirido versatilidad, pero se te ha ido agriando el carácter. Todo empezaba a saber a humor, como cantaban Los Chichos. La indiscreción de los micrófonos ha dado buena cuenta de ello. Y ese rictus, como muesca de ambiciosa culata. Te llevaste por delante a la izquierda zurda del PSOE. Salvo a Podemos que, mira tú por dónde, siempre se mantuvo indócil a tus encantos. Quede, por la presente, su gusto alabado. Tu fuerza catalizadora se ha ido desmadejando desde que trataras de hacerte con el control del BNG (por cierto, partido del que te llevaste nones) y que ahora, con la delicadeza de la que tú careciste, ha evitado hacer declaraciones a propósito de tu dimisión. Ay, Yolanda, que quieren dejarte a un lado, como la letra aquella de Forges…Y de Sánchez no esperes nada, salvo una bonita fotografía en Hola! como pareja (estéticamente) imbatible. Sánchez es el héroe moderno, capaz de salir invicto incluso de compartir escenario (sin plató) con JJ Vázquez. Sumar, requiescat in pace​.

Felices todos, todas, todes. Los (h) unos porque han tenido más votos, los (h) otros, porque no han naufragado, los de más allá porque, a lo tonto modorro, ardilla en ristre, se han sacado ochocientos mil votos de la manga (por cierto, 800.000 empleos fueron los prometidos por González, que ahora resulta que el mentor de la ética socialista, él, cuyos últimos mandatos se convirtieron en estercolero de corrupción y cainismo). Felices todos en aquel lado, descontentos todos los del otro. Unos con miedo atroz a la ultraderecha, otros decepcionados porque no ganaron la Champions Ligue… y Florentino, en el intermedio, un interludio de negocio sanitario (compra hospitales y los cede a fondos buitre, él tan pío, ¿confesará sus pecados?). Siempre ha habido clases en esto de los triunfos. Y, mal que les pese a algunos, la Le Pen es un cráneo privilegiado, acaso al servicio del mal, pero en nada se parece a la Meloni, Milei o Abascal. Ya quisieron cuarto y mitad de su cacumen. Seguro que ya están reimprimiendo Sumisión, de Houellebecq. También se alaba la aguerrida respuesta de Macron, emulando a Sánchez, no lo olviden. A Sánchez —qué raro— no le salió mal. Veremos qué ocurre con Francia. «Confío en ustedes».

Pero lo importante nunca aparece con la relevancia que debiera, y se nos muere la Hardy y muchos sienten que aquel mundo que conocieron se va resquebrajando, y estas muertes nos acercan a la nuestra propia (se me disculpe el mal gusto), salvo maese Zurdo, que sigue expectante por no perderse lo mejor. Y hablando de zurdeces, los hay que están en el paraíso, un edén en los márgenes, en territorios en los que la palabra vale su tipografía y su cuerpo, y en el que lo que estila es la autenticidad que no conoce sucedáneos, aunque incomode. Habrá que celebrarlo.






No fuimos al concierto de Taylor Swift ni falta que nos hace. Tanto tiempo defendiendo la dignidad, el feminismo, la igualdad, para ponernos pañales de manera voluntaria. Qué cosas que ocurren. Claro que, si el feminismo es el de Yolanda, Ione, Irene o Duval, que nos borren. Escupimos. No nos interesan los Preciados burgaleses, atormentados, intrincadamente obtusos en su escritura, como si lo denso y lo intenso no pudiera ser bello y pulcro (véase Heideggerd, o Blanchot, Bachelard, Barthes). Nos apela y nos traspasa y nos conmueve y nos prenden aguerridamente feministas como la Paglia, Kristeva, Roudinesco. Incluso Lidia Falcón, con su toque de folclórica enfurecida. Y no nos interesa la novedad, porque sabemos de su nulo valor en sí misma. Hay que ir sobre seguro, leer a las clásicas, a Woolf, a Chacel, a Zayas y, sobre todo, a la Bazán. Pero, claro, ahora que, de unos años a esta parte, la feria del libro es, más que de la vanidades, la del comercio, en el peor sentido del término, qué encontrar, a quién encontrar que valga la alegría del encuentro y nos firme un libro a la altura de los tiempos, cuando el zoco es Instagram o Facebook, y lo real, evanescente, pierde fuelle ante lo virtual y mediado. La libertad es tomarse una birra y la intelectualidad un pastiche de consignas. Somos de otro tiempo.

Que dicen las lenguas de vecindona que, para escaparate, la Inteligencia Artificial, que resulta que tiene alucinaciones. Lo que oyen. Al parecer, extrae tanta información para cruzar y enhebrar datos (porque inteligencia, lo que se dice inteligente, nada de nada) se estresa y alucina. Como Rosalía, que tiene un nombre que brega con la verticalidad de carácter pero venido a menos, porque lo mismo canta por Camarón o por Las Grecas, que deconstruye el lenguaje sin Dios que la entienda. Pero. Ahí está. Reina de polígonos musicales y arrabales de lo chusco. Aquí lo de menos es la enjundia. Porque la cuestión no está en si «zorra» es o no un término adecuado para una canción de Eurovisión, sino que el asunto es que no hay canción alguna que sustente el adjetivo. Sonido de sintetizadores y unos labios gloss no hacen melodía ni letra ni artefacto. Hacen, siendo generosos, polémica de tertulia, a golpe de megáfono. Que venga T-Rex a poner orden en todo esto.

Dan ganas de irse a la vera de Puigdemont, si fuera o fuese un tipo interesante. Porque aburre. Hasta su peinado, que se ha domesticado. Yo pido una amnistía. También. Tampoco. Que aquí no suma ni Yolanda Díaz. Todo resta: belleza, grandeza, verdad. Nos queda la poesía, eso sí, aunque ya va siendo engullida por youtubers e instagramers y otros jugadores de poca monta que ganan la partida del recuento (crematístico, porque nunca conocerán la gloria). Mago es, Puigdemont, digo, que gana en las mesas electorales de algunas aldeas galas por el método abracadabrante. Si Panoramix levantara la cabeza… Aquí todo el mundo va a lo suyo. Hasta el rector de la ínclita universidad salmantina, que se autocitaba a lo loco incluso sin venir a cuento para estar en los mentideros científicos más reputados… don Miguel, vencieron, ya lo creo que vencieron, convenciendo a tantos otros…