Leopoldo María Panero:
“La única opción que tengo para ser libre es suicidarme”
a las preguntas:
Dos libros recientes condicen que la poesía de Leopoldo
María Panero (Madrid, 1948) está más viva que nunca: ‘Me amarás cuando esté
muerto’ (Lumen) y ‘Poesía completa’ (Visor). Panero se desdobla en la
conversación. Hay un Panero desesperado por salir del psiquiátrico de Las
Palmas, donde actualmente habita, y otro que le empuja a quedarse en él. Hay un
Panero subversivo hasta límites insospechados y un Panero en busca de una
ternura que no encuentra. Su poesía es un alucinógeno que atormenta y que
procura un viaje a lo oscuro sin narcóticos posibles. De su soledad, de
política, religión y de su locura hemos hablado con el hombre “entre cuyas piernas tiene el hijo que no
nacerá jamás”.
Cada vez que se le menciona se le tilda de poeta maldito, ¿no se
cansa ya de esta aureola de poeta réprobo?
Yo ya he dicho mil veces que no quiero que me juzguen por mi biografía
sino por mis poemas. Byron lo mejor que
tiene es su biografía; a mí sus poemas no me gustan, pero sí su
biografía.
“Siempre estuve loco. Creo en
la fantasía”. Son versos suyos, ¿es necesaria, pues, una buena dosis de
locura para sobrevivir en la vida?
Creo que sí, hace falta ser un poquito alcohólicos, locos, etc.
Para poder vivir. Sí, sobre todo locura.
La locura nos salva.
“Locura es estar ausente/ humo
es todo lo que queda/ de mí en la página que no hay”. ¿Se considera un
loco?
No, soy un ser monstruoso como alguien dijo de mí, puedo serlo, pero no
estoy loco.
Es cierto que necesito ayuda pero todos los psiquiátricos son
siniestros...
A mí lo que me gustaría es vivir en un hotel, en un hotel, en un
hotel…porque esto lo puede pagar el Gobierno, pero nadie tiene derecho a
torturarnos.
Está internado en un psiquiátrico y, sin embargo, hay una lucidez en
su poesía pasmosa…
“Soy una bruja allá donde no hay nadie / sino un temblor en mis
manos / cuando escribo el poema”. ¿Emplea usted su poesía como terapia?
Mi poesía no es terapia, mi poesía es una ciencia.
Por eso yo en este punto siempre cito a Mallarmé:
“Porque es claro por la ciencia el
himno de los coros espirituales en la hora de paciencia hazla selvática en su
rituales”.
Mallarmé y Rimbaud son dos poetas que viajaron hasta el corazón del
infierno y nos lo describieron. A usted le fascinan ambos, ¿no?
Prefiero a Mallarmé, Rimbaud no me gusta tanto… y el infierno es este
manicomio en el que estoy.
Leopoldo María Panero es el delirio poético por
excelencia. Detesta la palabrería banal y su vida es una sucesión de
incidentes, de detenciones, de huidas, de regresos, de intentos de suicidios,
de multitud de excesos de todas las tipologías. Su mera opinión sobre cualquier
cuestión es una infracción permanente.
¿Qué análisis hace usted de la situación internacional? ¿Quién o qué
es para usted Ben Laden? ¿Qué le parece la actitud de Estados Unidos?
Pues me gustaría contestarla, pero me aburren los periódicos,
y me aburre infinitamente la cuestión internacional.
No me interesa ni Ben Laden ni mucho menos Bush, la verdad
[y Leopoldo ríe
maliciosamente, consciente de su impostura].
En Estados Unidos, al menos, los periódicos son sensacionalistas,
pero en España los periódicos son el aburrimiento número uno.
¿España va tan bien como dice Aznar?
Aznar que se vaya al carajo… [vuelve a reír]
“La flor sucia de la vida/ cae
al suelo, y pregunta/ a Dios por qué existió”. ¿Cree usted en Dios?
Se lo resumo en un chiste.
Carlos Marx se muere y se va a al cielo.
A los pocos días baja San Pedro al infierno y le dice al diablo:
“Oye, tengo arriba a un alborotador, un subversivo, y no sé qué hacer
con él”.
El diablo le comenta que se lo mande.
Al cabo de quince días el Diablo está hasta el gorro de Carlos Marx.
“Yo no quiero este tipo aquí”, así
que San Pedro no tiene otro remedio que subírselo de nuevo.
Un día, el diablo subió al cielo para preguntar a San Pedro por aquel
alborotador.
El guardián de las puertas celestiales le comenta:
“Pues y no rechista”.
El Diablo pregunta:
“¿Y qué dice Dios de todo esto?”.
San Pedro responde:
“Dios no existe”.
Pues si viene a España es a morir entre ladrones…
‘Contra España y otros poemas no de amor’ es un cúmulo de poemas con
cierto rencor y un tono mantenido de reproche. ¿Por qué ese encono?
El capitalismo es una sociedad ortopédica y productora de locura
y causa esquizofrenia en todos los países del mundo.
En España, todavía más.
¿Es, realmente, un país de envidiosos?
Por supuesto, y de fracasados y resentidos, bolcheviques y
mencheviques, sin duda.
Su poesía está cargada de violencia, de imágenes casi terroríficas.
¿Qué opina sobre ETA y EH?
Creo que EH es el único partido democrático que existe en España.
Es muy moderno; además, integra y acepta a los homosexuales.
Es el único partido político que lucha por dar un golpe de Estado
permanente
[vuelve a reírse,
esta vez desde su oquedad irrumpe una carcajada;
sabe que su respuesta
escandaliza].
¿Es duro ser homosexual en nuestro país?
Como me decía un amigo un día, en España ser homosexual es cuestión de
santos.
Porque nos pegan, nos vejan, nos denostan…
Usted ha dedicado un libro al Ejército Popular Republicano y siempre
que puede aboga por una política de izquierdas, pero, ¿qué queda del comunismo?
No creo que haya muerto, como dicen algunos.
Al contrario, creo que está más de moda que nunca.
Sin embargo, de izquierdas, de verdad, de corazón, nadie es, no queda
nadie así.
¿Ni siquiera usted?
Yo no creo en la democracia española, en la francesa sí.
En Francia les importa un bledo que ganen las elecciones o las pierdan
porque las respetan. Respetan a los camareros, a los quiosqueros, a los
taxistas, etc.
Pero aquí los partidos políticos son una especie de voluntariado
dantesco y punto.
En lo único que creo es en el individualismo anarquista de Max Stirner.
¿Votó en las últimas elecciones?
No, no suelo votar.
Panero ha escrito dieciséis libros de poemas, dos volúmenes
de relatos y otros tres que compilan sus artículos y ensayos. Además de
publicar algunas traducciones, ha participado en dos películas, ‘El
desencanto’, de Jaime Chávarri (1976) y ‘Después de tantos años’, de Ricardo
Franco (1994). Su obra irradia toda la fuerza destructora del vacío siguiendo
coordenadas siniestras: la muerte, el desaliento, el rencor…
“Me celebro y me odio a mí mismo/ palpo el muro en que habrá de
grabarse mi ausencia / mientras el poema se escribe contra mí, / contra mi
nombre / como una maldición del tiempo”. Para usted, ¿es la palabra el único
asidero que le hace libre?
La palabra no, ni siquiera los libros de la literatura universal…
la única opción que tengo para ser libre es suicidarme.
Ésa es la única forma que existe, suicidarme.
Eso que acaba usted de decir resume en buena parte la esencia
destructora de su poesía…
Bueno, es cierto, mi poesía es toda ella pesimista, joder.
No he escrito un solo poema de amor.
Quizás el de Peter Punk…
Sí, el de Peter Punk.
“Peter Punk es el amor y
Campanilla su princesa
en el cielo están buscando el secreto
de la nada…”
¿Qué le mantiene vivo, entonces?
Por lo pronto, lo que busco es que me respeten en la calle y en los
bares.
No se me respeta.
Creo que Trosky es un dirigente que se hace respetar.
Y será respetado siempre.
“En el obscuro jardín del
manicomio / los locos maldicen a los hombres”. ¿Se siente solo?
Me siento solísimo, solo alguna gente que hay por la calle me acompaña en
mi soledad.
Como decía mi padre
“A ti, Juan Panero, mi hermano,
mi compañero y mucho más, acompáñame en la soledad”.
Pero usted es un poeta que si bien no ha recibido un solo premio
despierta la admiración de muchos lectores…
¿A cuántos ha matado usted con las palabras?
Como decía el Gran Gatsby:
“¿Mataste a uno? Si fuera sólo uno”.
“He fumado mi vida y del
incendio/ sorpresivo quedan/ en mi memoria las ridículas colillas”. ¿No
teme a nada Leopoldo María Panero?
Pues a la muerte desde luego que no.
El sonido de las balas ya no me produce terror, pero sí el dolor.
Como decía Napoleón:
“No temo a la muerte pero sí al
dolor físico”.
En su libro ‘Guarida de un animal que no existe’ hay numerosas
referencias a animales, animales agresivo sobre todo. ¿Cuál es el instinto
animal más arraigado en usted?
Bueno, el complejo de abstracción genera una agresión muy fuerte hasta
en los animales.
Lo digo por la fe famosa.
Por eso España es un país tan agresivo, por la fe tan intensa que
profesa.
¿Le gustan los toros como espectáculo?
No.
¿Qué le hace feliz?
Vivir y que no me maten.
Cuando Esther, la inquieta mujer pantera recién incorporada a esta
casa de fieras llamada LINEA DE SOMBRA, me propuso una entrevista con Leopoldo
Mª Panero accedí gustoso. No soy un experto en Panero: de hecho, mi relación
con él se limita al visionado (en tres o cuatro ocasiones) del film «El
desencanto», a la lectura no muy atenta a mediados de los 80 de algunos textos
suyos publicados por Libertarias (la poca atención, obviamente, no es problema
de la obra de Panero sino de mi tontería de entonces -entre otras muchas cosas,
también en cuanto a prioridades de lectura-), a su desasosegador paso por el
programa «Negro sobre blanco» y, por último pero quizás lo más importante, a mi
trato con su buen amigo Eduardo Haro Ibars (en concreto, la única vez que vi a
Panero en persona fue en el café Ruiz, cuando ambos actuamos de presentadores
del poemario «Empalador» de Eduardo). De hecho, el impulso que me llevó a dar
carta blanca a Esther para la entrevista fue precisamente el gran mono
de Eduardo que llevo arrastrando desde lustros y la expectativa, en parte
satisfecha, de evocarlo a través de las
declaraciones de Panero.
Trosky, los abertzales, la locura, la homosexualidad, el punk
como ángel de juventud eterna, la soledad del monstruo... todo esto yo lo había
oído ya en boca de Eduardo. Pero hace veinte años. Sigue en plena vigencia
subversiva (incluso más que antes) la querencia por la insumisión norteña, la
locura y la monstruosidad como elementos redentores frente a la cordura y
normalidad filisteas, tal vez menos la devoción por Trosky (es curioso cómo las
luchas de liberación del planeta contra Occidente tienen que ver con Fanon,
Lenin, Stalin, Mao, el tío Ho,
polpotianos y senderistas, Jomeini y Shariati, incluso con Robespierre y Saint
Just, pero Trosky no aparece –y los parajes donde su mensaje se aplaudió más
han sido corazones tecnoimperiales como Estados Unidos, Reino Unido y Francia,
o suburbios con fantasías desarrollistas abocadas a la más total corrupción
como Argentina o México; y nunca será de recibo la herencia conceptual recogida
de Trosky por la URSS staliniana en su maltrato al campesinado, por aquello del
odio irreductible del amigo Davidovich por todo lo que no fuese ciento por
ciento urbanita; o aquel mote de «troskoatlantistas» con que en la Francia
de la primera Guerra Fría se llamó al único sector de la izquierda que parecía
conjugar sin problemas la idea de «revolución permanente» según teóricos
presupuestos comunistas con la demanda de plena integración gala en la recién
nacida OTAN; o, nueva vuelta de tuerca de lo anterior, la síntesis de
presupuestos troskos y expansionismo sionista que caracteriza a varios de los
más duros halcones del actual equipo USA en defensa y política exterior, los
llamados «neoconservadores», todos emanados del troskismo USA de los
30/40 y derivados durante décadas, por aquello de qué malo era Stalin y la
guerra fría cuanto más permanente mejor, hacia el jingoísmo
occidentalista más extremo-) y el victimismo homosexual (es probable -más, casi
seguro- que en entornos límite -el psiquiátrico, el carcelario, o, ya fuera de
confinamientos explícitos, en los suburbios ultraviolentos del ficticio mundo
feliz que se nos vende cada día, suburbios que ocasionalmente, como los morloks
con los alois, pasan su factura de realidad- la homosexualidad siga viviéndose
en buena medida como riesgo, como pasión crístico/luciférica, como desdicha
weiliana, como algo lleno de razones para el victimismo -y, por tanto, Panero
no dogmatice en absoluto sino que hable de traumática primera mano- pero, fuera
de tales entornos, pues el hecho homosexual se vincula al poder no desde el
enfrentamiento, desde la llamada «peligrosidad social» -siempre
recordaré aquella frase de Eduardo Haro en el 84, en pleno encabronamiento por
el recién nacido asunto del SIDA: tras señalar que el deber de todo sidoso
debía ser dedicar sus últimos tiempos de vida activa a la búsqueda de
responsabilidades en las estructuras del Poder, puesto que del Poder había
surgido la plaga, y descabellar con jeringuilla infectada a cualquier pez gordo
metido en el ajo, me espetó lo siguiente «Me enorgullece mi condición
homosexual porque me diferencia de la norma; si alguna vez la homosexualidad
fuese, como tantas otras cosas, digerida por los de arriba tendría que
replantearme mi opción sexual»- sino desde la perfecta adecuación de la
mayoría gay a los patrones de las mentes más homófobas -nada de luciferismo, de
transgresión, de maricas salvajes listos para la autodefensa como los soñados
por Burroughs: hoy las creaciones caricaturescas de Alonso Millán marcan la
pauta sociocultural junto con el viscoso lameculismo de Waylon Smithers-;
Panero pide respeto... pues bien, esta es la realidad: para el gay medio
nuestro poeta no es sino un friqui guarrindongo a quien ni loca invitaría a su
pisito para ver en comandita el festival de Eurovisión; y es un tocayo suyo,
Leopoldo Alas, antípoda de Panero tanto en vida como en obra, el escritor más
representativo de ese mundo -digo escritor y no poeta porque, obviamente, lo
que más siguen los gays de Leopoldo Alas no son sus cada vez más espaciados
versos sino sus best-sellers costumbristas como «Ojo de loca no se equivoca» o
sus intervenciones en prensa y radio en tanto que ingenio de esta corte...
de los milagros-).
Sólo quería hacer esta puntualización convencido que, de haber
sobrevivido, Eduardo Haro, peor poeta pero mejor testigo de la realidad mundana
que Panero y siempre dispuesto para la desmitificación y la polémica, habría
revisado algunas certezas y tótems dialécticos de raíz sesentayochista que la
actual entropía postmoderna (hoy, felizmente, en sus estertores) se ha
encargado de corroer por el método más eficaz (su realización en clave de farsa
domesticada y perversa –no hay nada más demoledor para el perverso que la
perversión de su perversión, y esto es siempre tarea del poder: donde quiera
que estén, tanto Eduardo como Foucault como el incomprendido Pim Fortuyn,
trasunto epigonal del anterior, deben estar sonriendo ante esta paradoja-).
Pero no perdamos el bosque por atender a los árboles ni cojamos
el rábano por las hojas: el propio Panero lo ha dicho al comienzo, atención a
la poesía. He ahí sus claves últimas.
Yo, con la ayuda de la pantera Esther, ya me estoy poniendo al
día, procurando enmendar mi tontería del 85.