Ochs, el cantautor asistido por la desdicha



Por Esther Peñas



Phil Ochs es una de esas figuras fascinantes, cuya biografía deambula entre la caricia del Olimpo y la humedad del Averno, entre lo patético y la aureola, entre estar a punto de la gloria y el braceo desesperado por arrancarle un habitáculo a la posteridad. Proscrito por su compromiso político, devastado por el alcohol y las drogas, depresivo, suicida, polizón a su pesar de la mala suerte… y al tiempo, en vida, admirado, imitado, aglutinante de conciencias, agitador de masas, músico estupendo, artífice de himnos (de culto) como armas cargadas de futuro. Phil Ochs.

Su voz esquiva a lo pretencioso, su voz seria, su voz y sus maneras de antihéroe. Nace en 1940, en El Paso, Texas, territorio de cactus y coyotes, fronterizo con México, bañado por los ríos Bravo y Grande. Segundo de tres hermanos, encaró como pudo las burlas de los compañeros de escuela por ser el único niño judío. Su padre, Jack Ochs, asistió como médico a los soldados en la Batalla de las Ardenas, en los boscosos montes belgas.

Con 16 años toca el clarinete solista en una orquesta y admira a Elvis. Quién no. También a John Wayne, el tipo que encarna todo aquello contra lo que Ochs combatirá. Vivió dos años como cadete en la Academia militar de Staunton, Virginia, para después convertirse en universitario, cursando periodismo.

Al descubrir la prosa y la poesía de Ginsberg y Korouac, decide ser escritor, pero se cruza en su camino alguien que será crucial, Jim Glover, miembro del Partido Comunista, que le muestra la que se será su vocación: la canción protesta, al estilo de Pete Seeger. Concienciado de la importancia de tomar partido en los problemas que acucian al país, Ochs lidera el malestar estudiantil ante los programas de la ROTC, que desarrollaba entrenamientos militares en distintas facultades. Ochs y Glover forman un dúo de música folk, pero pronto naufraga.

Fue por aquellas fechas cuando debuta discográficamente, 1964, con Elektra Records, componiendo su primer éxito, All the news that’s fit to sing (todas las noticias que merecen ser cantadas), una referencia alterada al lema del New York Times, All the news that’s fit to print (…publicadas). Son canciones de corte clásico, casi ásperas, en las que la lucha sindical y la denuncia de la caza de brujas mcCarthyana están más que presentes, junto con críticas a la iglesia y al poder.

Para ese entonces, Ochs y Dylan, antes íntimos, se detestan. El primero le reprochó al segundo que hubiera dulcificado su activismo político. Dylan le acusa de ser un mero periodista con ínfulas de cantante.

En el entretanto, Ochs le escribe una canción, el único gran éxito que tuvo, The but for fortune, a Joan Baez, en ciernes pareja de Dylan.

Su segundo trabajo, I ain’t marching anymore, lo muestra menos constreñido en las composiciones, haciéndolas sonar más holgadas, más audaces. En el disco, dos cortes emblemáticos, dos cantos antibelicistas: Here’s to the State of Mississipi y Draft dodger rag.

Ochs viaja a Chile, donde conoce a Víctor Jara, actúan juntos y forjan una intensa amistad; también coincide con el cantante peruano Daniel Viglietti y, después de cantar en un acto político de estudiantes de izquierdas, es detenido por la policía uruguaya. De allí, lo llevan preso a Argentina, pero consigue escapar y regresar a Estados Unidos. Ese miedo adquirirá el síntoma de cierta paranoia que ya no le abandonará.

Ha ido zurciendo canciones que necesitarían de menciones ajenas para mantenerse, como War is over, que tomase después John Lennon en Happy Christmas. Escribe hasta un tema en el que compara a Franco con Hitler, Spanish civil war song.

Con el tiempo, sus discos se vuelven más oscuros y desesperanzados. Cada vez se venden menos.

La Metro Goldwyn Meyer le encarga el tema principal para la película Kansas City Bomber, pero rechaza el material de Ochs le entrega.

Ochs acepta la invitación del gobierno cubano para realizar una pequeña gira por África. Es el año 1973, y casi muere estrangulado en Tanzania por unos asaltantes. Perdió tres tonos en sus cuerdas vocales. Tres tonos. Él siempre achacó la tragedia a la intervención del FBI o de la CIA. Ese año da el último gran concierto, con Patti Smith y Lenny Kaye como teloneros.

Tras el asesinato de Víctor Jara, Ochs organiza un concierto de apoyo a Salvador Allende (cuyas viudas estuvieron entre el público) en el Madison Square Garden, en el que, pese a todo, invita a Dylan, quien canta con él Blowing in the wind. Ochs, ebrio, alucinado, trata de no perder la entonación y termina dando la nota. En un intento por acercar distancias, poco tiempo después graba un viejo tema de Dylan, Lay down your weary tune, pero no produjo acercamiento alguno.

Decepcionado, arrumbado por el público y la crítica, traicionado por su hermano menor que trató de ingresarlo en un manicomio, comenzó a vivir en las calles neoyorkinas, hasta que su hermana lo recoge. Le diagnostican trastorno bipolar y le prescriben una medicación que merma sus capacidades comunicativas. No tiene ánimo. Ni ganas. Ni energía. Ni nombre, al que renunció asegurando que él ya no era Phil Ochs.

Su hermana hace lo que puede, le lleva a un concierto de B.B. King, trata de animarle, pero no es capaz de neutralizar el efecto que causó en Ochs enterarse de que su antiguo amigo Dylan no lo incluyó en la Rolling Thunder Reveu, una antología de grandes del folk.

Aprovechando que su sobrino salió a hacer la compra, Ochs se suicida en el baño, con su propio cinturón. Un 9 de abril de 1976. Tenía 35 años.

Hoy, sus composiciones se han convertido en referencia inexcusable, y siguen acompañando en los momentos bajos y en los eufóricos. Tuvo la voz exacta, pero le faltó el carisma y magnetismo de Dylan. Esa voz que suena guitarra en ristre, capaz de quebrar los Links on the chain (eslabones de la cadena).

De Ochs resta decir que es un personaje raro. Raro a la manera que explicó Rubén Darío: “El común de los lectores acostumbrados a los azucarados jarabes de los poetitas sentimentales o solamente de gusto austero y que no aprecian sino la leche y el vino vigoroso de los autores clásicos vale más que no acerquen los labios a las ánforas curiosamente arabescas y gemadas de los cantos ya amorosos ya místicos ya desesperados de este poeta ya que en ellos está contenidos un violento licor que quema y disgusta a quien no está hecho a las fuertes drogas de cierta refinada y excepcional.