por Charlie Mysterio

 

Aún no he encontrado los terrenos definitivos para plantar los fresones.

 

En Octubre de hará unos 50 años, se dice pronto, me encontraba tal día como hoy en el Aeropuerto de Orly. Y me impresionaron sus instalaciones. De hecho llegué tarde a una reunión por detenerme excesivamente a curiosear tan fabuloso interiorismo. Conocía muchos aeropuertos pero nunca había reparado tanto en uno en particular. Orly presentaba una línea muy definida de mobiliario. Un entorno de claridad formal no exento de cierto lirismo, una puesta en escena meticulosa y elegante, un sofisticado paisaje de asientos para viajeros modernos que no era puramente funcional. Me pregunté quién podía estar detrás de un proyecto tan sorprendente.

 

He encontrado huellas demostrativas de que varias personas han penetrado fraudulentamente en tus propiedades. Y no han conseguido escapar de tus recuerdos.

 

Ya sé dónde debo plantar los arbustos de hoja persistente pero este año no voy a plantar lechugas, me han sentado mal. Voy a dedicarme en exclusiva a los guisantes. Los preparo siguiendo una vieja receta marbellí, de tiempos de los Hohenlohe. Una vez desenvainados rehogo unos puerros y los añado a la sartén con o sin unos tacos muy finos de jamón de pata negra (dependiendo de mi humor vegano). Cuando todo está bien cocinado vierto lentamente una cerveza Alhambra y los guisantes van absorbiendo el líquido despacito. El resultado es para chuparse los dedos, indicado especialmente para acompañar con pan candeal. La miga suave del candeal mojada en tan exquisito jugo me produce sensaciones extáticas.


Una vez fuera del Aeropuerto de Orly cogí un taxi y en el trayecto a la ciudad hice un breve repaso mental sobre el diseño francés de la primera mitad del siglo XX. Mucho no lo había estudiado, la verdad. Mi toma de contacto esencial fue en 1935 durante el Salon des Arts Ménagers parisino. Allí conocí personalmente la obra de Mallet-Stevens, aquel genio que introdujo los ideales de funcionalismo y simplicidad en Francia. En mi humilde opinion la tradición decorativa francesa sufrió de los excesos del art noveau y casi pierde su identidad vernacular. Mallet-Stevens con sus diseños minimalistas -como aquella silla homónima de 1928 de estructura de tubo y chapa de acero esmaltados-parecía querer recuperar la modernidad y la serenidad. Diez años antes los muebles cubistas de Legrain (“un producto Legrain, Paaris…”) resultaron innovadores e inusuales, como aquel chaise longue del 25 de haya lacada y terciopelo, que poco tenía que envidiar al mucho más famoso del compatriota Le Corbusier

 

Leyendo a Sax Rohmer me dieron ganas de tocar el saxo oriental y hacerme con una biografía del Zorro del desierto.

 

Voy a seguirte hasta el interior de tu apartamento. Intuyo una sala lujosamente amueblada. Por la puerta abierta de tu dormitorio distingo una cama sin hacer. Y eso no me gusta nada… Por mucho que el sol dibuje la silueta de una escalera de incendios sobre ella.

 

Sueño estos días con plantar tulipanes, narcisos y jacintos pero me preocupa el estiércol crudo que favorece la putrefacción de los bulbos. Creo que la procesionaria del pino camina en procesión por mis intestinos.

 

Qué decir de Jacques-Émile Ruhlmann que no hayan dicho antes? El Maharaja de Indore cayó hechizado ante sus originales sillas de cuero, metal y chapado de caoba de 1929. No era para menos. Qué fue de Ruhlmann y su pasión por diseñar interiores fugaces para príncipes hindúes? Qué fue del dadá, de los psicoanalistas, del jazz y de Ruhlmann?

 

Aquel banquero admitió ser un habitual del Club Athos, donde los precios eran elevados pero justificados. El club le ofrecía discreción y confort, una botella de champán y una joven que le seguía a una habitación del piso superior. El viejo zorro tomó garantías antes de presentarse en la gendarmería. Di mi palabra de honor de no telefonear ni prevenir a Estelle, pero le expliqué a la dueña del negocio que podía ser detenida por infracción a la ley de 13 de abril de 1946, o sea por mantener una casa de tolerancia.

 

Los cardos no son tolerantes. Por ello voy a envolverlos en plástico negro para que adquieran el color blanco. Me aburre recoger las hojas caídas pero debo hacerlo por el bien del césped: lo contrario favorece el desarrollo de hongos tipo Fusarium.

 

Siempre he soñado con Charlotte Perriand. Cómo sería su tono de voz? Lo imagino grave, interesante y su habla muy pausada. Creo que el sofá de los sofás Grand Confort es suyo al cien por cien. Y la imagino sentada majestuosamente en él, con su vestido geométrico y su impecable pelo recogido. Y aquellas piernas…

 

Eché pie a tierra y me senté frente a unas robustas encinas. Serían las tres de la tarde. A lo lejos once leguas de longitud parecían una enorme pantera.

Anoté en mi agenda la urgencia de entutorar los árboles jóvenes ante la llegada de los vientos fuertes. Luego tomé un buen trago caliente de tisana de manzanilla de mi pequeño termo.

 

Había olvidado completamente a Pierre Chareau. Cuando me aficioné brevemente al golf, en 1927, descubrí atónito aquellas sillas plegables que formaban parte de la exquisita decoración del club de golf de Beauvallon, las famosas MC767. Qué confortable era su respaldo de mimbre y qué estructura tan elegante de metal y líneas geométricas. Ya en Paris pude apreciar y adquirir mi butaca favorita: la sólida MF15 de caoba y palisandro.

 

En un bar de mala muerte conocí a un peligroso y sanguinario bandido por el que se ofrecía la más alta recompensa conocida. Todos tenemos motivos diferentes para dar caza a un bandido, pero yo no tenía ninguno. Así que le invité a un trago a cambio de alguna de sus fascinantes historias.

 

Me gusta hacer pipí a las cinco en punto de la mañana. Para lograrlo bebo antes de acostarme una infusión de espárragos verdes con tomillo.

 

Del piano prefiero las notas graves, en especial las que pulsaba Lennie Tristano en sus grabaciones de 1962.

 

Arrancar las dalias y guardarlas, limpias de tierra, en lugar fresco y ventilado.

 

Eran cerca de las seis de la mañana en Durango y su amiga se acercó a mí con la intención de presentarnos. Lo primero que me dijo tras el beso de cortesía fue que yo era un psicópata por llevar traje en aquel sitio. Y estar solo. Le contesté que siempre salía solo. Como Hans. Me gustaba más su amiga, pero se fue para dejarnos solos. Como doblemente Hans. Vestía de rojo intenso y sus labios eran carnosos. Luego me enseñó sus tatuajes. En especial me llamó la atención un pequeño círculo zen de color también rojo impreso en su coxis.

 

Pasé un año de mi vida estudiando con parsimonia a Jean Prouvé. Y me pareció tan poquito tiempo... De hecho no aprendí gran cosa, hubiera necesitado casi una vida entera. Lo que Prouvé diseñaba en 1924 ha sido escasamente superado. Una modesta silla de oficina se transformaba en sus manos en un prototipo excitante y genérico, nunca antes concebido. De sus Fauteuil probé una regulable en la exposición de la UAM del 30, exactamente la del “gran reposo”. Aquellos muelles y la comodidad de sus brazos, unido a su perfecta reclinación, me hicieron flotar.

 

Escándalo, corrupción, prostitución, sexualidad, sadomasoquismo, bestialismo…son elementos que nunca pasan por mi mente cuando preparo el terreno para mis plantaciones. No es divertido cavar tantos hoyos, la verdad. Pero hay que mantenerlos abiertos durante veinte días previos a cualquier plantación otoñal. Y son los únicos agujeros que veo e imagino, los de la tierra, en estas circunstancias jardineras.

 

Las tiras elásticas en las sillas de René Herbst aparecen muy a menudo en mis sueños. Las asocio con chicas desnudas sentadas sobre ellas. Sus alineadas huellas quedan luego durante diversos y placenteros minutos en las delicadas espaldas y magníficos traseros. Y es lo que más me interesa. Huellas de sandows de Herbst en magníficas posaderas de flappers. Un casting de una legion de ellas, tras haber descansado en pelota picada sobre la Fauteuil de repos del 29. Mi sueño.

 

La Brigada Criminal interrogó al hasta entonces reputado Diputado de Vincennes. Durante años frecuentó un haman que funcionaba en una sala de cultura física. Iban muchos deportistas y el Diputado se hacía masajear después de su gimnasia por un antiguo campeón de lucha.

 

Yo por mi parte interrogué a un entrañable abuelo en las cercanías del Louvre que se había quedado como yo, anonadado frente a un insólito escaparate de una tienda de muebles. Aquellos asientos trenzados de junco de Indias sobre trípode de hayas… “Sabe vd. quién es el autor de este magnífico interiorismo­?

“No conozco su nombre exactamente, pero es el mismo que ha diseñado las instalaciones del Aeropuerto de Orly.

El misterio quedaba finalmente aclarado.

Tripode