amadas napias
Hay gente que se erotiza con fragmentos del
cuerpo humano (pies, pubis, pechos, nalgas...) disociándolos prácticamente del
resto de la figura y levitando con ellos como si de organismos independientes
se tratase. Yo soy incapaz de esto, salvo con la cabeza: un primer plano de un
rostro o de una nuca me puede resultar tan estimulante como una figura entera
y, de hecho, uno de los atractivos de la serie «Futurama» para mí estaba en
toda aquella historia de cabezas vivas embutidas en frascos. Si alguna vez tal
utopía se hace posible, puede que mi relación más estable la mantenga con
alguien de hermosas facciones que olvidó su cuerpo en otra vida. Y ahora
recuerdo que algunas de mis primeras imágenes eróticas las hallé en figuras
sosteniendo una cabeza femenina (Perseo con la Medusa, o escenas de
guillotinamientos –María Antonieta sólo me resulta sexy después de muerta-).
Y, ya que estamos con cabezas, hay una constante que se
repite en buena parte de las que más me atraen: unas poderosas narices (no
importa su forma -aguileñas, respingonas, aporretadas, incluso retocadas-, pero
sí su largura y que destaquen; por ello, unido a las narices, va mi apego por
las barbillas huidizas -que aguzan todavía más el perfil- y mi rechazo inicial
hacia las llamadas caras de cuchara –tipo Meryl Streep, antítesis de mi
modelo-). El desencanto que muchos sienten ante unos pechos pequeños (rasgo que
a mí me deja indiferente pues soy profundamente ecléctico en tal materia,
siempre y cuando sean naturales –para mí una teta siliconizada, salvo
bizarreries tipo Zena Fulsom, es un defecto físico más que un plus de belleza-)
yo lo sufro ante un perfil chato: para que una nariz breve me seduzca, debe
estar inserta en una mágica proporción o compensada por otro rasgo que la aleje
de lo humano y la avecine hacia realidades primordiales (la lunar Christina
Ricci, la frutal Diana Rigg, la conejil
Anna Massey...).
Por supuesto, no todas las narices largas me atraen (generalmente,
no por la nariz en sí, sino por no encajar en el contorno: así, si yo hubiese
llegado a intuir que, con el tiempo y las crecientes entradas, mi antiguo
perfil iba a resaltar mi latente pa- recido con Basil Rathbone, seguramente no
me habría pasado por el quirófano en el 86 –obsesionado con tener una nariz
como la de Siouxie, cosa que al final no logré, pues me endosaron el modelo
stándar, que me ha acabado dando un aire a lo hermano vampiro de Connie
Sellecca, lo que, vamos, tampoco está tan mal-).
Como
una imagen vale siempre más que cientos de párrafos, orno estos comentarios con
algunas de las caras que más me obsesionan (actrices, melo/diosas –o sea,
divinida- des que cantan-, alguna que otra santa, alguna que otra anónima
exhibicionista de Internet...).