La apatía geológica



un desahogo de Andrea Byblos




Las mentiras que se han ido amontonando estos años son como los estratos de la tierra, esas capas de sedimentos que se acumulan una encima de otra y no sabes que están debajo. Por eso es fascinante cuando sucede un cataclismo, un terremoto, se abre una falla, se rompen las capas y observas las mentiras en todo su esplendor.

Es lo que ha sucedido en estos últimos meses con la victoria de Trump. Un cataclismo que ha abierto una inmensa falla en la que se lucen sin pudor alguno todos los estratos y también materia orgánica atrapada en ellos.


Da la impresión de que las mentiras se pueden mantener estables, una encima de otra y que nada se va a mover, pero eso es porque no contamos con que debajo de la tierra que pisamos hay un magma líquido en movimiento que de vez en cuando se manifiesta y cambia todo el panorama.


Y ese magma líquido es aquello que se rumia en silencio, ese malestar de murmullos sordos que no se sabe, no se muestra, no se reivindica, escondido en una civilización aparentemente muy pacífica, pero que en realidad es y ha sido siempre la más violenta y sanguinaria, con las guerras más crueles contadas en millones de muertos.

Durante años, la apatía geológica de acumular estratos de mentiras ha ido funcionado más o menos con pequeños terremotos que avisaban de que iba suceder algo mayor y algún que otro cataclismo que abrió fallas y en las que se divisaron estratos de mentiras, como en el caso Snowden y el caso Assange. Sin embargo, esto no parecía ser una señal de aviso de que un gran cataclismo se avecinaba. ¿Lo sabían? Sí, era evidente.





Tengo dos amigas que viajan mucho a USA y ambas me han dicho que sabían que iba a ganar Trump porque la gente lo decía y se fascinaba con sus intervenciones le tele. Una de ellas, que habla perfecto inglés, ha mantenido bastantes conversaciones políticas con americanos y me dijo que le sorprendió que los americanos que ella conoce que admitían haber votado a Trump no eran personajes de la América profunda que viven en una caravana armados hasta los dientes, sino aquellos que calificaríamos como “normales”, gente urbana con cierto nivel cultural.


Eso significa que el malestar social es generalizado y bastante evidente y que Trump, que parece un poco loco pero tonto no es, ha sabido conectar con ellos porque otros no han querido conectar. Él ha hecho lo que otros no querían hacer, ir al barro y mancharse, meterse en la falla, ensuciarse la camisa de lodo en lugar de limitarse a echar arriba, en los estratos de mentiras, una capa más de tierra y taparlo todo. Ha ido a por las verdades feas, esas que nadie quería decir, que la convivencia no funciona idílicamente, que la crisis económica enrabieta y que es una lucha por el territorio al igual que las tribus en África luchan por sus campos cultivados y sus cotos de caza a machetazos y disparos de AK-47.


Podemos echarle las culpas de su victoria a Putin en una pataleta de rabia, acusándolo de mancillar los blancos y puros votos de los inocentes ciudadanos americanos que deseaban votar a Hillary, pero sería otra mentira más que acumular al estrato. Es más sensato pensar que cuando hay un malestar generalizado por las mentiras que se han repetido durante años y que ya nadie se cree, es mejor decir las verdades aunque duelan e intentar encontrar una solución al malestar en lugar de taparlo.





Los humanos nos parecemos mucho todos. No hay tantas diferencias en lo básico entre un pueblo de Texas y una aldea de guerreros Mursi en Etiopía. En ambos casos la gente lucha por vivir lo mejor posible, siguen las reglas de una comunidad (más o menos, trampeando como pueden), tienen sus fiestas, sus catarsis y defienden su propiedades a tiros. Bueno, no, eso sólo los salvajes Mursi… Aunque ¿no están armados los americanos?


La ley se hizo, precisamente, porque somos violentos, tanto como todos estos pueblos sin civilizar. Y durante años nos intentan convencer de no solucionar los problemas con violencia, de seguir la ley pacientemente, de que con ella se solucionan los conflictos. Sin embargo, esto no logra convencer a muchos que se ven aplastados por ella. Nuestra sociedad es compleja y lenta, y civilizada a base de mentiras. Pero no por convencerte de que eres pacífico lo eres. La violencia se muestra de otra forma, por los resquicios que deja la ley, en los ghettos con su propias leyes, en las películas ultraviolentas, en los juegos ultraviolentos, en el linchamiento de masas del que mete la pata en el templo de Twitter, que marca la moralidad de nuestros tiempos.. Es una violencia escondida, tapada por estratos de civilizadas mentiras que en cualquier momento puede aparecer de una forma brutal (y la historia de guerras que tenemos lo demuestra) porque está ahí y es millones de veces más horrible y violenta que las escaramuzas de los Mursi con tribus vecinas.


Veo documentales sobre los Mursi y son realmente cool (sí, ese cool de verdad que buscamos pero no encontramos por aquí aunque lo intentemos imitar), a pesar de que sus costumbres sean muy rústicas, con algunas mutilaciones rituales difíciles de aceptar para nuestra estética y mentalidad y su extrema pobreza e ignorancia. Su aspecto es envidiable, están tranquilos, relajados, vigilando sus campos, maquillándose sus cuerpos con arcillas de colores, haciendo comidas muy simples. Es muy probable que su vida sea muy dura y su lucha por la supervivencia mucho más ruda que la nuestra, pero tienen esa serenidad de la violencia justa, de saber su territorio que les da la comida y que pueden defenderlo, aunque sea a tiros.


Sin embargo, la sensación de sentirse despojados en las sociedades civilizadas de apatía geológica de acumulación de estratos de mentiras donde no se puede ser violento y se debe ser condescendiente, paciente y extremadamente bondadoso en la espera de una justicia que quizás nunca llegue, es mucho más violenta y rabiosa, sobre todo porque la violencia que no se muestra se acumula, y cuando sale a flote es como un terremoto de 10 grados en la escala de Richter, que sacude todos los cimientos.